Capítulo 52
Capítulo 52
By Lilith
Abrí los ojos lentamente, dejando que una luz cegadora me hiciese
volver a cerrarlos. Reconocía el olor de donde me encontraba y la cama sobre la
que estaba tumbada. No sabía de dónde provenía tanta claridad pero lo cierto
era que no recordaba tener algo en mi habitación que proporcionase tal
resplandor.
-¿Estás bien?- Su voz, su dulce voz, volvió a sonar en mis tímpanos
como una suave melodía.
-Sí.- Le contesté casi como un susurro. De pronto, esos ojos fijamente
mirándome, la sangre, el asqueroso olor de esa sangre...- Dime que ha sido una
pesadilla.- Dije con miedo sin ni siquiera mirarlo a los ojos.
-Lo siento.- La voz de Nate se hizo débil, tanto como mi cuerpo por esa
frase.- Lilith, hiciste lo que debías, no puedes torturarte por ello.- Una
lágrima silenciosa se camufló en mi pelo.
Nate me había sacado de allí, había entrado en esa habitación del
hospital como un héroe y me había traído de vuelta al infierno, junto al
demonio. Su mano cogió la mía y la acarició con el pulgar mientras yo seguía
mirando por la ventana, dejando que el Sol me cegara por completo. Un
segundo... ¡El Sol! Me senté en la cama lentamente sin apartar la vista de la
ventana, viendo los árboles que se asomaban por ella brillar como hacía tiempo.
-El Sol...- Dije para mí. Nate se levantó y fue en dirección al enorme
ventanal de mi habitación. Echó a un lado la cortina, con lo que los rayos
entraron con más fuerza.
-Nos han devuelto el Sol, Lilith.- No me lo podía creer. ¿Por qué lo
había hecho? ¿Sería por lo que le dije? Quizá conseguí mover algo en el oscuro
corazón de Markus, quizá se dio cuenta de esta estúpida batalla que librábamos
desde tiempos inmemorables... ¿Por qué no me mató si era eso lo que buscaba?
Llevé mis temblorosos dedos hacía el todavía húmedo camino que había
recorrido esa lágrima. Al mirarlos, vi que no estaban manchados de sangre, eran
lágrimas de verdad, tan claras que incluso podía contemplar mi pálida piel a
través de ella. El corazón se me encogió de un momento a otro bajo la atenta
mirada de Nate. Volvía a recuperar esas lágrimas que no dejaban huellas en mi
piel, lágrimas que desparecían para que nadie pudiese verlas, lágrimas sin ese
color tan horrible...
La puerta se abrió y tanto Nate como yo miramos a la persona que
entraba en la habitación a ritmo acelerado. Bill salió corriendo hacia la cama
y en un visto y no visto, se situó a mi lado y me abrazó.
-¡Ah!- Chillé. Un dolor inmenso se instaló en todo mi torso, un dolor
tan fuerte que me provocó incluso ganas de vomitar.
-Lo siento, lo siento, lo siento.- Dijo con cara de preocupación. Mi
querido Bill me besó en la frente y me ayudó a que me tumbase de nuevo en la
cama.- ¿Has visto, Lilith? ¡Tenemos luz de nuevo!- Bill empezó a dar
palmaditas, tal y como hacía cada vez que se emocionaba. Aun así, podía ver en
sus ojos tristes y apagados que sólo estaba fingiendo estar bien, al igual que
yo.
-Sí.- Emulé una sonrisa que no pareció salirme muy bien pero que por lo
menos, sirvió para que mi hermano me sonriese con dulzura.
-Creo que me iré yendo ya que estás acompañada.- Nate y Bill se
sonrieron mutuamente, con sinceridad, a la vez que Bill susurraba un “gracias”
que Nate contestó negando la cabeza.
-Nate.- Lo llamé cuando estuvo a punto de salir por la puerta.- No sé
cómo pagarte todo lo que has hecho por mí. Muchísimas gracias.- Quería llorar
pero mis ojos parecían haberse quedado secos.
-Verte sonreír es la mejor recompensa que puede darme, señorita
Kaulitz.- Me dedicó una reverencia antes de marcharse. Su tono de voz había
cambiado, ya no me llamaba por mi nombre
sino de la manera que todos lo había hecho desde que Tom se convirtió en líder.
Tom...
-¿Bill, puedo hacerte una pregunta?- Los ojos del susodicho me miraron
alarmados, con miedo a esa pregunta que había rondado por mi cabeza.- ¿Qué he
hecho?- Bill me miró sorprendido por tan inesperada cuestión.
-Lo que debías hacer.- Su rostro se volvió oscuro y mi corazón sin vida
dio un vuelco al recordar la escena.- Será mejor que descanses.- Bill se
levantó de mi cama dispuesto a irse. No me sentía con fuerzas para detenerlo
pero sí con un miedo atroz a quedarme sola.- No está bien.- Bill se paró en la
puerta y le dijo eso a alguien que no llegaba a ver. Mi cuerpo se engarrotó y
un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Sabía quién era...
Bill me dedicó un sonrisa antes de salir de la habitación y entonces
apareció él. Llevaba aún el uniforme del hospital, ese uniforme azul, con una
bata blanca que le llegaba hasta las rodillas. ¿Venía directo del hospital? Sus
ojos se clavaron en los míos, mirada que no mantuve ni una décima de segundo.
Me iba a regañar y no creía verme capaz de soportarlo.
Sus pasos se fueron acercando a la cama y mi cuerpo iba reaccionando
con cada zancada que lo acercaba más a mí. Esperaba que no viese que mis manos
estaban fuertemente agarradas a las sábanas que me cubrían. Notaba su miraba
escrutarme cada centímetro de mi cara, esperando que reaccionase de alguna
manera, que lo mirase al menos, pero no me encontraba digna de hacerlo.
Su mano agarró la sábana que me cubría y tiró de ella lentamente, como
si temiera encontrarse algo que lo escandalizase. Mis músculos se tensaron al
instante en cuanto dejó mi casi desnudez a su vista, provocando que la barriga
me doliese muchísimo. Tan sólo llevaba un camisón que apenas me cubría y como
un autorreflejo, intenté levantarme a por la sábana que él había llevado a mis
pies, pero el dolor fue tan fuerte que me retorcí en la cama bajo su atenta
mirada.
-¡Ah!- Me llevé las manos a la barriga pero eso sólo hizo que me doliese
más. Sus manos agarraron mis brazos para apartarlos y que volviese a la misma
posición de antes. Las descargas eléctricas que recorrieron mi cuerpo cuando me
tocó hicieron que el dolor pasase desapercibido para mis sentidos.
¿Qué iba a hacer? Sus manos se quedaron levitando sobre mi vientre.
Estaba dudando si tocarme o no, o quizás, esperaba a que le diese permiso para
hacerlo, pero justo cuando pensé que las retiraría, fueron decididas a tocar mi
barriga. Palpaban lentamente y con suavidad, como si temiera hacerme daño. Tom
me estaba examinando, me estaba haciendo un reconocimiento médico, simplemente
eso.
-¡Ah!- Cuando me tocó las costillas dí un respingo de dolor. Sus manos
se retiraron por la impresión al oírme.
-Tienes dos costillas rotas.- Su voz, su increíble voz retumbó en la
habitación que una vez compartimos. La noté fría, tan fría que me heló la
sangre, e incluso noté un tono de enfado. ¿Sabría lo del bebé de Cintia y lo de
Rachell?- Ahora te subirán algo de comida.- Se iba. ¡Se iba! Y yo quería
levantarme y salir corriendo detrás de él, detenerlo y abrazarlo pero no podía
moverme.
-No... te vayas.- Su mano se detuvo en el pomo de la puerta. Notaba su
oscuridad envolverme, su semblante frío y su genio apunto de explotar.- No
quiero que me dejes sola de nuevo.- Sus nudillos se volvieron blancos por la
fuerza con la que apretaba el pomo.- Perdóname por todo el daño que te he
hecho, por no creerte, por culparte de todo... El único monstruo que hay aquí
soy yo.- Abrió la puerta sin ni siquiera dedicarme una mirada.- No me dejes
sola.- Salió casi corriendo de mi habitación y dio un portazo tan fuerte que
hasta mi cama se movió.
Estaba enfadado y con razón, o peor, me odiaba. No lo culpaba, yo
también lo hacía. ¿A quién pretendía engañar? El Vínculo estaba roto desde
hacía tiempo, sólo que había sido tan estúpida que no le había dado importancia
a las piezas que se iban cayendo.
Me agarré a la sábana que me cubría con toda la fuerza que mi cuerpo me
daba. Quería llorar pero no podía. Necesitaba a Tom a mi lado aunque sólo fuese
para gritarme, insultarme o pegarme. Estaría conforme con lo que quisiese
hacerme, incluso si me mataba, ya no me importaba porque no soportaría una vida
sin él y era esa la que me esperaba.
La puerta se abrió de nuevo y se cerró tan rápido que no me dio tiempo
a ver quién era el que entraba. Tom estaba pegado a la puerta, con la
respiración agitada y con una maleta en la mano. Llevaba unos vaqueros anchos y
una camiseta XXXL de las que solía ponerse para estar en casa. Sus ojos me
miraron expectantes y confusos. No entendía qué hacía ahí y mucho menos así de
desesperado, como si estuviese huyendo de alguien.
-¿Puedes levantarte?- Tardé en reaccionar a su pregunta ya que era
incapaz de dejar de mirarlo. Asentí no muy segura aunque ahora el dolor no me
preocupaba en absoluto.- Bien...- Se fue directo a mi vestidor y escuché el
sonido que provocaban las perchas al moverse. ¿Qué estaba haciendo?
Hice caso omiso y me levanté lentamente de la cama. Mis pies tocaron el
frío suelo y entonces volví a sentir ese escalofrío intenso, el que hacía
tiempo que había olvidado. Tenía frío de nuevo y esta vez, la sensación me
parecía la más placentera del mundo.
Tom salió del vestidor aún acelerado... y me miró... y yo a él... y el
mundo pareció detenerse en ese preciso instante, roto por los golpes que
alguien estaba dando en la puerta.
-¡Tom, ábreme la puerta! ¡Sé que estás ahí!- La voz de mi madre me
retumbó en los oídos y sólo provocó que Tom sonriera con malicia ante tanta
desesperación.
-Ponte esto.- Tom me tiró una sudadera extra grande de las que él se
solía poner.
-¿Do... Dónde vamos?- Pregunté con miedo.
-Lejos de aquí.- La puerta se abrió de golpe y mi madre apareció
exaltada. Sus ojos se abrieron como platos al vernos.
-¡¿Qué pretendes hacer?!- Nunca la había escuchado gritar con tanto
odio en sus palabras, y mucho menos a uno de sus hijos.
-Salir.- De pronto, sentí su fría piel entrar en contacto con la mía.
Tom me había agarrado la mano y me estaba tirando con suavidad para que
empezara a caminar.
-¡No vas a ningún lado y mucho menos con mi hija!- Tom le dedicó la más
frías de las sonrisas diabólicas a nuestra madre.- No voy a dejar que te la
lleves.- Sonó amenazante, demasiado para mi gusto.- Lilith, cariño, no tienes
por qué hacerlo.- Su tono de voz cambió a dulce cuando se dirigió a mí.- Mi
vida, ven con mamá. No te dejes llevar por un arrebato.- Y ese fue el
detonante. ¿Por qué me estaba hablando como si tuviera cinco años? ¡Yo no era
una cría!
-No me dejo llevar por un arrebato... Yo no soy como tú.- Mis ojos se
clavaron en los de ella y entonces lo entendió. Sabía que conocía su historia y
eso la dejó helada, provocando que diera varios pasos atrás y nos dejara vía
libre para salir de la habitación.
Tom comenzó a caminar lentamente, viendo que no podía seguirle el
ritmo. Por cada paso que daba, sentía que me daban una puñalada en los
pulmones. Bajamos las escaleras con mucho cuidado, y lo que más me sorprendía
era ver como Tom me sostenía con fuerza la mano, haciendo que me olvidase del
frío mármol bajo mis pies desnudos.
-Mi Señor.- Dos hombres, a cual más grande y fuerte, nos abrieron la
puerta principal para salir.- El coche está en la entrada.- Tom asintió y
volvió a tirar de mí para que caminase.
El viento frío me golpeó en la cara. Ahora entendía por qué quería que
me pusiese su sudadera. Pese a que el día estaba tan soleado que el Sol apenas
me dejaba ver nada (o sería la falta de costumbre), los escalofríos por estar
en contacto con Tom no dejaban de recorrerme el cuerpo.
Cuando alcé la vista, vi el enorme Cadillac de Tom frente a mí. El
color negro que lo cubría parecía más resplandeciente ahora que lo observaba de
día...
-Entra.- Tom abrió la puerta del copiloto. No estaba segura se si
podría entrar sin retorcerme de dolor. Dudé unos instantes, pero caminé y
levanté la pierna para subirme.
-Ah.- Ahogué un grito de dolor. Todo el cuerpo me temblaba al sentir
esa punzada en la barriga.
-Me lo imaginaba.- Tom me cogió por debajo de las axilas e hizo toda la
fuerza necesaria para conseguir subirme y sentarme en el asiento. No pude
evitar ruborizarme ante tan extraña reacción de Tom.
Me cerró la puerta cuando me acomodé. Se fue directo al maletero para
meter la maleta, que suponía, contenía algo de mi ropa. El coche dio un bote
cuando Tom se montó. Parecía tan tranquilo pese a la escena que mamá nos había
montado en la habitación, mientras a mí me recomían los nervios.
El Cadillac se puso en marcha y en menos de pocos segundos ya estábamos
dejando atrás la enorme mansión Kaulitz. De vez en cuando, lo miraba de reojo
sin poderlo evitar, pese a que mi hermano era suspicaz para cogerme mirándolo.
Estaba tan centrado en la carretera que apenas pestañeaba, y la mandíbula
estaba tensa al igual que todos los músculos de su cuerpo. Podía ver el blanco
de sus nudillos mientras agarraba el volante y como sus uñas se clavaban en las
palmas de sus manos por la fuerza.
Y entonces mi subconsciente me hizo una llamada de atención. ¡Estaba en
el coche con Tom, dirigiéndonos a un lugar que desconocía y sin saber lo que se
proponía! Me tensé en el coche al recordarlo. ¡¿Cómo había sido tan estúpida de
no haberlo pensado antes?! Ese era el hechizo que me había lanzado hacía
tiempo. Mientras estaba con él no me importaba nada pero luego, venían los
problemas.
-Abre la guantera.- Su tono de voz aún era frío, distante y
aterradoramente tétrico. Le hice caso y la abrí. En su interior había un sobre
de color beige, cerrando con el sellos de la familia Kaulitz, el mismo que
había reemplazado el cuadro de la familia de encima de la chimenea.- Ábrelo.-
El sobre contenía unos papeles perfectamente grapados en una esquina. Un montón
de hojas y en todas ellas, el sello de la familia.
-¿Qué... Qué es?- Por primera vez en lo que llevábamos en el coche me
miró. Sus ojos albergaban oscuridad y... miedo. Sí, quizá fuese miedo aunque
viniendo de él era casi imposible.
Condiciones
del Vínculo de Sangre.
A seguir por ambas partes:
1.
Los Vínculados han de ser de Sangre Pura y
hermanos para llevar así la continuidad de la sangre, sin que ésta esté
mezclada con la de un noble, Nivel E o humano.
2.
Los Vínculados ejercerán como tales desde el
segundo uno después de la ceremonia.
3.
Los Vínculados están destinados a traerle a la
especie y a su familia un heredero varón para conseguir así llevar los pasos a
la hora de liderar a nuestra raza.
4.
Los Vínculados sólo se alimentarán de la sangre
del otro y no de otros vampiros.
A seguir por el Vínculada:
1.
La Vínculada debe serle fiel al Vínculado en
cualquier momento.
2.
La Vínculada no podrá desobedecer al Vínculado en
nada que le ordene.
3.
La Vínculada no podrá hablar hasta que el
Vínculado se lo permita.
4.
La Vínculada no podrá tocar al Vínculado a menos
que éste se lo ordene.
5.
La Vínculada deberá garantizar que es fértil y que
es capaz de dar un heredero.
6.
La Vínculada no podrá mirar a los ojos al
Vínculado a menos que éste le dé permiso para hacerlo.
7.
La Vínculada deberá de cumplir todo lo que el
Vínculado ordene y si no lo hiciera, deberá aceptar cualquier castigo que el
Vínculado considere oportuno.
8.
La Vínculada deberá complacer en todos los
sentidos al Vínculado, incluso cuando se encuentre indispuesta.
9.
La Vínculada deberá aceptar cualquier decisión que
el Vínculado tome sin oponerse y sin dar su opinión a menos que éste se la pida.
10. La Vínculada no dispondrá de dinero propio o
trabajo que se lo proporcione. Sólo podrá tener el dinero que el Vínculado le
otorgue.
¿Qué era esto? ¿Mis obligaciones como Vínculada? ¡¿Qué
clase de desfachatez era esta?! Parecía como “los mandamientos” que toda
Vínculada tenía que cumplir si quería estar en el Vínculo.
Le dí la vuelta al documento, buscando dónde estaban “los mandamientos
del Vínculado” pero simplemente no estaban. Todo se resumía a las obligaciones
de la mujer pero no a las del hombre. Claro, ahora todo encajaba. Un heredero
varón, las mujeres no tenían permitido entrar en los plenos del consejo, las
mujeres no nacían en las familias Sangres Pura... Las mujeres eran consideradas
una mierda entre los de mis especie. ¿De qué me sorprendía?
-¿Dónde está las obligaciones del Vínculado?- Le pregunté sin apartar
la vista de ese documento.
-No hay.- Me lo esperaba...- La cosa empeora cuando el Vínculado es el
líder de la especie.- El corazón me dio un vuelco cuando terminó esa frase. Lo
miré espantada pero él me ignoró como venía haciendo todo el trayecto.- Lee el
siguiente documento.- Aparté “los mandamientos” y me centré en el siguiente
documento de hojas grapadas.
El titulo me lo aclaró todo:
Acuerdo de
disolución del Vínculo de Sangre:
Señor
Thomas Kaulitz y Señorita Lilith Kaulitz.
Estaba segura de que Tom habría notado el bote que metí en mi asiento.
Estaba escandalizada pero no sorprendida. Tom me había traído hasta aquí para
darme esto y yo no podía sentirme más desilusionada y... triste. No estaba
segura de por qué me desilusionaba tanto, quizá esperaba otra cosa y mantuviese
la ilusión de poder arreglar lo nuestro de alguna manera. Sin embargo, había
sido yo lo que le había pedido esto cuando me dijo... Te quiero.
-Hemos llegado.- Cuando alcé la vista de los papeles, vi que nos
encontrábamos en un garaje. No sabía dónde estaba y mucho menos que hacíamos
ahí. No pude evitar ponerme nerviosa.- ¿Puedes bajar sola?- Miré la puerta del
copiloto que Tom mantenía abierta. Asentí ante su pregunta y él se fue al
maletero a sacar la maleta que antes había metido.
-Mi Señor.- Los dos hombres de antes estaban frente a nosotros y le
hicieron una reverencia a Tom, que pasaba de ellos.- Señorita.- Ahora me
miraron a mí, que me resentía de dolor una vez que mis pies tocaron el frío y
húmedo suelo del garaje.
-¿Do... Dónde estamos?- Tom me volvió a coger de la mano que tenía
libre, ya que en la otra tenía los papeles, y tiró de mí, esta vez con mucha
más fuerza.
-Subiremos por el ascensor.- Los dos hombres hicieron otra reverencia
antes de que las puertas del ascensor se cerraran tras nuestro paso.
El ascensor estaba cubierto de espejos que me dejaban ver, cada uno de
los ángulos del perfil de Tom. Era tan perfecto. Sus labios tan sumamente definidos
y carnosos, decorados por el piercing de plata, sus ojos de un miel intenso
centrados en las puertas metálicas de enfrente, su nariz, tan perfectamente
esculpida en su rostro...
Las puertas se abrieron y yo salí de mi aturdimiento. Tom volvió a cogerme
de la mano y salimos hasta el que parecía nuestro destino. Ante nosotros, una
enorme pared blanca, llena de pequeños cuadros que la adornaba. Habría decenas
de ellos... El suelo era se mármol negro, que contrastaba a la perfección con
el blanco de las paredes.
Tom volvió a tirar de mí y entonces lo entendí. A la izquierda de esa
pared se extendía un enorme salón, adornado por un sofá en forma de L en el que
cabrían al menos diez personas. Una mesa pequeña se interponía entre éste y una
enorme televisión, más bien parecía una pantalla de cine...
Justo detrás del sofá, una cocina americana también en blanca y con
motivos negros, al parecer, los colores que predominaban. Al lado de ésta se
extendía un amplio pasillo, al cual mi vista no alcanzaba a ver hacia dónde se
dirigía.
-Es mi casa.- Tom me soltó la mano y comenzó a andar en dirección a la
cocina, la cual parecía muy lejana desde donde me encontraba.
Era la casa, la casa de Tom. No pude evitar sentirme extraña. Pensaba
que la casa de Tom era donde todos vivíamos, la mansión que compartíamos con
toda la familia, pero estaba claro que viniendo de Tom, siempre estaba
equivocada.
Tom salió de la cocina con un vaso de sangre en la mano. El contenido
del vaso se movía al ritmo de sus pasos, cada vez más cerca de mí. Su mirada
penetrante me abrasó entera. Estaba frente a mí y yo me sentía débil y apunto
de llorar. ¿Por qué?
-Toma, creo que lo necesitas.- Mi mano temblorosa voló hasta el vaso
donde descansaba ese líquido rojo.
-¿Por qué me has traído a tu casa?- Apreté los papeles entre mis dedos.
¿Qué quería escuchar? Quizá sólo me hubiese traído aquí para poder matarme a
gusto sin que nadie pueda impedírselo.
-Necesitas un territorio neutro.- Lo miré extrañada. No lo comprendía.-
Para pensar en qué es lo que quieres.- Sus ojos volaron hacia los papeles y fue
entonces cuando caí en la cuenta. Me había traído aquí para que pensara lo de
la disolución del Vínculo, puede que para hablarlo los dos sin que nadie
pudiese meterse. ¿Y lo del bebé? ¿Y lo de Rachell? ¡¿No iba a recriminarme nada
de eso?!
-Piensas que en casa no podría haberlo pensado de la misma manera.-
Soné desafiante pese a que no era mi intención.
-Tengo mis dudas al respecto.- Le dí un trago al vaso de sangre. La
sentía bajar por mi garganta y quemar todo a su paso. ¿Hacía cuánto que no
probaba la sangre? Ni siquiera me acordaba.
-No es un territorio neutro, es tu territorio.- Levanté los documentos
de nuevo, dejando que la palabra disolución se repitiera una y otra vez.
-Tal vez... Pero es mejor ver a la bestia en su hábitat natural.- Se
estaba echando piedras en su propio tejado pero por qué.
-Me entregas los papeles del Vínculo con mis obligaciones, escritas por
hombres para su propio beneficio y luego te llamas bestia. Creo que pretendes
influir en mi decisión.- Su intención era que firmara los papeles que romperían
el Vínculo y yo me sentía frustrada.
-Tan solo quiero que veas la realidad. Tu decides si quieres vivir
libre el resto de la eternidad o permanecer atada a un loco psicótico.- Me
estremecí al escuchar esas palabras tan duras al referirse a él mismo.
-¿Por qué no has firmado?- Me había dado cuenta que donde debería ir su
firma estaba en blanco.
-Porque lo que yo quiero lo tengo claro, todo depende de lo que quieras
tú.- ¿A qué se refería con eso?- Tómate eso y vete a la cama, antes de que una
de las costillas rotas se te clave en un pulmón.- Se dio media vuelta,
dejándome ahí, con un lío monumental en la cabeza.- Fondo del pasillo a la
derecha.- Se sentó en el sofá y sacó su móvil, como si la conversación que
acabábamos de tener no significara nada.
Empecé a caminar a un ritmo bastante lento. Las piernas me temblaban y
por cada paso que cada sentía el dolor agudizarse. Pero ese dolor no era
comparable con la frustración en mi interior. Tom no me había dicho nada de lo
del bebé ni de lo de Rachell. Puede que no lo supiera o simplemente ese era su
método de tortura, y si era así, era realmente efectivo porque me estaba
volviendo loca.
Abrí la puerta que Tom me había indicado y ante mí se levantaba una
habitación perfectamente decorada al estilo minimalista. Al igual que lo que
había podido ver de la casa, todo era blanco y negro. Resumiendo, los muebles
volvían a ser blanco y lo que los decoraba negro. ¿Era esta su habitación?
Cuando cerré la puerta después de mí, la habitación pareció
oscurecerse. Una sangre espesa empezó a bañarme los pies desnudos y cuando alcé
la cabeza, la vi allí. Sus ojos volvían a mirarme lleno de lágrimas, fijos en
mí. Mi espalda chocó con la puerta y los papeles cayeron al suelo, tiñéndose de
ese rojo intenso, al igual que el vaso de sangre.
-No...- Balbuceé, convencida de que así desaparecería. La escena era
tan terrorífica que ni era capaz de mirarla. Rachell me observaba sonriendo, a
la vez que por su boca se escapaba más sangre.- ¡No! ¡Vete!- Cerré los ojos con
fuerza, esperando que cuando los abriese, ella hubiese desaparecido. Pero no
fue así.- ¡Déjame en paz!- Corrí hacia el rincón más alejado de donde estaba
ella y pese a que el dolor me aniquilaba por dentro, conseguí sentarme y
abrazar mis rodillas.- ¡Lárgate!- Hundí la cara entre mis piernas mientras las
lágrimas las humedecían lentamente.
Levanté la vista y vi que Rachell se arrastraba por el suelo para
llegar a mí. Tenía tanto miedo que pensaba que me desmayaría en cualquier
momento. Esa sonrisa no se le borraba del rostro y sus ojos empezaron a
derramar las lágrimas que había estado conteniendo.
-Tom es mío.- Alargó su mano temblorosa para alcanzarme y yo me pegué
más a la pared.- Tú me lo has quitado.- Me tapé los oídos con las manos y
apreté con fuerza los ojos.
Noté una mano sobre mi hombros, pero para mi sorpresa, no me produjo el
miedo que pensé que sentiría si me tocaba Rachell. No. Me sentía protegida.
Abrí los ojos y vi a Tom de cuclillas frente a mí, con una ceja alzada
y una expresión neutra en la cara. Me miraba extrañado, con su mano en mi
hombro intentando atraerme a la realidad. Miré por encima de su hombro y
Rachell no estaba, había sido una pesadilla de la cual Tom me había sacado.
Me abalancé sobre él e hice que se cayese al suelo de espaldas conmigo
encima. Agarré su camiseta con mis manos y apreté mi cara en su pecho. Empecé a
llorar como una niña pequeña que había tenido una pesadilla e iba corriendo a
la cama de sus padres. Me sentía protegida junto a él y si me imaginaba que me
dejaba sola de nuevo, me entraba el pánico.
-Perdóname.- Dije entre sollozos, mientras él permanecía inmóvil, sin
tocarme.- No podía dejar que iontia y Jake sufrieran la pérdida de su bebé, estaban
muy ilusionados. No lo pensé.- Ni siquiera sabía por qué le estaba dando
explicaciones a Tom sin que me las hubiese pedido pero sentía la necesidad de
decírselo.- Rachell...- Sus brazos me rodearon en eso mismo instante, cortando
mi largo monólogo cuando pronuncié su nombre. Me estaba abrazando, Tom me
estaba abrazando y como si fuera arte de magia, se me olvidó qué le estaba
diciendo, qué quería decirle y que estábamos en el suelo de su enorme
apartamento, abrazados, a la vez que mis lágrimas no paraban de salir.
[…]
Abrí los ojos con lentitud cegada por la radiante luz del Sol. Miré a
mi alrededor y supe que no había estado soñando. Estaba en la cama de la
habitación donde me había quedado dormida encima de Tom. Sonreí como una
estúpida al recordarlo. Aún sentía sus fuertes brazos abrazándome, como si se
hubiesen quedado gravados en mi piel con fuego.
Me incorporé con cuidado y las costillas parecían haber dejado de
dolerme con tanta intensidad. ¿Era este el efecto Tom Kaulitz? Tal vez. Cuando
miré a mi izquierda, vi los papeles de la disolución del Vínculo de Sangre
sobre la mesita de noche. ¿Por qué Tom insistía en dármelos? Estaba tan claro
que era incapaz de pensarlo. Lo que él quería era que firmase los papeles que
lo alejaría de mí. Me pareció oír un tremendo estruendo en el interior de mi
corazón sin vida. Me dolía, más que el del abdomen. Era cierto que había sido
yo la que le había dicho a Tom que quería la disolución, que no lo aguantaba,
que lo odiaba... y pese a todo, no podía dejar de sentirme culpable.
No es a mí al que tienes que tener miedo sino a ti, a la Lilith que ha
sido incapaz de buscar la verdad y que sólo se ha limitado a seguir lo que todo
el mundo le decía. Thomas, ¿qué sabes de él? Que simplemente te ha hecho
daño... ¿Te has preguntado por qué?
La familia Kaulitz, los Sangres Pura de los vampiros. Una familia
aparentemente normal hasta que a la madre, con dos hijos y perfectamente
posicionada en su raza, le dio por acostarse con el enemigo de toda la especie,
simplemente porque pensaba que su marido y hermano la habían engañado. Cuando
el padre se enteró, entró en cólera maldiciendo a la especie del amante de su
mujer. Les dijo que hasta que de su especie no saliera una mujer, cosa
imposible entre los Sangres Pura, estarían condenados a no controlar sus
instintos.
Meses más tarde nació una niña hermosa, de la cual una persona se
enamoró hasta perder la cordura. Su propio hermano, heredero a liderar la
especie tras la muerte de su padre, se enamoró perdidamente de su pequeña
hermana. Se obligó a él mismo a seguir los mismos pasos de su padre para así
poder darle la vida que se merecía pero sobre todo, para poder protegerla de la
especie que la perseguía para romper la maldición que sobre ellos había caído.
Las palabras de Markus me estaban atormentando. Mi cabeza dibujaba a un
niño pequeño enamorado de su propia hermana, llorando y sufriendo porque se
estaba sometiendo a todo tipo de tortura para ser fuerte y protegerla. ¿Y qué
había pasado? Que ella se había ido, dejándolo solo, sin nadie que se
preocupara por él. Ese niño hacía que mi corazón se rompiese en mil pedazos y
me sintiera culpable de todo su dolor.
Por otro lado, estaba ese niño de adulto, que a ver a esa niña, decidió
hacerle daño, causarle el peor de los dolores, haciéndola sentir una mierda.
Ese monstruo, el mismo que había matado a su propio padre y hubiese sido capaz
de matar a la persona que un día creyó amar.
La piel se me puso de gallina así que dejé de pensar en eso y en la
disolución aunque tenía que tener claro lo que quería... ¿El Cielo? ¿El
Infierno?
Salí de la habitación una vez duchada y vestida con unos shorts de
estar por casa y una camiseta que Bill me había comprado hacía tiempo. El
pasillo estaba totalmente oscuro pero cuando empecé a andar las luces se
encendieron. Todo era tan moderno. A ambos lados de éste, tres puertas más y
unas escaleras que conducían al piso de arriba. ¿Qué habría arriba?
Una vez en el salón, vi un enorme ventanal que juraba no haberlo visto
anoche. Llamarlo ventana sería quedarse corta. Era otra pared pero de cristal
por donde se podía ver toda la ciudad de Hamburgo bajo mis pies. Era una vista
excepcional y maravillosa. Me sentía tan alejada de la realidad aquí arriba...
-¿Ya se ha despertado, señorita?- Me volví asustada cuando escuché una
voz en mi espalda. Una mujer regordeta y con lo que parecía un uniforme de
pantalón, se erguía frente a mí con una sonrisa en los labios. Lo que me
sorprendió no fue que estuviera ahí sino que era humana.- Perdone, soy Gretchen,
el ama de llaves del señor Kaulitz.- Asentí con la cabeza y sin dejar de mirar
su sonrisa no pude evitar hacerlo yo también.
-Yo soy Lilith, la...- Y bien, ¿qué le decía ahora? ¿Hermana? ¿Novia?
¿Alguien que por desgracia había entrado en su vida? ¿Quién demonios era yo
para Tom?
-La esposa del señor.- Terminó mi frase. ¿Esposa? ¿Era eso lo que Tom
le había dicho?- El señor me dijo que llegó ayer de Londres y que estaba
cansada así que le he preparado el desayuno, señorita.- Comenzó a caminar en
dirección a la cocina y yo la seguí con pasos inseguros.
En la encimera de la cocina había un desayuno copioso, demasiado para
una sola persona. Me quedé asombrada cuando la mujer, Gretchen, lo empezó a
poner en la mesa de la cocina. ¡Vaya, era más grande de lo que parecía!
-Espero que le guste, señorita Kaulitz.- Me sonrió de nuevo. Parecía
que esa expresión no se borraba nunca de su cara.
-Por favor, llámeme Lilith.- Me sentía incómoda cuando me llamaban tan
formalmente. Ella asintió y empezó a limpiar los cacharros que le habían
servido para hacerme el desayuno.
Cogí el vaso de zumo y le dí un trago. Hacía tanto tiempo que no tomaba
algo que no fuese sangre que se me había olvidado a qué sabía todo, incluso
como se cogían los cubiertos. Empecé a comer, dejando que mis sentidos se
empezaran a despertar de un largo letargo. Pese a que creí no tener hambre, por
cada bocado, mi apetito se acentuaba. ¡Estaba todo tan bueno!
-El señor Kaulitz se ha ido temprano a trabajar hoy.- Dejé de comer
como una posesa para volverme a mirarla. Así que Tom no estaba en casa...
-¿Hace mucho que se fue?- Ella asintió sin dejar de lavar la sartén en
el fregadero.- Me alegro mucho de que usted esté aquí, seño... Lilith.- Cerró
el grifo y me miró con expresión preocupada.- El señor no ha estado muy bien
estos días. No sé si por la muerte de su padre o por que usted se fue, lo
cierto es que cada día lo veía peor.- Sus ojos se llenaron de lágrimas y los
míos no tardarían en imitarlos. Parecía que sentía mucho aprecio por él, quizá
la única persona que lo hiciera.- Cada vez que me hablaba de usted, le afloraba
una sonrisa en sus labios, lo veía tan feliz... Pero desde hace unos días, lo
veo peor que nunca.- Una valiente lágrima cruzó mi cara en silencio. Agradecía
que fuese cristalina o de lo contrario Gretchen se habría alarmado.- Hoy se ha
levantado con esa sonrisa en su rostro de nuevo y era porque usted está aquí.-
Gretchen me estaba dejando ver una faceta de Tom que desconocía. Estaba
contento de que yo estuviera aquí pero no me lo demostraba a mí ya que conmigo
seguía teniendo el mismo comportamiento de siempre.
-¿Hace cuánto que trabaja aquí?- Decidí cambiar de tema antes de que
más lágrimas salieran de mis ojos. A ella pareció sorprenderle mi pregunta.
-Hace cuatro años.- ¡¿Cuatro años?! Desde antes de que yo “llegara”.
Gretchen debía conocerlo mejor que nadie ya que como él me había dicho, “esta
era su hábitat natural”.
-Gracias por cuidar de él.- Tenía la sensación de que ella había estado
ejerciendo de la madre que Tom nunca tuvo y eso me entristecía pero en lo más
profundo de mi corazón, me gustaba que ella hubiese estado ahí para él.
-Gracias a usted por hacer que el señor se levante con una sonrisa.-
Sonreí como una tonta al pensarlo.
Esto me ponía la decisión más difícil. Por un lado, ansiaba mi
libertad, salir de la familia Kaulitz, poder vivir en paz y feliz, sin más
lágrimas. Por otro lado, estaba Tom, el demonio, el ser que más dolor me había
causado en mi vida y al que parecía no conocer. Un auténtico monstruo herido,
por lo que era aún más peligroso. Sin embargo, cuando estaba con él me sentía
tan... plena.
Me levanté y recogí los platos de la mesa, los cuales estaban vacíos.
No había dejado nada y es que Gretchen cocinaba muy bien. ¿Sabría ella que
éramos vampiros? Mejor sería no preguntarle.
-¿Qué hay en la planta de arriba?- Gretchen me miró extrañada, como si
lo que le hubiese dicho fuese lo más inesperado. De pronto, sonrió de manera
divertida.
-Es el despacho del señor y el estudio.- Me preguntaba si podría subir.
Ayer no podía levantar ni la pierna pero esperaba que hoy y tras el delicioso
desayuno de Gretchen, tuviese más fuerza.- La otra puerta no sé qué es, el
señor es muy reservado.- ¿Otra puerta? ¿Sería dónde guardaba la sangre para que
Gretchen no la viese?
-Creo que iré a hacer un tour por la casa.- Le sonreí y ella me
devolvió la sonrisa más sincera que nunca había visto. Me gustaba esta mujer...
Dejé la cocina y me dispuse a ir directa a las escaleras que antes
había visto en el pasillo. Al igual que en la vez anterior, las luces de ésta
se encendieron automáticamente cuando puse el pie en el primer escalón. No
podía evitar sentirme nerviosa por lo que podía encontrarme. Era la casa e Tom,
un espacio personal que desconocía, donde se mostraba seguro y natural. Y yo
estaba aquí, compartiendo su espacio vital, percibiendo su aroma por cada
rincón... y me gusta.
Cuando llegué al piso de arriba otro enorme salón me dejó petrificada.
Un enorme piano se erguía frente a mí, negro y de cola. Era tan hermoso y
parecía resaltar con el blanco de las paredes. No sabía si estaba ahí por
decoración o porque Tom sabía tocar, lo cierto era que resplandecía en aquel
espacioso salón. Al igual que en la planta de abajo, otro ventanal-pared
permitía observar, esta vez, un frondoso bosque. La vista desde aquí era muy
inspiradora y relajante, tanto que hacía que te perdieras del mundo por unos
minutos.
A la derecha, había una puerta negra entreabierta y a la izquierda,
otra, pero ésta si que estaba cerrada. Me dirigí a la de la derecha y la abrí
lentamente. Era el despacho de Tom... Un escritorio enorme y una pantalla del
ordenador gigantesca. Por lo visto, Tom no escatimaba en lujos...
Sin embargo, mis pies se movieron involuntariamente hacia la otra
puerta. Algo me atraía hacia ella y por un momento, pensé que sería la sangre
de su interior aunque seguía sin olerla pese a que esta delante. Como me
suponía, la puerta estaba cerrada con llave. Quería saber qué se escondía tras
esa puerta. Millones de posibilidades se me pasaban por la cabeza y todas ellas
bastante macabras. Tenía un presentimiento bastante malo sobre lo que se
escondía detrás y me daba miedo saber qué podría ser.
-Es de mala educación husmear en las casas ajenas.- Mi cuerpo se
paralizó al escuchar su voz, incapaz de moverse para darle la cara. ¿Cómo no lo
había sentido llegar?
-Estaba... viendo... viendo la casa.- Decidí volverme y verlo. Llevaba
el uniforme del hospital, por lo que acabaría de llegar, dejado caer en la
pared con los brazos cruzados.- No sabía que te iba a molestar.- Observé su
expresión y ésta cambió en un segundo. Se volvió fría y oscura. Entendía que no
le gustara, yo estaba invadiendo su espacio personal...
-No me gusta que toquen mis cosas, supongo que ya deberías de saberlo.-
Voló hasta ponerse frente a mí, a una velocidad propia de todo vampiro.- Sobre
todo, sin mi permiso.- Cogió mis manos, las levantó por encima de mi cabeza e
hizo que mi espalda se chocara con violencia contra la “puerta prohibida”.
-¡Ah!- Grité cuando mis costillas se resistieron por el golpe aunque
eso no impidió que se alejase de mí o me soltara, al contrario, su cuerpo se
pegó tanto al mío que era capaz tocarlo con la nariz.- Me duele.- Cerré los
ojos y apreté los puños con fuerza intentando apaciguar el dolor.
-Lo sé.- Su cara se acercó a la mía peligrosamente. ¿Iba a besarme?-
Escuchame bien, no quiero que te acerques a esta puerta y como lo hagas...-
Sonrió con tanta malicia que me dejó petrificaba. Esa sonrisa de medio lado era
tan aterradora que los escalofríos empezaron a recorrerme toda la columna.-
Conocerás al verdadero monstruo del que has estado escapando todo este tiempo.-
Asentí con miedo. No, con auténtico pavor.
-¿Tantas ganas tienes de que firme la disolución?- Las palabras
salieron valientes de mi boca, casi sin pensarlo. Me había armado de valor pese
a que estaba segura que Tom podría matarme en estos instantes si quisiera.- Si
me quisieras como dijiste, deberías de luchar por mí y no alejarme como estás
haciendo.- ¡Dios! ¿Me había metido en la boca del lobo y ya no había salida!
Sus ojos se clavaron en los míos, oscuros y con... ¿miedo? Su cuerpo se pegó
por completo al mío, dejándome sentir después de mucho tiempo, incluso con la
ropa, lo que provocaba en mí.
-Amar a alguien no significa mentirle, señorita Kaulitz.- Dijo con
ironía y mi cuerpo se convulsionó por sus palabras. Quizá fuese lo más
romántico que Tom hubiese dicho, y mi cuerpo reaccionó con ello. Quería
besarle, tocarle, sentirle,... ¿Por qué estaba necesitando esto cuando hace dos
días le odiaba con todo mi ser?- Tus ojos... ¿Quiere morderme, señorita
Kaulitz?- Ahora parecía divertirse a mi costa, cuando no me había dado ni
cuenta que mi cuerpo quería al suyo, a su sangre...
Mi pies se pusieron de puntillas para elevarme hacia el cuello de aquel
monstruo mientras él sonreía divertido. Había perdido toda muestra de cordura
porque lo único que veía eran sus venas marcadas en su cuello, las cuales
quería perforar con mis colmillos y dejar que aquel delicioso elixir invadiera
todo mi cuerpo.
-La necesito.- Ahora no era yo la que hablaba sino la Lilith vampiro,
la que adoraba la sangre de su propio hermano, la que mató a Rachell.
-Exacto, Lilith. Ahora sabes lo que se siente.- Su expresión era
triste, tanto que el corazón se me encogió. Veía a ese niño tan vulnerable
delante de mí, aflojando la presión de mis muñecas y separándose lentamente de
mí.- Estaba con ella para saciar mi sed por ti.- ¿Ella? ¿Rachell?- Mi sed de tu
sangre sólo se calmaba cuando la bebía o cuando ingería casi toda la sangre de
un cuerpo humano. Ella se ofreció cuando le conté la verdad a darme su sangre
si la necesitaba. Fue por eso que estaba con ella...- Las lágrimas volvieron a
escaparse de mis ojos. ¿Por qué me estaba contando esto?
-¿La querías?- Le pregunté con la garganta seca y un nudo en el
estómago.
-No, simplemente me la follaba cuando la iba a morder.- Bajé la cabeza
para que no me viese como me derrumbaba y aguantaba los gritos.- Cuando ella
llegaba al orgasmo la mordía para que el dolor no fuese tan intenso y lo
pudiese asociar con algo bueno. De lo contrario, no habría aguantado tanto
tiempo.- Las piernas estaban empezando a fallarme y de no ser porque Tom me
agarraba las muñecas, ya me habría desplomado.- La necesitaba para olvidarme de
ti.
-Basta, por favor.- Le rogué entre sollozos. No quería escuchar nada
más. Me estaba haciendo daño.- ¿Lo conseguiste?- Levanté la cabeza para ver su
expresión. Sus ojos se abrieron como platos y se quedaron absortos mirando mis
lágrimas, confuso.- ¿Conseguiste olvidarme?- Me soltó las muñecas y me limpio
las lágrimas de las mejillas. Su roce me transmitía corrientes eléctricas por
todo el cuerpo. El hechizo Thomas Kaulitz había vuelto a mí pero tenía que ser
fuerte y resistirlo antes de acabar muerta a sus manos.
-No estarías aquí si lo hubiese hecho.- Mis rodillas chocaron con el
suelo, resonando en mis costillas y martirizándome por el dolor. Me tapé la
cara con las manos, aguantando toda la frustración guardada en mi corazón
durante todo este tiempo.- Mañana.- No le miré aunque sí escuché sus pasos
alejarse de mí.- Quiero una respuesta.- Y se fue, dejándome derribada en el
suelo, en posición fetal, mientras mis pies luchaban por huir de aquí y buscar
mi libertad.
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