Capítulo 5
Capítulo 5
Me desperté aturdida. No sabía que hacía en una enorme sala sin
muebles, sin ventanas y sin puerta. Me levanté del suelo muy despacio. Me dolía
muchísimo la cabeza como si me hubieran dado un golpe. Me llevé la mano hacia
el lugar de donde provenía el tremendo dolor. Cuando la quité estaba manchada
de sangre. Un delicioso olor entró por mis fosas nasales. Intenté averiguar la
fuente de ese dulce aroma. Mi nariz se paró justamente a unos centímetros de la
sangre que estaba en mi mano. El dulce olor venía de ahí. Me vi tentada a chupar
mi mano pero mi consciencia me lo impedía. Limpié la sangre en mi pantalón. No
quería ser como ellos. Yo no bebería sangre jamás. Sin darme cuenta, Tom
apareció delante mía con esa sonrisa tan sádica propia de él.
-Huir es de cobardes.- Repitió la misma frase que aquella vez en la
azotea de la biblioteca.
Me desperté sobresaltada y sudando. Había tenido ese mismo sueño el
sábado por la noche cuando intenté dormir. El domingo había pasado casi sin
darme cuenta y en cuanto llegué a casa después de las "compras" me
metí en mi habitación y no salí de allí para nada.
Mara había intentado entrar para animarme a salir, pero yo había
cerrado la puerta. Mi mente sólo le daba vueltas a lo sucedido el día antes con
Tom. Jamás en mi vida había sentido tanto miedo y lo peor no era eso sino que
lo tendría que ver todos los días.
Si antes no creía en las supuestos vampiros, ahora lo hacía. Tenía
miedo de las cosas que iba descubriendo poco a poco. Yo no quería beber sangre
como en mi sueño ni matar a personas para conseguirla.
No me extrañaba que Tom pudiera hacerlo pero no me imaginaba ni a Mara,
Andreas, Bill, Gordon y mucho menos a Simone haciendo tal cosa. Pero según lo
que había visto en las películas de vampiros (que hasta ahora casi todo era
mentira) si no bebía sangre me moriría.
Cada vez me sentía más frustrada. Cogía la cuchilla con la que hace
unos días, Mara me cortó y se volvía a repetir lo sucedido una y otra vez. La
herida se cerraba y no había señal alguna de lo que había ocurrido.
Mientras me tapaba la cara con las sábanas de la cama, me acordaba de
mis padres, de Shelly y de mi abuela, ella conocía a la familia Kaulitz. De
repente, todo me encajó. La abuela conocía lo que eran por eso se puso tan
nerviosa cuando me oyó hablar de ellos.
Un golpe en la puerta me sacó de mis pensamientos.
-Elizabeth, cielo, ¿puedo pasar?- Era, la para mí inconfundible, voz de
Simone. Tenía una voz tan dulce, tan tranquila... Dudé en dejarla pasar. No
quería ver a nadie pero me daba miedo quedarme sola.
-Sí.- Mi voz sonó quebrada como si hubiera estado llorando todo el día.
¿Lo había estado?La puerta se abrió lentamente y tras ella, pude ver a Simone
que entró con una dulce sonrisa.
-Hola. ¿Cómo estás?- Se iba acercando a mí poco a poco, como si tuviera
miedo de que la fuera a echar de la habitación.
-He estado mejor.- Yo también le sonreí.
-Darse cuenta de la verdad siempre es doloroso.- Doloroso, no, era como
si estuvieras constantemente viviendo una pesadilla de la que te gustaría
despertar.
-Pero hay maneras de que te expliquen la verdad. Supongo que no estaba
preparada para escucharla.
-Tom no es muy delicado. Te pido perdón siempre ha sido así.- Miró
hacia abajo. Parecía preocupada por el comportamiento de su hijo. Un momento,
¿cómo sabía ella que había pasado eso con Tom? ¿Se lo habría dicho él?
Reaccioné dándome cuenta que ella lo sabía.
-No tienes por qué disculparte. Es él el que debería hacerlo.- Tuve
miedo de decir lo que había dicho. Quizás Simone le dijera a Tom que subiera
para disculparse, éste subiría y por haberle dicho eso su madre (que pensaría
que se lo había dicho yo) me descuartizaría como me dijo, y quemaría mis restos
en la chimenea o se los daría de comer a los perros que había visto en el
jardín.
-¿Estás bien? Te estás poniendo pálida.
-Sí, es sólo que me estaba acordando de algo.
-Bueno. Mañana es tu primer día en la universidad. Ya Tom te dirá lo
que tienes que decir mañana.-¡NO! No quería que Tom me hablara. Me sentía
incapaz de mirarle a la cara.
-¿No puedes decírmelo tú?
-No, es él quien te ha inscrito. Tienes suerte, este año los chicos
están estudiando medicina. Te podrán ayudar en lo que necesites.
-Yo no sé si quiero ir a la universidad todavía. Todo esto está pasando
muy deprisa.- Simone se sentó en la cama y me dio un abrazo que hizo que todo
músculo de mi cuerpo se tensara. No me lo esperaba pero se estaba tan bien
entre sus brazos.
-Sé que es difícil pero lo superarás. Eres una chica muy fuerte y no
estás sola nos tienes a nosotros. Nunca te dejaremos.- Las lágrimas empezaron a
brotar de mis ojos. La abracé fuertemente como abrazaba a mi madre cuando era
pequeña aunque no era lo mismo, con ella me sentía protegida como si nada malo
pudiera pasarme estando entre sus brazos.
-Gracias.- No podía hablar estaba llorando como una niña y quería parar
pero no podía.
-No tienes por qué darme las gracias ahora nosotros somos tu familia y
en las familias se apoyan unos a otros.- Me secó las lágrimas y se levantó de
la cama.- Ya sé lo que puedes hacer para distraerte.- Dijo sonriendo de nuevo.-
La casa está vacía y yo me tengo que ir ahora, puedes ir a dar una vuelta y
conocerla mejor. ¿Qué te parece?
-Es una buena idea. Muchas gracias por todo.
-No quiero volver a verte llorar más. Ni una lágrima más, señorita.- Me
dio un beso en la cabeza y se fue tras un caluroso "adiós".
[...]
La casa era enorme. Llevaba contadas unas siete habitaciones en primera
planta ¡y todavía me quedaba otro pasillo! La casa (por llamarla de alguna
manera) tenía unas tres plantas, dos jardines, piscina y un garaje. No me había
atrevido a entrar en los cuartos, aunque ya había pasado por la puerta de la
habitación de Bill. Al fondo del enorme pasillo había otra puerta por lo que
supuse sería la habitación principal.
Una de las puertas cerca del cuarto de Bill estaba abierta, así que
empujé un poco para entrar. Sabía que no estaba bien cotillear pero la
curiosidad me podía. Era una habitación muy grande con las paredes blancas y
azules, con una gran cama de matrimonio en medio. Las ventanas estaban cerradas
sin dejar entrar ningún rayo de sol. No me atreví a encender la luz. Quizás no
me gustase lo que me podía encontrar.
Un escalofrío me invadió, como cuando me sentía observada días atrás.
La puerta chirrió y se cerró lentamente. No quería volverme, tenía mucho miedo.
¿No estaba la casa vacía?
Unas manos me rodearon la cintura y me pegaron a un cuerpo desconocido
cuyo propietario, supuse, sería un hombre por la falta de pechos en su torso.
Un lametón me recorrió el cuello y un suave susurro resonó en mi oído.
-No me gustan que entren en mi habitación sin permiso.- Los vellos se
me erizaron y sentí de nuevo como las piernas pronto dejarían de cumplir la
función de sujetarme de pie.
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