Capítulo 4

 Capítulo 4


Era un baño enorme al igual que la bañera donde me encontraba. Los azulejos del baño eran blancos y negros. El agua estaba a una temperatura ideal y por el rato que llevaba no tardaría en salirme escamas.

Llevaba toda una hora pensando en todas las cosas que habían pasado. Supuestamente, tendría que estar mal por la muerte de mi familia, pero no lo estaba. Me sentía mal por no sentir pena o dolor, pero mi cuerpo no respondía ante esos pensamientos de tristeza.
Mara, la chica de antes, me estaba ayudando a bañarme. Las dos permanecíamos en un profundo silencio. Sólo podía pensar en él. Lo había visto, él me había salvado y me había traído aquí. Existía. Ahora me empezaban a encajar algunas piezas del puzzle. Si fuese verdad que son vampiros, explicaría muchas cosas. La primera, que tras haber pasado una semana del accidente, no tenía ni un rasguño. Mi brazo estaba bien y lo más sorprendente de todo, es que mi cuerpo había cambiado. El pelo lo tenía más largo, tenía más pecho y estaba con un cuerpo que no parecía el mío.

-¿Tú eres cómo ellos?- Tras un largo silencio, me atreví a decirle algo a la chica. Necesita información de todo esto.

-¿Cómo ellos? No sé a qué te refieres.- Pareció salir de un profundo letargo cuando escuchó mi voz.

-A si eres una vampira.- Sonaba ridículo lo mirara por donde lo mirara. Toda la vida sabiendo que los vampiros no existen y me encontré con una panda de locos que decían que sí y lo peor no era eso, sino que decían que yo también lo era.

-Vampiresa. Claro que lo soy.- Dijo sonriendo. Para ella parecía que la respuesta era obvia.

-Todo esto no tiene sentido. Los vampiros no existen.

-La ignorancia de los humanos es lo que nos hace seguir...vivos, por así decirlo.- Su cara se volvió más seria.-Yo también estaba como tú. No me creía nada. Simone y Gordon me convirtieron en lo que soy ahora. Gracias a los chicos y a ellos soy feliz. Sé que es difícil de creer pero es cierto.- ¿A ella también la habían convertido? Necesitaba pruebas de que esto era real.

-Quiero que me des pruebas de que es verdad. ¿Cómo sé que no estáis locos y me tenéis secuestrada para pedir un rescate o algo parecido? El chico de la ropa ancha no me dejó ir a llamar a la policía.- Empezó a reírse en toda mi cara. Esto era el colmo. Aquí la loca parecía yo.

-¿Intentaste llamar a la policía?¿Para qué? Bueno, da igual. Observa esto.- Se levantó del borde de la bañera donde estaba sentada y fue hacia un pequeño armario que se encontraba debajo del lavabo, cogió una cuchilla y vino hasta mí.- Dame tu mano.

-¡¿Estás loca?! ¿Qué piensas hacer?- Sí, definitivamente estaban locos.

-Confía en mí. Con esto lo entenderás todo.- Le dí mi mano y Mara la cogió. Acerco la cuchilla sobre mi muñeca y cortó.

-Es increíble.- Dije incrédula. Al principio se abrió un corte pero luego se fue cerrando poco a poco sin dejar ni una muestra de lo que había sucedido.

-¿Ves? Tenemos ese poder. Afortunadamente nos recuperamos fácilmente de pequeñas heridas. ¿Nos crees ahora?- ¿Qué si los creía?  Había visto como mi piel se cerraba como si no hubiera pasado nada.

-Quiero saber más cosas.- Todo. Lo necesitaba saber todo.

-Eso no me corresponde a mí enseñártelo es cosa de Tom y de que tu lo vayas aprendiendo poco a poco. Pero no te confíes. Esto también tiene sus cosas malas.

-¿Qué cosas malas?

-¿Por qué crees que no puedes regresar con tu abuela? La matarías en cuanto necesitaras sangre. A nosotros nos mueve el instinto más que la razón.

-Sangre. ¿Y la de animales?

-Que daño han hecho las pelis de vampiros.- Dijo moviendo la cabeza en señal de negación.- No nos alimentamos de sangre de animales sólo de humanos. No nos aportan ni una décima parte de lo que nos aporta la de los humanos. Hierro, proteínas, vitaminas,...

-Chicas, ¿Os queda mucho? Vamos a cenar.

La voz de Andreas resonó al otro lado de la puerta del baño.

-¡No, ya vamos! Vamos, date prisa. Voy a ir a mi habitación a buscarte algún pijama. Ahora vuelvo.

-Vale. Gracias por todo.-Y tras dedicarme una sonrisa, salió del baño.

Salí de la bañera y cogí dos toallas, una para el cuerpo y otra para el pelo. Me miré en el espejo y me vi. Estaba cambiada. Tenía una mejor cara, aunque más blanca que antes. Pensándolo despacio, era normal. Estaba muerta. Observé el corte que minutos antes Mara había hecho en mi muñeca. Sólo había una pequeña marca, como un arañazo, en su lugar. Todo esto era de película. No podía estar escurriéndome a mí. Había pasado de ir de vacaciones a Burdeos para estar con mi abuela a estar en Alemania siendo una... vampira.

Abrí la puerta que me llevaría a mi habitación. Porque sí, tenía un baño privado. Cuando entré, había una mujer haciéndome la cama. No la había visto antes y llevaba como una especie de uniforme.

-Hola.- Le dije. Ella se volvió asustada.

-Perdón, Señorita. Creía que ya estaba abajo cenando.- ¿Señorita?

-No se preocupe. ¿Quién es usted?

-Dorota. Soy una empleada que está a su disposición cada vez que guste.- La mujer era educada. Supuse que no tendría más de cuarenta años. Estaba un poco rellenita y con un uniforme negro y rojo.- Le he cambiado las sábanas. Espero que ya se encuentre mejor. Con permiso.- Y se fue.

Decidí husmear un poco la habitación mientras llegaba Mara. Empecé a mirar los armarios que había. Estaban vacíos al igual que los cajones. Miré en más y todos se encontraban en el mismo estado. Parecía que esta habitación no era de nadie ¿Alomejor era el cuarto de invitados?

-Ya estoy aquí. Toma ponte esto.- Mara puso sobre la cama un pijama un tanto “veraniego”, unas zapatillas y ropa interior.- Mañana saldremos a comprarte ropa. Aprovecharemos que es sábado. El lunes tendrás que ir bien vestida, que se note que eres nuestra hermana.- ¿Sábado? Dios si que había dormido una semana.

-¿Dónde tengo que ir el lunes?- Pregunté confusa.

-A la universidad. Estás estudiando medicina, ¿verdad? Tom nos lo dijo el otro día.

-¿Cómo que a la universidad? Yo no sé alemán, no sé por dónde va el curso. - Y me caí al suelo mientras intentaba ponerme el mini-pantalón del pijama.

-Pues claro que sabes alemán. ¿En qué idioma te crees que estamos hablando?- Decía mientras me ayudaba a levantarme.

-¿En francés? Espera, estoy hablando alemán. Te juro por lo que más quieras que yo no sé alemán, en mi vida he estudiado el idioma.- Y se volvió a reír de mí...otra vez.

-Que más da que tú no sepas. Es el idioma de Tom, tienes la necesidad de hablarlo.- Tom. Así era como se llamaba...

-¿Tan importante es Tom para mí?- Me dio miedo hacer esa pregunta.

-Tom es tu Dogma. Dependes de él para todo.

-Mi ¿qué? Bueno da igual... Oye Mara, ¿sabes si he podido haber estado soñando con él antes de qué me convirtiera? Desde que me salvó la vida lo he visto por todas partes.- Mara me miró con cara de “qué me estás contando”.

-¿Qué te salvó? ¡Clarooooo! Ahora lo entiendo todo. Hace poco más de un mes fuimos a Francia de vacaciones y Tom salía todas las noches. Nosotros nos vinimos antes que él y fue cuando pasó el accidente.- Estaba hablando mientras bajábamos las escaleras.- Ya tienes que ser especial. No entiendo el comportamiento de Tom.- Osea, todas las veces que le había visto eran verdad. Todas las noches, esa vez en la carretera. Me observaba.

Bajamos los últimos peldaños y entramos en uno de los salones que yo ya había visto antes desde fuera. Era un gran salón con una enorme mesa rectangular en medio. La mesa estaba puesta. Había multitud de comida sobre ella.

-Sentaos, los chicos están a punto de llegar.- La mujer que había visto por primera vez cuando abrí los ojos, apareció detrás de nosotras. Yo me volví asustada. No la había oído llegar.

-Tengo un hambre que me comería a una vaca por las patas.- Mara se sentó la primera a empezar a picotear.

-Siento haberte asustado. Tendrás que irte acostumbrando.- Pasó un brazo por mis hombros y me acompañó hasta una silla en la mesa.- Este será tu sitio a partir de ahora.- Sonrió y se sentó en una de las sillas que presidian la mesa.

-Gracias.- Me quedaba perpleja mirándola. Era guapísima y tenía unos ojos preciosos. Su sonrisa transmitía mucha tranquilidad como si no hubiera guerras en el mundo, como si las enfermedades y las malas personas no existieran.

-Kathia, llama a los chicos diles que vengan ya a cenar, por favor.- Una mujer con el mismo uniforme que la otra de antes salió en dirección hacía el otro salón que se encontraba al otro lado de la escalera.- Dime Elizabeth, ¿estás mejor?

-Sí. Gracias.- Sentía que no me salían las palabras al hablar con ella.

-Sin duda Tom ha visto lo que yo estoy viendo de especial en ti ahora mismo. ¿Verdad Mara?- Las dos nos giramos a ver a Mara. Ésta estaba poniéndose morada a comer.

-¿Cú? Nu mestabo entegando.- Simone y yo nos empezamos a reír. Nosotras si que no nos estábamos enterando de nada de lo que decía.

-Vaya que bien os lo pasáis en nuestra ausencia.- La figura de un hombre que no había visto antes, salió por el mismo sitio por donde se había ido la que supuse sería otra criada.

-Mi amor, te presento a Elizabeth.- El hombre me miró con una sonrisa en la cara. No tendría más de treinta y cinco años. ¿Por qué él también me resultaba familiar?

-Hola, soy Gordon.- Gordon. Oí antes mencionarlo al chico maquillado. Y tras haber pensado eso, aparecieron por el mismo lugar el rubio platino, el maquillado y él. Gordon tomó asiento en el lado opuesto de la mesa donde se encontraba Simone, Andreas se sentó al lado de Mara, que estaba a mi lado, Bill en frente de ésta y Tom en frente mía.

-¡Qué aprovecheeee!- Andreas metió un grito que casi me deja sorda y empezó a comer.
Tenía un hambre que me moría y yo también empecé a comer aunque podía concentrarme, notaba como sus ojos me observaban. Pero esta sensación no era nueva para mí, ya la había sentido antes.

-Mañana me voy a llevar a Elizabeth de compras. No tiene ropa y creo que la mía no le gusta mucho.- Mara habló después de haberse terminado su sopa e inmediatamente la mujer de antes le quitó el plato.

-¿Puedo ir yo?- Bill, que hasta entonces no había abierto la boca, miró a Mara con cara suplicante.

-No sé, deja que me lo piense...

-Me da igual lo que digas iba a ir de todas formas. A Elizabeth seguro que no le importa.- El chico maquillado me guilló un ojo y a mí se me cayó la cuchara en el plato. No me esperaba esa acción de su parte.

-Me...me...me da igual.- Volví a concentrarme en mi plato de sopa.

-Entonces yo voy también.- Esta vez fue Andreas quien habló.

-Pero, ¿qué pensáis que es una excursión o qué? Que vamos a comprarnos cosas de chicas y no lo vamos a hacer con vosotros delante.

-¡Oh! vamos Marita, no vamos a ver nada que no hayamos visto antes.- Andreas le habló en un tono ¿seductor? ¿Pero estos no eran hermanos? Y Simone y Gordon, ¿no decían nada?

- No lo digo por mi, imbécil. Lo digo por Elizabeth.  Alomejor le molesta.- Y en ese preciso momento todas las miradas del gran comedor se centraron en mi, esperando una respuesta.

-Pues...esto...yo no...

-¿Ves? No le molesta.- Andreas, cómo no, habló otra vez. No me había dejado terminar aunque se lo agradecía. Me estaba empezando a poner nerviosa con tantos ojos apuntando hacía mi. -Pues hecho. Mañana vamos con vosotras. ¿Tú vienes, Tom.-¿¡Queeeeeeeeeeeeeeeeeé?! Aun no me hacia a la idea de que él era real. Es una sensación realmente complicada de explicar. Es como si lo que tuviera delante fuera un fantasma.

-Claro. Yo os llevo.- ¡Dios! Su sonrisa daba miedo. Creo que se dio cuenta que le estaba mirando embobada, en mi mundo de pensamientos, cuando sus ojos se fijaron en los míos. Yo desvié la mirada rápidamente. Prefería no cruzar miradas con él. Debería de preguntarle muchas cosas pero no me atrevía. Era como si todo el mundo le respetara y si él era mi no sé qué se supone que yo debería respetarlo más que nadie, ¿no?

[...]

La verdad es que la ropa de Mara no me convencía demasiado. Por la mañana me trajo unos pantalones (que no sabía como me metería en ellos) muy ajustados, una camiseta un poco... ¿Cuál sería la palabra adecuada? ¿Demasiada "poca tela"? y unos super taconazos que sólo subirte te  daban vértigo. Ese no era para nada mi estilo. Prefería ropa más común.

Tras vestirme, bajé abajo para preguntarle a Mara si tenía algo más discreto. Cuando llegué al recibidor, vi a todos enfrente de la puerta. ¿Me estaban esperando a mí? Dios, con la rabia que me daba que me esperasen.

-¡Whaaaaauuuuuu!- Gritó Andreas de repente.- Te queda mejor la ropa a ti que a Mara.- Y  tras ésta confesión por parte del rubio platino, Mara le dio un golpe en la barriga.

-Esto...yo...yo me...¿me puedes dejar algo menos...más...esto...?- Joder. Cómo le decía yo qué no me gustaba nada esta ropa, que parecía una prostituta.

-Mara, ¿Por qué no le das algo menos tú?- Y el misterioso chico, el tal Tom, dijo lo que a mí me gustaría haberle dicho. Unas gafas de sol me impedían contemplar su rostro. Ni siquiera levantó la cara del móvil.

-Pues no tengo nada más para ella. Porque todo lo que tengo es muy yo.- Dijo ofendida, poniendo especial énfasis en el "yo".

-Ven conmigo. Yo puedo darte algo de ropa mía antigua.- Bill se bajó las gafas que tenía también puestas y me miró con una risa, para mí, ya conocida.

-Vale. Gracias.- Empezó a subir las escaleras y me hizo un gesto para que le siguiera. Este tío era un poco raro. Estaba siendo amable conmigo pero sus gestos y su manera de actuar eran extrañas.

Pude notar de nuevo su mirada clavada en todo mi cuerpo. La mirada de la persona que más miedo me daba y a la vez, me moría por conocer. Quería preguntarle muchas cosas, quería ver de nuevo sus ojos, escuchar su voz,... ¡¿Pero qué estaba diciendo?! ¡Joder! ¡Era un loco que me había traído aquí y qué me miraba mientras dormía! Una persona en su sano juicio no haría tal cosa.

-Pero no es una persona es un vampiro. Creo que eso cambia un poco las cosas.

-¿Qué? Espera, ¿No me digas qué estaba pensando en voz alta?- Dios, Dios, Dios, Dios. La había cagado.

-No estabas hablando. Puedo escuchar lo que piensas. Entra.- Sin darme cuenta, ya estábamos en su habitación. Era, sin duda, mucho más grande que la mía. Las paredes estaban pintadas de negro...Bueno en realidad, casi todo era negro.

-¿Por qué me cuesta tanto creerte?

-¿Por qué tantos por qués?

-¿Qué?- Me estaba vacilando. Sin duda alguna a este le gustaba reírse se mi. Fue directo a una gran puerta que había a la izquierda.

-¡En realidad no tendría por qué escucharte si eres una vampiresa! ¡Sólo te puedo escuchar por dos motivos!- A los dos segundos salió con unos un montón de ropa entre sus brazos.- Toma. Creo que esto te quedará bien.- Lo soltó todo sobre la cama. La ropa tenía un estilo un poco gótico o emo o qué sé yo. Pero la prefería antes que la de Mara.

-¿Qué dos motivos?- Dije pretendiendo ser irónica.

-O eres una humana o eres...virgen.- Y entonces, volvieron a relucir sus perfectos dientes blancos en una sonrisa burlona.- Y suponiendo que ya no eres humana, me decanto por la segunda opción.

-Lo tienes todo. Eres un vampiro, lees la mente de los humanos, ¡Ah! y de las chicas vírgenes. ¿También te transformas en murciélago?

-No. Pero estaría bien. ¿No te vas a cambiar? Tom odia esperar.- Se sentó en la cama como si nada. Encima que se reía de mí en mi cara.

-¿No piensas irte?

-No creo que pueda ver más de lo que ya vi ayer.- Ya no me acordaba de aquel desastroso intento de fuga. Que vergüenza. Creo que me estaba poniendo roja.

-No pienso cambiarme hasta que no te vayas.- Dije cruzándome de brazos.

-Bueeeeeno. Pero date prisa.- Se levantó de la cama y se fue. Había sido fácil.

[...]

Tras habernos bajado del coche que había conducido Tom, llegamos al centro comercial. Era enorme, con un montón de tiendas, restaurantes y salas de juegos.

Andreas se había ido con Bill ha comprarse ropa de Armani (creí entender) aunque no estaba segura ya que esa ropa costaba muuuuuuy cara, pero viendo la casa que tenían... Yo me había ido con Mara a una tienda que según ella, me encantaría.

Mientras veía la ropa me estaba acordando de lo que había pensado en el coche. Quizás ellos eran una panda de locos psicópatas que me tenía secuestrada y estaba empezando a tener el síndrome de Estocolmo y me estaba acostumbrando a ellos. Realmente aún me costaba creerme lo de los vampiros. Era obvio que los vampiros no existían y si existían no creo que fueran super guays a la calle a plena luz del día sólo con unas gafas de sol. ¿Los vampiros no se "desintegraban" con la luz del Sol? Aunque lo del corte que me hizo Mara en la mano me dejó más confundida de lo que ya lo estaba. ¡La herida se había cerrado delante de mis narices! Luego también pensé en lo que dijo Bill, alías el chico maquillado, de que me podía leer el pensamiento. Supo lo que estaba pensando en el momento de acompañarme a su habitación pero a lo mejor lo dije en voz alta sin darme cuenta y él aprovechó ese despiste por mi parte para hacerse el graciosillo.

Me estaba formando tal cacao mental que ni siquiera me di cuenta de que Mara me estaba llamando.

- Tía, que estás en Yupilandia. ¿Ya has elegido lo que quieres?- Aunque por otra parte, parecían tan convencidos de lo que decían.

-Sí, es eso de allí.- Le señale un montón de ropa que había estado agrupando en un pequeño sofá que había en la tienda. -Pero yo no tengo dinero. ¿Quién lo va a pagar?

-No te preocupes tooooooodo está controlado. Yo me voy a probar esto.- Dijo enseñándome un montón de ropa que llevaba en los brazos.- Pruébate tú también lo tuyo y ahora me cuentas.- Se metió en un probador y cerró la cortina.

¿¡Pero qué coño estás haciendo, Elizabeth!? ¡Corre, corre, corre, corre!

Y así lo hice. Mi subconsciente me ordenaba que huyera de allí. No podía seguir creyéndome todo lo que me contaban. Salí de la tienda pitando. No miré hacía atrás. El problema era que no sabía dónde ir. No conocía la ciudad, no sabía cómo llegar a una comisaría de policía y denunciar a esos locos que decían ser vampiros.

La gente me miraba como si estuviera loca. Tenían razón. Una persona en su sano juicio se sentiría afectada por la muerte de sus padres y de su hermana, querría recuperar su vida, habría tenido miedo de esa gente. Pero yo no sentía nada de eso, había reaccionado bien, no tuve ni un poco de miedo al estar con gente que desconocía y que me hablaban de cosas ridículas.

A pesar de estar corriendo por las calles de esa ciudad, desconocida para mí, intentando huir de toda esta historia, una parte de mí me decía no. Me ordenaba que regresara de nuevo a la tienda. Me estaba sintiendo culpable por irme. Pero este sentimiento era absurdo. No podía sentirme mal por huir de unos locos que me habían secuestrado y me contaban historias de vampiros.

De repente, paré. Más bien, me hicieron parar. Una mano tapó mi boca, pude sentir como mis pies ya no tocaban el suelo y como me movía hacía el interior de un callejón oscuro.

-¡¿Se puede saber qué coño estás haciendo?!- Esa voz...su voz. Abrí los ojos lentamente y me lo encontré a dos centímetros de mi cara. Sus ojos brillaban de furia. Sentí como un intenso dolor se apoderaba de mis muñecas. No podía contestarle. Era como si las palabras hubieran desaparecido.-¡Contéstame!- Estaba muy cabreado. Sino fuera porque sería imposible, diría que sus ojos se habían vuelto ¿rojos? Porque sí, desde el primer momento que abrí los míos no dejé de mirarle los ojos, esos ojos que desde que los vi por primera vez, no podía dejar de pensar en ellos. ¿Pero qué estaba diciendo? ¡Di algo, estúpida!

-¡Suéltame, aprendiz de rapero! ¿Crees qué me creo toda esa mierda de qué sois vampiros? Pues te voy a contestar...¡No! No soy gilipollas.- ¿Se estaba riendo? ¡Se estaba riendo!

- Así que aprendiz de rapero, ¿no? Deberías creerte todo lo que te hemos contado. Me parece que al final sí que vas a ser gilipollas. Escúchame, preciosa. Como vuelvas a escaparte te descuartizaré y quemaré todos tus restos en la chimenea. ¿Comprendes?- Todo eso lo dijo sin borrar esa sonrisa que se parecía tanto a la del loco maquillado, también conocido como Bill.

-No...no me...no me das... miedo.- Vale, sí que me daba. Estaba cagada y no sabía si de un momento a otro mis piernas me fallarían y caería al suelo sin fuerza alguna. Aunque de todas formas, estaba más preocupada por el dolor que sentía en las muñecas y por si sus amenazas si hacían realidad.

-Claro que tienes miedo. Si te escapas otra vez no dudaré un segundo en matarte. Lo mismo que te he convertido en lo que eres ahora puedo destruirte. No me toques los huevos.

-¿Pero es qué no te das cuenta que lo que dices no tiene ni pies ni cabeza? Los vampiros no existen y mucho menos, soy yo una.- Había optado por intentar convencerle de que sus ideas no eran verdad. Si estaba loco, poco a poco debería de ir asumiendo la realidad.-Los vampiros no existen.

-¿No? Que pena. Doscientos veinte años pensando que sí. Se lo tendré que decir a los demás.- Estaba claro que pretendía ser irónico. Había algo que no cuadraba.

-¿Qué...has dicho...de los años?- ¿Doscientos qué?- De repente, me enseñó unos largos, blancos y afilados colmillos. Me bloqueé. Era verdad, era verdad, era verdad. ¡Era un vampiro! Se acercó más si cabía. Podía notar su aliento chocando contra mi cara.

-Como decía antes, no me toques los huevos. Si te lo crees, bien por ti, si no, te jodes. Deja de hacerte pajas mentales. No voy a estar detrás de ti cada vez que te dé por irte por ahí. Vámonos.- Quitó sus manos de mis muñecas y empezó a andar hacía la luz fuera del callejón. 

Intenté seguirle pero no pude. Me caí al suelo. No tenía fuerzas para caminar. Cuando se dio cuenta de que no le seguía se volvió. Sus ojos habían vuelto a su color (que supuse era el real). Parecía más calmado que minutos antes, más relajado. De nuevo una sonrisa se formó en sus labios.

-Así qué no estabas asustada. Estaré en la tienda. Date prisa.- Y andando hacía una luz resplandeciente al final del tenebroso callejón, desapareció.

Esa luz. Esa resplandeciente luz me llevaría a mi nueva vida. Una vida de la que aún no sabía las consecuencias que me traería. Una vida en la que sólo existiría él. Pero en ese momento no era consciente de ello.



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