Capítulo 29

Capítulo 29


By Tom


-¡Corre o llegaremos tarde, Tom!- Bill corría muy rápido y yo no podía seguirlo a esa velocidad. Todo el mundo se metía con él porque estaba muy delgado pero nadie sabía, excepto yo, que tenía una fuerza mayor a la mía.

-¡Bill, espérame!- Llegamos hasta el salón de fiestas donde ya estaba todo el mundo reunido. Todos con trajes elegantes y joyas carísimas. Bill y yo destacábamos por ir diferentes. Él con su ropa tan extraña y yo con mis pantalones anchos favoritos y a los que mi padre odiaba.

Todo la élite de nuestra especie estaba reunida para celebrar el 200 cumpleaños de Lilith; el Parlamento, el Consejo y algunos empresarios ricos que siempre le hacían la pelota a mi padre y alababan la belleza de mi madre a los cuatro vientos.

El enorme salón donde celebrábamos todas las fiestas estaba perfectamente decorado con velas aromáticas y sangre 0- para todos menos para los niños y a mí, aún me incluían en esa categoría. Muchas mujeres hablaban con mi madre de lo mucho que se parecía Lilith a ella y de lo guapa que sería cuando creciera. Lo cierto era que Lilith tenía la personalidad de Bill, la belleza de mi madre y el lado oscuro de mi padre. De mí no tenía nada afortunadamente y era eso lo que la hacía perfecta, que no se parecía en nada a mí.

La buscaba con la mirada mientras Bill intentaba quitarle al señor Freud unos cigarros. Aunque tuviésemos el aspecto de unos niños de seis años, nuestra edad mental como la verdadera era de mucho más.

No la veía y eso que debería de estar aquí porque era su cumpleaños. Me estaba empezando a desesperar. Yo había sido el único de toda la familia que no la había felicitado y me sentía mal por ello. Sólo esperaba que le gustase mi regalo...

De repente, un olor conocido llegó hasta mí, un olor que a pesar de estar rodeado de sangre, yo pude apreciarlo perfectamente a diferencia de todos. Bill también se había dado cuenta, lo supe en el momento que me miró con los ojos abiertos y con cuatro cigarros en la mano.

Corrí hasta salir de allí y adentrarme en los pasadizos secretos de la casa para llegar hasta el lugar donde mis abuelos descansaban desde hacía cien años en un ataúd bajo el suelo y fuertemente custodiado por los guardianes. Si mi nariz no me engañaba, Lilith estaba ahí. Le encantaban los sitios cerrados y oscuros donde sólo pudiera estar ella y nadie más.

Las puertas de hierro se abrieron ante mí y allí la vi. Estaba tirada en el suelo, justo encima de donde estaba enterrada mi abuela, encogida y llorando. No se percató de mi presencia hasta que me puse de cuclillas junto a ella. Sus ojos estaban cerrados dejando escapar las malditas lágrimas que yo odiaba que salieran de sus ojos aunque así la notase débil y vulnerable, no me gustaba verla llorar. Su pelo rubio estaba esparcido por el suelo formando ondas brillantes y sedosas. Llevaba el vestido blanco que le había comprado mamá para este día, tan blanco que me dolían los ojos cuando lo miraba. Lo más raro fue ver el vestido machado de su sangre.

-Lilith.- La llamé muy bajito para que no se asustara. Ni siquiera me atrevía a tocarla...- ¿Qué haces aquí?- Sus ojos se fueron abriendo poco a poco para dejarme ver la luz penetrante que había en ellos y que cuando se clavaban en los míos, me quedaba sin palabras.- Ya ha llegado todo el mundo.- Se secó las lágrimas que bajaban por su cara con su pequeña mano. Nunca en mi vida había visto tanta hermosura en una niña de tres años aparentemente y de cientos de años realmente.

-No quiero ir.- Su quebradiza voz me caló muy dentro. Me rompía algo en lo más profundo de mi cuerpo. Si tan sólo pudiese quitarle todo lo que le preocupaba, lo haría sin pensármelo dos veces.

-¿Por qué?- Se dio la vuelta hasta ponerse boca arriba sobre el suelo y mirarme. Se tapó la cara con las manos para que no la viese, sabía que no me gustaba verla llorar y que me enfadaba mucho. ¿Cómo podía caber tanta dulzura en un cuerpo tan pequeño?

-Mami me ha comprado este vestido.- Volví a observar el vestido manchado de la sangre de mi hermana, la misma que me volvía loco en milésimas de segundo y a la que me moría por sentir corriendo por mis venas.- Me dijo que era blanco porque sólo este color podría expresar toda mi pureza.- Y tenía razón. No había un ser más puro en este mundo que ella.

-¿No te gusta?- Se destapó la cara y empezó a acariciar el suelo con la yema de los dedos, con la mirada perdida en algún punto del techo.

-Sí me gusta.

-Entonces, ¿por qué lo has manchado?- El movimiento de sus dedos paró y vi como cerraba la mano apretando tan fuerte que no tardó en deslizarse un pequeño hilo de sangre por ellas.

-Yo no soy pura.- Restregó su mano contra el vestido para que su sangre lo volviese a teñir de rojo.

-¿Por qué dices eso?- Cogí su mano y la retiré del vestido con cuidado. Ella me miró asombrada ante mi acción con los ojos muy abiertos. Sentí como su cuerpo vibraba por mi contacto como siempre que la tocaba.

-Yo no soy pura. Te muerdo y tú me muerdes a mí cuando los dos sabemos que eso no está bien.- Se incorporó hasta ponerse de rodillas frente a mí.- Y tengo miedo porque te quiero más que a nadie, incluso más que a mamá o a papá.- En ese momento me entraron unas ganas de abrazarla enormes pero me contuve.

-Eso no significa que no seas pura sino que estás llena de buenos sentimientos.- Eso pareció tranquilizarla porque sonrió de esa manera tan dulce que hacía perder la cabeza a cualquiera.

-¿Tú piensas eso de mí?

-Sí.- Me acerqué lentamente hacia ella para hacer lo que durante tanto tiempo me había estado muriendo por hacer. Mis labios tocaron los suyos superficialmente con miedo y con un montón de nervios. De pronto, sentí como se presionaban y abrí los ojos. Ella los tenía cerrados y se había inclinado hasta que se juntaron por completo.- Felicidades.- Lilith sonrió de nuevo cuando nuestros labios se alejaron y me abrazó. Volvía a sentir ese calor recorrerme el cuerpo y la ansia por beber su sangre. Sentirla. Necesitaba sentirla otra vez.- Tu regalo.- Saqué de mi bolsillo mi regalo de cumpleaños. Ella se lo quedó mirándolo llena de ilusión. Lo cogió y empezó a leer lo que estaba inscrito en su interior.- ¿Te gusta?- Me miró con los ojos brillantes dejando escapar una lágrima presa de sus emociones.

-Es el mejor regalo que he tenido nunca.- Se puso la pulsera de plata en su pequeña muñeca y me miró.- Te quiero mucho, Tommy.- Me abrazó de nuevo pero esta vez con más fuerza.

Su boca se pegó a mi cuello y sabía lo que vendría. Se había estado reprimiendo todos estos días para no beber mi sangre pero yo sabía que no podía más. Aunque yo también necesitase su sangre, hoy no lo haría sino que procuraría que este fuese un día especial para ella. Apreté su cuerpo contra el mío con mis brazos y ella no tardó el clavar sus colmillos en mi cuello.

Dolía mucho pero desaparecía cuando sentía mi sangre recorrer cada rincón de su cuerpo, cuando sentía que una vez más volvíamos a ser uno. Cada vez se hacía más placentero y más extraño a la vez. Se intensificaban mis sentimientos hacia la persona que tenía entre mis brazos y me daba miedo sentir esas cosas pero qué más daba. Yo ya había perdido mi pureza hacía mucho tiempo o simplemente, nunca llegué a tenerla.


Acaricié la pulsera en mi muñeca, la misma que hacía dieciséis años le regalé por su cumpleaños tal día como hoy. No me la había quitado desde que ella se fue y mi madre me la dio. Pensé que era lo único que me quedaría de ella y de ese momento. Pero todo había desparecido. Ya no éramos unos niños, ya no estaba la pulsera en su muñeca ni yo sentía lo que pensé sentir una vez. Una cosa no había cambiado y era que seguía necesitando su sangre como el primer día.

Ahora comprendía que yo no estaba en este mundo para hacerla feliz como pensaba. Ella sólo sería feliz si no estaba yo delante. Ella misma me lo había dicho aunque sus “sentimientos” no se lo dijeran claramente. Dijo que me quería e incluso llegué a sentir su corazón latir pero eso ella no podía saberlo nunca. Yo me encargué que no recordara nada de aquella tarde-noche en la que yo había estado a punto de cometer una locura. Ella no sabría nunca lo que pasó esa noche y era lo mejor. Si me odiaba podía ser feliz y si seguía queriéndome simplemente se condenaría aún más.

Sentí la presencia de Bill en mi habitación, así que salí del balcón y entré en mi cuarto. Estaba sentado en la cama poniéndose las botas negras que se compró hacía dos días. Ya estaba arreglado y cuidadosamente maquillado.

-¡¿Aun estás así?!- Puso el grito en el cielo cuando me vio con sólo los pantalones. Hacía una hora que me había dicho que me vistiese.

-No voy a ir.- Cogí el paquete de tabaco de mi bolsillo y me dispuse a fumarme uno hasta que Bill lo arrebató de las manos.

-¡¿Cómo que no vas a ir?! ¡¿Eres gilipollas, pedazo de subnormal?!- Estaba enfadado y mucho. Le había prometido ir pero eso fue antes de dejarle caer a Lilith que me importaba.

-No voy a ir y me la pela lo que digas.- Estrujó el paquete en su mano con cara de “Te mataré si no vienes”.- No me das miedo, hermanito.- Pasé de él y me tiré en la cama con intención de dormir pero con Bill dando gritos insultándome era  imposible.

-Tío, me dijiste que irías.- Dejó de insultarme y se sentó a mi lado. Ahora intentaría calmarse para hacerme entrar en razón.- ¿Sabes el chasco que se va a llevar Lilith si no vas? Es su cumpleaños.

-Me da igual.

-Pensaba que podríamos celebrarlo como una familia de nuevo, como hace años. Necesito sentir que somos una familia otra vez y Lilith lo necesita más que yo.

-Paso de fiestas.

-¡Pero no es una fiesta! Es el cumpleaños de nuestra hermana, Tom. Somos lo único estable que le queda.

-Vosotros sois los que deberíais ir, yo no pinto nada allí.

-Te equivocas. Creo que eres al que más desea ver hoy y tú también quieres verla. Sigue engañándote a ti mismo pero sabes que no tienes razón.- Sentí la cama moverse y los pasos de Bill por la habitación.- Te doy una hora.- La puerta se cerró y la presencia de mi gemelo despareció.

No iría y nada podía hacerme cambiar de opinión.


[…]


By Lilith


Estaba nerviosa, muy nerviosa. La gente no había parado de llegar desde las seis de la tarde y cada vez había menos espacio. Mi padre me había presentado uno por uno a todos los miembros del Consejo, los mismos que estuvieron presentes cuando confesé que le había dado mi sangre a Adam. Fue el momento más agobiante de mi vida y también en el que me sentí más aliviada.

A ojo, habría unas trescientas personas congregadas en el jardín trasero de la casa de mi padre y por ahora, también la mía. Todos vestían muy elegantes, con vestidos de diseñadores de renombre y con joyas que cegaban cuando la luz de la Luna se reflejaba en ellas. Yo, en cambio, llevaba un vestido rojo que me había regalado Bill por mi cumpleaños. Era precioso como todo lo que me regalaba y por la pinta tendría que costar un ojo de la cara.

Estaba rodeada de lujos extravagantes que, a su manera, simbolizaban a cada una de las personas que habían allí. Todos amigos y conocidos de mi familia que harían cualquier cosa por los Kaulitz, por dentro, monstruos vacíos y sin corazón que sólo buscaban hacerse un hueco entre los allegados de los Sangres Pura. Al fin y al cabo, no éramos tan distintos a los humanos. Vivíamos en un mundo paralelo que seguía regido por la sociedad que nos rodeaba. Los intereses y el bien propio no habían dejado de estar presentes en mi vida, tanto en la humana como en esta.

Cada conversación que llegaba a mis oídos reprendían la actitud de mi madre. ¿Cuál? El haber traído a Gordon a la fiesta en la que también estaba presente mi padre. Decían: “¿Cómo se lo ha traído? ¿No le da vergüenza?” Palabras necias de las que mi madre y Gordon pasaban. Que mi querido padrastro estuviera aquí había sido idea mía. Era mi cumpleaños, una celebración que se suponía que era para estar con la familia, pues bien, Gordon era parte de ella, una parte significativa y la más importante para mí. Aunque él siempre se mantuviera al margen, era el que hacía a mi madre la mujer más feliz del mundo, él que había recogido los pedacitos de una mujer rota por culpa de su marido y había pasado todo su tiempo recomponiéndolos para dar lugar a una mujer nueva. Gordon podría parecer el típico actor secundario en una película pero que sin él, la historia no hubiese tenido sentido.

Otro tema de conversación patente era la de la ausencia de Tom. No había venido con Bill ni con mamá ni con nadie. Palabras como “irresponsable”, “desagradecido”, “maleducado” y otras muchas que no quería escuchar no me dejaban de llegar. Yo quería pensar todas esa cosas, odiarle por no venir pero no podía. Lo odiaba, era cierto, cada célula de mi cuerpo lo odiaba pero cuando estaba delante ese odio desaparecía y se convertía en un sentimiento extraño que sólo sentía con él. No entendía por qué no estaba aquí pero no le culpaba. No tenía porqué.

-¿Te aburres?- Bill me dio una copa con sangre mientras me miraba crítico. Sabía que estaba intentando llegar hasta lo más profundo de mi cabeza y saber qué me preocupaba. Era en vano, sólo Tom sabía hacer eso.

-No, es sólo que todo es igual a hace tiempo.- Monotonía, esa era la palabra perfecta para describir la situación. La misma gente, la misma sangre,...

-Tú no eres una niña de tres años con un vestido blanco sino una chica de dieciocho con un vestido rojo.- La sonrisa de Bill era preciosa e igual a la de su gemelo. Siempre había sonreído para que yo me sintiera bien, para darme ánimos o simplemente para que el mundo contemplase la belleza de este ser extraño que no parecía de este planeta, distinto al mundo que le rodeaba. Mi hermano Bill, la otra mitad de mi alma...

-Soy una chica de dieciocho años con un vestido rojo.- Reproducí sus palabras lentamente y haciendo énfasis en cada una de ellas.- Y también soy la chica más afortunada por tener un hermano como tú.- Bill acarició mi cara con sus suaves dedos. Quería sentir con él lo mismo que sentía con Tom cuando me tocaba de esa manera, pero no la hacía. Sentía seguridad, alivio, amor, con Tom sentía algo extraño, algo que me daba miedo pero que a la vez me gustaba.- ¿Por qué no ha venido Tom?- La pregunta que me había repetido mil veces había salido de mi boca sin ni siquiera pensarla.

-Con Tom nunca se sabe.- Una respuesta ambigua a una pregunta que ni él mismo sabía responder. Pobre Bill, siempre cubriendo a su hermano para que no saliera perjudicado.- Estaba en casa cuando veníamos para acá.- Miraba su copa llena de sangre, con la vista perdida y pensando algo que no le hacía gracia.- ¿Quieres que lo llame?- Me puse nerviosa en cuanto escuché su pregunta. Claro que quería que lo llamase y le gritara que por qué no estaba en el cumpleaños de su hermana a la que según él, le importaba.

-No... no sé.- Bill cogió su móvil y se lo puso en la oreja. Podía escuchar, pese a la música clásica que sonaba, los tonos de llamada. Me quedé hierática en cuanto escuché la voz de Tom distorsionada.

-¡Tom!- El grito enfadado de Bill me asustó. Su cara no parecía la dulce y tierna que me había puesto a mí.- ¡¿Qué te dije, gilipollas?!- Escuchaba atento lo que Tom le decía y que yo no oía con claridad.- Me da igual.- Bill me miró y levantó una ceja, luego sonrió y me dio el móvil.- Para ti.- Di un paso atrás negando con la cabeza repetidas veces. No me atrevía a hablar con él, no quería. Me daba miedo lo que pudiera decirme o lo que yo pudiera decirle a él.- Cógelo.- Sin darme cuenta, el móvil ya estaba en mi mano temblorosa y Bill había desaparecido. Me lo llevé lentamente al oído esperando a escuchar su voz.

-¿To... Tom?- El contenido de la copa se balanceaba ante mis ojos. Todo mi cuerpo temblaba por los nervios y las ansias de escuchar su voz después de dos semanas en la que tan sólo lo había escuchado en mis sueños.- ¿Si... sigues... sigues ahí?

-Hola.- Pegué un bote cuando escuché su voz rota al otro lado de la línea. Parecía como si estuviera en una sala sin nada donde su voz retumbaba contra las cuatro paredes.

-Hola.- Tenía ganas de llorar y no sabía por qué. Quería tenerlo aquí, verlo aunque no estuviera a mi lado.- ¿Por qué no has venido?- Me costó decírselo pero saqué valor de donde no había para parecer enfadada.

-Estás llorando.- Mis lágrimas empezaron a descender al escuchar su frase. No comprendería nunca cómo él era capaz de saber qué me pasaba incluso sin estar delante.

-Lo siento.- Me volví dándole la espalda a todo el mundo mientras me secaba las lágrimas.- No has contestado a mi pregunta.- Nunca lo hacía. Evadía todo lo que me interesaba hasta llevarlo a su terreno para su propio beneficio.

-¿Quieres que vaya?- ¡Sí, sí, sí, sí, sí! ¡Qué pregunta tan estúpida!

-Sí.- Intenté no parecer desesperada en mi respuesta.

-No te he escuchado.- Anduve lentamente hacia el interior de la casa para irme a mi habitación para hablar con mi hermano y escuchar la voz que se repetía una y otra vez en mis pesadillas.

-Quiero que vengas.- Subía las escaleras lentamente centrándome en su respiración a través del móvil.- ¿Por qué no estás aquí?- Me estaba volviendo loca, estaba llegando a sentir su presencia aquí, su olor me calaba en lo más profundo de mi cuerpo haciendo que dejara de pensar y empezara a mirar a todos lados con la esperanza de encontrarlo.

Me iba llevando lentamente mi muñeca a la boca lamiendo la piel de ésta. Sentía un escalofrío por todo mi cuerpo cada vez que lo hacía y sabía por qué. Cerré los ojos e imaginé que era Tom quien lo hacía, quien lamía mi muñeca en busca del elixir que hacía tanto tiempo que no probaba.

-Pensé que no querrías que estuviera.

-¡Eso es estúpido!- Grité.- Digo... jamás querría tal cosa.- Me paré justo delante de la puerta de mi habitación y apoyé la mano en ella. Sentía su presencia al otro lado o eso era lo que yo quería sentir.

-Es un día especial para ti, ¿por qué estropearlo?- ¡Su voz! Era tan espeluznante y a la vez sexy. Deseaba escucharla como un susurro en mi oreja como lo había hecho el día de la piscina. Lo necesitaba aquí conmigo, verlo, sentirlo, me daba igual. Quería a mi hermano compartiendo el mismo espacio vital que yo.

-Lo has estropeado.- Cerré los ojos y choqué mi frente contra la puerta de mi habitación. Su presencia era tan fuerte aquí...- Si estuvieras aquí todo sería mejor.- Escuché como cogía aire y lo soltaba lentamente.- ¿Dónde estás?

-¿Por qué quieres saberlo?- Seguramente con Rachell disfrutando de todo el amor que ella le daba que dejaba al mío por los suelos. ¿Con quién mejor que con ella?

-Quiero irme contigo.- Mi cara volvía a humedecerse.- Llévame contigo.- Ahora sí que era la niña de tres años que lloraba desconsolada cada vez que sus hermanos se iban al colegio. Pese a las palabras de Bill, yo nunca había dejado de ser aquella cría que necesitaba sentirse cerca de Tom para estar bien. - No quiero estar aquí si tú no lo estás.- Sólo quería verlo, sólo eso. Me conformaba con tenerlo cerca aunque no me mirase o me hablase.- ¿No... no... dices nada?

-No tengo nada que decirte.- Un pitido estridente tomó relevo de su voz. Me había colgado ¡Me había colgado!

Miré la pantalla del móvil de Bill. Su fondo era el de una foto de él y Tom sonriendo. Estaba tan distinto al Tom que yo conocía, al verdadero Tom que le daba igual los sentimientos de los demás, al que no le importaba cómo se sintiera la gente. El monstruo que realmente era nadie lo veía y pese a que intentaba convencerme a mí misma de eso, mi corazón gritaba que todo eso era una mentira.

Entré en mi habitación y me tiré en la cama. Tom había vuelto a hacerme sentir la última persona en este planeta. Ya no tenía ganas de celebrar nada. Mi fiesta de cumpleaños se había vuelto en un día como otro cualquiera.

Miré mis muñecas sin huellas de las marcas de mis colmillos, sin nada que me recordase que había derramado mi sangre para dársela a mi hermano. Un pequeño rasguño y volvería a estar en mi piel las marcas del derramamiento de sangre. Podría sonar a loca pero verla deslizarse por mi piel me gustaba. Ver el rojo oscuro gotear en el suelo era el espectáculo más extraordinario que vería nunca. El líquido que jamás tenía que ser sacado de mi cuerpo, por el que se libraba una batalla desde hacía siglos, mi sangre.

Pronto las sábanas se bañaron en un líquido rojo que cegaba a simple vista. Hoy estaba especialmente brillante y más oscura como si me alarmara de esta imbecilidad que me hacía sentir mejor. Sólo cuando era yo la que provocaba que mi sangre saliese, me sentía poderosa. Hacía algo que los demás se morían por hacer. Los ríos rojos que se escurrían por mis brazos dejaban de fluir en cuanto mi herida se cerraba. Odiaba que pasase eso. Me gustaba ver como la sangre brotaba a borbotones de mi cuerpo como si de una fuente se tratara. En esos momentos, el tiempo no pasaba, era como si el reloj se parase y todo quedase congelado a mi alrededor. Quería sentir como poco a poco me quedaba dormida por la pérdida de sangre mientras me hacía más débil que hasta me costaba derramar una lágrima.

Siempre que me había mordido a mí misma había sido a causa de Tom. Él provocaba que yo quisiera sentirme así, con el cuerpo flojo e incapaz de levantar la vista de los hipnotizantes ríos procedentes de mi cuerpo. Si me gustaba esa sensación era porque no sentía, no veía, no pensaba, me sentía como lo que realmente era, una muerta con la estúpida misión de vivir.

La vista se me estaba empezando a poner borrosa. No distinguía los muebles de la habitación ni donde estaba tumbada realmente. Mi cabeza deliraba al escuchar un sonido extraño como de ultratumba que no decía nada o yo simplemente no podía oír.

Cerré los ojos. De repente, me había entrado mucho sueño. No podía permanecer con los ojos abiertos por más tiempo o no me apetecía. Quería volver a tener aquellas pesadillas en las que Tom y yo no éramos hermanos, en las que estábamos juntos y nada ni nadie se ponía por medio. Eran las pesadillas más hermosas que había tenido nunca...

-¿Lilith?- Ya estaba soñando. Volvía a escuchar su voz mientras dormía. Era despreocupada, oscura, siniestra pero a la vez, la más bella para mí.

-No quiero despertarme.- Lo buscaba en sueños pero no lo encontraba. Todo estaba oscuro, el tiempo no se había parado al final.

-No te despiertes.- Sentí mi cuerpo moverse bajo la cama o ¿era esta la que se había movido?- Eres masoquista, ¿verdad?- Mi brazo flotó y yo sonreía ante la presunta tan graciosa del Tom de mis pesadillas.- Abre los ojos, necesitas beber algo.

-No quiero, me gusta soñar.- Pese a estar soñando sentía sus dedos repasar el recorrido por donde minutos antes había pasado mi sangre. Me entraron escalofríos cuando sus dedos se pararon en la herida de mi muñeca aún abierta.- Si no bebo no se cierra y si se cierra, tú te vas.- Abrí lentamente los ojos desilusionada porque perdería a mi hermano de nuevo.- ¿Ves? Te has ido.- Me puse boca arriba para despejarme. La herida no paraba de sangrar pero no me importaba del todo. Seguía sintiendo la presencia de Tom a mi alrededor.

-Deberías de volver.- Giré la cabeza hacia donde provenía la voz y allí lo vi. Estaba de pie al lado de mi cama, observándome desde arriba con los ojos clavados en los míos. La oscuridad de la habitación no fue un impedimento para ver su rostro y su expresión. No podía decir que tuviera ese gesto serio propio de él o que estuviera enfadado. Tenía la misma cara que en la foto del móvil de Bill, sólo que no sonreía. Sus músculos estaban relajados, la oscuridad no estaba y la sensación de comodidad con él había aparecido por primera vez después de muchos años.

-Has venido.- Dije incrédula. Estaba aquí, conmigo, no era un sueño macabro que desaparecería al abrir los ojos.

-El rojo es más bonito sobre tu piel.- Hablaba de mi sangre, no la había dejado de mirar desde que lo vi.- Ahora ya no es un vestido blanco sino rojo, como tú querías.- Aunque mirase mi muñeca sabía que no era eso lo que observaba. Estaba como perdido en sus propios recuerdos, recuerdos que llegaron a mi mente cuando nuestras miradas se cruzaron.

El día de mi cumpleaños antes de desaparecer. Recordaba que estaba muy mal por las palabras que me dijo mi madre cuando me entregó su regalo de cumpleaños, un vestido blanco precioso acompañado de la palabra “pura” que partió mi alma en mil pedazos. Yo no me sentía pura por hacer algo que no estaba permitido con la persona menos indicada y que por otra parte, tampoco tenía intención de dejar de hacerlo. Luego, apareció Tom, con esa sonrisa de tranquilidad como si todo fuese bien. Nuestro primer beso, la primera vez que lo dejé inconsciente por beber casi toda su sangre. La marca de mis colmillos se quedó en su cuello durante semanas.

-¿Te acuerdas de ese día? Yo estaba tan mal y gracias a ti todo mejoró.- Sonreí al revivir esos momentos.

-Ya nada es igual.- Me senté en la cama con las pocas fuerzas que me quedaban pero que se iban reponiendo poco a poco.

-Ya nada es igual porque tú quieres.- Tom desapareció de mi vista a la velocidad de un rayo. La cama se movió cuando se sentó a mi lado con la mirada hacia el frente. Su rostro no expresaba nada, era como un ser inerte y sin alma que simplemente se movía por inercia.

-¿Quieres que todo vuelva a ser como antes?- No pestañeaba, no se movía, no emitía una señal de vida que no fuera esa pregunta. ¿Que si quería? Pues claro que quería pero era consciente, que por mucho que lo desease, nada cambiaría.- ¿Que seamos dos hermanos como todos lo demás? No más sangre ni peleas ni insultos ni sexo a traición, sólo... eso.- Pareció salir de su mundo y centrarse en este. Su cara iba cambiando mientras pronunciaba esas palabras. No sabía a ciencia cierta a quién se lo preguntaba, si a mí o a él mismo.- ¿Quieres que seamos lo que fuimos una vez?- Sus ojos se clavaron en los míos, penetrando hasta llegar a mi cabeza y quedarse allí, rebuscando con ahínco cosas que yo me negaba a mostrarle.

Y entonces me acordé. El día de mi cumpleaños, del último que celebré con mi familia, ese día, Tom me regaló una pulsera de plata con una inscripción que hasta ahora no había entendido. Era la pulsera más bonita del mundo para mí, y con más significado. Brillaba cuando los ojos de Tom se plasmaban en ella. El diamante que tenía como cierre no se comparaba con el destello de estos. Las palabras grabadas en ella que habían rellenado hojas y hojas del diario de Elizabeth sin orden o motivo aparente.

-Siempre dentro de mí...- Se abrió paso por mi garganta hasta salir por mi boca y provocar la atenta mirada de mi diabólico hermano. La frase que me martirizaba en la pulsera que se me perdió y que por ello me torturaba a mí misma.- Ya nada es igual.- Miré a Tom cuando este se había quedado pensativo al pronunciar la frase. Cuatro palabras que parecían haberlo sacado de su aturdimiento. Quizás esperara un “Sí”, un “Seamos hermanos como antes” o un “Te quiero”. No serían esas las palabras que saldrían de mi boca.- Lo siento.- Me levanté de la cama con la energía que recobraba lentamente.

Era imposible caminar cuando sentía su mirada atravesando cada parte de mi cuerpo, cuando, de pronto, una oscuridad cegadora se apoderó de la habitación. Se había esfumado el Tom pacífico y había desatado al demonio que era. Por mucho que corriese hacia la puerta no conseguiría escapar de él.

Mi espalda se dio con la pared fuertemente en un golpe que hubiera matado a cualquier humano. Sus cortas uñas estaban clavadas en mis brazos dejando escapar el plasma rojo que había ensuciado mi cama. Apretaba con fuerza la mandíbula puede que controlando su rabia o sus ganas de matarme. Estaba segura que lo que intentaba controlar era que sus instintos animales salieran y él se fuera directo a mi cuello para robarme lo que durante bastante tiempo había dejado de lado.

-Me... me estás ha... haciendo daño.- El dolor nunca había sido algo que afectara a los vampiros pero con Tom estaba sintiendo el peor dolor de mi vida. El daño tomó un segundo plano en cuanto sus ojos se volvieron naranjas, el mismo color que los de Adam y otros ojos sin dueño que no recordaba.- Tus... ojos.- Me moví inquieta pero era en vano, el dolor se incrementaba con cada movimiento mío así que tenía que parar.- Me duele.

-¡¿Crees que esto es dolor?! No, esto no es dolor.- Con cada palabra suya, el agarre se incrementaba. Sus ojos no variaban de color y yo seguía perdida en ellos intentando recobrar al Tom de hacía unos minutos.- ¡No tienes ni puta idea de lo que es el dolor!- Por un momento, sólo por un segundo, pude ver un leve destello en sus ojos, pero sólo por un segundo. Sabía que los recuerdos le estaban destrozando por dentro pero ¿recuerdos de qué?

-¡¿Y tú sí?! ¿La persona que más dolor provoca entiende de eso?- Sus manos soltaron mis brazos dejando que las gotas de mi sangre resbalaran de sus dedos.

-No sabes nada.- Me dio la espalda rebuscando en su bolsillo un paquete de tabaco que calmara su ira. Me irritaba que pasara de todo como si no hubiese pasado nada, como si su memoria se formatease cada dos segundos. Estaba claro que Tom vivía el presente y no el pasado pero que no se acordara de todo lo que habíamos pasado y sobretodo, dicho. ¿Es que no se acordaba de ese “me importas” que no había dicho?

-Eres tú el que parece no saber nada o simplemente no quieres saberlo. ¡Mírame cuando te hablo!- Le quité de un manotazo el cigarrillo de su boca. Sus ojos seguían de ese naranja que me producía temblores por todo el cuerpo clavados en el suelo, perdidos como nunca.- No me ignores cuando sabes que tengo razón. Estoy harta de que hagas conmigo lo que te plazca, de que me insultes, me pegues y de que intentes matarme. Si quieres descargar tu frustración cómprate un saco de boxeo pero a mí ¡déjame en paz!- Sin saberlo, era yo la que lo tenía ahora acorralado contra la pared. Ni siquiera hizo un mínimo esfuerzo por quitarme la mano de su cuello.- No soy ningún juguete con el que puedas jugar y del que cuando te canses lo tires. ¡No pienso ser una más para ti!- Sus venas se comprimían bajo mis dedos aferrados a su cuello.

-No pienso que seas ningún juguete aunque te parezcas a una de esas muñecas de porcelana que se rompen con el mínimo roce.- Una de sus manos agarró mi muñeca aún cicatrizándose. Estaba caliente como si por su interior corrieran ríos de fuego que se manifestaban en su piel.- No eres una más para mí, es más...- Quitó mi mano de su cuello sin ninguna fuerza porque yo me había quedado petrificada cuando lo vi acercarse poco a poco a mi oído. Se quedó ahí parado, con mi muñeca sujeta por su mano a la altura de su pecho.- No eres nada para mí.- Una pequeña vibración que pasó de la punta de mis dedos a todo mi cuerpo. Un “bum” sonoro que llegó hasta mis oídos e hizo retumbar mi corazón sin vida. Su corazón había latido débil y pausadamente pero lo había hecho. Era imposible, eso no podía pasar, Tom era un vampiro como yo y como toda la familia.

-Ha... ha lati...- Tom puso mi mano en su pecho y la dejó ahí esperando un nuevo latido que no llegó.

-¿Me crees ahora cuando digo que soy un monstruo?- Sus susurros en mi oreja me ponían la piel de gallina.

-Mientes.- Quité mi mano de su pecho y me retiré de él.- Sabes que nada de lo que dices es cierto. Tú no eres un monstruo por mucho que te empeñes en serlo y aunque te joda, sabes que yo sí soy algo para ti, quizás no gran cosa mucho menos que cualquier otra persona, pero sabes que estoy ahí.

-¡¿Cómo coño explicas que mi corazón lata, Lilith?! ¡Estoy muerto, joder!

-No lo sé.

-¡Entonces, cierra tu puta boca y vete! ¡Deja de decirme lo que soy y lo que tengo que hacer! ¡No eres una puta mierda para mí y dudo mucho que algún día lo seas para alguien!

-Vuelves a mentir. ¡El que no es una puta mierda para nadie eres tú y no yo! ¡No le importas a nadie!

-Bien, saca todo lo que tengas que decir, no me voy a esconderme en un rincón a llorar como haces tú. Ya sé que no le importo una mierda a nadie y ¿crees que me duele? ¡Me lo paso por la polla lo que la gente piense o diga y mucho más lo que digas tú!

-¡A mí sí que no me importas nada! ¡Sabía desde el primer momento que esto que estaba haciendo era una imbecilidad! ¡Ojalá no hubieras aparecido en mi vida aunque eso significase seguir siendo una humana! ¡Prefiero eso mil veces antes que tener tu misma sangre!

-El que desea no haberte visto otra vez soy yo. Yo soy el que te odia más que nadie, tu peor enemigo y más te vale no volverme a dirigir la palabra nunca porque si lo haces, te perseguiré, te cogeré, te cortaré la cabeza y me follaré tu puto cadáver.

-Yo soy la que no quiero que me dirijas la palabra ni que me toques ni que me mires. No quiero compartir el mismo aire que tú porque eres el ser más despreciable que he conocido nunca. Hazte a la idea de que jamás has tenido una hermana. Tú y yo ya no somos nada.

-¡¿Ves esto?!- Tom me enseñó la pulsera que llevaba en su muñeca, la misma que hace tiempo me había dado tal día como hoy. Se la arrancó partiendo el cierre resplandeciente.- Esto era lo único que me mantenía unido a la Lilith que conocía.- Con un simple gesto la partió en dos bajo mi mirada de terror y mi grito desesperado para que no lo hiciera pero no sirvió de nada, lo único que quedó de lo que alguna vez fuimos fue el diamante del cierre que rodó hasta debajo de mi cama.

-Ahora ya no nos une nada.- Él sonrió y comenzó a andar hacia la puerta no sin antes detenerse y mirarme con asco.- Sal de aquí, no quiero volverte a verte en lo que me queda de vida.- Cada paso se me hizo eterno, cada segundo que pasó desde que abrió la puerta y se quedase parado ahí.

-Feliz cumpleaños.- Y se fue.

Como si de un alma en pena me tratase, anduve hasta debajo de la cama, me agaché y cogí el pequeño pedrusco brillante que se había colado en un ataque de furia de un monstruo. Lo miraba brillar a contraluz formando mil colores que se reflejaban en la pared dando un poco de luz a la oscuridad que la había invadido.

Tom se había ido y sabía que no se rebajaría para hablarme otra vez. Yo nunca le había importado lo más mínimo pese a lo que me dijo. Todo había sido una farsa para poder llevar a cabo sus planes de tenerme a sus pies siempre que quisiera.

En el suelo todavía estaban las dos partes en las que se había partido la pulsera. Resplandecieron cuando la luz del diamante se reflejó en una de ellas. Fui hasta ellas y las cogí. Un una de las parte se podía leer “Siempre dentro”, en la otra “de mí”. Una frase que resumía todo lo que llegué a sentir una vez y por qué mentir, lo que todavía sentía por el mismísimo diablo.

Casi imperceptible al ojo de cualquiera, había una frase con las letras medio borradas por el paso del tiempo, inscritas con algo afilado que pudiera arañar un metal tan duro como la plata. Una pregunta que se había quedado sin respuesta. La pregunta de mi hermano:

¿Por qué me has abandonado, Lilith?



By Nate

Dos años después


Odiaba el primer día en la universidad más repipi y pija de toda Inglaterra. Niños ricos viniendo es sus caras limusinas, conducidas por imigrantes sin papeles que necesitaban ese dinero para mantener a su familia, chicas que mostraban a sus amigas las fotos de sus vacaciones de verano en su isla privada y los becados como yo, sentados en la biblioteca empezando a estudiar para no suspender nada y que nos echasen a la calle de una patada en el culo. Y en medio de la universidad, con cara de salido reprimido, Mike. Estaba mirando hacia todos los lados por si ya había llegado su querida e idolatrada Emily. Ella, la chica más rica de Londres sin lugar a dudas, siempre venía en otra de sus caras limusinas conducida por otro imigrante y con las fotos de sus vacaciones en saber dios dónde. La tía más sexy de toda la universidad con un gran defecto su gran egocentrismo. Su enorme ego, la hipocresía, la maldad y todo lo que pueda contener una chica de 20 años con una familia que la ha consentido desde su primer minuto de vida.

La gran limusina negra que anunciaba la llegada de los hermano Freud se había parado en la puerta de la universidad y Mike como un loco había ido hasta allí para saludar el primero a su amada. Yo le seguí como un tonto para luego recoger lo poco que quedase de él una vez ella lo mandase a freír espárragos.

El chófer se bajó y abrió la puerta . El primero en salir fue Oliver, el hermano de Emily, luego salió ella posando sobre el asfalto sus enormes tacones negros de marca. Su pelo tremendamente rojo brilló cuando los rayos del Sol se reflejaron en él. Las gafas negras impedían que sus ojos miel fueran dañados por el Sol mientras una sonrisa falsa saludaba a mi mejor amigo.

Emily y Oliver no se movieron de al lado de la puerta sino que se quedaron quietos quizás esperando a que el chófer les diera algo o más bien, los libros para que Mike se los llevara hasta la clase. Unas converses aparecieron en el suelo y a continuación, otra, movidas por unas piernas enfundadas en unos vaqueros sostenidos por un cinturón amoldado a unas caderas que dibujaban la figura de una mujer, más bien, una chica rubia, con un pelo largísimo, unos ojos miel y una cara depresiva que eclipsaba la belleza de Emily.

A Mike se le había quedado mi misma cara o peor aún. La chica rubia avanzaba con la cabeza gacha y la mirada perdida en el suelo. A su lado, Emily andando con paso majestuoso y propios de las modelos de las pasarelas de París con el vestido negro que se ajustaba perfectamente a su cuerpo. El contraste entre soberbia y sencillez, el diablo y el ángel, la oscuridad y la luz, el yin y el yang...

El tiempo se paró cuando sus ojos miel y profundos me miraron. Un rayo que atravesó mi cuerpo de un lado a otro que dejó una sensación que jamás había sentido. Pasó sin prestarme más atención que esa, como lo hacían todos y seguramente, ella era como ellos. Podría ser más sencilla a la hora de vestir que todas las demás chicas pero en el fondo era otra pija sin escrúpulos que pasaba de la gente que tenía cara de no tener donde caerse muerto.

-He visto a un ángel, tío.- Salí de mi aturdimiento cuando vi a Mike casi babeando observando como la chica del pelo rubio desaparecía al entrar en el edificio.

-¿A ti no te gustaba Emily?- Le ayudé a llevar los libros que la susodicha le había dado a Mike para que se los llevara.

-Sí, Emily me gusta pero su prima también.- ¿A si que eran primas...? Lo que decía, serían dos gotas de agua.

Comenzamos a andar hacia el edificio de medicina donde estudiábamos. Los pasillos estaban llenos de gente conversando sobre lo guay que sería este curso. Para mí el último antes de irme de prácticas a un hospital y alejarme de toda esta mierda con purpurina de gente. El problema eran los estudios. Tenía que sacar muy buena nota si quería conservar mi estancia en este sitio hasta que terminara el curso. Era lo malo de ser becado, a parte de que te miraran como si no fueses nadie.

Unos de los libros se cayó de mis brazos, un libro sobre hematología humana. Temí que alguna hoja se doblase porque Emily seguro que le echaba la bulla a Mike por tener una esquina de alguna página doblada. Esperaba que fuera de Oliver, él por lo menos era simpático...

En la parte trasera del libro vi un nombre que desconocía hasta entonces. Estaba escrito con una caligrafía preciosa, cuidando cada detalle. Un nombre con un apellido que me daba asco por pertenecer a la misma familia que encerró a mi madre en un manicomio.

Cerré el libro sulfurado y entré junto a Mike en el aula 232 donde se impartían las clases de hematología avanzada. Esta era la primera hora de hoy con la doctora William que seguramente no terminaría de dar el curso entero debido a su avanzado estado de gestación. El embarazo de la doctora William nunca había sido un problema para que sus clases se impartieran con el orden y rigor característicos de esta universidad, hasta un mes antes de las vacaciones de verano. Se ausentaba en mitad de las clases por mareos y nauseas pero aun así, ella seguía viniendo a clase.

-¿Me das mis libros?- Una voz estridente y chillona hizo que diera un salto en la silla. Emily estaba de pie al lado de mi mesa con esa sonrisa de superioridad que me encantaría borrarle de la cara.

-Cógelos.- Emily me miró con odio y empezó a poner uno a uno los libros sobre su brazo. Se paró un segundo observando el libro de hematología de nombre desconocido. La esquina de la última hoja del libro estaba un poco doblada, lo suficiente para que Emily se pusiera a dar gritos en medio de la clase.

-¡¿Cómo has hecho esto?! ¡¿Sabes cuánto cuesta este libro?! ¡Podría comprar todo lo que tienes con él!- Todos los alumnos se volvieron a ver a la autora de tan tremendo alboroto. Me hubiera gustado levantarme y gritarle a ella también pero no serviría de nada, sus matones irían a por mí en cuanto saliera de clase.- ¡Como vuelvas a hacerlo pienso matarte!- Apretaba los puños tragándome mi orgullo para no contestarle y armar una buena en clase. Mala conducta, más familia Freud, igual a expulsión inmediata del centro sin recomendaciones. No podía jugármela de esta manera.

-Emily, seguro que no le importa.- Oliver apareció tras su hermana intentando tranquilizarla.

-Le diremos que ha sido él. No pienso cargar con esto.- Me echó un último vistazo y se fue con paso decidido y majestuoso hasta su sitio.

-No te preocupes.- Oliver me dio una palmada en la espalda y cogió todos los libros de mi mesa, incluyendo el de la página doblada.

La clase transcurrió sin más incidencias que la de la doctora William yéndose a vomitar cada cinco minutos. Aunque la clase hubiese ido como siempre tampoco me hubiera enterado de mucho. Sólo podía pensar en sus ojos, en su pelo, en su figura,...

En cuanto el timbre que anunciaba que la clase había terminado sonó, salí corriendo rumbo al servicio de la sexta planta para lavarme la cara y despejar esas imágenes de mi cabeza. Subí las escaleras esquivando a todos lo que se quedaban en los pasillos en los cambios de clase.

Entré en el baño donde había muerto aquel chico hacía un año y donde nadie entraba debido a eso. Pasó hacía un año, cuando yo estaba en mi segundo año de carrera. Un chico que entró nuevo en la universidad y que nunca se esforzó por relacionarse con nadie. Siempre estaba solo, apartado de todo el mundo, no hablaba y nadie sabía dónde vivía. Los rumores sobre él siempre eran los mismos. Que si vivía en los barrios bajos de Londres, que si era un policía infiltrado, que si había venido aquí huyendo de alguna mafia,...

Un día, unos chicos entraron en el baño y se lo encontraron tirado en el suelo. Lo primero que pensaron era que estaba dormido o que estaba drogado ya que las drogas eran algo que abundaba en esta universidad de niños de papá. Cuando fueron a levantarlo, se dieron cuenta de que no respiraba y tras tomarle el pulso dieron la voz de alarma. El chico estaba muerto y por la pinta, llevaba poco tiempo.

Los informes sobre su muerte fueron extraños. Según la autopsia no había sufrido ni un infarto, parada, derrame cerebral e incluso descartaron el suicidio. Lo que más llamó la atención fue que no apareciera ni una gota de sangre en su cuerpo. Según los médicos forenses “estaba seco”.

La historia de ese chico sólo permanecía en la mente de muchos que afirmaban haber visto a su espíritu en este baño y que las puertas y los grifos se cerraban y se abrían solos. En eso se había convertido aquel chico, en una historia sobre el fantasma de un chico que abría los grifos. Ni siquiera nadie se acordaba de su nombre, excepto yo porque por una razón que desconocía siempre me paraba frente a su cuadro en el pasillo de honor donde aparecía la foto de un chico moreno con los ojos azules y de expresión seria pasaba al olvido como todos los de allí. Una placa plateada tenía su nombre grabado para aquellas personas que como yo quisieran leerlo, y yo lo hacía cada vez que pasaba. Todo él se vio recordado en un cuadro y en una placa de plata con su nombre:

In Memoriam de Adam Lambert.

Me mojé la cara y salí de allí donde si era cierto que cuando estaba, me sentía observado como si alguien me estuviese mirando fijamente pero yo por muchas vueltas que diera sobre mí mismo para ver quién era, nunca veía nada.

El timbre de la siguiente hora aún no había sonado, así que aproveché y me fui a la azotea a fumarme un porro que me despejara de aquí. Francamente, necesitaba sentirme alejado de este sitio para ir a mi propio mundo en el que sólo estábamos Elizabeth y yo.

La puerta que daba a la azotea de la universidad estaba abierta dejando que el aire frío entrara hasta azotarme en todo la cara. Salí afuera respirando la contaminación de la gran ciudad con una pequeño cambio. Un perfume suave y delicado vino con el viento y guió mis ojos hasta en frente. Pensé estar soñando sin haberme fumado el porro pero si no lo había hecho significaba que lo que estaba viendo era real y que estaba realmente ahí.

Sobre la baranda que se alzaba del suelo hacia arriba para impedir que la gente se cayese estaba una chica cuyo pelo rubio se movía al ritmo del viento formando ondas en el aire. La dueña de los ojos miel tenía los brazos abiertos dándome la espalda.

Me quedé unos minutos observando como el ángel que me había mirado esta mañana seguía subida a la baranda sin percatarse de mi presencia. Temí dar un paso en falso porque podría asustarla y caerse desde más de siete pisos de altura.

El aroma que emanaba era tan delicioso que hipnotizaría a cualquiera. Su figura y su pelo eran asombrosos. A pesar de no ser una chica muy alta tenía un cuerpo espectacular y me atrevería decir que mejor que el de su prima.

-Ya ha tocado el timbre.- Pegué un bote en cuando escuché su voz melodiosa y dulce. ¿Cómo se había dado cuenta de que yo estaba aquí si no había hecho ningún ruido?- ¿O es que prefieres quedarte?- Sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo y bajó la cabeza.

-Yo...  tú... será mejor que te bajes si no quieres caerte.- Saqué el porro perfectamente preparado de esta mañana y me lo llevé a la boca. A pesar de estar viviendo ya en un sueño quería intensificarlo más si podía. Cuando la droga llegase a mi cerebro sería capaz de hablar sin tartamudear.

-¿Qué te hace pensar que no es eso lo que quiero?- Se dio la vuelta y volví a ver los ojos miel en los que había estado pensando toda la clase de hematología. Su piel estaba tan blanca que los rayos de Sol se intensificaban al chocar con ella. Sin duda era un ángel porque tanta belleza no podía ser propia de un simple mortal.

-Si es eso lo que quieres, yo tú lo haría de noche, ahora sería un cantazo delante de tanta gente.- En su perfecto rostro apareció algo parecido a una sonrisa, leve y triste pero la más hermosa del mundo.- ¿Cómo te llamas?- Sus pies parecieron volar de la baranda cuando chocaron con el suelo firme en un salto perfecto y que para mí pareció ir a cámara lenta, eso o era efecto del porro...

-Nate, me llamo Nate.- Empezó a andar hasta mí con paso lento mientras mis ojos se dibujaban en los suyos, los ojos con lo que estaría seguro soñaría toda la noche.

Cuando la tuve a pocos centímetros de mí, me quitó el porro de la boca con unos finos y delgados dedos. Mi porro voló hasta sus labios blancos que aspiraron todo el humo que sus pulmones quisieron. Lo expulsó con los ojos cerrado y directamente sobre mi cara. Ahora el molesto olor de la marihuana se había vuelto un perfume al salir de su boca. Sus labios se me antojaron apetecibles mientras sujetaba el porro entre ellos.

Sus dedos lo volvieron a coger y a poner en mi boca tras una leve caricia por mis labios. Tenía un tacto suave que me provocó una descarga por todo el cuerpo por el frío de sus dedos.

-Vas a llegar tarde, Nate.- Tenerla delante viéndola hablar, mirarme mientras su largo pelo dorado dibujaba siluetas abstractas en el aire.

-Sí, adiós.- Ella volvió a sonreír de esa forma tan bonita como despedida.

Me di la vuelta para desaparecer de allí y correr hasta mi clase antes que llegase el profesor de química. Salí por la puerta para comenzar a bajar las escaleras a toda velocidad pensando en la beca que se esfumaría con un retraso. La tentación de ver a ese ángel de nuevo me pudieron, así que me volví para echar una última mirada a ese ser tan magnífico. Cuando me di la vuelta ella ya no estaba. La baranda estaba sola sin aquel precioso cuerpo sobre ella ni el aire tría el extraordinario olor de su pelo.

No quise entretenerme más en buscar desesperadamente a aquella chica sin nombre. Corrí escaleras abajo pasando por los baños “encantados” y la gente que todavía seguía hablando ajena al comienzo de la segunda hora.

Entré en mi clase de química junto con el profesor. Había tenido suerte porque no había llegado antes que yo, de lo contrario, ya me estaba viendo fuera y viviendo de nuevo en la pocilga en la que me había criado.

Me senté en mi sitio sintiendo como Emily y Oliver me miraban curiosos. Estaba acostumbrado a que la gente me mirase así y no me importaba, mucho menos ahora que le había visto la cara a un ángel a lo que debía de sumarle el colocón de la marihuana en mi cerebro.

Otra clase en la que no me enteraría de las explicaciones del profesor. Sólo esperaba que esa chica no volviera a aparecer en lo que quedaba de día o no me centraría en las clases. Esta ya la daba por perdida así que por qué no pensar en la chica que sustituiría a Elizabeth en mis sueños de esta noche...


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