Capítulo 23
Capítulo 23
By Lilith
No había expresión en su cara, ni siquiera la necesidad de seguir con
vida. Sus ojos estaban cerrados quería pensar que soñando. Su tez cada vez era
más pálida e incluso yo era capaz de oír los débiles latidos de su corazón. Su
alma se iba escapando por cada suave y pausada respiración que salía de su
boca. Un aparato enchufado a la red eléctrica lo mantenía con vida mientras él
luchaba por quedarse.
Me encontraba en la misma posición que cuando entré en su habitación.
La escena era de lo más escalofriante y desgarradora. Mis pies se movieron con
miedo a lo que pudiera encontrar tras la puerta pero la imagen era peor de lo
que me había imaginado. Me quedé quieta al observar su cuerpo casi inerte sobre
la camilla, con un respirador artificial y varios sueros clavados en sus
brazos. Iba con esperanzas de verlo bien y feliz pero se fueron cuando lo vi.
Pensaba que no era lo suficientemente fuerte como para soportar que el
Adam que conocía estuviera luchando contra la muerte. El Adam que sonreía a
todas hora para animarme, el que siempre decía tonterías para que me riese se
iba ante mis ojos. Ahora sólo podía ver a un Adam sin vitalidad y que
desconocía.
La puerta se abrió con lentitud y el aroma a una mujer llegó hasta mí.
Una enfermera joven se puso a mi lado y lo observó conmigo. Podía percibir como
la tristeza también invadía su corazón y como aguantaba las ganas de llorar con
toda voluntad.
La enfermera caminó hasta sus goteros y reguló la válvula. No mencionó
palabra. En este momento, sobraban todas.
-¿Eres familiar?- Su voz sonó rota pero firme intentando mostrar algo
de profesionalidad.
-Soy una amiga.- Mis palabra retumbaron bastante en aquella habitación
pintada de blanco. Me sorprendió bastante el hecho de que todavía no hubiera
soltado ninguna lágrima.
-Sólo sus amigos vienen a verlo. Al parecer, no tiene familia.- Se
equivocaba. Adam tenía a su padre, el que se había olvidado de él cuando su
madre se lo trago a Hamburgo.
El silencio nos envolvía y mi cabeza sólo me repetía las mismas
preguntas: ¿Vas a enfrentarte al Parlamento por salvarlo? ¿Lo quieres tanto
como para hacerlo? El autor de la suerte de Adam me había formulado esas
preguntas.
-Tiene padre, creo que vive en Berlín.- Sus ojos se centraron en mí.
Pude apreciar al verla un brillo de ilusión. Puede que estuviera feliz por
saber que Adam no estaba solo.
-¿Sabes cómo se llama y dónde puedo localizarlo?- Algo de emoción se
escapaba entre sus palabras. De pronto, un nerviosismo se apoderó de aquella
chica.
-No.
-Mierda.- La oí murmurar por lo bajo. A Adam se le llegaba a querer muy
pronto y no me extrañaba lo más mínimo que la chica rubia sintiera algo más.-
¿Puedo saber tu nombre? Supongo que querrás que le diga que has estado aquí
cuando se despierte.- ¿Mi nombre? ¿Despertarse? Ambos una mentira. Mi nombre no
era mi nombre y Adam ya no se despertaría.
-Elizabeth.- La chica abrió mucho los ojos cuando mencioné mi “nombre”.
Pude ver algo de incertidumbre es su rostro y algo parecido a confusión.
-Así que tú eres Elizabeth...- ¿Le habría hablado Adam de mí a ella?
Mis ojos volvieron a observarlo. La muerte dormitaba a su lado y en cuanto ésta
despertase, se lo llevaría de mi lado para siempre.- Adam sólo repetía tu
nombre cuando vino casi...- Paró. No era la palabra adecuada para mencionar en
este momento. Mi antiguo nombre había salido de sus labios y yo no había estado
a su lado.- Me voy querrás estar a solas con él.- Asentí con la cabeza y tras
un tímido adiós por su parte, se fue.
Muchas sensaciones correteaban por mi corazón. Por un lado, estaban la
pena y la impotencia por el estado de Adam, por el otro, la rabia y el odio
hacia el que había provocado está situación. Cuando Tom me dijo que había sido
él el que le había mordido, me entraron auténticas ganas de matarlo en ese
preciso instante pero estaba segura que no lo hubiese conseguido. Él me detuvo,
como siempre. Su fuerza era mayor que la de un vampiro normal y yo lo había
comprobado en mis propios huesos. Aunque en estos momentos mi odio hacia él
fuese tan grande que no dudaría ni un segundo en matarlo, sabía que en el
momento en el que su piel tocase la mía y sus ojos me mirasen, no habría nada
que hacer. Eso era lo que más me molestaba, el no poder pegarle cuando más se
lo merecía y me sentía mal por ello y por Adam. Notaba impotencia en mi interior.
Adam no me perdonaría que no le hubiese vengado por su muerte pero...
Mis colmillos reaccionaron ante mis pensamientos. Condenarme a mí o
dejar morir a Adam. Mi cuerpo me pedía que lo hiciese, que clavara mis
colmillos en mi propia piel y derramara la sangre. La sangre de un Sangre Pura
no debe ser derramada jamás y mucho menos para salvar a un humano.
El corazón de Adam emitía latidos cada tres segundos, la muerte se
estaba despertando y pronto se lo llevaría. Un escalofrío recorrió mi cuerpo como
cada vez que sus ojos me miraban pero él no estaba, o tal vez sí. Tom era la
muerte que se llevaba lentamente el alma de Adam. Si no podía enfrentarme cara
a cara con él, lo haría ahora.
No me lo pensé demasiado. Calvé mis colmillos en mi muñeca para que mi
sangre brotara de ella. Veía como grandes ríos de color rojos se resbalaban por
mi brazo. La voz de Tom no dejaba de hacerme las mismas preguntas y yo le había
contestado sin palabras. El olor de mi sangre, de su sangre, se podía percibir
en toda la habitación o incluso fuera. Pagaría un precio muy alto por lo que
estaba a punto de hacer pero sí, quería a Adam y daría mi vida por él si fuese
necesario.
Posé mi muñeca en sus labios y apreté la mano para que saliera más.
Nunca en mi vida se me hubiera pasado hacer esto, darle mi sangre a un humano
para que viviese no estaba permitido pero que más daba. Había hecho algo mucho
peor y que no tendría perdón nunca.
Mi sangre cayó en su boca e incliné su barbilla para que pudiese
tragar. Notaba como mi sangre se empezaba a filtrar en sus venas. Ya no había
vuelta atrás. Me había condenado a mí misma y a Adam por llevar dentro de sí la
esencia de un Sangre Pura y por ser amigo de la hermana del mismísimo demonio.
Sabía que ningún vampiro normal podría hacerle daño y eso me aliviaba.
Sin embargo, estaba Tom, él no pararía hasta acabar con Adam pero yo jamás
permitiría que le pusiese una mano encima sin antes matarme a mí.
Me tumbé en la camilla junto a Adam esperando que su cuerpo reaccionase
con mi vida. Su corazón empezaba a latir un poco más rápido y pronto se
despertaría. Sonreí aliviada. Mi vida a cambio de la suya era un buen precio a
pagar.
[…]
By Adam
Abrí los ojos con lentitud. Los rayos del Sol me deslumbraban
demasiado. Parecía que hubiese estado años durmiendo... Me encontraba relajado
y sin ningún tipo de dolor. A diferencia de como me había encontrado con un
dolor incrustado en todo el cuerpo y notando como mi sangre hervía por mis
venas.
Los ojos de Rachell me miraban desorbitados. Sonreía y lloraba como una
niña pequeña. Estaba realmente guapa cuando lo hacía.
-¡Gracias a Dios que estás despierto!- Me abrazó tan fuerte que tuve
que aguantar la respiración por varios segundos. Mi hombro se humedecía con
cada lágrima de Rachell que se perdía en él.- Ha sido un milagro del cielo que
vuelvas a estar tan bien.
-¿Qué me ha pasado?
-Entraste en coma después del lapsus que te dio, pero increíblemente te
has recuperado. Desde que vino aquella chica...- Rachell se calló. Se
arrepintió en ese momento de las palabras que habían salido de entre sus
labios.
-¿Qué chica?- Probablemente, hubiera sido Carol, Letizia o alguna de
las novias de mis amigos.
-Una tal Elizabeth.- Mi corazón se paró en ese instante, al igual que
mi respiración y mi riego sanguíneo.
-¿Co...Cómo que Elizabeth?- El nerviosismo era patente en mí. Según
Tom, ella estaba muerta.- ¿Cómo era? ¿Cuándo vino? ¿Sabes dónde ha ido?- Las
preguntas salían disparadas de mi boca sin que Rachell captara ninguna.
Necesitaba saberlo ya o me moriría aquí mismo.
-Era una chica no muy alta, con los ojos miel y un pelo rubio
larguísimo. Se fue hace dos horas pero se quedó aquí un buen rato hasta poco
antes de tú despertar.- Había cosas que no me cuadraban. Elizabeth no era rubia
y era imposible que ella supiera dónde me encontraba.- Dijo que era una amiga
tuya.- Me fijé en como sus manos apretaban mi historial contra su pecho y como
lentamente, sus mejillas se sonrosaban.- ¿Es... es tu... novia?- Dejó de
mirarme para contemplar sus pies.
-Ni siquiera estoy seguro si la conozco o no.- Yo también dejé de
mirarla para ver mi móvil. Podría llamarla o mandarle un mensaje, el problema
era aquel gilipollas que había estado a punto de matarme. Según él, estaba
muerta pero según Rachell, esa chica le había dicho que ella era Elizabeth.
-Entiendo.- Empezó a regular el gotero. Tenía una sensación extraña y
un olor que no se borraba de mi cabeza. Su olor...
Cogí mi móvil y observé su número reflejado en la pantalla. El pulso me
temblaba mientras escribía un mensaje. Las consecuencias de éste si
verdaderamente ella ya no estaba, era la de mi muerte definitiva por manos de
aquel demonio.
Puede que no estés ahí pero tan sólo necesitaba decirte que eres lo
mejor que me ha pasado en la vida y que te necesito ahora más que nunca. Si no
eres tú, no me contestes. Borra el mensaje y ríete del estúpido que ama a la
víctima de un
monstruo.
Adam.
Mi mensaje no sería contestado. Elizabeth ya no estaba y Tom se habría
desecho ya del móvil. Lo dejé en la mesa y volví a mirar a Rachell. En sus ojos
se reflejaban la luz que entraba por la ventana. No sabía mucho de ella apenas
lo que me había contado desde que llegué al hospital. Tenía 20 años y estaba de
prácticas en este hospital. Sus padres siempre quisieron que fuese médico pero
ella optó por la enfermería, decía que tenía un contacto más personal con el
paciente. Vivía en un piso alquilado que pagaba con el dinero que le mandaban
sus padres. Rachell era una chica muy simpática y extrovertida a la cual le
encantaba la comida mexicana y pasear descalza por casa. Una chica normal, con
amigos normales y con una vida normal. Una humana simple y mortal. ¿Por qué
siempre me fijaba en lo más difícil de conseguir?
Después de media hora de absoluta soledad con la esperanza de que mi
móvil sonase en cualquier momento, me rendí. Me encontraba realmente bien, sin
una cicatriz o marca de lo que sucedió en el lago. Mi cuerpo respondía bien a
los medicamentos después de haber estado casi muerto. Varios médicos habían
venido desde que Rachell se fue. Me habían sacado sangre, me habían hechos
pruebas, y todavía no habían dado con la solución a tan sorprendente
recuperación.
Un ruido vibrante llegó a mis oídos. Miré hacia donde provenía aquel
sonido y lo vi. La pantalla de mi móvil estaba encendida y en ella, su nombre.
Mi corazón empezó a ir a mil por hora. No debía de hacerme ilusiones porque
posiblemente fuera Tom amenazándome o diciéndome cualquier tontería.
Abrí el mensaje.
Siento no haber estado contigo antes, no sabía dónde estabas. Las horas
para mí se han hecho años desde que nos vimos por última vez. Espero que me
perdones y que hayas disfrutado de mi visita esta mañana. Debería de haber
borrado el mensaje y haberme reído de ti por no ser la víctima de un monstruo.
Recupérate pronto.
Elizabeth.
Las manos me temblaban. No entendía muy bien el mensaje pero era ella.
Sólo ella podría escribir de esa manera tan especial. La sentía a ella al otro
lado del teléfono como hace tiempo.
¿Cómo sé que eres Elizabeth y no Tom?
Lo mandé con miedo a que si era ella realmente se enfadara por no
fiarme de ella. Me hubiera puesto a saltar encima de la cama de felicidad de no
ser porque ya eran más de las dos de la madrugada. Yo no podía dormir, había
estado esperando ese mensaje todo el día y ahora que por fin lo había recibido,
desconfiaba de él.
De nuevo, otro mensaje con el nombre de la misma autora.
Soy Elizabeth aunque ya no me reconozca a mí misma. Las cosas han
cambiado demasiado desde hace semanas. ¿En serio crees que Tom te hubiera escrito
un mensaje como el de antes? Él ni siquiera se habría molestado en contestarte.
Es demasiado tarde y tú deberías descansar. Buenas noches, Adam.
PD: Saludos de Ágatha.
Dejé caer mi cuerpo en la cama. Esta noche dormiría tranquilo sabiendo
que ella estaba ahí. Daba igual que no estuviese aquí conmigo como deseaba todo
mi ser, sólo con saber que esta viva, me era suficiente. La sombra de una
persona se reflejó en la pared de la habitación. Giré la cabeza hacia la
ventana pero allí no había nadie. No hacía falta ser un genio para adivinar de
quién se trataba.
[…]
By Lilith
No podía dormir. El mensaje de Adam me había cogido de improviso y las
huellas de mi delito aún seguían marcadas en mi piel. Mi propia piel quería
recordarme la locura que había hecho y si no fuese suficiente, también mi
cabeza y mi corazón. Había salvado a Adam de una muerte indigna, entonces, ¿por
qué me sentía tan mal? Me sentía como si hubiese traicionado a alguien y un
sentimiento de culpa me invadía por dentro.
Mi cuerpo se había quedado en la misma posición que hacía horas. Estaba
boca arriba, con el pelo esparcido por la cama y los brazos en cruz. No había
bajado a comer en todo el día y estaba hambrienta y sedienta. No tenía ganas de
ver a nadie, sin embargo, sabía que pronto sería llamada por el Parlamento para
acatar las consecuencias de mi acto.
Me levanté de la cama y abrí la puerta. Ya todos estarían durmiendo y
esta era mi oportunidad para andar por la casa. Mis pies descalzos tocaban el
frío suelo que, francamente, se agradecía en estas calurosas noches de verano.
Bajé los escalones con cuidado de no despertar a nadie. El sonido de la
tele me sobresaltó, yo no era la única que estaba despierta a estas horas de la
madrugada. A continuación de bajar las escaleras, me fui con paso lento hasta
la entrada del salón. Su olor hizo que diese un paso atrás y me pensara si
realmente tenía tanta hambre como para entrar. Pero sólo por esta vez, la
oscuridad que le acompañaba no estaba a su lado.
Caminé hasta la cocina no sin antes mirar hacia el sofá. Tom estaba
dormido y tirado a todo lo largo del sofá y aun así le faltaba espacio para
recoger todo su cuerpo.
El no sentir el miedo que me provocaba era sólo porque estaba dormido.
Parecía tan inofensivo así...
Entré en la cocina y cerré la puerta con cuidado. Corrí como una loca
hacia la nevera y saqué todo lo que me apetecía, entre esas cosas se encontraba
una botella de sangre.
Vertí el líquido rojo en un vaso y lo metí en el microondas. En un
minuto mi vaso estaría listo para tomar. Me senté en la silla y empecé a comer
como una loca. La perdida de sangre, los nervios y la ansiedad hacían que mi
apetito se incrementase y con él, mi sed.
En menos de dos minutos me había comido todo lo que había sacado y
seguía teniendo hambre. Me había bebido un botella y media y esa maldita sed no
desaparecía. Sabía lo que necesitaba pero me negaba a ceder. Cuando era
pequeña, después de la primera vez, su sangre se convirtió en un alimento que
no podía faltarme cada cierto tiempo. Hoy era un día de esos. Cuando un Sangre
Pura pierde sangre tarda más que el resto de los vampiros en crearla. Estamos
muertos y nuestro cuerpo no produce lo que necesita. ¿Cuál era la solución para
que mi cuerpo cogiera la sangre que le faltaba? Tomar la sangre de otro Sangre
Pura. Por eso nosotros nunca debíamos perder sangre o de lo contrario
tendríamos que robarle la sangre a nuestros familiares.
Mi cuerpo se movió por inercia hasta la puerta y la abrió. No era yo la
que controlaba mis pies sino mi instinto animal. El sentido más bajo que
teníamos los vampiros, el que nos controlaba y hacía sacar a la bestia que
llevábamos dentro.
Fui hasta el salón con miedo a que se despertara y chafara mis planes.
Me paré justo detrás del sofá y cuando realmente estuve decidida a hacerlo,
asomé mi cabeza por delante. Tom no estaba allí. Los nervios se instalaron en
mí. El que Tom no estuviera durmiendo significaba que podía estar en cualquier
otro lado. Otra vez aquellos asquerosos escalofríos que me avisaban del peligro
que corría si me quedaba aquí parada más tiempo.
Me volví con la intención de irme cuando sus ojos chocaron con los
míos. Su mirada estaba apagada y sin vida, como siempre, pero esta vez había
algo más. Algo dentro de él no iba bien. La mirada de ira hacia mi persona
había crecido aunque sus ojos no estaban rojos. Tom era realmente peligroso de
ambas maneras.
Mis pies reaccionaron de la única manera que sabían, huyendo sin ni
siquiera mirarlo. De nuevo mi intento de huida se vio frustrado cuando su mano
agarró mi brazo al pasar por su lado. Su piel al contacto con la mía me quemaba
y a la vez me provocaba algo imposible de describir. Tenía la cabeza gacha
mientras su mano apretaba más el agarre.
No le costó mucho tirar de mi brazo y poner mi muñeca ante sus ojos. La
herida me quemaba y a la vez me avergonzaba. No quería que él la viese, todos
menos él.
-Lo has hecho.- Frío. Así era él y así me dejó. Las ganas de llorar
crecían en mí, Elizabeth volvía a florecer delante de él y yo odiaba que lo
hiciese.
-Yo...- Su mano soltó mi brazo con un golpe seco. Su increíble fuerza
siempre se ensañaba conmigo. No me sentía víctima por ello ya que me lo
merecía.- No podía dejar que se muriera y mucho menos si era por tu culpa.-
Intentaba hacer frente a Elizabeth dentro de mí y que saliera el animal que
llevaba dentro. Aquel animal que había tenido encerrado toda mi vida cada vez
que estaba con él. Pero él ya no era el Tom de hace siglos ni yo la tonta y
estúpida niña que quería a su hermano. Tom ahora era un monstruo sin escrúpulos
al que le daba igual a quien matar para su propio beneficio y yo, yo ya no
sabía quién era realmente. Sin duda, no aquella niña que hubiera dado su vida
por la de él. A ella también la tenía enjaulada para que no volviese a salir.
Esa niña me provocó demasiado dolor.- Me das asco, tú y todo lo que
representas.- Me planté frente a él mientras éste me miraba serio intentando
descubrir a una Elizabeth ya muerta en mi interior.- Has tocado a alguien
demasiado importante para mí y eso no te lo voy a perdonar en la vida.- Sentí
como mis colmillos se hacían hueco en mi boca y como mi sangre empezaba a
hervir.- Eres un monstruo sin una pizca de humanidad en tu interior, capaz de
hacer daño a la persona más inocente porque disfrutas ver como la gente muere
ante tus ojos.- No me había dado cuenta pero lo había acorralado contra la
pared. No se movía, simplemente me miraba.- Odio compartir la misma sangre
contigo, odio verte, odio sentirme y te odio a ti. Te odio más que a nadie en
esta vida.- Una sonrisa leve salió de sus labios. La ira se podía notar en mis
ojos y en cada célula de mi cuerpo.
-Lo sé.- Pocas palabras para hacer que mi corazón diera un vuelco. Sus
venas resaltaban ante mis ojos. La sed de sangre, de su sangre, no me dejaba
tranquila y él lo sabía. Sabía que me moría por beber su sangre y que no
pararía hasta conseguirlo.- No eres la única que me odia aun así, por mucho que
me odies...- Apretó fuertemente los puños y de un fuerte golpe estrelló mi
cabeza contra la pared donde él había estado apoyado antes. Escuché como se
abrían grietas en la pared por el golpe. Sus ojos seguían fijos en los míos
pero a diferencia de otras veces, sus ojos seguían con su color miel.-
Contéstame, ¿qué tengo que hacer para odiarte yo también?- El odio, la ira, la
sed de venganza y todo lo que había estado acumulando desaparecieron. Yo no
sentía nada sólo veía como me iba haciendo de nuevo pequeña, como la jaula de
aquella niña se abría y la dejaba escapar y como ésta me gritaba que él era mi
hermano, sangre de mi sangre y la persona con la que cometí la mayor de las
atrocidades.- He intentado odiarte con todas mis fuerzas. Me fui para odiarte,
no pisaba mi casa por no verte, dejé de ver a mi hermano para no verte a ti y
en vez de que me repugnes sólo he conseguido el efecto contrario.- Las lágrimas
se escapan por la impotencia. Sí, impotencia era lo que sentía. Mi alma me
pedía que me lanzara a sus brazos para notar como mi hermano había vuelto
conmigo, pero mi cabeza me decía que no me moviese.
-Lo siento.- Bajé la cabeza y pequeñas gotas cayeron al suelo.- Siento
haberte dicho cosas que no siento.- Levanté la cabeza y lo volví a mirar.- ¿Qué
es esto que siento por ti? Me oprime el pecho y no me deja vivir tranquila. No
quiero que sea lo que pienso pero cada día que pasa ese sentimiento se va
haciendo más grande y va a acabar por matarme.- Sus manos agarraron mi cintura
y me llevaron hasta él. Mi cabeza se posó en su pecho mientras mis lágrimas le
mojaban la camiseta. Llevaba tiempo intentando decir en voz alta lo que sentía
y al hacerlo, mi cuerpo se había liberado de unas cadenas que me impedían
moverme.
Su cuerpo se inclinó hasta poner su cuello a la altura de mi boca. Su
olor era el mejor aroma que podía percibir mis sentidos. Agarré su camiseta
para poder elevarme y morderle. Pasé mi lengua por su cuello recorriendo la
zona que pronto se inundaría de su sangre.
Oí como mis colmillos desgarraban su piel y el suspiro que se le
escapó. Su sangre penetró directamente en mis venas sin hacer el recorrido
propio. Sabía tan bien que por un momento dejé de sentir nada por fuera porque
todo lo que necesitaba lo tenía conmigo y lo que necesitaba era a él, a mi
hermano.
Quizás el sentimiento que sentía por Tom sólo era el cariño que se le
tiene a un hermano. Confiaba en que a partir de ahora él y yo fuésemos como
antes. Yo siempre observándolo de lejos pero sin hacernos daño mutuamente. Él
no me odiaba porque yo era su hermana y yo no lo odiaba porque no podía.
Abrí los ojos desmesuradamente cuando noté como con algo afilado me
arañaba el cuello. Mi sangre empezó a escurrirse por él y Tom lamió cada gota
que brotaba de él. Paré de beber su sangre para centrarme por completo en notar
como todo mi cuerpo disfrutaba de este momento. El dolor que provocaban sus
colmillos al clavarse en mi piel no estaba porque tampoco estaban sus
colmillos. Habíamos infringido normas antiquísimas por las cuales se había
regido nuestra especie. Dos hermanos que bebían del otro era algo impuro
incluso para los vampiros. ¿Pero había algo mejor que estar compartiendo este
momento con Tom? No, sin duda este era el mejor día de mi vida.
Nuestros cuerpos cayeron al suelo hartos de la sangre del otro y a la
vez cansados por la perdida de ésta. Mis ojos se fueron cerrando lentamente
notando como él seguía ahí mientras yo volvía a notar su aura siniestra. Pero
ya nada podía ir mal, ¿no?
[…]
By Tom
La cogí y empecé a subir las escaleras con ella en brazos. Debería de
haberla dejado en el sofá porque las fuerzas no me daban para mucho. Ella sabía
de sobra dónde morderme para encontrar más sangre y yo todavía no conocía dónde
estaba su punto débil.
A pesar de mis pocas fuerzas en este momento, conseguí llevarla hasta
su habitación y tumbarla en la cama. Hoy se había llevado todo el día aquí
encerrada. La visita al hospital para ver a Adam la había dejado peor de lo que
pensaba.
Las marcas de sus colmillos tardarían mucho en desparecer de mi cuello
pero las mías, iban borrándose lentamente del suyo, al igual que las de su
muñeca. Le había dado su sangre a Adam cuando pensé que no lo haría. Todos mis
planes se vieron arruinados cuando vi como se mordía y le entregaba algo que
era mío. Su sangre era mía y de nadie más y a partir de ahora la necesitaría
mucho más que antes.
Había intentado luchar contra los impulsos de beber hasta la última
gota de su sangre pero me lo debía. Me había enfrentado al Consejo por ella y
ahora mi cuerpo se había convertido en el de un simple mortal. Todo mi instinto
animal había desaparecido para dar paso a algo que todavía no había llegado a
comprender.
El Consejo me había impuesto el peor castigo que me podían poner, me
habían marcado con la Cruz y eso me debilitaba hasta llegar a parecer un
humano. No podría salir de día a partir de ahora y mi cuerpo sólo se
alimentaría de sangre. Había caído en pozo en el que no sabía muy bien cómo
salir. Ni siquiera me reconocía en lo que pensaba o hablaba.
Salí de su habitación y me dirigí a la mía. Pronto se haría de día y no
podría estar más tiempo aquí. Los pasos de alguien a la espalda me mostraron
que no estaba solo por el pasillo. Me volví intentando averiguar de quién se
trataba y ahí estaba él. Su cara sin maquillaje me dejaba ver el enorme
parecido que teníamos. Estaba en pijama y con un vaso de sangre en la mano. Se
habría despertado al oler la herida abierta de mi cuello.
-¿Qué haces despierto?- Intenté no darle más importancia de la que
realmente tenía. Bill sabía lo que yo planeaba y a su vez, lo que estaba
dispuesto hacer.
-He ido a traerte esto.- Me enseñó el vaso de sangre que llevaba en la
mano.
-No te hubieras molestado, ya me he hartado.- Sus ojos se achinaron y
se centraron en mi camiseta llena de su sangre.
-Lo sé. He limpiado el suelo del salón antes de que los demás se
despertasen.- Bajó la cabeza. La situación no le había hecho gracia pero a mí
sí.
-¿No te das cuenta, Billy?- Me acerqué a él sonriendo y Bill dio un
paso atrás evitándome.- Si limpias las huellas de un asesino te conviertes en
su cómplice y por lo tanto, en asesino también.- Cogí el vaso que agarraba y me
lo bebí de un trago.
-Pero tú tampoco te has dado cuenta de algo.- Levantó la cabeza y me
miró a los ojos. Me desafiaba con la mirada y a él era el único que se lo podía
permitir.- Eres mi hermano y te quiero pero se te olvida algo, ella también es
mi hermana y haré todo lo que me sea posible para protegerla.- Una lágrima se
escapó de sus ojos a la cual él arrastró con su mano.
-Creía que ibas a colaborar conmigo. Si lo voy a hacer es por ti entre
otras cosas.- Aunque no lo sintiera sabía que Bill ahora estaba indeciso. Creí
haberle convencido para que me ayudase a llevar a cabo mis planes.
-¿Por mí? Todavía no entiendo por qué la odias tanto. Antes no era
así.- Su voz estaba ronca por las ganas de llorar. Esto le superaba.- Sólo te
digo que si vas a hacerlo no sea delante mía. La quiero demasiado.- Sentí como
mi cuerpo reaccionó ante esa frase.
-Es por eso por lo que lo hago. Sabes que no esta bien enamorarte de tu
hermana.- Bill me lo había confesado el primer día que la vio. El ridículo
sentimiento que había captado a primera vista, el amor.- Tranquilo no sufrirá.
Se irá de la misma forma que vino, con mis propias manos.- Me di la vuelta y
comencé a caminar hacia mi habitación.
-Ella no debería de haber nacido, ¿verdad?- Me detuve. Él también conocía
el peligro que corríamos teniéndola en casa.- Si ella desaparece nuestro pueblo
no correrá peligro.- Me lo decía a mí pero en el fondo, lo que intentaba era
convencerse a sí mismo.- Sólo lo estamos haciendo por el bien de todos, no
somos malos. Dime que no Tom.- Lloraba y yo odiaba verlo así, por eso, no me
giré para mirarlo.
-Tú no eres malo, Bill. Nadie es malo. El malo soy yo.- Mi vista se fue
hasta la puerta de su habitación. Estaría durmiendo, ajena a todo lo que
realmente sucedía a su alrededor.
-Sé que en el fondo no eres malo.- Su mano se posó en mi hombro.-
¿Existe alguna posibilidad de no hacerlo?
-Lo intenté en el lago Sörion pero ella le ha dado su sangre. Ha
desatado a la bestia que ese capullo lleva dentro.- La mano de Bill se aferró a
mi hombro.
-Va a matarla, Adam va a matarla.
-Tenemos que acabar con ella antes que lo haga él o ellos nos mataran a
todos.- Por lo que había estado luchando se había vuelto en mi contra. Desde
que nació Lilith, lo prohibido para el hombre, ellos la habían estado buscando.
Matarla y beber su sangre los convertiría en la especie más fuerte condenando a
los vampiros a ser demonios de la noche como en un principio. Si lo hacíamos
nosotros, todo seguiría como ahora... si no lo hacíamos, el que acarrearía con las
consecuencias sería yo. La parte que desde que se fue había tenido encerrada,
saldría, y eso no lo podía permitir.
-¿Qué vamos a hacer?- No me había dado cuenta de que Bill se había
puesto delante mía y me miraba con los ojos aguados. Siempre la había amado y
yo había estado al margen de todo, viendo como ellos eran una sola persona y
como esa asquerosa batalla de sensaciones se libraba en mi cuerpo. Cuando ella
se fue, la batalla la ganó el instinto. Ahora que ella había vuelto, se libraba
otra con los mismos participantes.
-Tú nada. Mañana me la llevaré a dar una vuelta y lo haré, derramaré
toda su sangre y todos seremos libres.- Aparté a Bill y me encerré en mi
habitación.
Nunca en los miles de años que llevaba vivo había estado tan indeciso
como ahora. Tenía que matarla por el bien de todos y el mío, para que la
batalla volviese a tener el mismo ganador, pero por otro lado, sentía que algo
se me olvidaba. La promesa que le hice se esfumaría mañana cuando la matase. El
día en el que la Luna brillaba con fuerza y la lluvia golpeaba contra los
cristales juré que siempre la protegería. Ahora, esa promesa se había esfumado
y de ella sólo quedaba una rosa, la rosa que le di aquel día.
La luz del pasillo que entraba por la puerta desapareció. Observé como
unos pies se movían por delante de la puerta. Su olor llegó hasta mí. Estaba
ahí, parada e indecisa, puede que con miedo a que el monstruo saliera y le
volviera a hacer daño. La máscara que me había puesto antes en el salón sólo
había sido eso, una máscara.
Anduve despacio hasta la puerta y agarré el pomo. Podría abrirla y ver sus ojos llenos de luz de nuevo, pero
no lo hice. Me quedé quieto sintiendo como ella seguía al otro lado y notando
dentro de mí cada lágrima que resbalaba por su cara.
El ganador de la antigua batalla estaba perdiendo y con él, mis ganas
de acabar con ella. Quizás sólo necesitaba sentir que Lilith seguía estando
ahí, que era la hermana a la que juré proteger pero no la veía así. Ya no la
sentía como una hermana sino como alguien que hacía que el perdedor de la
antigua guerra ganase terreno en mi cuerpo y que todo el odio que sentía por
ella se fuera esfumando poco a poco.
Me aparté de la puerta y me tiré en la cama. El no tener fuerzas me
cansaba demasiado. Borré de mi cabeza todo pensamiento nuevo para mí y me
centré en la bestia que seguía llevando dentro. Mi auténtico ser volvería
florecer cuando el Consejo me retirase este castigo. ¿Por qué lo hice? No lo
sabía. Simplemente lo hice porque me apeteció. Me apeteció ser yo quien sufriera
un castigo. Hacía tanto tiempo que nadie me decía lo que tenía que hacer que
deseé sentirme como un vampiro más.
Mañana acabaría con la causante de la lucha entre Adam y yo, la lucha
entre Hombres Lobo y Vampiros que se había llevado acabo desde que ella nació.
Lilith debía morir.
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