Capítulo 11

Capítulo 11


Había pasado casi un año desde que mi vida cambió por completo. Desde aquel accidente que le quitó la vida a mis padres, a mi hermana y a mí. Estaba muerta pero no lo suficiente para que mi cuerpo se descompusiera. Mi piel ahora estaba fría y blanca, mis ojos se habían vuelto de un color miel muy claro y lo peor era que me estaba acostumbrando a verme cada día, a darme igual mi aspecto y a querer a casi todos los miembros de "mi nueva familia".

Pronto se acercaría mi cumpleaños, el primero que no pasaría con mi verdadera familia y amigos. Debería importarme pero no lo hacía. Quizás fuera por el hecho de que mi mente se estuviera adaptando a ellos o porque las únicas que me había importado siempre habían sido Shelly y mi abuela. ¿Por qué me debería de acordar de una madre que pasaba todo el día fuera sin importarle lo que le pasara a sus hijas, sin ir a verme en las actuaciones del colegio y a la que sólo le importaba su aspecto? ¿Y por qué acordarse de un padre al que veía una vez al mes si tenía suerte? Había tenido una familia demasiado disfuncional en la que lo más importante no eran los demás sino uno mismo. ¿Por qué hablaba ahora de ellos? No me había acordado de ellos para nada. Simone había sustituido con éxito a mi madre, Gordon a mi padre, y los demás habían hecho muy bien su papel de hermanos. ¿Amigos? Tan sólo tenía a Adam. Él se había convertido en el único apoyo que tenía en la universidad (sin contar a Mara, Andreas y a Bill). Me había contado muchísimas cosas de su vida, como que sus padres se separaron y él se vino a vivir con su madre a Hamburgo. Me pasaba horas estudiando en la biblioteca con él, bajo la atenta mirada de alguno de "mis hermanos". Porque sí, no podía ir sola a ningún sitio. Sólo podía ir a la biblioteca a estudiar y luego me llevaban a casa. Si salía de compras, era con ellos, si comía fuera, era con ellos...¡Todo lo tenía que hacer con ellos!


[…]

  
Hoy tocaba dos horas seguidas de anatomía y todavía no habíamos terminado la primera, cuando ya tenía ganas de que acabara la segunda. La clase estaba en un silencio sepulcral escuchando a la señora Kerh. En realidad, no pensaba que la estuvieran escuchando sino simplemente, mirándola y asintiendo a todo lo que decía. La primera hora de "Anatomía del ser humano" (como le gustaba llamarla la profesora), era de teoría y la segunda de prácticas. Temía que llegara el momento en el que mi cabeza se diera contra la mesa.

Estaba agotada. No dormía lo suficiente durante estos meses, dándole vueltas a lo que escuché en la cocina. No se había vuelto a hablar del tema. No peleas, no malos rollos, no...Tom. Éste salía todas las noches sobre las dos de la madrugada, la hora de regreso la desconocía. Apenas pasaba tiempo en casa. Sólo lo veía el la universidad de vez en cuando y a la hora de la cena. Estos meses habían sido extraños. No había tocado el tema de la relación entre Bill y Mara, ni siquiera le había reprochado nada a Bill. Éste tampoco se había acercado a mí para intentar besarme, simplemente me trataba como a su hermana y se lo agradecía enormemente.

Mi vida había sido rutinaria. Levantarme, desayunar, universidad, comida, estudiar, estudiar, estudiar, cenar y dormir. Algo que me había sorprendido mucho de la gente de la universidad era el "respeto" que nos tenían. La gente no se acercaba a nosotros para hablarnos directamente sino que teníamos que ser nosotros los que les habláramos y cuando lo hacíamos, se ponían nerviosos y contestaban tartamudeando. Las chicas querían ser como Mara y los chicos como Tom. ¿Por qué no como Andreas o Bill? Ni idea. Tom iba andando por la universidad como si fuera un dios, pasando de todo y de todos,...menos de las chicas. Que Tom se metiera en el baño de las chicas a tirarse a alguna, se había vuelto de lo más normal para mí.

Mientras pensaba qué habría de comer en casa cuando llegara, vi como un pequeño trozo de papel doblado se paraba justo delante de mí. Sabía de sobra que era de Adam. Últimamente, nos habíamos pasado casi todas las clases mandándonos notitas. Hablando de cosas sin mucho sentido como lo feliz que venía la profesora hoy, de como no sé quién se había liado con no sé cuánto o de lo asquerosa que estaba la comida de la cafetería.

La abrí con cuidado de que no sonara el papel y la señora Kerh se diera cuenta. Notaba como Mara miraba de vez en cuando, intentando averiguar el mensaje que contenía aquel trozo hoja de cuaderno.

Mañana iba a salir con unos amigos a celebrar que se han acabado las clases pero se han rajado. ¿Te apetece ir conmigo por ahí?

¿Salir por ahí? Hacía años que no salía. Me pasaba las horas muertas encerrada en mi habitación estudiando e intentando averiguar qué era esa presencia extraña que notaba. En eso se había resumido mis días antes de saber que esa presencia era Tom. No sabía muy bien que contestarle.  Hoy era el último día de clase para dar paso a las vacaciones de verano pero tenía que decírselo a Simone o a Gordon y que éstos me dieran permiso porque se supone que ellos ahora eran mis padres... ¿Qué le contestaba? ¿Que tenía que pedirle permiso a mis padres? ¡Se pensaría que era una friki! Opté por una pequeña mentirijilla piadosa.

Mañana tengo cosas que hacer pero si puedo cancelo algunas. No lo sé seguro todavía. Te lo digo mañana.

Se lo pasé a Mara para que ésta se lo pasara al compañero de Adam y éste a su destinatario. Nunca me había gustado mentir pero en este momento lo tenía que hacer. Observé a Adam mientras leía el papel. Arrugó el entrecejo y me miró. Nuestras miradas se cruzaron y en su boca se formó una sonrisa bastante bonita. Empezó a escribir y dobló el papel de nuevo haciéndomelo regresar.


[...]



La primera hora de anatomía había acabado y yo aproveché para ir al baño. Tras haber quedado en que hoy lo llamaría (gracias a que él me dio su número de móvil) para decir "sí" o "no" y aclarar la fecha, Mara me hizo un interrogatorio que ríete tú de los del CSI, para averiguar qué ponía en las notas.

 Cuando entré en el baño, fui directa al espejo para mirarme. Mi piel se estaba volviendo más blanca que la de los demás y desde hace unos días me cansaba muy fácilmente sin hacer ningún esfuerzo. Mis ojos no tenían brillo, mi pelo se tornaba de un color extraño y mi piel estaba apagada. Los primeros días pensé que sería los efectos secundarios de estar muerta pero luego las cosas fueron a peor. Me eché agua en la cara y cuando abrí los ojos me encontré con una chica que no había visto nunca, mirándome a través del espejo.

-¿Te encuentras mal?- Al verla me demostró que no era ninguna de las chicas que rondaban los pasillo hablando de lo guay que sería acostarse con Tom Kaulitz y que me miraban de arriba abajo cada vez que me veían. A ella no la había visto nunca.

-No, gracias. Creo que un día moriré en las clases de anatomía.- Sonreí para no parecer antipática.

-Que irónica. Sería más fácil si no lo estuvieras ya.- Seguía riéndose mientras se lavaba las manos. Su contestación me dejó un poco impactada.- Perdona, no me he presentado. Me llamo Sasha. Estoy en la misma clase que tus hermanos.- Tardé unos segundos en reaccionar ante su respuesta. Me tendió la mano en señal de presentación. Su piel se encontraba más fría que la mía y una especie de sensación cálida me recorrió el cuerpo. Supe desde ese mismo instante que era como yo.

-Yo soy...

-Elizabeth.- Me cortó.- Todo el mundo lo sabe.- Desvié mi mirada hacia la puerta, esperando a que alguien conocido entrara y me sacara de esa situación tan extraña.

-Tengo que irme a clase. Un placer haberte conocido, Sasha.- Salí del baño lo más rápido que pude sin mirar atrás. ¿Qué había sido eso? Me sentía totalmente intimidada ante ella. Su presencia imponía lo suficiente como para sentirte inferior. Era la primera vampiresa que conocía fuera de mi familia y la sensación no me había gustado nada. Me había sentido como un indefenso animal delante de un león.

Tras recorrerme todos los pasillo casi corriendo, entré en la clase. La señora Kerh todavía no había entrado aunque las batas y los guantes ya estaban preparados para que nosotros lo utilizáramos. Me senté junto a Mara que repasaba sus apuntes, los mismos que yo debería de haber cogido si no me hubiera puesto a mandarme notitas con Adam.

Decidí anotar algunas cosas que estaban escritas en la pizarra. En ese mismo momento en el que empecé a escribir, la pizarra me empezó a dar vueltas y no pude distinguir las palabras apuntadas en ella. Un enorme dolor se instaló en mi cabeza  haciendo que me llevara las manos hacia allí. El dolor se intensificaba por momentos así que cerré los ojos fuertemente intentando que desapareciera mi sufrimiento. Tenía ganas de gritar y llorar, así que lo hice. Grité con todas mis fuerzas como si el dolor se fuera con mi grito. Los ojos se me llenaban de lágrimas y pronto caerían sin ningún control. Sentí las manos de Mara apoyarse en mi espalda.

-Elizabeth, relájate. Todo el mundo te está mirando.- Mara susurraba para que nadie pudiera enterarse de lo que me decía. Para ella era fácil decirlo, no estaba pasando por lo que yo.

-Kaulitz, ¿Se encuentra bien?- Sentí la voz de la señora Kerh a mi izquierda.- Será mejor que llame a alguno de sus hermanos para que la lleve a la enfermería.- Escuché sus pasos alejarse hasta la puerta y luego el ruido de ésta al cerrarse.

El dolor crecía por momentos y no estaba segura si podría resistirlo durante más tiempo. No era jaqueca, ni migrañas y mucho menos, un fuerte dolor de cabeza. Era como si me estuvieran taladrando el cerebro desde el interior. No podía abrir los ojos y las manos las tenía tan apretadas que temía clavarme mis propias uñas. ¿Qué me estaba pasando? Llevaba unos meses cansada y abatida pero no se lo decía a nadie para no preocuparles. Al principio, creía que era por el estrés de las clases y los exámenes finales pero la presión de la universidad acabó y yo cada día me encontraba peor.

-Elizabeth, ¿qué te pasa?- Escuché la voz de preocupación de Bill. Por mucho que quisiera, me veía incapaz de contestarle así que abrí los ojos para fijarme en él.- No se preocupe, señora Kerh. Yo la llevo a la enfermería.

-Está bien, Kaulitz. Tenga cuidado y si se sigue encontrando mal, llévela a un hospital.- Tras ver como Bill asentía, sentí como uno de sus brazos pasaba por debajo de mis piernas y el otro por la espalda. Me elevó al instante y yo dejé caer mi cabeza en su pecho cerrando de nuevo los ojos.

Jamás imaginé que Bill pudiera conmigo. Estaba tan delgado que me sorprendió que me llevara en brazos subiendo escaleras y todavía no lo había escuchado quejarse ni suspirar de cansancio. Los brazos de Bill eran tan finos que de un momento a otro parecía que se iban a romper. El dolor permanecía pero parecía estar disminuyendo poco a poco. Cada vez que estaba con él, sentía un nudo en el estómago. Él estaba con Mara, eso estaba claro, pero no mostraban ninguna señal de afecto más allá de lo fraternal delante de nadie. Según Andreas, a Bill no le gustaban las exibiciones en público aunque toda la familia (la cual todavía no conocía) sabía lo que había entre ellos.

Sentí mi cuerpo caer sobre algo duro y una mano posarse en mi frente. Estaba fría en comparación con mi cuerpo. El olor a tabaco se metió en mi nariz haciéndome toser de una manera brusca.

-¿Estás mejor?- Abrí los ojos y vi a Bill con las gafas de sol puestas. ¿Qué hacía con las gafas en la enfermería? Decidí mirar a mi alrededor. Estaba en la azotea de la universidad.

-¿Por qué estamos aquí?- Pregunté confusa. Bill se puso recto, se quitó las gafas y me las puso.

-Aquí estarás mejor que en la enfermería.- Miró hacia atrás y cogió un cigarro ya encendido que alguien le dio. Se sentó a mi lado fumando tranquilamente, lo que me dejó ver a la persona que se ocultaba detrás de él segundos antes.

Tom permanecía de pie de espaldas a mí. Tenía una de sus manos puesta en la cabeza y la otra apretada como antes la había tenido yo. Se dirigió hacia la barandilla que ponía fin a la azotea. La escena me era muy familiar. La primera vez que lo vi estábamos en la azotea de la biblioteca cuando me pareció que él era un ángel que había venido para salvarme la vida. Ahora seguía siendo un ángel pero de la muerte. Su figura inmóvil incitaba a querer saber en qué estaba pensando.

Tom te helaba la sangre con una simple mirada pero tenía algunas reacciones raras. Como aquel día en el que me lamió la sangre de la comisura de los labios. Sus acciones, a veces, eran extrañas. ¿Cómo debía actuar con él si no sabía cómo era realmente? Me toqué donde hacía casi un año, él había pasado su lengua mientras lo observaba. En muchas ocasiones me había quedado dormida haciendo ese mismo recorrido, una y otra vez. Las cosas habían cambiado desde entonces. Tom apenas se pasaba por casa y tampoco lo veíamos con tanta frecuencia. Este era su último año en la universidad porque el próximo curso ya lo hacía en un hospital universitario por lo que lo vería menos. No era que me importarse no verlo, en realidad era mucho mejor para mí. El no tener que aguantar sus miradas y sus groserías, me dejaría vivir tranquila. Pero que él se fuera también implicaba que se irían Bill y Andreas. Me llevaba muy bien con Andreas. Teníamos los mismos gustos, nos lo pasábamos muy bien juntos y me ayudaba con algunas cosas de la uni. En él, sí veía a un auténtico hermano.

La mano de Bill agarró la mía, que todavía pasaba por mis labios. La puso frente a sus ojos y tocó con sus dedos la piel de ésta. Su tacto era frío pero suave y su piel contrastó con la mía en color. Su piel pálida a diferencia de la mía era mucho más bonita. No recordaba el momento en el que empecé a coger color. Juraría que yo antes era como él...

-¿Qué estás haciendo?- No volvería a caer ante sus encantos por mucho que me gustara que me tocara de esa manera.

-Tienes las manos como mamá...- Su cabeza se giró como lo hacen los perros cuando observan algo curioso. Sus ojos, libre de nada que los ocultaran, recorrían cada centímetro de mi mano. ¿Cómo mamá? ¿Como la suya o como la mía?

-¡Para!- En un visto y no visto, la mano de Bill soltó a la mía por el manotazo que le había dado otra tercera. Tom lo miraba de una forma amenazante.- Explícale por qué la hemos traído aquí.- Sacó de su bolsillo trasero una cajetilla de tabaco y tras sacar un cigarro para él y otro para Bill, se volvió a girar mirando a ninguna parte.

-No entiendo nada...- Susurré para mí. El dolor menguaba a medida que pasaba el tiempo pero seguía siendo el peor dolor de cabeza que había tenido en mi vida.

-Verás, Elizabeth...esto...- Bill no parecía encontrar las palabras precisas. Me recordaba a la primera vez que mi madre me habló de sexo. Se toqueteaba la cabeza y miraba a Tom (que nos daba la espalda) buscando algún apoyo.- Es que no sé como decir esto.- Me miró fijamente a los ojos y yo sabía lo que eso significaba. Intentaba saber en qué estaba pensando en este momento así que aparté la mirada hacia el suelo.

-Te mueres.- La voz de Tom rompió el silencio que se había formado entre Bill y yo. Al principio no le dí mucha importancia a lo que había dicho. Pensé que sería algo como "díselo ya, estúpido" o "pareces tonto" por su parte, hasta que mi mente fue cogiendo cada letra y formando en mi cabeza aquella frase. T-E M-U-E-R-E-S.

-¿Qué?- Creí que ni siquiera me habían oído hasta que vi a Tom volverse y clavar sus ojos en los míos entre el cristal de sus gafas y las mías. En ese instante se me formó un nudo en la garganta. Era incapaz de hablar y mucho menos de seguir manteniéndole la mirada aunque fuese a través del cristal.

-¿Conoces la palabra "delicadeza"? ¡Quedamos en que se lo diría yo porque tú no tienes ni una puta gota de sensibilidad!- Me cogió la cara e hizo que le mirara.- Nena, esto ha ido demasiado lejos. Pensábamos que dejar tiempo para que tú lo solucionaras era la mejor manera pero ha pasado mucho tiempo y nada.- No entendía de qué me estaba hablando. Aún no había sido capaz de asimilar lo que Tom me había dicho.

-No entiendo nada. No me puedo estar muriendo porque soy una vampiresa y se supone ¡qué estoy muerta!- A lo mejor, con eso simplemente intentaba convencerme a mí misma.

-Es que todavía no eres una vampiresa. Bueno, sí lo eres pero no completamente. Cuando te convirtió Tom tuvo que tener en cuenta que eras virgen y eso cambia mucho las cosas. Normalmente, cuando se convierte a alguien no se da importancia porque no suelen serlo. La transformación no está completada hasta que el convertido es desvirgado. Para los humanos una chica es mujer cuando tiene su primera menstruación y para nosotros es cuando tiene su primera relación sexual.- Intentaba entender toda aquella información que me decía de golpe.

-Pero sigo sin entender que tiene eso que ver con que me esté...- Los ojos se me llenaron de lágrimas que luchaban por salir de mis ojos.

-La transformación va "desapareciendo" si sigues virgen por lo que estás volviendo a ser humana.- Las lágrimas cayeron silenciosamente, desvelando mi miedo a Bill y Tom.- Tom te convirtió cuando estabas a punto de morir así que vas a volver a la misma situación de después del accidente. No sé por qué Tom te convirtió sabiendo eso.- Echó una mirada furtiva a Tom.

-La convertí por otro motivo ajeno a tu conocimiento.- Me miró de nuevo sin cambiar la expresión de su rostro.-Ahora eres como una enferma terminal de cáncer. Te vas muriendo poco a poco, agonizando, con un dolor inimaginable porque cada órgano de tu cuerpo está dejando de funcionar...- Cada palabra de Tom se me clavaba en la mente con fuego. Me estaba muriendo...

-¡Tom!- Bill calló a Tom, que miraba algún punto del cielo.- Aún podemos arreglarlo.- Miré a Bill con los ojos rojos e hinchados pero él no podía verlos a través de las gafas de sol. Me secó las lágrimas que caían por mi mejilla con los pulgares.

-¿Qué...qué tengo que hacer?- Mi voz sonaba quebrada y casi sin fuerza.

-Tienes que perder la... virginidad.- Eso era. Debí de haberlo sabido antes. Todo los cuchicheos acerca de ella en la casa.

-¿Me estás diciendo que si quiero seguir viva me tengo que acostar lo más pronto que pueda con alguien?

-Hombre, dicho así suena un poco brusco pero sí, es eso lo que te estamos diciendo.

-¡¿Y por qué no me lo habéis dicho antes?! ¡¿Por qué habéis esperado hasta el último momento para decírmelo?!- Las lágrimas brotaron de nuevo.

-Porque no queríamos que estuvieras obligada a hacer nada. Pensábamos que a lo mejor conocías a alguien y te enamorabas y eso... Pero no ha pasado y ahora el tiempo juega en nuestra contra. Apenas tienes cuatro días para hacerlo.- ¡¿Cuatro días?! Me tapé la cara con las manos mientras escuchaba las confesiones de Bill. Intentaba ahogar los gritos que querían salir de mi garganta.

-No pienso hacerlo.- Susurré. No podía hablar porque me dolía la garganta y el dolor de cabeza empezó a crecer.

-¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso!- Gritó Bill alarmado.- Elizabet, escucha.- Respiró hondo e intentó relajarse.- Si no lo hacer vas a morir. ¿Prefieres eso?

-No voy a acostarme con nadie en cuatro días.

-Elizabeth...

-¡No! ¡Cállate!- Me levanté lo más rápido que mi cuerpo me permitió y salí por la puerta de la azotea.

Cualquiera que me viese diría que estaba loca pero en este momento me daba igual. Corría escaleras abajo sin saber muy bien a dónde iba. Mi cabeza no dejaba de pensar en todo aquello y por mucho que le diera vueltas aquellas palabras seguían rompiendo algo en mi interior. Me sentía rabiosa e impotente. Mi virginidad había sido un tema comentado en la casa. Oía lo que decían cuando yo no estaba y cada vez que aparecía se callaban y cambiaban el tema. ¿Por qué fui tan estúpida de no darme cuenta antes? Me estaba empezando a cansar y mis piernas no aguantarían mucho tiempo el ritmo que llevaba.

Salí, no sabía cómo, al parking de la universidad. Corrí entre los coches perfectamente estacionados. Alguna de las personas me miraban extrañados murmurando muchas cosas que llegaban a mi oídos. Quería gritar y llorar hasta sangrar. Quizás la idea de morir no fuera tan mala...

Me choqué contra algo duro y caí al suelo. A parte del dolor de cabeza y el de garganta, ahora me dolía todo el cuerpo.

-¿Elizabeth?- Levanté la cabeza en cuanto escuché su voz. Estaba toqueteándose la cabeza con una mueca de dolor.

-Lo siento, Mara.- Me dio la mano para ayudar a levantarme.

-¿Te encuentras mejor? No veas el susto que me has dado.

-Sí.- Mentí. No podía contarle lo que me habían dicho Bill y Tom. ¿Y si ella no lo sabía? El pensar en ello me provocaba el terrible nudo en la garganta. Necesitaba llorar y a alguien que me abrazara pero Mara no era esa persona.

-Vamos, anda. Nos vamos a casa.

Nos dirigimos de nuevo al aparcamiento. Ya no había tanta gente como antes y eso me tranquilizó. No soportaría ni un segundo más el ser observada por cientos de ojos.

Mientras caminábamos iba pensando en qué hacer. No me acostaría con nadie al que tan sólo pudiera conocer en cuatro días. No era la típica chica que se liaba con uno una noche y a la otra con uno distinto. Ni siquiera lo había hecho con Jake que había sido mi novio... No lo haría. Yo debería de haber muerto en el accidente que se llevó la vida de mis padres y de mi hermana. Yo también tendría que estar muerta pero apareció él para cargarse los planes de la muerte. Mi destino había sido morir y ahora iba a hacerlo. Todo esto tendría que habérmelo imaginado antes. Nunca había tenido suerte con nada y cuando por fin comienzo una nueva vida, me decían que me estaba muriendo. Tenía que enfrentarme a ello y disfrutar los cuatro días de vida que me quedaban. Darle las gracias a todos por lo que habían hecho por mí...



[…]




Dejé abierta la ventanilla del coche para que el viento me diera en la cara. Lo necesita para despejarme las ideas. Mara y yo permanecíamos en un profundo silencio desde que salimos de la universidad.

-¿Estás bien?- Mara rompió el silencio tan incómodo que se había formado. A pesar de haberme quitado las gafas de sol que me había dejado Bill, Mara podía verme los ojos hinchados y rojos, no preguntó ni dijo nada y se lo agradecí enormemente ya que con una sola palabra hubiera empezado a llorar.

-Sí.- Mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas cuando pensé que ya no me quedarían más. Mara desvió su mirada de la carretera para mirarme. Yo me secaba las lágrimas que iban cayendo lo más rápido que podía para que Mara no se percatara de ellas.

-¿Si estás bien por qué lloras?- No le dio demasiado énfasis a la pregunta por lo que pensé que ella sabía la respuesta.

-Tú también lo sabías y no me dijiste nada.- Le contesté. No me atrevía a mirarla a la cara. Me sentía engañada por todos y que Mara o Andreas no me hubieran dicho nada, me dolía más.

-No queríamos presionarte. Pensamos que lo mejor era que pasara solo y que no te sintieras obligada a acostarte con nadie.- Su mirada estaba fija en la carretera. Estaba serena y relajada. ¡¿Cómo podía estar así en estos momentos?!

-¡Pues lo estoy!- Por primera vez me volví a mirala. En ese mismo momento, se volvieron a formar los ríos que surcaban mi cara.- ¡Me siento mal! ¡Me siento engañada! ¡Me siento como una puta mierda! ¡¿A qué estabais esperando para contármelo?! ¡¿A qué no pudiera levantarme de la cama?!- Seguía mirando a la carretera sin inmutarse lo más mínimo. Volví a mirar por la ventanilla y respiré hondo. Necesitaba relajarme o acabaría saltando del coche.

-¿Qué vas a hacer?

-Nada.- Mara le dio un giro brusco al volante haciendo que me tirara casi encima de ella sino fuera por el cinturón de seguridad.

Nos salimos de la carretera y Mara frenó en otra por la cual no pasaba ningún coche. Por primera vez en un año, sentí mi corazón latir a una velocidad pasmosa. Me llevé una mano al pecho. Mi corazón latía y eso para un vampiro no significaba nada bueno.

-¿Late, verdad?- Dijo irónica. Estaba enfadada y no entendía por qué. Levanté la vista lentamente para mirarla. Sus ojos estaban rojos y sus colmillos fuera. Sabía que podía oír los latidos de mi corazón, lo que a un vampiro le producía un frenesí increíble. Eso yo no le experimenté nunca porque no era realmente una vampiresa. Lo que también explicaba el hecho de que tampoco tuviera colmillos.- ¡¿Cómo puedes ser tan jodidamente egoísta?!- Nunca había visto a Mara cabreada pero debía reconocer que daba miedo.

-¡¿Egoísta?! ¡¿Crees que soy egoísta?! ¡He dejado una vida y me he tenido que acostumbrar a una que parece sacada de una película de terror! ¡¿Y dices que soy egoísta?!- Dejé de intentar que mis lágrimas no salieran a dejar que se escurrieran por mis mejillas.

-¡¿Y quién no ha dejado que murieras?! ¡Tom! ¡Él te dio esta vida de película de terror pero una vida al fin y al cabo! ¡¿Y cómo se lo agradeces?! ¡Quitándole la suya!

-¡Yo no le voy a quitar la suya!

-Si tu mueres, él muere.- Crack. Ese sonido, ese crack, se escuchó por alguna parte de mi alma o del corazón que había empezado a latir en algún momento.

-¿Qué?- No me salía la voz, no podía pronunciar una palabra sin que mis ojos se llenaran de aquel líquido trasparente y salado que no había parado de salir de ellos en todo el día.

-¿No lo sabías?- Negué con la cabeza. Mara se relajó y pareció tranquilizarse. Sus manos temblaban sobre el volante que mantenía fuertemente apretado desde que paró el coche de Andreas.- Lo siento. No debería de haberte gritado así.- Sus ojos se volvieron brillantes y húmedos. De un momento a otro ella también se pondría a llorar y era lo que menos necesitaba en este momento.- Es lo que debes acarrear si conviertes a una virgen. Le das parte de ti, vive porque tú estás vivo pero si antes de que pase un año no se ha completado la transformación, la convertida se vuelve a hacer mortal y muere y... su Dogma con ella.- Empezó a llorar después de pronunciar la última frase.- No sé que vio en ti aun sabiendo que esto pasaría.- Arrancó el coche tras esa dura confesión que no me esperaba para nada de ella.


[…]




Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere. Si yo muero, Tom muere.


Esa frase se había repetido en mi cabeza todo el trayecto de vuelta a casa. Me encerré en mi habitación, cerré las cortinas para que la luz no pudiese entrar y me arrinconé en una esquina del cuarto. Me abracé las rodillas y me empecé a balancear. Por mucho que quisiera no podía dejar de pensar en esa maldita conversación con Mara. Hasta hace unas horas había estado segura que me moriría, lo había aceptado y asumido. No me acostaría con alguien por simple conveniencia pero ahora ya no estaba tan segura. No tendría que importarme la vida de Tom. Me había hecho la vida imposible desde que pisé esta casa y aunque le deseara lo peor del mundo, una parte escondida en lo más profundo de mi ser, salía para decirme que si me importaba, que no quería que se muriera, que no deseaba que le pasara nada malo... Y yo me sentía mal por pensar esas cosas pero no estaba segura cuáles eran, las que odiaban a Tom o las que le importaban.

El dolor de cabeza seguía, mi corazón latía, mis pulmones necesitaban aire y de mis ojos seguían saliendo lágrimas. ¿Vivir o morir? ¿Vivir por Tom o morir para descansar? Hace unos meses hubiera preferido la segunda opción. La idea de morir había rondado mi cabeza en desde los trece años y ahora, que por fin podía, no quería. No quería morir pero tampoco entregar lo único valioso que tenía. Quizás pareciera antigua para estar en el siglo XXI pero era lo único de valor que aún quedaba en mí. 

Vivir por Tom. Vivir por Tom aunque tuviera que hacer la mayor locura que había hecho en mi vida. Aunque le odiase,  aunque no quisiese que estuviese cerca, aunque fuese un cerdo, egoísta, arrogante, prepotente, maleducado,... Me mantendría "viva" para que viviera él. Yo no le pedí que me convirtiese, ni que dejara que me quedase en su casa, ni que me diera de comer, ni que me diera la familia que nunca tuve y ahora yo, tampoco le iba a pedir que muriese por mí.

Me levanté del suelo y me coloqué bien la ropa, abrí las cortinas dejando que el sol anaranjado de la tarde entrara en la habitación, fui al baño, me lavé la cara y empecé a pasar los apuntes a limpio para poder repasar este verano. Intentaba concentrarme en lo que escribía y entenderlo pero la idea de que me tenía que acostar con alguien me rondaba. El problema era quién.

Saqué el cuaderno de anatomía para terminar lo que empecé. Lo abrí por la página de hoy y allí lo vi. El número de Adam escrito en la hoja.

Tras cerrar el cuaderno y salir de mi habitación, bajé corriendo por las escaleras para coger el teléfono del salón. Allí estaba Simone sentada y escribiendo algo en una libreta. En cuanto escuchó mis pasos se volvió. Su dulce sonrisa, tan maternal y cariñosa me hacía sentir en casa, con mi familia.

-Hola.- Le sonreí yo también y me senté a su lado.

-Hola, cielo. ¿Qué tal el día?- Ella también lo sabía pero no quería demostrarlo.

-Extraño.- Sus manos cogieron las mías y las puso sobre su regazo. No sabría distinguir cuáles eran las mías y cuáles las de ella. Sólo una cosa las delataba, el color.- Quería preguntarte algo...

-Dime.- Su sonrisa era triste y apagada. No tenía ganas de sonreír pero lo hacía.

-Mañana iba a salir con Adam, un chico de la universidad, pero no le he confirmado nada hasta saber si me dejarías ir. Tengo que llamarle.

-¿Por qué me lo preguntas? Eres libre de salir a donde quieras. Siempre que tengas cuidado y nos llames si pasa algo...

-¿Entonces puedo ir?

-Claro.- Me cogió las manos y las besó.- Me alegra que me preguntes. Me haces sentir importante para ti.

-Eres muy especial para mí.- Me levanté del sofá y le di un abrazo.- Voy a llamarle.- Cogí el teléfono que estaba sobre la mesa.

-Está bien.- Dijo riéndose.

La quería como la madre que nunca sentí tener. Le había cogido un cariño inexplicable. Desde el primer momento que la vi hubo una conexión especial que me transmitía cada vez que estaba cerca. Me sentía en deuda con ella.

-Simone.- Ella se volvió cuando escuchó su nombre. Juraría que estaba llorando...- El sábado que viene me gustaría ir al centro a comprar algo para este verano.- Su cara se iluminó y asintió con la cabeza. No se lo había dicho directamente pero ella entendió que no perdería a su hijo por mi culpa.

Subí las escaleras a una velocidad que ni yo misma sabía que tenía y entré en mi habitación. Cogí el cuaderno de anatomía y lo abrí por donde estaba apuntado el número de Adam. Lo marqué y esperé a que contestara.

-¿Sí?

-¿Adam?

-Sí, soy yo.

-Soy Elizabeth.

-¡Elizabeth! Pensé que no me llamarías. ¿Estás mejor? Mara me dijo que te fuiste porque te encontrabas mal.

-Sí, pero ya estoy bien.

-Me alegro.

-Te llamaba por si todavía seguía en pie lo de salir por ahí.

-¡Por supuesto!

-¿Cuándo podemos quedar?

-¿Cuándo te viene a ti bien?

-Mañana mismo está bien.

-¡Estupendo! ¿Mañana a las nueve?

-Vale. Nos vemos mañana.

-Hasta mañana, entonces.

Colgué el teléfono con un terrible remordimiento. Iba a utilizar a Adam para salvarme la vida. Ni siquiera estaba segura si él querría pero tenía que intentarlo. Sólo tenía hasta el martes como muy tarde y ese día estaría fatal como para hacer nada. Ya no había marcha atrás. Lo había decidido y había hecho planes. Por fin sería una vampiresa completa, por fin tendría mi primera vez aunque no como me la había imaginado pero tenía que hacerlo.

Me tiré en la cama pensando en qué hacer mañana y en cómo actuaría delante de él. No quería que se pensara que era una cualquiera que se acostaba con el primero que pasaba. No sabía que iba a hacer. No tenía ni idea de sexo, ni de cómo moverme o ponerme. Ya estaba decidido, lo haría.

¿Vivir por Tom? o ¿Morir para descansar?

Vivir por Tom.






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