Capítulo 20

Capítulo 20       


By Adam


 Un escalofrío me recorrió la espalda. La ventana de mi habitación se había abierto de par en par haciendo un ruido estridente al chocar los cristales contra la pared. Me levanté a cerrarlas y a echar las cortinas. Aunque estuviéramos a mediados de julio por las noches refrescaba. Miré hacia el cielo. Estaba despejado y sin ningún rastro de nubes pero desde hace unos días la Luna no había cambiado de color. Según algunos expertos, nosotros la veíamos así por culpa de la capa de ozono que no filtraba todos los rayos, dejando sólo los infrarrojos. Juraría que desde ayer estaba empezando a coger una tonalidad más rojiza... Algo nuevo estaba pasando y no sabía si bueno o malo.

Me volví a sentar en el escritorio. Tenía que terminar el inventario de la tienda y entregárselo mañana al señor Dret. Llevaba desde las siete con las malditas cuentas que no me salían, nunca fui bueno en matemáticas. Miré el móvil que estaba a mi derecha. Desde el día de la discoteca no la había vuelto a ver. No me atrevía a llamarla ni ha mandarle ningún mensaje. Seguramente estaría enfadada conmigo por mi actuación. Estaba tan borracho que no me acordaba de parte de lo hice pero sí de cuando la besé. Los ojos de Bill al verme los tenía grabados en mi cabeza.

Ella en vez de empujarme para separarme, simplemente me sonrió. Su sonrisa era tan maravillosa. Me encantaba verla sonreír con esa naturalidad aunque en realidad no estuviera feliz. En sus ojos aún se podía apreciar vida a pesar de haber estado convirtiéndose en una de ellos. Su sonrisa era la sonrisa triste y fingida más hermosa que había visto nunca.

Cogí el teléfono y decidí enviarle un mensaje. Simplemente necesitaba saber que seguía ahí y que estaba bien. Lo mejor para mí sería escuchar su dulce voz pero no estaba preparado para llamarla.


Cómo estás? Hace mucho tiempo que no hablamos.
Espero que no estés enfadada conmigo por lo de la otra
noche. No te hice caso y bebí demasiado :-S
Contéstame pronto. No soporto estar sin saber nada de ti.
Adam.


Dejé el móvil sobre la mesa y me intenté concentrar de nuevo en el inventario. Hoy habíamos hecho una caja impresionante. Los turistas se incrementaban en los meses de verano. Nunca entendería como habiendo países en los que había playas y sol se vinieran a Alemania donde no hacía tanta calor y sólo en el norte había playas y frías. Miré el teléfono de nuevo. Normalmente no tardaba tanto en contestar. ¿Se habría enfadado realmente? Aparté la vista. No podía estar pendiente del puñetero móvil por si me contestaba o no. Tenía trabajo que hacer y yo estaba pendiente del móvil pero cuando volví a mirar el montón de hojas con millones de cuentas, la pantalla del móvil se iluminó y sonó la música que me indicaba que había recibido un mensaje. En la pantalla estaba su nombre. Las manos empezaron a temblarme y el corazón a ir a mil por hora.

Abrí el mensaje.

Mañana a las 18:00 en el lago Sörion.

¿Ya está? ¿Eso era todo? Quizás sólo quisiera quedar para decirme que era un cerdo por haberla besado sin su consentimiento, o para vernos, o simplemente para hablar... Mi cabeza estaba barajando millones de hipótesis de lo que sucedería mañana. Esta noche no podría dormir con tan sólo pensar que la volvería a ver de nuevo.

Todavía no me quitaba la imagen de su cuerpo completamente desnudo y débil bajo mi cuerpo. Temblaba de la manera más inocente que había visto nunca. Lo hacía por obligación y yo lo sabía. Ella nunca quiso acostarse conmigo pero yo también sabía que a ella no le gustaba estar convirtiéndose en eso. Entonces, ¿por qué lo hizo? Esa noche tuve que ir al urgencias por el golpe tan fuerte que me había dado ese capullo. Me rompió la nariz y me dislocó el hombro. Tom hubiera llegado a más pero Elizabeth estaba sangrando demasiado como para dejarla allí y centrarse en mí.

Sus ojos inyectados en sangre fue todo lo que me dio tiempo a ver antes de salir despedido a la otra acera. Demasiado poco me hizo, él hubiera sido capaz de haber llegado a más si hubiese querido pero eso no estaba en sus planes. Siempre, desde que lo conocía, pensé que estaba planeando algo. Su vista siempre se encontraba perdida maquinando cosas horribles.

Recordaba la primera vez que los vi. Tenía seis años cuando ellos entraron en el mismo colegio donde estaba yo. Eran dos niños muy extraños y asombrosamente parecidos. Eran rubios y tenían mi edad pero parecían mucho más maduros por la manera que tenían de comportarse.

Los días pasaban y Tom no hablaba con nadie que no fuese con su hermano. Bill, sin embargo, hablaba con todos y jugaba incluso conmigo. Él me contó que sus padres se habían separado y que su madre ahora vivía sola con ellos en una casa muy grande. Cuando le pregunté que si tenía abuelos, él sólo contestó: "Están bajo el suelo". La sangre se me heló cuando me dijo eso pero enseguida entendí que estaban muertos.

Un día, la profesora nos dijo que trajéramos a la clase nuestras mascotas y que se la presentáramos a nuestros compañeros. Yo llevé a Rummy, el gato que me había regalado mi padre por mi cumpleaños. Cuando llegué a clase, todos tenía a sus mascotas, perros, gatos, pájaros, conejos, hasta una lagartija, pero los únicos que no trajeron nada fueron Tom y Bill.

En el recreo todos estábamos enseñándonos nuestros animales y uno de mis amigos empezó a burlarse de Tom y Bill por no tener mascotas. Bill empezó a llorar por las atrocidades que le decía aquel niño. Yo sólo podía mirar a Tom. Tenía la cabeza gacha, mirando el suelo y con los puños apretados. No dijo nada, sólo cogió a Bill de la mano y se fue.

Cuando volvimos a clase al día siguiente, el chico que se había metido con los gemelos vino llorando. Todos nos preocupamos mucho y preguntamos qué le pasaba. Su respuesta hizo que desde ese momento tuviera un miedo incalculable al apellido Kaulitz.

El chico nos contó que por la mañana, cuando se había levantado, su gato estaba sin cabeza y crucificado boca abajo en la pared. Dijo que la sangre había manchado todo el suelo, la pared e incluso, su propia cara. Por mi mente sólo pasó el nombre de Tom. Algo me decía que había sido él pero no se lo dije a nadie. Me guardé mi miedo hacia él hasta ahora. Miedo que desde el día del accidente se convirtió en odio, un odio profundo que corría por mi sangre y el cual no pararía hasta acabar con su misera existencia con mis propias manos.

Hasta mañana.

Esa fue mi única respuesta a su corto mensaje. Era breve y vacío. Podría sonar raro pero cuando me mandaba un mensaje podía incluso verla a través de él. En este no veía nada sólo oscuridad.

Ordené los papeles y los guardé. Tras mucho esfuerzo ya había conseguido terminar aunque eso no significaba que esta noche durmiera tranquilo. Sólo pensar que la vería mañana hacia que mi corazón latiera con muchísima fuerza. Ver sus ojos era lo que más deseaba en estos momentos.


[...]



A estas horas no había mucha gente por las calles. Parejas paseando, gente sacando a pasear a sus perros, familias con sus hijos y muy pocos como yo. Crucé la carretera que me llevaría hasta el enorme lago. Había venido andando desde casa. Me encantaba caminar y sentir el aire del verano en mi cara. 

Una pelota roja se paró ante mis pies. Era igual a una que yo tuve cuando pequeño. Solía venirme a jugar a este mismo lago mientras mi madre leía sentada en la hierba. Me podía llevar todo el día jugando sin parar.

Unas pequeñas manos atraparon la pelota. Me fijé en el niño de unos cinco años que la había cogido. Tenía el pelo negro como el carbón y unos ojos azules muy bonitos. Cuando me vio, esos ojos desaparecieron y se tornaron rojos. Lo que suponía, era un vampiro. Salió corriendo con su balón en la mano hasta alcanzar a los que parecían sus padres.

El lago Sörion se llevaba de vampiros a estas horas. Cuando los mortales como yo nos íbamos a cenar y el sol se ponía. Empezaba así la noche, la fiel guardiana de estos demonios. Observé como el niño y sus padres se perdían en el horizonte. El hombre era el vampiro. Podía distinguir ese aura oscura que rodeaba a todos los de su especie. Sin embargo, la mujer, era débil y frágil con esa pequeña luz que nos distinguía de ellos. No sabía por qué me resultaba tan curioso. La LCS era la norma primordial para los vampiros. Ley de Cruce de Sangres, eso era lo que significaban las siglas. Mi madre me habló mucho de esa ley. Los vampiros no podían procrear entre ellos y eso significaba que nunca se podían enamorar de otro miembro de su especie. El objetivo: no crear Sangres Pura, los vampiros más fuertes y con mayor potencial de todos. De ahí, mi miedo incontrolable hacia cualquier vampiro con el apellido Kaulitz. Ellos eran como la realeza entre los vampiros pero con mayor poder que la de los mortales. Controlaban todo lo que tuviera que ver con su mundo y nada se podía hacer si antes pasar por manos de Jörg Kaulitz.

Lestaf. Convirtió a una humana y fruto de esta relación nacieron un niño y una niña. Al ser los únicos vampiros entre todos, decidieron que sus hijos tenían que unirse y crear más como ellos. De ahí nacieron dos niños. Las historias religiosas cuentan estas historias como cuentos para no traumatizar a los creyentes. Adán y Eva sólo eran los nombres que la biblia les dio a Lestaf y Beatrice. Después de eso, Lestaf empezó a convertir a gran parte de la población mundial, éstos a otros muchos y así hasta nuestros días. Los nietos de Lestaf fueron los primeros sangre completamente pura. Los primeros sangre pura junto a su abuelo. Los primeros vampiros en su máxima potencia.

Los vampiros se dividían tres bloques. El primero, el de los Sangres Pura o más conocido como el de los Kaulitz, el segundo, el de los Nobles, vampiros o descendientes directos de los convertidos por Lestaf y por último y esta vez sí menos importante, los Clase E, los vampiros convertidos por Nobles o por otros convertidos. A los que tenían la suerte de ser convertidos por Sangres Pura, pasaban directamente al segundo bloque. Un escalofrío me recorrió al recordar que mi dulce Elizabeth se había convertido en una Noble y ella ni siquiera era consciente de ello.

Mi madre me contaba esas historias antes de irme a la cama. Me encantaba todas esas historias imaginarias sobre vampiros. Un día, al conocer a Tom y Bill, supe que todo era verdad, que mi madre sólo me había estado describiendo el mundo que pasaba inadvertido para los tontos mortales. ¿Cómo sabía ella todas esas cosas? Nunca lo supe pero ellos sí y también sabían que yo conocía toda la verdad sobre ellos. Estoy seguro que mató a mi madre por descubrir algo más, algo que no le hizo gracia que supiera. Quitó de mi lado a la persona más importante en mi vida y eso no se lo podría perdonar nunca. Quizás fuesen celos hacia mí, o el odio hacia mi madre por haber arrebatado su familia o simplemente por puro placer. Recordaba aún esa noche en la que mi madre cogió esa foto, la de la niña que yo tenía tapada, y salió disparada con el coche. ¿Quién era esa niña?

Miré el reloj, las 19:30, ya estaba anocheciendo y Elizabeth no había llegado. Lo mejor sería que me fuera. Si no había venido ya, dudaba mucho que viniese. Me levanté del banco en el que me había sentado. Ya la Luna rojiza estaba empezando a asomar de entre las montañas y el Sol se estaba sumergiendo en el agua del lago.

Sentí la presencia de alguien. Sabía de sobra quién era. Sólo él podía provocarme esa sensación tan espeluznante. Mi corazón latía con fuerza y mi respiración se empezó a agitar. Un sudor frío empezó a emanar de mi frente y manos.

-¿Qué...qué ha...ces...aquí?- Tuve miedo al formular esa pregunta pero tenía que hacerla. No me atrevía a mirarlo a la cara. Prefería darle la espalda aunque no supiera si de un momento a otro me mataría.

-¿No te alegras de verme?- Su tono de burla me estaba empezando a crispar los nervios.

-No mucho.- Me volví y le miré. Sus ojos no estaban rojos como solían estarlo las veces que había estado con él. No sabía si eso era bueno o no...- ¿Dónde está Elizabeth?- Sólo pude llegar a la conclusión de que le hubiera impedido salir para reunirse conmigo. Sonrió.

-Uhmm...Digamos que...- Miró al cielo con esa malvada sonrisa. ¿Se estaba burlando de mí?-... no entre nosotros.- La sonrisa desapareció para dar paso a una seriedad imponente. Los pájaros que había en los árboles de los alrededores emprendieron vuelo hacia el cielo haciendo un ruido ensordecedor.

-¿Qué le has hecho?- No sabía cómo pero mi cuerpo se abalanzó sobre el suyo con la intención de matarlo en ese mismo momento. No hacía falta decir que mi intento de asesinato se vio abolido por su mano. Me agarró del cuello y me empotró contra un árbol, y todo eso con una mano mientras sonreía.

-Adam, Adam.- Dijo negando con la cabeza.- Ya deberías de haberte dado cuenta que estas cosas no funcionan conmigo.- Su sonrisa se esfumó y sus ojos rojos volvieron a hacer acto de presencia.

-¿Dón...dónde...es...tá...Eliza...beth?- El aire llegaba con dificultad a mis pulmones y la garganta me picaba. No podría aguantar mucho tiempo así.

-Ya te lo he dicho, no entre nosotros.- Rezaba porque no le hubiese hecho nada malo a Elizabeth porque lo mataría con mis propias manos o moriría en el intento.- Deja de mandarle mensajitos, no te va a contestar. Es más, dudo mucho que quiera volver a verte.- Mis manos se aferraron al brazo que me mantenía a varios pies del suelo. Ya no veía con claridad y no tardaría en caer inconsciente.- Ha estado muy mal por todo lo que ha pasado.- Seguía con su ironía y su cinismo como si le estuviera hablando a un niño pequeño.- Y yo estoy muy enfadado contigo. ¿Te acuerdas de la noche en la que te la follaste? La hiciste sangrar. Deberías de haber sabido que la dulce Elizabeth era muy frágil y se hacía pupa con nada.- Me caí al suelo cuando su mano se apartó de mi cuello. Empecé a toser como un loco y a coger bocanadas de aire.- Y luego vas y la besas sin que ella te lo pida. Si no hubiera llegado Bill, estoy seguro que te la hubieras vuelto a follar en medio de la pista.- Encendió el cigarrillo que tenía en la boca y expulsó el aire lenta y tranquilamente.

-Elizabeth no es una chica con la que follas sino con la que haces el amor.- Escupí aquellas palabras. Nunca pensé que ella fuese una chica como las otras. Era dulce, delicada y tan débil que daban ganas de abrazarla y no soltarla nunca.

-Era.- Dijo mirando la Luna, la cual se había hecho dueña del cielo.

-¿Qué?

-Hablas en presente. Te he dicho que no está entre nosotros. ¿Ves como no escuchas?- Algo en lo más profundo de mi interior pareció romperse cuando le oí decir eso. Me levanté del suelo y saqué la navaja que siempre llevaba en el bolsillo de mi pantalón. Aproveché que estaba dándome la espalda mirando la Luna, para coger carrerilla y clavársela a la altura del corazón. Sabía de sobra que podía haberla esquivado pero no lo había hecho.

Se quedó quieto y con él mi mano en la empuñadura de la navaja. Su camiseta se empezó a llenar de sangre proveniente de la herida. No hablaba ni decía nada simplemente seguía de pie mirando hacia el cielo. ¿Así de fácil había sido matarlo?

El cigarrillo se le cayó de la mano. Solté la navaja y la dejé clavada en su cuerpo. La sangre no paraba de salir. Estaba seguro que se la había clavado en el corazón. Cayó de rodillas al suelo con las manos por delante. Notaba como le temblaban los brazos pero aun así seguía vivo.

Su mano toqueteó su espalda hasta dar con la navaja. En un visto y no visto, la sacó de un tirón y la miró. Cuando quise darme cuenta, lo tenía frente a mí, con los ojos rojos y sus afilados colmillos asomándose en su macabra sonrisa.

-No es tan fácil, Adam, aunque por un momento te lo has creído.- Pude ver como pasaba su lengua por el filo de la navaja lamiendo su propia sangre.- Por mucho que me pinches no vas a conseguir que Elizabeth vuelva.

-¡Eres un cabrón, hijo de puta!- Hice amago de quitarle la navaja y volver a clavársela pero esta vez, en el corazón. Su mano voló hasta mi cabeza e hizo que la doblase. No podía moverme. Mi cuerpo se había quedado paralizado.

-¿Sabes cuáles son las consecuencias de tus actos?- Sentí su gélido aliento en mi cuello. La piel se me puso de gallina cuando noté sus afilados colmillos rozándome el cuello.

Un dolor enorme se instauró en todo mi cuerpo. Sus colmillos penetraron en mi piel con brusquedad y sin miramientos. Sentía como mi sangre se deslizaba por mi cuello y como por mis venas corría su veneno abrasador. Nunca, en mi vida, había sentido este maldito dolor infernal. Mi madre me había mordido a principios de convertirse cuando aún no controlaba su apetito pero no me dolía tanto como esto. No tenía ni punto de comparación con el pequeño pinchazo que sentía cuando ella lo hacía. Incluso, si Elizabeth lo hubiera necesitado, se la habría dado. Pero a él era al último vampiro sobre la faz de la Tierra al que se la daría.

Me estaba empezando a marear por la perdida de sangre. Tenía frío, mucho frío. Los preciosos ojos de Elizabeth fue lo único que recordé al caer inconsciente.


[...]


Me desperté aturdido. Una luz que no sabía de dónde provenía me cegó al abrir los ojos. Mi corazón palpitaba como si se quisiera salir. La luz del Sol era tan molesta y cegadora... Miré a mi alrededor y vi que me encontraba en un cuarto con las paredes pintadas de blanco al igual que las sábanas de la cama donde descansaba. Reconocí al instante que estaba en la habitación de un hospital.

A mi derecha se extendía una barra de acero con una bolsa de sangre. Me dolió a horrores el cuello cuando intente girarlo. Las escenas de lo pasado con Tom atravesaron mi mente. El muy capullo me había dejado seco y a saber cuántas transfusiones de sangre me habían hecho.

La puerta se abrió con cuidado y pude ver a una chica bastante joven que se asomaba sonriente. Una sonrisa dulce pero no comparable con la que tenía Elizabeth. La sonrisa que ese monstruo me había arrebatado para siempre.

-Buenos días. ¿Cómo se encuentra señor, Lambert?- Leía, lo que supuse, sería mi historial. Era rubia y bastante alta.

-¿Cómo he llegado aquí?- Al menos el muy hijo de puta había tenido la decencia de traerme a un hospital...

-Una pareja lo encontró tirado en el lago Sörion y llamaron a una ambulancia.- Lógico. Ni a una mierda de ambulancia se le había ocurrido llamar. ¿De qué me sorprendía?- Necesito hacerle una pregunta, señor Lambert.- La enfermera dejo de sonreír y me miró seria.- ¿Había alguien con usted en el lago?

-Uhmm... no.- Por un momento pensé en decirle que él único que había estado allí había sido la sanguijuela que me había mordido pero seguramente me habría tomado por un loco.- ¿Por qué lo dice?

-Lleva toda la noche repitiendo un nombre. Elizabeth, ¿le suena?- Su nombre me taladró el corazón. La tristeza que dejé de sentir cuando murió mi madre volvió a aparecer cuando escuché su nombre. Ahora la soledad volvía a ser mi fiel compañera.

-No.- Me dolió mentir, hacer como si no la hubiera conocido o peor, intentar convencerme a mí mismo que ella nunca había existido, que sólo había sido un paréntesis en mi aburrida vida. Un bello paréntesis...

-¿Recuerda lo que le pasó?- Claro que lo recordaba pero no podía decirlo. Tal vez, haberle dicho lo que me había pasado realmente hubiera sido mi mayor venganza. Sacar a la luz todo lo que ellos ocultaban. Pero la ignorancia para los humanos era la mejor garantía para seguir vivos.

-No estoy seguro.- ¿Cuál era la conclusión de los médicos, rubita?

-Un animal le ha atacado. Casi se desangra pero ha tenido suerte, un niño que estaba jugando por allí le vio y avisó a sus padres.- El niño de la pelota roja apareció en mi mente y con él, una sonrisa triste en mis labios.- Últimamente los ataques de animales se han incrementado un cincuenta por ciento. Las protectoras de animales andan buscando algunas pistas o algo, pero es en vano.- Obvio. Tenían hasta su propio "servicio de recogida de basura" para no dejar huella de sus actos. Lo que parecía extraño era que él no hubiera hecho lo mismo conmigo. Llamar al tal Henric para que se encargara de quitarme del medio. Henric era el tío que se encargaba de deshacerse de los cadáveres que los malditos Sangres Pura iban dejando por ahí. Igual que hicieron con mi madre...

-Vaya...- Fue lo único que pude decir. La chica parecía estar de prácticas, y decirle que sus conclusiones eran erróneas podría desmotivarla.- ¿Por qué creen que ocurre esto?- Me estaba divirtiendo mientras escuchaba las conclusiones a la que los simples mortales llegábamos.

-Bueno, algunos científicos relacionan este hecho con la Luna de estos días.- A lo mejor no iban tan desencaminados. No lo había pensado antes pero quizás la Luna estuviera extrañamente relacionada con que los vampiros estuvieran más salvajes que de costumbre.- Será mejor que me vaya. Si necesita algo no dude en llamarnos.- Su sonrisa era bastante agradable. Reconfortaba e introducía un minúsculo rayo de luz en mi alma.

-Gracias por todo...

-Rachell.- Contestó enseguida.

-Si me ocurre algo usted será la primera en saberlo.- Ella empezó a reírse. No sabía que yo tuviera una faceta que pudiera hacer gracia a la gente.

A Elizabeth le hacia gracia muchas de las tonterías que yo decía. Mi cabeza repetía sus carcajadas como si ella se estuviera riendo a mi lado. La necesitaba más de lo que me había imaginado. Desde aquella noche en la que me sentí vinculado a ella para siempre, mis pensamientos sólo giraban en torno a ella. Incluso pensé que me estaba empezando a obsesionar por eso, la única solución que le encontraba a todo, era la de salir por ahí con mis amigos y conocer a otras chicas. Me convertí en una burda imitación de Tom Kaulitz tirándome a todas las chicas que podía pero a todas ellas les ponía su cara. Lo que escuchaba eran sus suspiros, su voz, sus gritos, y lo que sentía, su delicadeza. La fragilidad que acompañaba a su cuerpo era tan dulce. Era inocente e inofensiva. Ella no entendía por qué había gente que hacia daño a los demás y eso era fruto de una mente no corrompida por el descontrol y la lujuria que caracterizaban a estos tiempos. Pero eso ahora quedaba en el pasado porque mi tiempo predominante al referirme a ella, a partir de ahora, sería el pasado.

Cuando quise darme cuenta, la enfermera, Rachell, ya se había marchado. Me levanté con cuidado de la cama para sacarme la aguja que tenía clavada en el brazo. La bolsa de sangre que me habían puesto ya se estaba acabando y esperaba que no me pusieran más.

Entré en el angosto servicio de mi habitación. Me miré en el espejo y vi mi cuello tapado con un montón de vendas. Destapé con mucho cuidado el vendaje que me ocultaba la marca de sus colmillos. Pero mi sorpresa fue mayor al descubrir que en mi cuello no se encontraba una marca de colmillos sino un bocado en toda regla con el cual, se había llevado parte de mi piel. La herida me dolía a horrores. El muy capullo había disfrutado y mucho más cuando su boca se llevó un trozo de mi carne. Esto me dejaría marca, sin embargo, la herida que se había abierto en mi alma, dejaría una cicatriz aun mayor. Una cicatriz que formarían un nombre que nunca en mi vida conseguiría borrar... Elizabeth.


[…]



-No podemos estar aquí toda la noche.- Dorotha lleva un rato diciéndome que nos vayamos pero yo no quiero. Me gusta estar tumbada en la hierba del jardín observando a la Luna. Es tan grande y brillante que me pasaría toda la noche mirándola.

-Sólo un poco más...

-Cielo, ¿piensas quedarte aquí toda la noche?- Había sentido la presencia de mamá acercarse pero no puedo mirarla. La luna me tiene completamente hipnotizada.

-Sólo un poco más, mamá.- Su voz es tan bonita y dulce. Cuando crezca, también quiero tener su voz.

-Está bien pero te quedarás sola. Dorotha tendrá hambre, ¿verdad?

-Sí, señora.- Dorotha siempre le da la razón a papá y a mamá aunque en realidad, todo el mundo les hace caso.

Sus presencias se alejan pero no me importa. No me gusta estar sola aunque en este momento no me siento así, la Luna me acompaña. Estaría mejor si ellos estuvieran aquí conmigo y jugáramos al fútbol porque nunca quieren jugar conmigo a las muñecas.

Ha pasado mucho tiempo desde que nací pero aun así me doy cuenta de todas las cosas que no han cambiado a mi alrededor. Papá sigue metido en sus cosas sin hacer mucho caso a lo que pasa a su alrededor; Mamá, bueno, mamá sigue siendo la mejor mamá que podría haber tenido nunca; Los abuelos ya no están, se metieron debajo del suelo a dormir por unos cuantos siglos. Ahora todo el poder recae sobre papá y eso lo agobia mucho; Andreas es mi hermano, bueno, no realmente. Sus padres murieron hace unos cuarenta años y papá y mamá lo acogieron como si fuera un hijo más pero todavía lleva el apellido de sus padres, mamá nunca quiso quitárselo; Bill, mi dulce y tierno Bill, el yin del yang, el rayo de luz que ilumina la oscuridad sin alumbrarla del todo. Ese es Bill; Y por último, Tom. ¿Quién es Tom? No lo sé todavía, a pesar de llevar siglos y siglos a su lado, aún no sé quién es Tom. Todos dicen que es mi hermano pero yo no estoy segura de eso. Puede que seamos hermanos pero para mí, hay algo más. Un sentimiento indefinido. Lo que siento al verle es una mezcla de miedo y necesidad ...

Se ha tumbado a mi lado viendo la Luna conmigo. Seguramente ya ha cenado. Yo tengo hambre y sed, mucha sed, pero no me apetece levantarme y ahora que él está aquí, mucho menos.

-No has cenado y tienes hambre.

-Un poco.

-¿Quieres comer?

-Sí.- Un aroma tan dulce está en el ambiente. Lo miro de reojo y veo que su brazo al igual que su boca están llenos de sangre.- ¡No puedes hacer eso!- Mamá siempre nos dice que no podemos mordernos a nosotros mismos, que eso es de mayores.

-Ven, bebe.- Se ha incorporado y yo le imito. La boca se me hace agua con sólo ver como su sangre va manchando la hierba del jardín.

-Eso es de mayores.- Intento controlar lo que mi instinto no me deja. Ya estoy notando como mis colmillos crecen en mi boca. La sangre de mi hermano huele tan bien.

-Tengo tres mil años, soy mayor aunque mi cuerpo diga lo contrario.- Se ha acercado más a mí. Sé que no está bien pero no puedo resistirme. Empiezo a sorber la sangre que emana de su muñeca. ¿Por qué tengo la sensación de que lo que estoy haciendo está mal? Mis lágrimas empiezan a salir pero cierro los ojos para que paren. Él odia verme llorar, dice que es de débiles.- ¿No te das cuenta? Así siempre te sentiré. Mi sangre siempre estará presente en tu cuerpo para que sólo seas mi...- Ya siento como su sangre se abre paso en mi cuerpo. Su sangre es tan deliciosa....

Paro y me alejo. Me he tapado la cara para que no me mire. Yo nunca he bebido directamente de nadie, mamá dice que eso está mal. Por mis venas corre su sangre, no ha dejado ni rastro de la mía.

-No se...snif...no se lo digas...snif... a nadie.- Mi voz le da a entender que estoy llorando pero es que no puedo parar. Me siento tan bien pero a la vez tan mal.

-Tranquila, será nuestro secreto.- Levanto la vista y ya no está. Se ha ido y ahora me siento más sola que antes. La necesidad que sentía por él ha crecido.


Los hermanos no pueden beber la sangre del otro o se creará un vínculo extraño del que es imposible escapar, un Vínculo de Sangre que siempre estará presente. Pero qué más da, ese siempre será nuestro secreto. Entonces, ¿por qué tengo miedo?

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