Capítulo 61
Capítulo
61
By
Lilith
Cinco
años después
Podría
quedarme dormida escuchando el sonido de las ramas moviéndose al
compás del viento. El canto de los pájaros era lo único que rompía
esa hermosa melodía pero aun así seguía siendo el sonido más
relajante que había escuchado nunca.
Aparté
el libro de mi cara. Al fin lo había terminado y sabía que mi padre
estaría orgulloso de ello. Recuerdo
de una vida oscura
retrataba la infancia de una niña de seis años, antisocial y
taciturna que sufría abusos en el colegio pero que escondía un
oscuro secreto. Luca Guilltone, mi padre, había dejado que todo el
mundo conociera cómo era su hija y eso era lo más estremecedor para
mí.
-¡Elizabeth,
las galletas están listas!- Me levanté de la tumbona del jardín y
miré hacia la puerta que daba acceso a la casa. Mi abuela sonreía
feliz mientras sostenía de la mano a Shelly.
-¡Voy!-
Dije antes de levantarme.
Cogí
mi móvil y lo observé en silencio. No había recibido ninguna
llamada ni mensaje en todo el día y eso me preocupaba. Esperaba que
todo le estuviera saliendo bien o al menos que le diesen alguna
oportunidad para mostrar la maravillosa persona que era.
Cuando
entré en la casa, Shelly ya estaba devorando aquellas galletas
recién hechas de la abuela, decoradas con caritas que tanto le
gustaban a la pequeña. Me senté en la silla del comedor y miré las
que había en mi plato. Cada galleta parecía tener una personalidad
diferente. Unas sonreían, otras estaban tristes y otras guiñaban un
ojo a quien las estuviera mirando.
-¿Están
buenas, cariño?- La abuela se sentó al lado de Shelly y le acarició
la cabeza mientras ésta comía.
-¡Deliciosas
como siempre!- Sonreí inconscientemente. A esta niña siempre le
habían encantado los dulces...- Liz, si no te las vas a comer, me
las como yo.- Reaccioné cuando dijo mi nombre. Hice un gesto de
posesión y me atraje el plato más a mí mientras no le quitaba ojo
a Shelly.
-Atrévete,
mocosa, y a la que me coma serás tú.- Shelly y las abuela empezaron
a reírse. Cogí la galleta del guiño y le dí un mordisco. ¡Estaba
buenísima!
El
timbre de la puerta sonó y de enseguida, todas miramos en su
dirección. Sabía quién era...
-Yo
abro, abuela.- Me levanté de la silla y fui casi corriendo hacia la
puerta. Antes de abrir cogí aire y esperé a estar preparada para
recibirlo. La puerta se movió junto a mi mano y allí estaba él,
plantado frente a mí.- Hola.- Le saludé con un hilo de voz,
esperando que me contestase como siempre pero ahora no parecía estar
muy contento.
Dio
un paso al frente y me abrazó. Supe lo que significaba. Las cosas no
habían ido bien y eso lo desesperaba y a mí me ponía muy triste.
Le correspondí en su abrazo y esperé hasta que se separara de mí.
No tardó en clavar sus ojos en los míos, azules y profundos como el
mar.
-Han
dicho que me llamarían, lo cual significa “largo de aquí”.-
Negué con la cabeza y esta vez fui yo la que se lanzó a abrazarlo.
Se había esforzado pero como siempre, ambos sabíamos que no le iban
a llamar.
-Todo
saldrá bien, Louis.- Pasó su mano por mi cara, sin apartar su vista
de mí.
-Todo
está bien si estoy contigo.- Sus labios se acercaron a los míos,
juntándose en un dulce y cálido contacto.- Gracias.- Dijo al
separarse. Le sonreí como respuesta, era todo lo que podía hacer
para reconfortarlo.
-¡Louis!-
Shelly vino corriendo y lo abrazó.- ¿Cómo te ha ido la entrevista
de trabajo?- Louis sonrió ampliamente, me miró y luego a Shelly.
-Me
largué de allí, eran todos unos estirados.- Shelly se empezó a
reír y él me guiñó un ojo antes de ser arrastrado por mi hermana
hasta el comedor.
-Bienvenido,
Louis.- La abuela apareció con otro plato de galletas para él y un
café. Éste le sonrió con dulzura.
-Me
encantan sus galletas, Aghata.- La abuela afirmó orgullosa. Seguro
que sus dulces eran famosos en todo Burdeos.- ¡Mmm, riquísimas!-
Todas nos reímos ante la cara de sorpresa de Louis.
Cogí
mi galleta con la sonrisa en la cara, se parecía mucho a Louis.
Siempre sonriendo incluso cuando sabía que no lo iban a llamar de
esa entrevista de trabajo. Sonrió cuando me conoció y seguía
sonriéndome incluso cuando yo era incapaz de hacerlo.
La
otra galleta, la de la cara triste, seguía en el plato. Miré su
boca, sus ojos... Era tan desolador. ¿Quién era esta galleta? No se
parecía a nadie que conociese... O tal vez sí pero no quería
pensar en eso ahora.
Mi
móvil empezó a sonar y me lo saqué corriendo del bolsillo de los
vaqueros. Su nombre se reflejaba en la pantalla y yo era incapaz de
contestar. Quizás ella fuera una de las únicas personas que me
mantenía unida al pasado.
-Ho...
Hola.- Dije al contestar. Mi abuela sabía quién era por la manera
en la que le había contestado.
-Hola,
cariño.- Su dulce voz me hacía temblar. Sabía que contenía sus
lágrimas todos los días cuando hablábamos.- ¿Cómo estás?-
Respiré hondo.
-Estoy
bien, mamá, muy bien.- Oí su suspiro tras el teléfono. Siempre
contenía la respiración hasta que yo le confirmase mi estado.- ¿Qué
tal? ¿Ya has vuelto de Viena con Gordon?- La escuché sonreír.
Nombrar a Gordon era lo mejor que podía hacer para hacerla feliz al
instante.
-Sí,
cielo. Viena es preciosa. Estoy segura de que te encantaría. Hemos
ido a la ópera, al teatro... Parecía una segunda Luna de Miel.- Las
dos nos reímos ante tal comparación. Me gustaba escucharla tan
feliz y le agradecía enormemente a Gordon que fuese él una de las
causas por las que ella sonría cada día.
-Me
alegro, mamá. ¿Cómo está Gordon?
-Muy
bien, ahora se está dando un baño.
-Salúdalo
de mi parte.
-Lo
haré, cielo. ¿Cómo está Shelly? ¿Se está tomando su medicación?
-Ahora
le toca... Mamá, necesito que mandes más.
-No
te preocupes, daré orden de que te envíen sus medicinas.- De
repente, un silencio y luego una voz estridente que hizo que me
alejase de golpe del móvil.- ¡Holaaaaaaaa!- Sonreí como una boba
al escuchar su voz.
-¡Bill!
¡¿Quieres dejar de gritar por el teléfono?!- Ambos nos reímos
como casi siempre que hablábamos. No lo hacíamos todos los días
como con mi madre pero él siempre que estaba en casa no olvidaba
arrebatarle el móvil a mamá.
-¿Cómo
estás, enana?
-Estoy
muy bien y deja de llamarme enana. ¿Qué tal?
-Muy
bien, acabo de llegar a casa después de mi turno en el hospital.
Tenía ganas de descansar aunque pronto tendré mis vacaciones de
verano.- Dijo orgulloso.
-Me
alegro. ¿Qué harás cuando te las den?- De nuevo silencio. Odiaba
el silencio entre nosotros porque sabía que eso significaba que Bill
estaba pensando algo.
-Li...
Elizabeth... Tengo ganas de verte.- No, Bill, ¿por qué me hacías
esto ahora?
-Bill,
tengo que colgar, a Shelly le toca su medicación.- De nuevo el
silencio.
-¡Valeeeee!
¡Cuídate, enana!- Sonreí ante el cambio de actitud de Bill.
-¡No
me llames enana, larguilucho!- Colgué con una gran sonrisa en mis
labios sin dejarle contestar.
Dejé
el móvil sobre la mesa y resoplé. Hablar con ellos se convertía en
una auténtica lucha interior. Llevaba cinco años sin verlos, cinco
años en los que mi vida había dado un giro de 180 grados.
-Elizabeth.-
Miré a Louis que me observaba interrogante.- ¿Te vas a terminar la
última galleta?- Me empecé a reír, liberando toda la tensión que
me había provocado esta conversación.
-Tú
siempre pensando en comida.- Me levanté de la silla y me puse al
lado de Shelly.- Vamos, cariño, te toca la medicación.- Ella afirmó
y me siguió escaleras arriba hacia su habitación.
Los
juguetes que antes se esparcían en el suelo años atrás, ahora los
sustituía un ordenador. Ni rastro de aquellos peluches que tanto le
gustaban, ni de Poppe, el único que conseguimos rescatar del
accidente. Los años habían pasado y Shelly se había convertido en
una pre-adolescente de doce años encantadora.
Me
dirigí hacia el cajón de su mesilla y saqué aquel cofre repleto de
jeringuillas y botes de ese medicamento. Sabía que Shelly odiaba
este momento pero nunca decía nada...
-Ven,
Shelly.- Ella, aún pegada en la puerta, se acercó a mí y me tendió
su brazo.
-Hazlo
rápido, porfa.- Asentí. Llené la jeringa de aquel líquido, saqué
el posible aire que podía haberse quedado en el interior de la aguja
y agarré su brazo. Su piel siempre se ponía de gallina cuando el
frío de la mía entraba en contacto con ella.
La
clavé lo más rápido que puede, evitando que el proceso se hiciese
más largo de lo normal. Notaba como sus venas se dilataban cuando
ese líquido se mezclaba con su sangre. Le dolía, le dolía mucho y
yo era incapaz de hacer nada salvo inyectarle esa cosa lo más
deprisa posible.
-Ya
está.- Shelly se secó las lágrimas y sonrió para demostrarme que
estaba bien.- ¿Te duele?- Ella negó con la cabeza aunque estaba
segura que me mentía.- Eres muy fuerte, Shelly.- La abracé con
fuerza, intentado que su dolor se pasase. Sabía que ella lo
necesitaba.
-Estoy
bien, Elizabeth.- Me separé de ella, la cual aún tenía los ojos
vidriosos.- Recuerdo que aún quedaba una galleta en tu plato. ¡Me
la voy a comer!- Salió corriendo de la habitación, intentando que
esta situación tan complicada desapareciese.
Bajé
poco a poco las escaleras, pensando cómo Shelly podía ser tan
fuerte cuando sólo tenía doce años. La admiraba. Ella había visto
cómo sus padres morían en aquel accidente, había pasado un momento
tan traumático que ahora la obligaba a medicarse de por vida, sin
embargo, ella seguía ahí, dispuesta a luchar.
-Liz.-
Louis me esperaba de pie en el salón.- ¿Qué tal si nos vamos a
cenar?- Su pregunta me cogió de sorpresa. Pensaba que no tendría
ganas de nada con lo mal que le había ido la entrevista.
-Creía
que no...- Louis puso un dedo en mis labios y sonrió.
-Tenemos
que celebrarlo.- Lo miré interrogante.
-¿Celebrar
el qué?- Bajé el último peldaño hasta quedarme frente a él.
-Celebrar
otro día más juntos.- Miles de escalofríos me recorrían todo el
cuerpo cuando él me decía cosas como esas. No me las merecía.-
¿Qué me dices?- Asentí convencida.
[…]
Íbamos
tomados de la mano por las calles de Burdeos. La brisa veraniega era
sumamente relajante y caminar a este ritmo con Louis sólo hacía
mejorar esta sensación. Observaba como sus ojos brillaban ante las
luces que alumbraban el pueblo y como su sonrisa parecía no borrarse
de su boca.
El
día que le conocí, conectamos desde el principio. Había sido tan
amable que me sorprendió desde el primer segundo...
Iba
conduciendo camino al supermercado a recoger a la abuela. Se había
empeñado en ir sola a comprar y ahora no podía con las bolsas. ¡Qué
mujer! No quería molestarnos ni preocuparnos con sus cosas y estaba
segura que le habría costado la misma vida pedirme que fuera a
recogerla.
De
pronto, el coche se paró. Pensé que se había calado o que me había
quedado sin gasolina pero para mi sorpresa, todo estaba en orden. Me
bajé y abrí el capó. El humo del motor hizo apartarme. Salía un
calor intenso de allí y eso sólo podía significar que me lo había
cargado. No hacía ni dos semanas que tenía el coche, de segunda
mano por supuesto, y ya se había estropeado.
Trasteé
mi bolso en busca de mi móvil con la intención de llamar a la grúa
y... ¡No estaba! Miré en mis bolsillos, en el coche y nada. Maldecí
por lo bajo. La cosa no podía ir peor y encima no podía avisar a la
abuela para decirle lo que había pasado. Ella no estuvo de acuerdo
cuando me saqué el carnet, como no estaba de acuerdo en que
conduciese...
Una
gota me cayó en la nariz y luego otra, y otra, y otra y de pronto,
un chaparrón enorme me que cayó encima. Sentía como la ropa se iba
mojando y como mi pelo se estaba empezando a humedecer. ¡Dios, las
cosas no podían ir peor!
Quería
meterme en el coche pero si lo hacía, nadie me vería y me
rescataría de aquel sitio. Sin embargo, esta era una de las
carreteras menos transitadas de Burdeos y por aquí no pasaba nadie.
Ni siquiera había visto un coche desde que estaba aquí.
De
pronto, escuché una bocina y miré hacia donde provenía ese ruido
tan raro. Detrás de mi coche se había parado una furgoneta algo
vieja y blanca. El claxon parecía estar oxidado por el sonido que
hacía y por lo visto el conductor era tan estúpido que no se había
dado cuenta que el coche no se movería por mucho que pitase.
-¡¿Se
encuentra bien, señorita?!- La cabeza de un chico salió desde la
ventanilla del piloto de aquel trasto.- ¡¿Necesita ayuda?!- La
lluvia era tan fuerte que no lo escuchaba con claridad, así que me
acerqué hasta la furgoneta para pedir ayuda.
-El
coche se ha quedado parado y creo que es del motor.- Él nos miró al
coche y a mí alternativamente y luego sonrió.
-Suba,
se está empapando. Yo miraré su coche.- Asentí y me subí al
asiento del copiloto a la vez que ese chico se bajaba y salía
corriendo hacia mi coche.
Me
sentía algo avergonzada porque le estaba mojando el asiento aunque
la furgoneta no es que fuese muy nueva aunque se veía que aquel
chico la cuidaba. Observaba como ese extraño examinaba el capó de
mi coche pese a la que estaba cayendo. No podía apartar mis ojos de
él. Otro en su lugar habría pasado, es más, ni siquiera se habría
parado.
Vi
como se acercaba corriendo hacia la furgoneta y se subía a ella,
totalmente mojado por la lluvia. Su pelo negro azabache se le pegaba
en la frente y sus ojos azules resaltaban ante tal contraste.
-El
motor se ha calentado demasiado y se ha parado. ¿Ha llamado a la
grúa?- Negué con la cabeza.
-Se
me ha olvidado el móvil en casa.- Ese chico empezó a reírse en
toda mi cara. ¿Se estaba cachondeando de mí?
-¿A
quién se le ocurre salir de casa sin móvil?- Se estaba descojonando
sin cortarse un pelo porque yo estuviese allí.- Tome, llame desde el
mío.- Se sacó el móvil de bolsillo y me lo dio.
Tras
miles de preguntas e indicaciones a la operadora que me atendía
sobre mi coche, colgué y le devolví el móvil a aquel chico. Esta
situación era desesperante. No sabía qué hacer y mucho menos con
esta maldita lluvia que no me dejaba pensar.
-Me
llamo Louis.- Su voz me sacó de mis pensamientos sobre qué debería
de hacer ahora con el coche.- ¿Cómo se llama?- Apreté mis uñas en
las palmas de mi mano. Odiaba esa pregunta, tanto que a veces evitaba
contestarla.
-Elizabeth,
me llamo Elizabeth y por favor, tutéame.- Él afirmó con la cabeza
y volvió a sonreír. ¿Es que nunca paraba de hacerlo?
-¿Eres
de aquí? No te había visto nunca por el pueblo.- Sus ojos estaban
fijos en mí y yo cada vez me estaba poniendo más nerviosa. No me
gustaba que me hiciesen preguntas.
-Sí,
aunque he estado en Alemania viviendo durante mucho tiempo...
Nuestra
conversación hasta que llegó la grúa a por mi coche se basó en
enterarme de toda su vida. Sus padres eran granjeros y vivían cerca
de casa. Él había estudiado administración de empresas pero cuando
su madre murió tuvo que dejar los estudios y ayudar a su padre en el
campo.
Recordaba
la cara de mi abuela cuando llegué con esa furgoneta y ese chico
completamente empapados. No se creía todo lo que me había pasado
pero aun así todos nos reímos ante tal imprevisto.
Louis
se comprometió a arreglar mi coche y de vez en cuando venía a casa
para llevarle a mi abuela las compras ya que no teníamos coche. Como
siempre, la abuela se sentía mal y lo invitaba a comer con nosotras
hasta que pasados los meses...
-Elizabeth.-
Dejé de comerme el helado y lo miré. Era de noche y el jardín no
tenía mucha luz aunque sus ojos brillaban muchísimo.- Yo... Yo no
sé si te habrás dado cuenta pero yo... yo... Me gustas mucho.- Su
confesión me cogió de sorpresa así que sólo pude quedarme
mirándolo durante varios segundos mientras él mantenía la cabeza
gacha, como si lo que acabase de decir se mereciese un castigo.- Sé
que nos conocemos desde hace unos meses y que no soy un tío que
pueda presumir de coche y casoplón pero mis sentimientos por ti son
muy fuertes.- Los ojos me escocían y el corazón me dolía. No me
merecía esto que estaba diciendo. Louis ni siquiera me conocía, no
sabía nada de mí, de mi familia y de todo lo que me rodeaba.- Lo
sien...- Me acerqué y lo besé, sin dejarle terminar su absurda
disculpa. Sentí como una lágrima bajaba por mi mejilla a una
velocidad de vértigo.
Quería
ser feliz y Louis podría hacerlo con su simple sonrisa.
-¿En
qué piensas?- Estábamos parados en un semáforo, esperando que éste
se pusiese en verde para cruzar.
-En
el día en el que nos conocimos.- Sonrió y me besó en la frente.
-De
eso hace ya dos años. ¡Qué memoria! Yo bendigo ese día desde que
me levanto hasta que me acuesto.- El muñequito en verde por fin se
iluminó y cruzamos entre medio de algunas personas que, como
nosotros, salían a dar una vuelta por la noche cuando el cálido Sol
de verano se escondía.- ¿Tienes hambre?- Asentí con alegría. Al
fin iríamos a comer.
Entramos
en uno de los restaurantes del centro del cual el dueño era amigo de
Louis. Siempre que íbamos nos daba una mesa retirada del resto de
comensales para que pudiéramos tener un poco más de intimidad.
Louis
alcanzó mi mano sobre la mesa y con los pulgares comenzó a
acariciarme el dorso de la mano. Aún no me acostumbraba a esas
muestras de afecto por su parte, me parecían muy bonitas como para
ser para mí.
-Eres
preciosa, Elizabeth.- Sus ojos me escrutaban el rostro y yo no podía
dejar de mirar sus ojos llenos de amor. En cierta manera me sentía
culpable ya que sabía que los sentimientos de Louis hacia mí eran
más fuertes de lo que mi corazón podía sentir por él.- Hoy... Mi
padre... Mi padre se ha ido con unos amigo a Lyon para un campeonato
de Cars y... y durante unos días yo estaré solo...- Se quedó
callado, estaba buscando las palabras adecuadas para proponerme lo
que yo ya me imaginaba.- Me gustaría preguntarte si... si, bueno,
tú... te gustaría quedarte estos días conmigo en casa.- Bajé la
mirada hacia mi plato de atún. No estaba segura de lo que debería
hacer. Louis y yo nunca habíamos mantenido relaciones en estos dos
años juntos y sabía que a él le costaba cada vez más controlarse.
-Louis,
yo...
-No
te estoy diciendo que te vengas para que... ya sabes. Te lo digo
porque quiero pasar más tiempo contigo, eso es todo.- Se metió un
trozo de pescado en la boca sin ni siquiera percatarse de las espinas
que contenían. Cuando empezó a masticar, comenzó a notarlas aunque
por orgullo siguió hasta que se las tragó.
-Jajajajaja.-
Comencé a reírme como una loca. Su cara era todo un poema aunque ya
estaba acostumbrada a que Louis hiciera este tipo de cosas con la
cabeza tan loca que tenía. Necesitaba reírme y demostrarle que su
proposición no me había molestado y que eso no tenía por qué
ponernos tensos.
-¡¿Yo
casi me ahogo y tú te ríes?! Muy bonito señorita Kaulitz.- Mi risa
paró al instante al escuchar ese apellido. Sabía que Louis conocía
mi apellido pero hasta ahora, y después de cinco años, nunca lo
había vuelto a escuchar. Para mí, ese apellido era como una
maldición que si la decías en voz alta todo a tu alrededor cambiaba
y los monstruos... los monstruos aparecían.- ¿Estás bien,
Elizabeth?- Fingí con todas mis fuerzas que no había pasado nada,
sonriendo ante su preocupación.
-Creo
que me he tragado una espina yo también.- Ambos comenzamos a
reírnos.
Hablamos
sobre cosas irrelevantes toda la velada. Louis me había contado que
los entrevistadores eran unos estirados que cuando vieron su
furgoneta pusieron cara de asco. Dijo que se padre, Anthoine, se iba
durante tres días a Lyon para esas carreras de Cars que tanto le
gustan, de ahí a que a Louis le encantaran tanto los coches y las
competiciones.
Caminamos
de vuelta a casa cogidos de la mano de nuevo. A estas horas de la
noche ya no había tanta gente ya que la mayoría de los habitantes
del pueblo eran personas mayores y los jóvenes iban a otras ciudades
cercanas a divertirse.
Un
escalofrío me puso la piel de gallina. Louis se percató y no tardó
en pasar su mano por mi hombro y pegarme a él. No tenía frío pero
algo me hacía sentirme extraña. Sin embargo, sus cálidas manos me
reconfortaban y hacía que mi sangre ardiera, llegando hasta mi
corazón. Parecía estar viva a su lado y deseaba sentirme así para
el resto de mi vida.
-Bueno,
saluda a Aghata de mi parte.- Sus labios se juntaron con los míos en
uno de esos besos puros que no pretendían ir más allá de un simple
roce.- ¡Oh, vaya!- Estaba mirando hacia mi izquierda, justo a la
casa de al lado.- Parece que tienes vecinos nuevos.- Miré al igual
que él y vi que en la casa que siempre estaba vacía había luz por
primera vez desde que llegué.- Serán los del ayuntamiento. Esta
casa lleva vacía desde que tengo uso de razón, posiblemente la
remodelen y la vendan a algún ricachón de la gran ciudad.- Asentí
no muy convencida.- Bueno, princesa, será mejor que entres, ya sabes
que tu abuela no se acuesta hasta que no te ve entrar por la puerta.-
Era cierto. Hasta hacía relativamente poco, me llamaba cada cierto
tiempo cuando salía para ver si estaba bien. No la culpaba, después
de todo le debía la vida.
-Pensaba
que querías que pasara estos días contigo.- Su cara era un poema.
Seguro que no se esperaba eso por mi parte. Durante estos dos años,
ambos habíamos evitado quedarnos solos mucho tiempo y cuando lo
hacíamos, la tensión se palpaba en el ambiente.
-¡Por
fin, necesitaba sentarme!- Me reí ante la cara de cansancio que
tenía Louis tras llegar de hacer la compra.- ¿Dónde están tu
abuela y Shelly?- La casa estaba vacía pero una nota en la nevera
nos aclaró las dudas.
Voy
a llevar a Shelly a la casa de su amiga, hoy tiene fiesta del pijama.
No
te preocupes por nada, Anthoine nos lleva.
Besos,
la abuela.
-Mi
abuela ha ido a llevar a Shelly a casa de una amiga. Las lleva tu
padre.- Él asintió.- ¿Quieres algo de beber?- Le pregunté
mientras habría el frigorífico.
-Sí,
por favor, llévamelo al salón que necesito sentarme en el sofá.-
Lo vi levantarse como un zombie y tirarse en el sofá. ¡Qué
exagerado era a veces!
-Toma.-
Le dí una coca-cola y yo me abrí otra. Ambos nos habíamos sentado
en el sofá, esperando que el azúcar del refresco hiciese efecto en
Louis.
-¡Oh!
¡No te muevas!- me quedé quieta y asustada, viendo como Louis cada
vez se acercaba más a mí, pendiente de algo que estaba en mi cara.
-¿Qué...
Qué pasa?- Estaba nerviosa y con miedo. De pronto, Louis me besó.
Lo que parecía ser uno de sus besos se convirtió en uno cargado de
pasión.
Al
principio le correspondí pero luego todo empezó a cambiar. Se
apartó de mí y cogió las latas de coca-cola para ponerlas en la
mesa. Sus labios estaban deseosos por recorrer mi cuerpo y él no
tardó en recostarme y lanzarse a mi cuello. Su lengua sobre la piel
de esa zona de mi cuerpo hizo que me tensase. No podía, no quería
seguir con esto.
-¡Para!-
Él se apartó corriendo, preocupado por mi respiración agitada y la
expresión de mi rostro.
-Lo
siento, lo siento muchísimo, princesa.- Apartó mi pelo de la cara y
me abrazó. No tardé en corresponderle. Estaba asustada por la
sensación que me provocó sus besos en el cuello y tenía tanto
miedo de que me tocase que casi estaba temblando.- Perdóname,
cariño. Lo siento muchísimo.
-Creía
que no querías...- Saqué mi móvil del bolso y llamé a la abuela.
-¿Abuela?...
Sí, sí... Estoy bien... ¿Está Shelly dormida ya?... Muy bien...
Abuela, esta noche me voy a quedar con Louis... Estoy bien, no te
preocupes... Mañana iremos a desayunar... Te quiero... Adiós.-
Sonreí satisfecha ante la mirada atónita de Louis. Estaba dispuesta
a intentarlo de nuevo, a empezar a entregarle sólo un poco de todo
el amor que Louis me estaba dando.
Entramos
en su casa. Ésta era más pequeña que la de la abuela pero era
suficiente para Louis y su padre. Lina, la perrita, no tardó en
salir a recibirnos. Me encantaba, era tan cariñosa y juguetona...
-Siéntate.-
Me senté en el sofá del salón, esperando que Louis viniese de la
cocina.- Toma.- Cogí la cerveza con determinación, la abrí y le di
un buen trago. Estaba sedienta y nerviosa.- ¿Quieres... Quieres ver
la tele o algo?- Él estaba peor que yo y lo entendía. Desconocía
cómo yo iba a reaccionar si intentaba hacer algo.
-Louis,
quiero hacerlo.- Sus ojos se abrieron como platos y yo me sorprendí
de mis palabras. Pero quería intentarlo, entregarme y demostrarle el
cariño que sentía por él. Al fin y al cabo se lo debía...- Sólo
quiero que vayas despacio y me des tiempo para que vaya...
acostumbrándome.- Él afirmó con la cabeza y me tocó la cara
lentamente. Sus pulgares acariciaban mis mejillas mientras su dueño
me miraba con devoción, igual que un niño mira su juguete favorito.
Sus ojos estaban llenos de luz, su corazón latía
vertiginosamente...
-Te
quiero, princesa.- Me besó con delicadeza, pausada y cariñosamente.-
Si te sientes incómoda, dímelo y pararé. Lo más importante aquí
eres tú y nada más.- Asentí apunto de llorar por lo atento que era
conmigo. Tenía que hacerlo, era mi manera de agradecerle su amor
pese a que no me conocía completamente.
Su
lengua pronto entró en mi boca y yo le correspondí, saboreando la
cerveza que ambos habíamos tomado. Sus besos cada vez eran más
apasionados y fogosos lo que dio pie a que sus manos empezaran a
tocarme la cintura y acercarme más a él. Mientras nuestra bocas se
movían para poseer al otro, mi mente intentaba no pensar en nada, no
sentir nada que no fuera Louis y la forma tan dulce en la que me
tocaba. Ahora sólo estábamos él y yo y a partir de este momento
siempre sería así.
Sus
besos bajaron por mi cuello y el escalofrío volvió. Eran simples
besos y ya me provocaban nerviosismo pero decidí no detenerme en
esas sensaciones sino en sus manos, ávidas de tocar más allá de la
ropa.
-Será
mejor que vayamos al dormitorio, estaremos más cómodos.- Asentí y
Louis me agarró de la mano, llevándome tras él escaleras arriba.
Una
vez dentro de su habitación, su boca volvió a mí, sedienta de mi
cuerpo. Sus manos volaron hacia mi espalda y empezaron a bajar la
cremallera de mi vestido con suma tranquilidad, sin apartar la vista
de mí.
-Eres
hermosa.- El vestido cayó a mis pies y sus ojos enseguida hicieron
un recorrido por mi cuerpo.- Maravillosamente hermosa.- Alargué mis
manos y le quité la camiseta. Sus pectorales más o menos marcados
se quedaron a mi vista. Tenía un buen cuerpo que volvería loca a
cualquier chica...
Se
pegó de nuevo a mí, dejando que nuestros torsos desnudos se tocasen
por completo. Sus pasos me guiaron hasta la cama y me tumbó en ella,
todo eso sin parar de besarme como si fuese el ser más delicado
entre sus brazos.
Él
quedó sobre mí, dándole fácil acceso a todo mi cuerpo, ventaja
que Louis no tardó en aprovechar. Me quitó el sujetador y se llevó
mis pechos a la boca, succionándolos y besando cada uno de ellos. Mi
cuerpo ya estaba empezando a reaccionar. Sentía calor, mi sangre
hervir y mis ojos transformarse así que los cerré. Todo menos que
Louis se diese cuenta de esa parte que ya estaba enterrada en lo más
profundo de mi ser.
Su
lengua fue descendiendo hasta mi barriga y la besó, haciendo que un
escalofrío volviese a recorrer mi cuerpo. Él pareció percatarse
así que lo dejó de hacer y se separó de mí.
-¿Estás
bien?- Asentí con la cabeza y Louis sonrió. Tenía una sonrisa
hermosa y yo quería que este momento fuese una de las razones por
las que él sonriera.
-Tus
pantalones.- Me mordí el labio juguetona, intentando provocarlo más
aunque sabía que se estaba controlando. Louis miró hacia sus
pantalones y se dio cuenta que aún los llevaba puestos.
-A
sus órdenes, majestad.- Sonreí por la voz que puso y antes de que
me percatase, sus pantalones ya habían volado al suelo, junto al
resto de nuestra ropa.- Te deseo tanto que creo que voy a estallar.-
Me senté en la cama, frente a él, y esta vez fui yo la que se lanzó
por su boca.
Necesitaba
este contacto, necesitaba despertar mis sentidos de nuevo...
necesitaba sexo y sabía que Louis podía complacerme el resto de mi
vida. Hice que se tumbara y me puse sobre él. Su erección era más
que notable y estaba segura que él no podría aguantar mucho tiempo.
Comencé
a lamer su cuello tal y como mis instintos mi indicaban pero sin
hacerle caso a esa parte oscura que quería ver ese líquido salir de
su cuerpo. Bajé y seguí con su pecho, su torso... y me paré en el
elástico de sus calzoncillos. Lo miré llena de lujuria y de su
garganta sólo pudo salir un gruñido de excitación.
Agarré
el principio de los bóxer entre mis dientes y tiré de ellos hacia
abajo, todo ello haciendo que mis labios rozasen su erección. Echó
hacia atrás la cabeza con ese simple roce. Mis manos tomaron
posesión de miembro y empecé a masturbarlo lentamente, haciéndole
jadear. No era consciente de lo que hacía, simplemente me dejaba
guiar, disfrutaba viéndolo gozar gracias a mí, devolviéndole sólo
un poco de todo lo que él me había dado.
-¡Dios,
Liz!- Dijo sin apenas poder respirar.- Ven aquí, princesa.- Lo solté
y me puse a cuatro patas sobre él. Su respiración era irregular y
su corazón saltaba desbocado en su pecho.- Te quiero muchísimo.-
Atrajo mi cara frente a la suya y devoró mis labios, perdido por el
deseo cada vez mayor que sentía su cuerpo.- Quítatelas, cielo.- Le
hice caso y me quité las bragas aún sobre él.
Sentía
su mirada recorrerme todo el cuerpo, de arriba a abajo, una y otra
vez... Metió dos de sus dedos en mi boca y una vez lubricados con mi
saliva, empezó a acariciar el punto de mi deseo lentamente. Jugó
con mi clítoris, lo rodeó con sus dedos y fue descendiendo un poco
más abajo hasta mi vagina.
-¿Preparada?-
Asentí y noté como uno de sus dedos se hundía en mí lentamente.
Gemí al sentir el calor de su cuerpo en mi interior. Me gustaba.
Estaba disfrutando con sus caricias y sus dedos salir y entrar de mi
vagina.- Elizabeth, te necesito ya.- Le besé y Louis me dio la
vuelta hasta quedar encima mía.
Cogió
un perservativo de la mesilla de noche, se lo puso y se colocó entre
mis piernas. Esperaba a que yo le diese una señal para darle vía
libre y lo que hice fue pasar mis piernas por su cintura y hacer que
me penetrase lentamente.
Mi
espalda se arqueó al sentir como Louis llegaba casi al fondo pero no
lo suficiente. Me sentía vacía, necesitaba más, mucho más. De
inmediato él empezó a mover sus caderas dentro y fuera de mí,
lentamente, como si fuese a gritar en ese mismo instante. Lo
necesitaba, necesitaba las oleadas de placer que me daba el sexo,
necesitaba abrir mis sentidos, sentir como mis venas se dilataban,
mis colmillos salían y mis ojos estaban ansiosos de más.
Puse
mis manos en su espalda y apreté más mis piernas a su alrededor. No
era lo suficientemente profundo, no era lo suficientemente fuerte
para hacer tocar el cielo con las manos pero era placentero... Arañé
su espalda con fuerza y lo escuché gruñir por ello. Eso le había
excitado más y sus embestidas cada vez eran más fuertes.
-Más
fuerte, Louis.- Dije entre gemidos. Quería más de aquello, más
sexo, más sangre...
-¡Dios!-
Exclamó mientras subía el ritmo. Una vez, dos, tres, cuatro... Más,
más, más...- Voy... Voy a correrme.- Apreté más su cuerpo al mío,
le di un pequeño mordisco en el cuello sin usar mis colmillos para
ello, grité, grité, grité, y el calor empezó a subir por mi
cuerpo.- ¡Elizabeth!- Louis me estrujó entre sus brazos y yo me
dejé ir, inundada por el placer que recorría mi cuerpo.
Se
quedó quieto mientras nuestras respiraciones intentaban
tranquilizarse. Seguía sin apartarse de mí y yo no sabía si me
podría contener de ir a por más. Mis instintos, que durante cinco
años se habían mantenido dormidos habían despertado.
-Louis...-
Él separó su cara de mi cuello y me besó.
-Ha
sido increíble, Liz.- Sonreí con cuidado de que mis colmillos no se
vieran. Necesitaba relajarme.- Eres fantástica, princesa.- Otro beso
y otro...
-Louis,
necesito ir al baño.- Él se apartó y se echó a un lado de la
cama.- Salgo enseguida.
Me
levanté de la cama, desnuda, y fui hacia el baño. Tenía que
hacerlo, desprenderme de estos instintos de bestia y este calor que
me quemaba por dentro. Acerqué la uña a mi muñeca y la pasé
lentamente por encima de mis venas. La sangre comenzó a salir y yo
puse mi muñeca bajo el grifo del lavabo. El agua evitaba que la
herida se cerrase y así podía ver como todo lo que me convertía en
un monstruo se esfumaba por el sumidero.
[…]
-Buenos
días, princesa.- Abrí los ojos con dificultad y los volví a
cerrar, estaba cansada.- ¿Cómo has dormido?- Me hice la remolona y
me acurruqué entre los brazos de Louis que aún permanecía tumbado
en la cama.- Te recuerdo que hemos quedado con su abuela para
desayunar.- Sentí su mano en mi cara acariciándome.
-Sólo
cinco minutos más.- Louis me dio un beso en la frente e hizo amago
de levantarse hasta que yo lo agarré del brazo.- No te vayas.- Me
coloqué a cuatro patas sobre él y comencé a besarlo. ¿Por qué
negarlo? Necesitaba más.
-Te
has levantado juguetona...- Sus brazos pasaron por mi cintura y me
pegaron por completo a él.
-Hazme
el amor, Louis.- Sus besos se volvieron más fogosos, sus manos
empezaron a recorrer todo mi cuerpo.
Hicimos
el amor una vez más antes de salir de casa rumbo a la de mi abuela.
La cara de Louis estaba radiante, sus ojos brillaban más de la
cuenta y eso me hacía ver que realmente le había hecho feliz tanto
como deseaba. El sexo para él no era importante, de lo contrario no
habría aguantado dos años a mi lado.
Cuando
íbamos por el jardín hacia la casa vimos camiones en la casa de al
lado. Por lo visto, ya habían comprado la casa y los operarios
bajaban muebles de esos enormes camiones. Por lo grande de la casa y
por el cuidado en el que transportaban todo el mobiliario se podía
apreciar que era gente adinerada. Estupendo, vecinos ricachones como
decía Louis.
Entramos
en la casa y escuchamos las risotadas de Shelly. No sabía de qué
estaban hablando pero por lo visto parecía que era lo más gracioso
que había escuchado nunca. Louis, nada más entrar me abrazó con
fuerza. Me sorprendí al ver que no se movía y que su pecho golpeaba
con fuerza el mío.
-Te
quiero, princesa, no lo olvides nunca.- Respiré hondo y le di un
beso. Me sentía tan aliviada sabiendo que él era feliz...
Al
entrar en el comedor vi a alguien de espaldas que no conocía, un
chico rubio con el pelo largo que miraba a Shelly y con el que ésta
se estaba riendo muchísimo. Un escalofrío recorrió de nuevo todo
mi cuerpo. Mi sangre se empezó a mover por mis venas y eso era mala
señal.
-¡Elizabeth!-
Shelly gritó mi nombre en cuanto me vio y esa persona se volvió a
mirarme. Sus ojos se clavaron en mí como una espada. El color miel
que desprendían me dejaron sin aliento. No le faltó tiempo para
levantarse y caminar hacia mí pero yo era incapaz de moverme, de
gesticular ni de mencionar palabra alguna.
Me
abrazó con fuerza, como hacía tiempo nadie lo hacía. Uno de los
abrazos que tantas veces me había dado y me habían salvado. Su
gélido aliento chocó contra mi oído y una voz procedente del
mismísimo infierno resonó hasta lo más profundo de mi cuerpo.
-Te
he echado de menos, enana.
La
maldición Kaulitz se había cumplido, nómbralos y los monstruos
aparecerán.
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