Capítulo 17

Capítulo 17


10 a. C.

-¡¿Qué piensas hacer ahora, Jörg?!- Mamá estaba llorando. Odiaba escucharla llorar y más si era por culpa de papá.

-¡Cállate! ¡No me dejas pensar!- Se pasaban así todo el día.

Me retiré de la puerta de los aposentos de papá y empecé a caminar rumbo al jardín.

Desde hace unas semanas todo se había vuelto muy raro. Ya no podíamos ir a jugar con Georg y Gustav y mucho menos salir solos. Mamá decía que era peligroso porque los señores malos nos podían coger y encerrarnos en jaulas. A mí me daba igual. Si un día unos de ellos me cogía, le arrancaría la cabeza de un bocado y le echaría los restos a Scotty.

Bill estaba sentado en el jardín jugando con un caballo que nos había regalado Dorotha. Me tiré en el césped junto a él. Me gustaba que el sol me diera en la cara y sentir el calor por todo mi cuerpo.

-Tom, ¿quieres jugar?- Bill me puso el caballo en la cara tapándome el sol.

-Bill, yo ya no soy un crío. Tú puedes jugar a los caballitos como un niño pero yo no soy como tú.- Bill me dio con el juguete en la cabeza.

-¡Sólo eres diez minutos más grande que yo!- Ya se había enfadado.

-Pues eso. Tú siempre serás diez minutos menos grande que yo.- Me gustaba picarle. Sabía que eso no le gustaba pero si no, no me divertía.

-¡Yo no soy un crío!- Bill se abalanzó sobre mí y empezó a pegarme. Aunque a veces doliera siempre era él el que acababa peor.

-¡Niños!- La voz de mamá hizo que paráramos. Venía tan guapa con ese vestido. Su pelo rojo brillaba mucho con el sol. Podría quedarme horas y horas agarrado a mi mamá.- No os peléis.- Se sentó como pudo en el césped. Era muy graciosa cuando lo hacía porque desde que se había puesto gorda no podía sentarse en el suelo con nosotros.

-Tom me está molestando.- Bill se abrazó a mamá.

-¡Eso no es verdad!

-Chicos.- Mamá me hizo un gesto para que me acercara a ella.- Tengo una idea. ¿Queréis tocar?- Bill sonrió afirmando con la cabeza. A él le encantaba tocar la barriga de mamá a mí, sin embargo, me daba asco.

Algo, no sabía muy bien el qué, se movía dentro. Mamá decía que era un bebé y que pronto tendríamos un hermanito con el que jugar. Yo no quería otro hermano sólo a Bill. Él era mi mitad, mi único hermano desde siempre y ese bebé no lo sustituiría.

-¡Cómo se mueve!- Mamá sonreía al ver a Bill tan contento. Y después no quería que le dijera que era un crío...

-Tom, ¿no quieres tocar?- La sonrisa de mamá era la más bonita que había visto nunca. Me quedaba embobado mirándola. Odiaba cuando papá hacía que su sonrisa despareciera.- ¿Cielo?

-¿Qué?

-¿Qué si quieres tocar?

-No.

-Venga, cielo. Seguro que tú hermanito quiere sentirte. No debe saber quién eres.- Me acerqué a mamá y le puse la mano en la barriga.

-No se mueve.- La sonrisa de mamá despareció.

-A ver, quita que tú no sabes.- Bill me apartó la mano y tocó él.- ¿Ves cómo sí se mueve?- Odiaba cuando hablaba con esa chulería.

-Es que a mí no me conoce. ¿A que sí, mamá?- La miré.- ¿Mamá?

-Será mejor que me vaya. La señora Harger estará al llegar.- Mamá se levantó como pudo y se fue.

Ese estúpido bebé no se había movido. ¡Pues ya no lo tocaría nunca más! Yo no era su hermano y nunca lo sería. Mi único hermano era Bill y sólo Bill. Cuando saliera ese bebé de la barriga de mamá seguro que mamá estaría más feliz y volvería a pasar más tiempo con nosotros. Ese bebé le hacia daño y ella lloraba. Cuando le preguntaba qué le pasaba ella decía que el bebé estaba jugando con ella pero a Bill y a mí no nos engañaba. Luego se pasaba días y días en la cama porque se ponía malita.

-Tom, ¿tú qué crees que va a ser?- Bill estaba poniendo bien una pata del caballo de madera.

-¿El qué?

-El bebé. ¿Niño o niña?- Todavía no lo había pensado. Nunca me había hecho esa pregunta.

-Perro.

-¡¿Perro?!- Gritó.

-Así Scotty tendrá un hermanito.- Me reí. Seguro que a Scotty le vendría bien.

-Yo quiero que sea niña porque así tendré de los dos.- Parecía ilusionado. Desde que papá y mamá nos habían dicho que íbamos a "ser uno más" todos estaban muy felices. Venía gente todo los días a casa a traer regalos a mamá. ¡Incluso le habían regalado un palacio a las afueras!

-¿Dejarás de quererme cuando nazca?- Esa había sido la pregunta que no había dejado de repetirse en mi cabeza.

-¡Claro que no! Tú siempre vas a ser mi hermano favorito.- La palabras de Bill me reconfortaron. Siempre seríamos él y yo y ningún bebé estúpido me quitaría a mi hermanito.


Dos meses después...



Todos estábamos esperando fuera de los aposentos. Papá no dejaba de dar vueltas de un lado para otro del pasillo. Los gritos de mamá se escuchaban hasta fuera del castillo. Llevaba así desde ayer por la noche y todavía no había parado. Sólo hacía entrar y salir gente con sábanas manchadas de sangre. De la sangre de mi madre.

Hoy había sido un día triste. Había estado lloviendo muchísimo y no habíamos podido salir a jugar fuera. Georg y Gustav vinieron ayer y nos dijeron que hoy se irían al río a bañarse. Se les habría estropeado el plan...

-¿De qué te ríes?- Bill me miraba serio.

-Los chicos no habrán podido ir al río.- Me hacía gracia que hubiesen ido y se hubiesen mojado y no por agua del río precisamente.

-Sí.- Bill y yo nos reímos.

-¡Callaos!- Papá nos gritó.- No quiero escuchar una mosca, ¿entendido?- Ambos asentimos. Papá daba miedo cuando se ponía así y ahora, no estaba mamá para calmarlo.

-Jörg, deja a los chicos.- La abuela y el abuelo venían andando acompañados de las doncellas de ella y los hombres que siempre iban con él.- ¿Cómo estáis?- Nos dio un beso a cada uno y se sentó a nuestro lado. Hacia mucho tiempo que no veíamos a los abuelos.

-Es una hermosa noche, hijo.- El abuelo puso la mano en el hombro de papá que estaba tan nervioso que pegó un bote cuando la sintió.

No sabía qué tenía esta noche de especial. Era rara. Llovía pero la Luna estaba fuera, los cuervos se asomaban por los ventanales y lo más raro, Dorotha, Kathia y todo el servicio había desparecido, menos los sacerdotes que estaban con mamá.

El mayor grito hasta ahora de mamá, rompió el silencio que se había formado. A continuación, el llanto de un bebé acompañado del ruido de los truenos. Todos miramos hacia la puerta esperando no sabía muy bien qué. La abuela, por el contrario, se levantó y corrió hacia papá.

El ruido de la puerta al abrirse hizo que percibiera un olor extraño. Nunca había sentido ese olor dulce y atrayente. ¿Sería el del hombre que salió de los aposentos de mamá? Llevaba un montón de sábanas en las manos. Sábanas blancas que se movían.

-Mi señor.- El sacerdote se arrodilló y entregó las sábanas blancas al abuelo. Ya no escuchaba a mamá y me estaba empezando a preocupar al igual que Bill que me miraba casi llorando.

Papá y la abuela rodearon al abuelo mirando aquel montón de trapos. Todo era tan extraño que me mosqueaba. Anoche mamá estaba muy mal pero era normal que se pusiera así desde que tenía a ese estúpido bebé dentro, aunque fue peor de lo que esperaba. Papá echó a todo el servicio y a los esclavos e hizo que llamasen a los sacerdotes para que vinieran. Desde entonces mamá gritaba y gritaba para tan sólo ver muchas mujeres salir con mantas llenas de su sangre.

-Niños, ¿queréis venir?- La abuela nos llamó. Bill y yo nos miramos y nos levantamos a la vez. Caminábamos a paso muy lento. Ambos teníamos una sensación rara en el cuerpo.

Cuando llegamos hasta donde ellos estaban, papá se agachó con las sábanas en los brazos hasta ponerse a nuestra altura. Movió un poco la sábana y nos dejó ver al causante de aquel olor dulce que había sentido antes. Era un bebé. Bill empezó a dar saltos de alegría. Tanto él como yo nos habíamos dado cuenta de quien era pero nuestras reacciones fueron diferentes. Él estaba feliz, yo, por el contrario, no sabía lo que sentía. Mi estómago se movía agitado y mis ojos no querían dejar de ver al bebé.

-¿Puedo cogerlo, papi?- Bill puso cara de pena para intentar convencer a papá. Y como siempre, le funcionó.

-Claro, pero ten mucho cuidado.- Papá se lo dio a Bill y éste más feliz que un cangrejo se puso a hacerle muecas al bebé lo que provocó que todo se rieran.

-Está dormido, tonto.- Le dije enfadado.- No te ve.

-Me da igual.- Seguía poniendo esas caras raras que pasaban inadvertidas por el bebé.

-Yo iré a ver a Simone.- La abuela se introdujo en los aposentos de mamá. Yo quería ir pero estaba seguro que no me dejarían.

-¿Quieres coger al bebé, Tom?- Papá me miraba serio. Ya no sonreía sino que me miraba esperando alguna respuesta de mi parte.

-No.- Papá miró al abuelo y éste me miró con extrañeza.

-¿Por qué no quieres?

-No me gustan los bebés y menos este.- Sabía que estaba mal porque era mi hermano pero prefería salir de allí lo antes posible.

Caminé por el pasillo bajo la atenta miraba de papá, el abuelo y Bill. Mis ojos ardían y me picaban mucho, la garganta se me secó y un nudo se formó en ella. Yo sólo quería ver a mamá, tocarla, besarla y decirle lo mucho que la quería. Pero en lugar de eso, me enseñaban al causante del dolor de mi madre.

Fui hasta la sala de los juguetes y cogí el caballo que nos había regalado Dorotha. No tenía ganas de dormir así que me puse a jugar con él. Los truenos no dejaban de sonar fuera al igual que las gotas cayendo al suelo. La única luz que entraba en la habitación era la de los relámpagos. A Bill le daban mucho miedo pero a mí no. Él era tan miedoso...

La puerta se abrió con cuidado. Papá apareció detrás de ella. Sabía que vendría en cuanto noté su olor acercarse. Parecía feliz pero sabía que en su interior le preocupaba algo. Aunque me costara reconocerlo, yo me parecía mucho a él. Mamá me lo repetía todos lo días. "Nunca sabré qué sientes realmente" me decía una y otra vez. A nadie verdaderamente le importaba.

-¿Por qué has hecho eso?- Papá se sentó en el suelo a mi lado. No me apetecía hablar y mucho menos con él en este momento.

-No lo sé.- Suspiró. Si ya de por sí odiaba a los bebés a este le odiaba más.

-Sé que sí lo sabes.

-Yo no quería ver al bebé sino a mamá.

-¿Y por qué no vas a verla? Simplemente, has decidido irte.- Papá se levantó e hizo un gesto para que lo siguiera. Me puse de pie y salí con él.

Los pasillos del palacio estaban en silencio. Ya no se escuchaban los gritos de mamá y mucho menos se podía sentir los nervios de papá.

Me abrió la puerta que me llevaría hasta mi querida mamá. El cuarto estaba iluminado por unas cuantas velas alrededor de la cama de mamá. Los abuelos y Bill estaban a su alrededor.

-¡Mamá!- Corrí hasta su cama, me subí y la abracé.

-Tom, cielo, ten cuidado.- Me separé rápidamente de ella cuando me dijo eso. No quería hacerle daño pero no pude aguantarme las ganas de abrazarla. Sonreía como siempre pero esta vez más radiante que nunca. Su ojos brillaban como nunca antes los había visto.- ¿Has visto al bebé?

-Sí.- Ella puso su mano en mi cabeza y la acarició. No sabía por qué una lágrima se escapó de mis ojos pero fui lo suficientemente rápido para apartarla y que mamá no se diera cuenta.

-¿Quieres?- Sabía a lo que se refería. No podía decirle a mamá que no quería coger al bebé porque se pondría triste. Y aunque me costó mucho esfuerzo, acepté.

El abuelo se acercó con las mantas que envolvían a mi (aunque no me gustara) hermano. Sonrió y me lo puso con cuidado en los brazos. Hice la suficiente fuerza para que no se me cayera. Mamá, con la delicadeza propia de ella, destapó la cara del bebé.

-Saluda a tu hermanita, Tom.- Me sorprendí al escuchar eso.

-¿Her-hermanita?- Miré a mamá incrédulo. Ella sonrió y miró al bebé con cariño. Yo la imité y me fijé en sus ojos.

Antes los tenía cerrados y no me percaté del parecido tan asombroso que tenía con los míos y los de Bill y sobretodo, con los de mamá. Tenía sus ojos y el rojizo dorado de su pelo. Mis ojos no se apartaban de los suyos y viceversa. No podía apartar la mirada de ellos. Me atraían más que los de mamá y eso era imposible.

Acaricié con cuidado su cara. Estaba tan suave y era tan delicada... Repetía el mismo movimiento una y otra vez. Me gustaba el tacto de su piel y a ella parecía que también porque se quedó dormida en mis brazos.

-Parece que le gustas, Tom.- Mamá la cogió y la puso en una cama muy pequeña al lado de la suya. Parecía de juguete.

-¿Cómo se llama?- Mi vista estaba perdida. Me llevé inconscientemente mi mano hacia mi nariz. Su olor estaba todavía en mi piel.

-Lilith.

-Lilith...- Susurré.

En ese momento no fui consciente de la importancia que tendría ese nombre para todos y cada uno de los que me rodeaban y para aquellos que ni siquiera llegarían a conocerla. Pero, en realidad, nunca llegué a preocuparme por eso. Yo siempre estaría allí para ella, Bill y mamá. Nada ni nadie les haría daño nunca porque yo me encargaría de aniquilar a todos aquellos que los hicieran llorar. Ese día, en el que la Luna brillaba con toda sus fuerzas con aquel color anaranjado, juré y perjuré que los protegería para siempre.

Pero las cosas habían cambiado mucho desde aquel entonces...

-Me siento mal.- Bill miraba el horizonte por donde ya estaba saliendo el Sol. Las luces de las casas iban desapareciendo poco a poco y pronto, tendría que ocultarme de nuevo.

-Olvídalo.- Fue mi única contestación a la frase que venía repitiendo Bill desde que vino a casa de Sasha a buscarme.

-Para ti es fácil decirlo. No le viste la cara cuando le hablé así.- ¿Por qué le daba tanta importancia a dos palabras con un tono más alto?

-Estoy seguro que la he visto en situaciones peores.- Bill era tan sentimental que por verla soltar una lágrima ya se sentía mal. Si hubiera visto lo que yo vi...

-La Luna brilla como aquel día.- Miré hacia arriba. La Luna estaba llena y anaranjada. Me fijé desde que empezó a oscurecer. Hoy se cumplía siglos desde que nació pero no estaba aquí para verla brillar por ella.

Ya nada era como antes. Todo se había desvanecido desde entonces. La gente iba en coche o moto, no en carruajes o caballos, ya los reyes no eran lo que fueron, y lo peor, nadie era consciente de que estaban rodeados por demonios, yo el peor.

Yo había sido el causante de revivir a la única persona que podría matar al peor demonio sin esfuerzos. Esta noche había sido especial y aunque los humanos no se dieran cuenta, también lo era para ellos. Las alarmas de los de mí especie se habían activado, los animales se movían inquietos, el mundo estaba empezando a ser diferente, las campanas de las iglesias resonaban sin nadie que las tocase y las figuras religiosas estaban empezando a llorar lágrimas de sangre, al igual que lo haría él. No descansaría hasta arrancarle el corazón con mis propias manos al igual que lo hice con su madre.


La cuenta atrás había comenzado.

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