Capítulo 13

Capítulo 13


Pequeñas gotas de lluvia caían sobre mi cara. Estaba despierta pero no quería abrir los ojos. Estaba relajada y tranquila como nunca en mi vida lo había estado. Me encontraba en paz conmigo misma y con mi alrededor. No sabía dónde me encontraba pero no me preocupaba en absoluto. Mi cuerpo flotaba sobre el agua dejándose llevar por la corriente. No me importaba nada en este momento, me daba igual si a mi alrededor se iniciaba una guerra o explotaba una bomba a mi lado, no me movería lo más mínimo.

En mis labios cayó una de las gotas que caían sobre mí. Me lamí los labios para saborear aquel preciado sabor a nada. Cuando lo hice, noté como no era ese el sabor del agua. Era un sabor dulce, muy dulce, haciendo que mi cuerpo pidiera más de ese extraño líquido.

Abrí los ojos para ver de qué tipo de elixir se trataba. Mi cuerpo dejó de flotar para sólo mantener mi cabeza fuera del agua. ¡No era agua sino sangre!

Me moví nerviosa entre ese fluido rojo. Estaba rodeada de sangre por todos lados. Mi cara y mi pelo estaban manchados. Nadé lo más rápido que pude intentando buscar algo a lo que agarrarme.

Después de llevarme un buen rato intentando buscar algún sitio para salir de aquel infierno rojo, mi cuerpo dejó de moverse. Quería nada y salir de allí pero algo me lo impedía. Mi pie se había quedado enganchado en algo que no me permitía moverlo. Notaba como esa cosa estiraba de mí hacia el fondo. Me movía rápidamente, intentando mantener mi cabeza fuera pero era imposible. Lo que fuera que me estaba agarrando, no me soltaba.

Mi cabeza se hundió. Llené los pulmones de aire para aguantar lo máximo posible dentro. Abrí los ojos para intentar averiguar qué era eso que no me dejaba salir y poder soltarme. Intentaba ver algo pero me era casi imposible. Miré mi pie enganchado en algo y llevé mis manos hasta el. No era una rama ni nada por el estilo sino una mano. Intenté nadar hacia afuera, me estaba quedando sin aire y no aguantaría mucho más.

La mano me arrastraba hacia el fondo con muchísima fuerza. En mis pulmones no quedaba aire y el miedo tan sólo hacía que mi cuerpo consumiera más. Miré en dirección hacia donde me sumergía. Alguien salió de allí poniéndose enfrente mía. Solté el poco aire que me quedaba cuando vi de quién se trataba.

Tom estaba con los ojos abiertos y sin ninguna expresión en el rostro. Sus manos agarraron cada uno de mis brazos, inmovilizándome. Me estaba mareando y la vista se me nublaba.

Me mostró sus afilados colmillos y chupó mi cara de la misma manera que lo hizo aquella vez. Me mente estaba a punto de caer en la inconsciencia cuando un fuerte dolor se apoderó de mi cuello. Vi como una sangre más oscura que la que me rodeaba, se deslizaba ante mis ojos. El dolor había desaparecido para dar paso a una sensación increíblemente extraña. No era dolor sino algo parecido al placer.

Me abandoné en sus brazos. Mostrándome débil ante él. En ese mismo momento me hubiera dado igual lo que hubiera hecho conmigo porque le hubiera permitido todo.

Abrí los ojos con lentitud. Sentí mi cuerpo sobre algo blando y cómodo y giré la cabeza para ver donde me encontraba. La habitación estaba casi a oscuras por lo que la tarea se me hizo más complicada.

Reconocí casi al instante que me encontraba tumbada en una cama. A mi lado derecho se encontraba una lámpara. Busqué el interruptor para encenderla. La luz que desprendió no era demasiado fuerte sólo lo suficiente para ver la habitación.

Sentí algo moverse a mi lado. Giré la cabeza lentamente, asustada. Mi mente y mi cuerpo no dieron crédito a lo que veían mis ojos. ¡Tom estaba durmiendo a mi lado! Pegué un bote en la cama que hizo que me cayera de ésta.

Intenté no hacer demasiado ruido pero fue imposible al ver que estaba desnuda. Una idea muy descabellada se me cruzó por la cabeza. ¡¿Qué hacía yo con Tom metida en la cama y desnuda?! No me acordaba muy bien de lo que había pasado después de meterme en el coche de Tom pero deseaba con todas mis fuerzas que no hubiera pasado nada extraño mientras estaba inconsciente.

Me volví a meter en la cama después de buscar con la vista mi ropa por toda la habitación. Me daba miedo acercarme a él. Parecía tan tranquilo y apacible ahí dormido. Tom sí estaba vestido pero con ropa distinta a la de la pasada noche, lo que hizo que no me asustara tanto por lo que pudo haber sucedido.

Era tan perfecto que casi producía placer el mirarlo. Estaba por encima de las sábanas sin tapar.  Nunca me había fijado tan bien en él como en este momento. Sus ojos cerrados, su piel perfecta y ese piercing en el labio, eran de lo más tentador. ¡¿Pero qué hacía pensando esas cosas?! Me golpeé a mi misma la cabeza por pensar esas cosas.

Me di cuenta que desde la comisura de los labios hasta la barbilla, había una mancha alargada de un color marrón. Me di cuenta que esa mancha se trataba de sangre. Guié uno de mis dedos hacia ese lugar para limpiarle, cuando la mano de Tom voló hasta alcanzar mi muñeca y detenerla.

Sus ojos se abrieron y me miraron. En ese momento debería de haber sentido algo extraño en mi cuerpo como cada vez que me miraba, pero en lugar de eso, no sentí nada.

-No late.- Susurré.- ¡No late!- No daba crédito a lo que sentía, bueno, en este caso, a lo que no sentía. Que mi corazón no latiera sólo podía significar una cosa...

-¿De qué te sorprendes? Sabías que pasaría.- Me soltó y se levantó de la cama. Tenía razón, ¿de qué me sorprendía?

Mientras se miraba en el espejo, arreglándose las trenza, me acordé de la pasada noche. Tom se había puesto como un loco por lo de Adam. ¿No se alegraba porque al final no iba a morir?

-¿Por qué fuiste por mí?- Seguía mirándose en el espejo sin ni siquiera volverse, aunque sabía que me miraba a través del espejo.

-Andreas no hubiera llegado a tiempo.

-Tú tampoco llegaste a tiempo.- Bajé la cabeza recordando la locura que había hecho. Noté al instante su mirada clavada en mí.

Levanté la cabeza para observarle. Algo dentro de mí, no sabía muy bien qué era, se agitó. Una descarga eléctrica, un pinchazo en el estómago y una sensación extraña, fueron algunas de las cosas que sentí cuando le vi acercarse.

-¿Crees que llegué tarde?- Estaba de pie delante de la cama, observando mis reacciones. Intentaba ponerme nerviosa y lo estaba consiguiendo.

-Si pretendías que no me acostara con Adam, sí.- En su cara se formó una mueca de desagrado. Al parecer, no le gustaba escuchar su nombre.- Pero si por el contrario, lo que querías era recogerme, creo que llegaste a tiempo.-  Me costó sudor y lágrimas decir todo eso sin pararme a pensarlo aunque quizás me ayudó no mirarle...

-Entonces, sí que llegue tarde.- La cama se hundió a mi lado. Se había sentado y me estaba intimidando.

- Era lo mejor para los dos...- Rodeé mi cuerpo con la sábana y me levanté. Él me imitó, siguiendo mis pasos hasta el espejo.

-Lo mejor para ti y para él, no para mí.- Se había puesto a mi espalda, haciendo que me pusiera muy nerviosa.

-¿Por qué no te cae bien Adam?- Sus ojos se entrecerraron. Quizás me dijera algo como "a ti qué te importa" típico de él.

-Es un gilipollas y además...- Me agarró e hizo que me diera la vuelta poniéndome cara a cara con él.- ...le gusta tocar mis cosas.- Ese odioso "crack" que había sentido la noche anterior, volvió aparecer. Ese sentimiento tan extraño que recorría todo mi cuerpo, se apoderaba de mi estómago y hacia que no pensara con claridad.

-No...no ha to...cado nada...tuyo.- Parecía estúpida hablando así. Tom sonrió con malicia. No sabía qué daba más miedo, cuándo sonría o cuándo estaba serio.

Me acorraló entre la mesa que estaba debajo del espejo y él. Sus manos se posaron a cada lado del mueble tapándome cualquier tipo de salida. Desvié la mirada hacia el enorme ventanal tapado por las cortinas rojas de terciopelo. No sabía si pegarle una patada y salir corriendo pero, aunque odiara pensar esto, quería quedarme quieta.

Algo húmedo recorrió mi cuello. Su cabeza estaba metida entre la mía y mi hombro, y nuestros cuerpos tan sólo separados por mis manos, que cogían la sábana para que no se cayera. Su lengua paseaba cómodamente por mi cuello haciendo que me estremeciera el simple contacto. Sus colmillos acariciaron la piel de mi cuello. Sabía que iba a morderme como lo había hecho en otra ocasión pero no sentía miedo sino que era como si mi cuerpo necesitase sentirlo de alguna manera.

Alguien golpeó la puerta. Tom se detuvo y miró en dirección a ésta con mala cara. Me vi tentada a agarrale de la camiseta cuando se separó de mí para abrir la puerta. Cuando me mordía dolía mucho pero ahora quería que lo hiciese.

Abrió la puerta y apareció detrás una chica morena con algo en las manos.

-Traigo la ropa, señor.- Tom se echó a un lado para que pudiera pasar. La chica dejó la ropa en la cama y se marchó, no sin antes mirarme de arriba a bajo de reojo y hacer una extraña reverencia a Tom.

Dio un portazo bastante fuerte cuando la chica se fue. Permanecía de pie en frente de la puerta dándome la espalda. Es esos momentos me preguntaba en qué estaría pensando.

Mi garganta empezó a secarse cuando un aroma que nunca había olido llegó hasta mi nariz. Tragué saliva para hidratar aquella zona que se hacía rasposa poco a poco. Sentí mis ojos arder y mis piernas moverse solas en dirección a Tom. Una fuerza superior a mí me obligaba a ir hacia él sin querer. Mi cuerpo y mi mente tan sólo percibían ese dulce olor que provenía de él.

Me situé detrás de él hasta que éste se dio cuenta de mi presencia y se dio la vuelta. En lo primero que me fijé fue en su muñeca sangrando manchando la mano que lo sujetaba. Sus ojos azules casi blancos y su boca entreabierta dejándome ver sus colmillos, era una escena de lo más aterradora. La boca se me hacía agua observando como su sangre salpicaba el suelo haciendo el mismo ruido de las gotas de la lluvia al caer.  Quedé hipnotizada mirando aquel fabuloso líquido rojo deslizarse por su mano, su brazo hasta el codo y luego llegar al suelo, donde ya se estaba formando un charco.

-Bebe.- Le miré con los ojos abiertos como platos. Aunque fuera lo que más me apetecía en este momento, no lo haría.

-N-no.- Rodó los ojos cansado. Los míos observaban como la sangre iba cesando. Su boca se paró justo en frente de la herida, la abrió y se mordió. Me llevé las manos a la boca intentando no gritar. Por su barbilla bajaba su propia sangre escurriéndose por cuello.

-Bebe.- Me tendió de nuevo su brazo.- Se va a cerrar.- Negué con la cabeza varias veces mientras mantenía mi boca tapada con mis manos. Suspiró desesperado y con la otra mano agarró mi cara fuertemente. Me hacía daño apretando con tanta fuerza por lo que tuve que agarrarle del brazo para que me soltase. Era imposible que tuviera tanta fuerza con una sola mano. -Vamos.- Me puso en frente a su brazo. El olor inundó mis fosas nasales e hizo que algo dentro de mi boca saliera lo que provocó que Tom sonriera de esa forma que hacia que se te helara la sangre.

Me soltó y acercó más si cabía, su muñeca a mi boca. Aunque mi mente me dijera que no, mis manos se abalanzaron hacia su brazo atraiéndolo hacia mí. Pasé mi lengua por su muñeca sintiendo el mismo sabor que creí sentir en mi sueño. Mis colmillos se clavaron en su piel. Sentí como rasgaba la carne y mi boca se llenaba de aquel maravilloso líquido que no dudé en tragar. A Tom se le escapaban pequeños gemidos de dolor cuando yo empezaba a succionar. Por mis venas corría fuego y mi cabeza sólo estaba pendiente de aquel maravilloso sabor.

-Basta.- Su voz sonaba ahogada.- ¡Basta!- Apartó su brazo de mí tan rápido que casi me caigo.

-Lo siento.- Notaba como mis ojos ardían y mis colmillos chocaban contra mis labios al hablar.

-Tienes que aprender a controlarte.- Su respiración estaba agitada al igual que la mía. Pasé mis dedos por mi boca para limpiar la sangre que caía por mi cuello y se colaba por debajo de la sábana que tapaba mi desnudez.

Tom empezó a ir hacia la puerta. ¿Que pasaba? ¡¿Se iba?! ¡Ni siquiera sabía dónde estaba y me iba a dejar sola!

-Vístete, vendré en diez minutos.- Abrió la puerta y se paró antes de salir.- No menciones ni una palabra de lo que ha pasado.- Se dio la vuelta mirándome.-Será nuestro secreto.- Y se fue.

Corrí hacia el espejo. Mis ojos pupilas apenas se podían distinguir del resto del ojo. Tenían un color azulado casi blanco con sólo un pequeño punto negro en medio. Abrí la boca para ver mis colmillos pero ya no estaban. ¿Todo esto significaba que ya era una vampiresa? ¡Haberlo hecho con Adam había funcionado! Por un lado estaba contenta porque al final todo se había solucionado pero por otro lado, me sentía mal por Adam. Sabía que me pasaría esto antes de hacerlo pero que Tom le hubiese pegado tan sólo empeoraba ese sentimiento de culpabilidad.

Cogí una toalla que estaba encima de la cómoda y la mojé en una pila llena de agua. La pasé por la boca y el cuello limpiando cualquier rastro de lo sucedido minutos antes. "Nuestro secreto", esa frase se me repetía una y otra vez mientras me limpiaba. Todavía no me creía lo que había hecho. ¡Había bebido su sangre y por muy extraño que pareciera, me había gustado! Tenía entendido que los vampiros sólo beben la sangre de los humanos y no la de otros vampiros pero como dijo Mara una vez: "Las películas han hecho mucho daño".

Me quité la sábana para empezar a vestirme. Mi pelo cayó por mi espalda hasta el final de ésta. Me quedé impresionada cuando lo vi tan largo y liso. ¿Cómo me había crecido tanto? ¡Incluso mi cuerpo había cambiado de nuevo! Mis curvas estaban mucho más definidas estilizando mi figura. Mis ojos se habían vuelto del mismo color que los de Tom y Bill, mi piel más pálida y sin rastro de imperfección. ¿Esto significaba que era una vampiresa por completo?

Me senté en la cama a esperar que viniera. Su olor aún permanecía en ella. Todavía no me creía lo que había hecho, le había chupado la sangre a Tom, ¡a Tom! y lo peor de todo era que me había gustado. Su sangre sabía tan bien que desde que la bebí me encontraba como en otro mundo. Las preocupaciones y la angustia que había sentido por Adam había desaparecido para dar paso a un estado de éxtasis en el que todavía me encontraba. Ahora era una vampiresa y lo notaba en todo mi cuerpo. Me sentía muy bien, sin una pizca de cansancio o malestar como en los últimos meses.

La puerta se abrió y apareció Tom con distinta ropa y sin una mancha de sangre. Sin duda, el aura de que desprendía era muy distinta a la de los demás. A veces, me preguntaba en qué estaría pensando pero después de unos segundo terminaba por darme por vencida. Su vista siempre se dirigía un lugar en ninguna parte. Parecía tan solitario, triste y despreocupado que desde que llegué, jamás le había visto sonreír.

Me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Me resultaba muy complicado andar por lo apretado que tenía el vestido. Me había costado mucho cerrar la cremallera por la altura de los pechos y mucho más, intentar recogerme todo el pelo. Siempre había llevado el pelo por la altura de los hombros y ahora lo tenía casi hasta el fin de la espalda.

Tom iba por delante de mí, andando sin mirar atrás. Resultaba muy difícil seguirle con estos taconazos... El pasillo era tan largo que parecía no tener fin y había un montón de puertas a los lados de las cuales, en alguna de ellas, se escuchaban gritos realmente aterradores por lo que supe que no estábamos solos en aquel lugar.

Empezamos a bajar unas escaleras de mármol preciosas decoradas por una alfombra de un rojo intenso en medio que recorría toda la longitud de ésta y alumbradas por velas a los lados.

-¿Dónde estamos?- Yo sólo miraba a mi alrededor intentando averiguar dónde me encontraba, sin ningún éxito. Todo esto no me era nada familiar pero tenía una extraña sensación respecto a este lugar, apenas iluminado.

-¿Que más da?- Seguía bajando sin detenerse. ¡¿Cómo qué que más daba?!

-A mí sí me importa.- Lo que pretendió ser un grito por mi parte, se transformó en un susurro casi inaudible. ¿Por qué no había podido gritarle?

Se paró a cuatro peldaños de mí y yo le imité. ¿Se habría enfadado por lo que le había dicho? Me estaba poniendo nerviosa al ver que no decía nada.

-Tienes miedo.- Observé como poco a poco, su cuerpo se iba poniendo más tenso. Las pequeñas llamas de las velas empezaron a temblar haciendo que millones de sombras se movieran a nuestro alrededor.

-N-no.- Vale, estaba cagada. Las reacciones de Tom eran tan dispares que por la situación pensé en que se volvería y me mataría.

-No era una pregunta.- Siguió bajando con los puños apretados. La tensión se podía cortar con un cuchillo.

Seguimos bajando hasta llegar a un enorme salón. Me quedé con la boca abierta, literalmente, cuando vi aquellas escena. Había un montón de gente haciéndolo entre todos. Los gemidos eran ensordecedores y las escenas vomitivas, obscenas y sucias.

Todo el mundo paró cuando se percataron de nuestra presencia. Los ojos de todos ellos se dirigían hacia a Tom, a continuación se tiraron en el suelo con las manos delante de la cabeza en dirección a él. Había visto esa escenas en muchas películas cuando entraba un rey o algo parecido y todo el mundo le hacía esa reverencia. ¿Por qué se lo hacían a Tom?

Tom se volvió y me miró. Mis ojos estaban clavados en aquella rara escena. Todos desnudos e inclinados hacia nosotros cuando minutos antes estaban haciéndolo de la manera más sucia que jamás habría imaginado.

Me cogió la mano y tiró de mí para bajar los pocos peldaños que me quedaban. Sentir su tacto sobre mi piel había provocado que todo mis sentidos se hubieran reducido al del tacto sólo para sentir aquella conexión. El contacto de su mano con la mía me provocaba pequeñas descargas eléctricas por todo el cuerpo.

Cruzamos todo el salón corriendo sin ni siquiera detenernos un segundo. Aquellas personas seguían agachados en la misma dirección. Todo esto era tan raro y escalofriante. El ambiente de ese lugar era extraño que me producía la misma sensación que cuando me quedaba sola en mi cuarto y a oscuras a los seis años. La sensación de que alguien te observa, el miedo, las ganas de gritar y llamar a tu madre para que viniera. En ese momento me encontraba así...como una niña asustada en una habitación a oscuras.

-¿Dónde vas tan deprisa?- Tom paró en seco. Frente a nosotros se encontraba un hombre de la misma estatura que Tom, moreno y vestido de una manera muy parecida a la de Bill. Sus ojos eran como los míos, la misma forma, el mismo color...

-Nos vamos.- La voz de Tom sonó casi como un susurro. Su mano apretó la mía con más fuerza que antes.

-Quedaos a desayunar. Seguro que estáis muertos de hambre.- Me miró y sonrió. Esa sonrisa era tan parecida a la de Tom... Echó a un lado a éste haciendo que Tom me soltara y se paró frente a mí.- Te pareces tanto a tu madre.- Su mano se deslizó por mi cara acariciándola suavemente.

-¿Co-conocía a mi madre?- Enarcó una ceja al yo formular la pregunta. Parecía no entender lo que le decía.

-Nos tenemos que ir.- Tom dio un paso hacia delante y le dio un pequeño empujón a aquel hombre en el hombro. Se puso entre él y yo rompiendo el contacto entre nuestras miradas.

-Entiendo... Dale recuerdos a mi querida hermana de mi parte.

-Descuida... padre.- Me sorprendí cuando escuché a Tom decirle "padre". No sabía cómo no me había dado cuenta antes. El parecido entre ellos era más que notable.

Tom volvió a agarrarme para salir de allí. Mientras caminaba hacia la puerta notaba como la miraba de aquel hombre nos observaba. Los pasos de Tom eran decididos y rápidos, tanto, que incluso me costaba ir tras él.

Dos hombres nos abrieron la enorme puerta, no sin antes, hacernos una reverencia. ¿Qué le pasaba a todo el mundo?

La luz del exterior impactó contra mis ojos haciendo que me soltara del agarre de Tom y retrocediera hacia el interior. Me llevé las manos a los ojos protegiéndome de los rayos del sol.
Jamás la había sentido tan intensa y luminosa. Era como si me hubieran puesto de cara al sol.

-Toma.- Quité las manos de los ojos con cuidado y vi como Tom me tendía unas gafas de sol.

-Gracias.- Las cogí y me las puse.

Las puertas se cerraron cuando salimos fuera. La lluvia de anoche había dejado el suelo mojado y un olor a humedad propio del otoño. Aún se podían ver algunas nubes en el cielo de la noche anterior en la que mi vida había cambiado.

Caminábamos por un camino de piedras rodeado de jardines con rosas rojas y negras. Nunca había visto rosas negras, eran tan bonitas. Me vi tentada a coger una aunque no fuese la acción más correcta. ¿Por qué acabar con la vida de aquella flor? Paré justo en frente de una rosa roja preciosa. Sus pétalos parecían de mentira tan rojos y perfectos.

-¿Por qué te paras?- Tom estaba a unos dos metros de mí. Miró las rosas y volvió a mirarme.

-Me gustan las rosas.- Sentía como si ya hubiera vivido esto, como si ya hubiera estado aquí y hubiera tenido la misma conversación.

-Coge una y vámonos.- Empezó a andar de nuevo dándome la espalda.

-No es justo.- Tom se paró y se volvió.

-¿El qué no es justo?

-Que acabe con su vida simplemente porque me gusta... No es justo.- Tom suspiró y saltó al jardín donde estaban todas las rosas. Se paró justo delante de la rosa roja en la que me había fijado antes. La arrancó con un suave movimiento y se quedó mirándola.

-Toma.- Estaba a mi lado tendiéndome la flor. Era sorprendente como pasaba de un lugar a otro tan rápido que era imposible verlo.

-Gracias.- Sin duda, Tom era una caja de sorpresas. Su actitud me dejó perpleja. Nuestros dedos se tocaron fugazmente haciendo que Tom retirase su mano a la velocidad de la luz y empezara a andar de nuevo.

 Empecé a caminar detrás de Tom con la flor en mi mano. Acaricié suavemente uno de sus pétalos. Su tacto era como el terciopelo, incluso a la vista lo parecía. Sabía que jamás había visto una flor como esta pero la sensación de haber vivido esto antes no paraba de repetirse.


[...]


El viaje en coche se había vuelto silencioso. Tan sólo se escuchaba el ruido del motor y el de los coches pasar por nuestro lado. Tom permanecía en silencio y tan sólo conducía sin mover la mirada de la carretera ni un segundo.

Cuando llegara a casa metería la rosa en agua para que no se marchitara. Estaba tan nerviosa por llegar a casa que las manos estaban empezando a temblarme. Quería ver a Andreas, a Simone, a Gordon, a Bill, y por qué no, también a Mara. Tenía ganas de abrazarles y contarle a Andreas todo lo que me había pasado. Me encontraba genial y estaba empezando a ver las cosas de una manera distinta. Una de las cosas que veía diferente, era precisamente "ver". Incluso con las gafas seguía viendo igual a como veía antes. Con las gafas los colores dejaban de brillar de esa manera desmesurada para dar paso a unos colores menos brillantes. No podía parar de observar a cada persona que caminaba por la calle. Todos parecían tan ajenos a lo que sucedía a su alrededor. Estaba segura que ninguno de ellos conocía la existencia de vampiros. Seguro que alguna vez se habían tropezado con uno por la calle o incluso, han trabajado, han hablado o se han enamorado de alguno. Lo último debía ser lo peor. ¿Cómo te puedes enamorar de un vampiro? Viven para siempre, no se hacen viejos nunca y tú vas envejeciendo poco a poco mientras observas que ellos no cambian.  El aire misterioso que les rodea y su presencia imponente tienen que hacer que te sientas atraída por ellos.

Reconocía a muchos vampiros entra la multitud. Pasaban desapercibidos fácilmente. Niños pequeños, mujeres, hombres... habían muchos entre los humanos. Hace un año, yo era igual que ellos. Quizás, también me había encontrado con alguno y no me había dado cuenta de nada. Los vampiros permanecían en la oscuridad sin demostrar quienes eran realmente. En eso se basaría mi vida a partir de ahora. En ocultarme en la oscuridad y mostrarme al mundo de una manera distinta.

Miré por el rabillo del ojo a Tom. Él había nacido como vampiro y había tenido que fingir toda su vida que era normal. ¿Cómo se sentiría? Nunca había demostrado una señal de felicidad en su rostro. Había visto a todos reírse y pasárselo bien menos a él. Una sonrisa era lo único que me faltaba ver en su cara.

-¿Quieres una foto?- Me sobresalté al escucharle. Se había dado cuenta que lo estaba mirando pero ¿cómo? Ni siquiera me había mirado una sola vez.

Volví de nuevo a mirar por la ventanilla. Incluso pensé que me había puesto roja. ¡Qué vergüenza! Me sentía francamente estúpida.

-¿Por qué no sonríes?- Aquella pregunta me salió de lo más profundo de mi ser. Yo seguía mirando por la ventanilla del coche como la gente disfrutaba de aquel soleado día de domingo.

-¿Por qué lo preguntas?- Su mirada no se apartaba de la carretera. Su expresión no había cambiado ante mi pregunta aunque diría que la situación le hacia gracia.

-Nunca te he visto sonreír.- Se me había formado un nudo en el estómago. Hablar tan directamente con él era algo que no había hecho. Había tenido más conversación con Tom en dos días que en todo un año.

-Eso no significa que no lo haga.- Me había pillado. Era verdad. Él me odiaba, me lo dejó claro desde el principio. ¿Por qué iba a sonreír delante de alguien a la que odia?- ¿Por qué no sonríes tú?

-¡Yo sí sonrío!- Lo miré enfadada. Enfado que se me quitó en cuanto nuestras miradas se cruzaron. Aparte mi vista de su mirada penetrante.- Lo hago siempre, tú, sin embargo, sólo sonríes para asustarme.- La voz que me salió era parecida a la de una niña pequeña porque era así como me sentía. Pequeña e indefensa ante él.

-Lo sé.- El coche se paró en un aparcamiento en el que no había ningún coche salvo el nuestro.

No me dio tiempo a contestarle cuando Tom se bajó del coche, dio la vuelta a éste y abrió mi puerta. Supuse que quería que bajase. ¿Por qué nos habíamos parado de repente?

-Baja.- Estaba temblando con la rosa en mi mano.- No voy a hacerte nada.- Tom pareció darse cuenta de mi nerviosismo y de lo que estaba pensando.

Bajé con cuidado. Entre los tacones y el vestido que me apretaba, apenas podía moverme. Notaba la presión del vestido sobre mis pechos y como la cremallera de atrás amenazaba con romperse. Tom cogió la rosa del asiento del copiloto donde la había dejado yo, y se la llevó con él al maletero. Vi como lo abría y empezaba a rebuscar en el.

Estábamos en un lugar solitario. No se escuchaba ni un murmullo sólo el sonido de algún coche en la lejanía. En frente de mí, había una casa vieja y desvalijada. Parecía que se caería en cualquier momento.

-Ponte esto.- Tom llevaba en sus manos una sudadera XXXL de las que él se ponía.

-¿Pa-para qué?

-Eso va a estallar en cualquier momento.- Dirigí mi mirada hacia mi escote. Estaba apretada por todos lados. Si respirase haría tiempo que me hubiese muerto.

-No mires...- Tom enarcó una ceja y suspiro. Me dio la sudadera y se volvió.

Miré a mi alrededor por si había alguien que pudiese verme. Puse la sudadera encima del capó del coche. La tarea de bajarme la cremallera se había vuelto más difícil de lo que pensaba. Por mucho que quisiera, no bajaba. Por un momento pensé en llenar mis pulmones de aire y reventarla pero me daba pena, era un vestido muy bonito.

-Esto...Tom...- Tom se dio la vuelta y me miró cansado.- ¿Puedes bajarme la cremallera?- Era la situación más extraña en la que me había encontrado. Sentía mis mejillas arder por la vergüenza.


Pareció pensárselo un momento pero al cabo de unos segundos levantó la cabeza y me miró.

-Date la vuelta.- Asentí e hice lo que me ordenó. Eché mi pelo hacia delante para que no le molestara.

Sentí la presión que hacia sobre la cremallera y como intentaba bajarla sin éxito. Una de sus manos se posó sobre mi espalda para apoyarse. Era tan suave y cálida... No se movió lo más mínimo sino que permaneció parado allí. Otra vez, las descargas eléctricas recorrían mi cuerpo pero esta vez con más intensidad. Cada vez que me había tocado, lo había hecho bruscamente y sin ningún miramiento pero ahora, lo hacia con delicadeza. Noté como la cremallera descendía lentamente por mi espalda hasta llegar al final. Sentí un gran alivio cuando la presión desapareció. Su mano aún permanecía sobre mi piel. No la quitaba y yo tampoco quería que lo hiciese. Me sentía tranquila y relajada, sin ningún tipo de preocupación. El mundo pareció detenerse en el instante en el que su mano empezó a bajar por mi espalda. Abrí los ojos incrédula. Todo a mi alrededor desapreció para tan sólo quedarnos él y yo en medio de la nada.

-Date prisa.- Su mano se retiró con brusquedad. Me volví agarrando el vestido para que no se cayese.

Tom se había dado de nuevo la vuelta. Me bajé el vestido y me lo quité. La noche anterior había sido Adam el encargado de quitármelo y hoy había sido Tom. Vi como se sacaba un paquete de tabaco del bolsillo, sacaba uno y se lo fumaba. Un montón de humo empezó a ondear en el aire mientras Tom se volvía a meter el paquete en el bolsillo.

Cogí su sudadera para ponérmela. Desprendía su olor. Me subí la cremallera lo más arriba que pude. Me llegaba casi por las rodillas y las mangas me estaban muy grandes, al igual que todo lo que rodeaba mi cuerpo.

-Ya.- Me miró de arriba abajo para luego fijarse en mi cara. Aseguraría que se fijó porque estaba roja como un tomate.- ¿Dónde pongo el vestido?

-Tíralo. No creo que te vuelva a servir.- Empezó a andar hacia aquel edificio en ruinas que había visto antes.

Caminaba a dos metros de distancia de él con el vestido en la mano. No entendía por qué íbamos a aquel lugar. Aún podía sentir su mano en mi espalda. Se había quedado clavaba con fuego en ella. Cada vez que me acordaba de lo que había pasado, escuchaba de nuevo ese "crack". Algo se rompía poco a poco dentro de mí y tenía miedo de descubrir que era.

Entramos en aquella casa vieja. Dos hombre enormes estaban delante de una puerta grande de madera que no concordaba en nada con la casa. Pude notar al instante, que ellos también eran vampiros. Al igual que todas las personas que había visto hoy, aquellos dos hombres también nos hicieron una reverencia.

-Tira esto.- Tom cogió mi vestido y se lo dio a unos de los hombre que aún permanecía inclinado hacia delante.

-Sí, señor.- Lo cogió y se marchó. El otro, nos abrió la puerta dejándonos ver lo que había tras ella.

Era un lugar cargado de una energía extraña. Tom empezó a caminar hacia el interior y yo le seguí. Era enorme, con una barra y sofás con mesas pegados a la pared, rodeando aquel inmenso sitio. A los lados de la barra, vi grandes jaulas y elevadas plataformas.

-¡Hey, Tom!- Unos chicos, vampiros también, estaban sentados en uno de esos sofás con unas cervezas en la mano. Eran dos chicos rubios (uno más que el otro), uno con el pelo largo y liso, y el otro con el pelo corto y gafas. 

Tom se dirigió hacia ellos y se sentó al lado del chico de las gafas. Yo permanecía parada delante de la puerta observando como hablaban entretenidos. Uno de ellos dijo algo que hizo que los dos chicos me mirasen y empezaran a reírse. Me estaban empezando a cabrear con tanto cachondeo.

-Guapa, ¿por qué no te sientas con nosotros?- El chico del pelo largo levantó la mano para captar mi atención.- ¡Vamos, acércate!- Empecé a andar despacio hasta ellos.

Sobre la mesa había dos jarras de cerveza y unos papeles desordenados. Los dos chicos me miraron, analizando cada detalle.

-Siéntate.- El chico de las gafas se movió hacia el lado de Tom. El que me había llamado dio unos golpecitos en el hueco que se había formado a su lado. Me senté lo más lejos de él que pude.- Me llamo Georg.- Me tendió su mano en señal de saludo.

-Elizabeth.- No se la cogí sino que miré hacia otro lado. Me sentía incómoda entre ellos.

-Yo soy Gustav.- El chico de las gafas habló por primera vez. Él no me dio la mano sino que cogió su jarra de cerveza y le dio un trago.

-Tom, no entiendo por qué no nos la habías presentado antes.- Tom ni siquiera levantó la vista de los papeles que estaba viendo.

-Creía que no te iba a interesar.

-¡¿Estás de coña?! ¿Cómo no me iba a interesar una chica tan guapa como Elizabeth?- Tom levantó la vista y la clavó en Georg. Conocía esa mirada. Era la misma que puso cuando vio a Adam conmigo.

-¿Dónde está el baño?- Rompí el duelo de miradas que se había formado entre Georg y Tom.

-A la derecha de la barra.- Gustav, el chico de las gafas, fue el único que me contestó.

Me levanté lo más rápido que pude para desaparecer de allí. Mientras caminaba hacia donde me había dicho Gustav, notaba los ojos de los presentes clavados en mi espalda. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando fui consciente de la tensión que se había vuelto a formar a mi alrededor. Aceleré el paso hasta desaparecer por la puerta del baño.

Los baños estaban bastante limpios, no como los típicos de discotecas que estaban hecho una porquería. Los azulejos negros y blancos daban un toque "oscuro" a aquel lugar. Todo estaba decorado con un estilo minimalista algo complicado. Los lavabos eran raros al igual que todo lo que se encontraba allí.

Mi aspecto no era muy bueno. El intento de coleta que me había hecho antes de salir de aquella casa, había desaparecido para dar paso a una coleta medio caída con mechones de pelo que salían por todas partes. La sudadera de Tom me dejaba un hombro descubierto y apenas podía verme las manos con lo larga que me estaban las mangas. Decidí echarme un poco de agua en la cara para despejarme. El agua se escurría de mis por mis manos, mis brazos, y se colaban por el interior de la sudadera, mojándola lentamente. Levanté mi cabeza para mirarme en el espejo. Me asusté cuando vi a Georg detrás mía.

-Siento si te he asustado.- Se acercaba poco a poco a mí con una sonrisa malvada.

-No pasa nada.- Intenté tranquilizarme después del susto que me llevé. La situación no me gustaba nada.

Se acercaba mientras yo le observaba por el espejo. Sus ojos se volvieron rojos  como los que le había visto a Tom en muchas ocasiones. Georg se situó a mi espalda y apartó el pelo que cubría mi cuello.

-Tienes una piel muy suave.- Sus dedos acariciaron mi cuello y yo, vulnerable, me estremecí. Me dio la vuelta y me puso frente a él.- Eres preciosa.- Me rodeó la cintura con sus enormes brazos. Pude sentir su "excitación" contra mi pierna.

Los nervios me podían y yo no sabía que hacer. Estaba bloqueada. No pensaba, no miraba, no podía moverme... Sus labios se pegaron a los míos y su lengua entró en mi boca. ¿Quería que parara? No lo sabía en ese momento. Mi cabeza me decía que parara pero mi cuerpo permanecía inmóvil ante mis órdenes. Un sólo pensamiento, una sola persona, rondaba mi cabeza todo el tiempo. Tom, Tom, Tom y Tom. ¿Por qué demonios pensaba en él ahora? Tenía que reconocerlo, quería que apareciera y me sacara de allí. ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom! ¡Ven, Tom!

Cerré los ojos con todas mis fuerzas. Georg cogió la cremallera y fue bajándola lentamente mientras me besaba de una manera dulce pero a su vez desesperada.

-¿Te parece bonito, Hägen?- Abrí los ojos al escuchar su voz. Jamás me había alegrado tanto al escucharla y mucho menos, había tenido tantas ganas de salir corriendo hacia a él y llorar como una niña pequeña.

Georg se iba separando más de mí mientras Tom se acercaba con sus aires de chulo hacia nosotros. Una sonrisa cínica estaba dibujada en su cara, una sonrisa que yo conocía demasiado bien. Su mano voló hasta el cuello de Georg en una milésima de segundo, y lo empotró contra los azulejos negros y blancos del baño.

-¿Así que es verdad?- Tom dejó de sonreír y Georg lo hizo ahora.- Lo noté desde el primer momento pero quería comprobarlo.

-No juegues conmigo, Georgi.

-Pero estoy en lo cierto, ¿verdad?- Tom se tiró encima de Georg en el suelo y empezó a golpearle la cabeza contra éste repetidas veces. La escena daba auténtico pavor y los ruidos de la cabeza de Georg contra el suelo helaban la sangre. Sentí la ira de Tom recorrer mi cuerpo. Sus ojos estaba desencajados y sus manos se estaban empezando a teñir de rojo.

-Basta...Basta...¡Basta!- Mi grito hizo que Tom parase al instante. Su respiración estaba agitada y su cuerpo rígido como el hielo.- Para, por favor.- Empecé a llorar tal y como había deseado minutos antes. Me derrumbé en el suelo sin apenas fuerzas para mantenerme en pie.

-Jajajaja.- Georg empezó a reírse como un loco bajo Tom, éste estaba mirándolo más tranquilo. Soltó a Georg y se levantó colocándose bien la ropa.- Si yo lo sabía...- Georg le imitó tocándose la cabeza.- Lo siento.- Georg me tendió la mano para ayudar a levantarme del suelo. Sequé las lágrimas que se escurrían por mis mejillas con las mangas de la sudadera y se la cogí. Aun me fallaban un poco las piernas pero pude ponerme de pie. Me sentía avergonzada, humillada y completamente estúpida y todo por culpa de aquel melenudo. Hice lo que debería de haber hecho desde el primer momento, le pegué una bofetada que hizo que se empotrara contra la puerta de uno de los cubículos del baño. ¿Desde cuándo tenía yo tanta fuerza?

-Vale. Me lo merezco.- Georg se levantó del suelo, le dio una palmada a Tom en la espalda y se fue, dejándonos solos.

Había perdido la cuenta de las veces que Tom había acudido en mi ayuda pero era inevitable, me metía en problemas yo sola, él me salvaba y luego yo le gritaba y le odiaba por ser como era. Mara tenía razón. Era una egoísta. Había estado apunto de acabar con la vida de Tom por pensar en mí misma, le había odiado por convertirme en lo que era, le había gritado por tratarme mal, cuando la culpa de todo la había tenido yo. Yo fui quien le hizo la vida imposible desde que me convirtió. Me transformó para que no me "muriese", me dio una casa, comida, una familia, estudios, me había ayudado... Las lágrimas empezaron a brotar de nuevo de mis ojos.

-Lo siento.- Bajé la cabeza para que no me viera llorar pero era imposible. Mi voz y mis pequeños hipidos me delataban.

-¿Qué?- Sabía que me estaba mirando, lo notaba pero era incapaz de mirarle a la cara. Quería morirme en ese preciso instante, desaparecer del mundo para siempre y no causarle problemas a nadie. Podría intentar desgarrar mis brazos como hacía antes pero eso no me mataría. Las heridas se cerrarían sin dejar marca de mi intento de desaparecer.

-Sien...siento ser...snif... un estorbo...snif...para ti.- Me llevé las manos a la cara. No quería que me viese así, derrotada y hundida.  

-Está bien. Vámonos.- Escuché como sus pasos se alejaban. ¿Eso era todo lo que tenía que decir? ¿No me iba a gritar? ¿No me iba a soltar una de sus groserías?- ¿Piensas quedarte así todo el día?- Era como si algo dentro de mí se fuera desquebrajando y yo escuchara su sonido. Sus palabras de indiferencia me dolían más que cualquier golpe.

-¡No está bien! ¡¿No te das cuenta?! ¡Nada está bien!- Me atreví a mirarle a los ojos y mostrarme abatida. Su ceño se frunció al verme.- ¡Grítame! ¡Dime que soy una estúpida! ¡Que me odias! ¡Que no me merezco estar a vuestro lado! ¡Dime algo y acaba con esto!- Su cara permanecía sin mostrar expresión ninguna.

Se acercó a mí a paso lento. Se quedó parado, observándome sin ni siquiera inmutarse. Era una de las pocas veces que podía ver sus ojos de su color natural, tan hipnotizantes que me quedaría años y años mirándolos. Me agarró de ambos brazos apretando con fuerza mientras se inclinaba poco a poco.

Si mi corazón estuviera latiendo se me habría salido del pecho cuando sentí su respiración chocar contra mi cara. Estábamos separados por escasos centímetros. ¿Qué deseaba en este momento?  Ni yo lo sabía. Quizás que se apartase y dejara que mi cuerpo se diera de nuevo contra el suelo o quizás, la que más miedo me daba sentir... sus labios contra los míos, el roce de su brillante piercing plateado... Pero en lugar de eso, me soltó se puso recto y me dio una bofetada que hizo que mi cuello se torciese hacia el lado.

Dolor. Un inmenso dolor que había traspasado todo mi cuerpo. A lo mejor era lo que más necesitaba en ese momento pero no lo que más quería.


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