Capítulo 19

Capítulo 19



El silencio me ahogaba. No me gustaba el silencio en el que se podía oír mis pensamientos en voz alta. Odiaba escuchar su dulce voz una y otra vez. ¿Quién era ella? Llevaba desde que estuve con él sin dormir y cuando lo conseguía, ella me despertaba. Esa frase resonaba una y otra vez. "Tengo miedo". ¿Yo tenía miedo? Sí. Tenía miedo a volver a verlo, ¿qué haría?, ¿qué le diría?

Ahora estaba en el salón ya que la casa se había quedado vacía. No me hubiera atrevido a bajar si él hubiera estado por aquí. Siempre esperaba a ver su coche desaparecer por el jardín para ir a desayunar.

No recordaba con claridad lo sucedido, sólo caricias y sonidos. Nuestros gemidos acompañados de la oscuridad, la dueña de mi alma. Por un momento, pensé que quizás estuviera arrepentida por lo sucedido. En parte, sí. La idea de que esto fuera una táctica para humillarme, era probable. Por otro lado, estaban los sentimientos. No sentí esa maldad que siempre le acompañaba. Pasó desapercibida para mí y se convirtió en luz, una luz que guiaba a mis manos por su cuerpo como si ya lo conociera. No temí dar un paso en falso, no temí que me hiciera daño, ni siquiera dudé un segundo en lanzarme a sus labios cuando tuve la oportunidad.

-¡Buuu!- Pegué en boté en el sofá y me volví. Andreas estaba mirándome desde detrás del sofá. Su sonrisa era tan dulce y angelical... ¿Quién diría que en realidad era un vampiro? Llevaba tiempo sin verlo. Le habían quedado algunas asignaturas y se pasaba yendo y viniendo a la biblioteca; Mara salía y ya no volvía hasta la hora de cenar; A Bill no le había visto desde entonces aunque la bronca del coche se había solucionado con un "Perdoname" y un "Yo también te quiero"; y a Tom, a él simplemente le había evitado. No comía en casa y apenas se le veía por aquí (aunque sí más que antes). En definitiva, me llevaba todo el tiempo sola y devorada por el silencio.

-Me has asustado, tonto.- Le contesté enfadada aunque no pude evitar reírme cuando me sonrió de esa manera, pero su cara cambió.- ¿Qué te pasa?- Me estaba empezando a preocupar. Su mirada no se apartaba de mí pero no me miraba. Su vista estaba perdida en algún punto de mis ojos.

-Li...

-¡Andreas! ¡¿Qué coño te pasa, tío?! ¡¿Vas a dejarme con todas las bolsas?!- Bill apareció por la puerta cargado de bolsas.

-Lo siento.- Andreas corrió a la velocidad de la luz hacia donde estaba Bill y cogió algunas cuantas cosas.

-¿Queréis que os ayude?- Me levanté del sofá y les ayudé. Las bolsas pesaban una barbaridad.- ¿Qué habéis traído?

-Algunas cosas para la casa.- Andreas se quedó pensativo recordando los artículos de su compra.- Hemos traído un jarrón para Simone, una alfombra super chula, y muebles...¡ah! y una cama nueva para la habitación de Tom.- ¿Una cama nueva? ¿Para Tom? Eso significaba que... Me giré nerviosa hacia la puerta.

-Vayan subiendo, es al fondo del pasillo.- Tom apareció acompañado de unos hombres con una caja enorme cogida por ellos.

-De acuerdo, señor.- Los hombre empezaron a subir las escaleras hacia la habitación de Tom. Su mirada se clavó en mí. Seguramente me habría puesto roja en cuanto vi como se toqueteaba el piercing de su labio con la lengua. Volví la cara de inmediato. Las cosas que me pasaban por la cabeza en este momento no eran nada sanas y mucho menos decentes.

-¡Elizabeth!- Andreas me gritó de una manera que casi me deja sorda.

-¡No me grites!

-Pero si es que estás sorda.- Andreas me pegó en la frente.- ¿Nos ayudas a buscarle un sitio a todo esto?

-Vale.- La verdad era que no me apetecía demasiado pero prefería esto a no hacer nada en todo el día. Quizás luego me fuese a ver a Adam hacía mucho que no hablaba con él...

-Bill, se te ha olvidado esto en el coche.- Su voz me congeló en el acto. Su cuerpo estaba dejado caer en el marco de la puerta de una manera bastante seductora. Nunca me había fijado en el brillo de su pelo negro. Llevaba una falda bastante corta y una camiseta con un escote que no dejaba nada a la imaginación. Los tacones moldeaban perfectamente sus piernas haciéndolas largas y bonitas. Era la chica más guapa que había visto nunca... ¿Qué hacía ella aquí?

-Oh, gracias.- Bill cogió la bolsa que le había dado Sasha.

Ahora era ella la que me miraba, quizás esperando a que la saludara o algo parecido, pero se quedaría con las ganas. Me miraba desafiante a los ojos. Todo mi cuerpo se accionó con esa sonrisa tan hipócrita que se dibujó en su cara mostrando la perfección y blancura de sus dientes.

-Hola, Liz.- Sentí como mi sangre hervía en mi interior igual que aquella vez con Mara. Odio. Esa palabra definiría mi actitud en este momento, ¿o quizás ira? Qué más daba. Fuera lo que fuese no era nada bueno lo que sentía hacía ella.

No le contesté, simplemente me fui, y mientras lo hacía, todos y cada uno de los ojos de los allí presentes me observaron. Tenía los puños apretados y los ojos fuertemente cerrados. Un fuego abrasador se estaba apoderando de mi cuerpo y se hacía más fuerte cuando recordaba su estúpida sonrisa.

Me senté en una de las sillas que estaban junto a la mesa de la cocina. Mis manos estaban sangrando por culpa de mis uñas. Mi sangre se deslizaba por la palma de mis manos hasta la muñeca y ahí, paraba. La herida se había cerrado. Cuantas veces había deseado ver la sangre en mis muñecas y cuantas pocas veces lo había conseguido. Me sentía igual que aquellas veces en las que lo hacía. Un dolor insoportable estaba estrujando mi alma, no me dejaba respirar pero salía en forma de líquido por mis ojos.

Recodé aquella vez en la que lo hice. Tenía trece años...


Estaba leyendo debajo del sauce llorón del colegio. Me encantaban las novelas de misterio y fantasía en la que no sabías que pasaba hasta que terminabas de leer. Odiaba los libros hechos para adolescentes en los que yo no me sentía identificada, o las novelas de amor en las que había una dulce chica enamorada que sufría por amor... Eso en la vida real no pasaba. Las chicas no se enamoraban y si lo hacían no era para siempre. No se puede amar para siempre eso era imposible. Carla y Zoé eran la viva imagen de ello. Les gustaba un chico, se les insinuaban y luego ellos caían como moscas. No más historias ni lágrimas por un amor no correspondido.

Tenían razón cuando decían que yo era rara pero es que no era como todas las chicas de mi edad. No me interesaban los chicos, cotillear o ir de compras. Ni siquiera tenía amigas aunque una vez tuve una, Aurèlie, era la hija de una amiga de mi madre. Nos llevábamos tan bien hasta que paso aquello. Desde entonces me esquivaba cada vez que me veía e incluso su madre había dejado de hablarle a la mía. Era normal...

Yo era diferente, lo sabía. En lugar de salir por las tardes, me metía en mi habitación a leer o simplemente a mirarme en el espejo. No entendía por qué lo hacía pero me relajaba, dejaba la mente en blanco y no pensaba. Odiaba escuchar mis pensamientos.

-¡Eh, Lizzy!- Levanté la cabeza del libro. Marie, una chica de mi clase, la más popular y rubia que había visto nunca, me miraba desde arriba sonriendo. Que extraño, a mí nunca me sonreían...

-¿Sí?- Justo cuando se estaba poniendo interesante. El detective Lohan estaba interrogando al chico que se había escapado de la casa abandonada en la que lo habían metido. Él sabía quién era el asesino que había matado a tanta gente.

-El profesor de educación física te está llamando. Te has dejado la bolsa de deporte en los vestuarios.- Miré hacia mi lado derecho. Estaba mi mochila pero no la bolsa de deporte.

-Gracias por avisarme.- Me levanté del suelo, cogí mi mochila y me fui corriendo al gimnasio. Pronto vendría Carmen a recogerme para pasar el fin de semana en casa y no podía demorarme o se preocuparía.

El gimnasio estaba en silencio y a oscuras. Empecé a andar muy despacio para encontrar el interruptor de la luz. Un líquido me cayó en la cabeza y resbaló por todo mi cuerpo. Estaba frío y pegajoso. Las risas de todos hacían eco en el gimnasio. No quise abrir los ojos y ver aquello que ya me estaba imaginando. Empezaba a tener frío.

Abrí los ojos lentamente y vi como todos mis compañeros de clase estaban a mi alrededor señalándome con el dedo y gritando algunos insultos que no quería escuchar. Vi mi ropa rota y pintada con sprays delante de mis pies.

No lloré, ni siquiera les insulté como se merecían, simplemente cogí mi ropa, la metí en mi bolsa de deporte también pintada, y me fui. Apenas podía dar un paso sin que ese pegajoso líquido que olía fatal dejara un rastro por donde pasaba.

Esperé en la puerta principal del internado a que viniera Carmen a recogerme. El viento frío me helaba todo el cuerpo. Escuchaba las gotas caer en el suelo y las risas de mis compañeros en mi mente. Habían disfrutado de ese momento humillándome de la manera más cruel hasta ahora.

Un coche se paró en frente. Lo reconocí de inmediato. Era el coche de Luc, el chófer de papá. Una Carmen histérica corría hacia mí con la cara descompuesta. No me gustaba que se preocupase por tonterías.

-Lizzy, ¿qué te ha pasado?- Sus manos tocaron mi pelo manchado del líquido verde.

-Es que soy muy torpe.- No le di más explicaciones. Ella sabía lo que realmente había pasado como cuando llegaba los viernes a casa con el cuerpo lleno de moratones o aquella vez en la que llegué con el pelo rapado. Nunca preguntaba nada más y yo se lo agradecía.

Llegamos a casa y como siempre no había nadie. Mamá estaba en Bélgica rodando una película y papá había viajado a Estados Unidos a la presentación de un nuevo libro. Lo prefería así. Mi madre hubiera puesto el grito en el cielo si me hubiera visto así. Diría lo de siempre: "¿Cómo puedes salir a la calle con semejantes pintas?" Siempre le había importado más la imagen que cualquier otra cosa. Que más daba si tenías cuarenta de fiebre y no te podías levantar de la cama, lo importante era estar siempre arreglada y maquillada. Éramos tan distintas...

-Te prepararé el baño.- Carmen entró en el baño que había en mi habitación y escuché como abría el grifo de la bañera.

Miré mi cama perfectamente hecha. Echaba de menos poder tumbarme en ella y dormir y dormir hasta la tarde. En el internado a las siete todo el mundo tenía que estar levantado, a las ocho el desayuno, de nueve a doce las clases, de doce a una la comida, de una a cuatro más clases, a las cuatro la merienda y lo que quedaba hasta la cena era para estudiar, hacer deberes o pasarte las horas muertas encerrada en la habitación como solía hacerlo yo.

-¿Quieres que te ayude?- Negué con la cabeza. Demasiada vergüenza me daba que me viera como el increíble Hulk como para que ahora me viese desnuda.- Como quieras, mi niña. Llámame si necesitas algo.

-Vale.- Entré en el baño y cerré la puerta. El espejo estaba empañado por el vapor del agua caliente. Mejor, así no tendría que verme.

Empecé a desnudarme. Mi piel estaba del mismo color que mi ropa, verde. Nunca me había gustado mi cuerpo. Mi piel era más blanca que la de los demás y era objeto de burla de todos. Aunque no era yo sola la que tenía la piel así. Cuando era más pequeña llegaba a casa llorando porque los niños se habían vuelto a meter conmigo, entonces Carmen me ponía delante del espejo, levantaba su manga y la ponía a mi lado y decía: "¿Ves, mi niña? Siempre habrá gente más blanca que tú." Yo me ponía feliz y todas las humillaciones e insultos se esfumaban. Carmen era la madre que nunca había tenido. Desde que tenía uso de razón, ella siempre había estado a mi lado.

Metí con cuidado de no quemarme, el pie en la bañera. El color verde de mi piel se disolvió en el agua y así con todo el cuerpo. El agua ni siquiera se volvió verde sino que desapareció sin dejar huella al igual que las lágrimas que resbalaban por mi cara, ocultas por el agua. Me había prometido a mí misma no volver a llorar pero lo volví a hacer. No grité como aquella vez en la que casi mato a Aurèlie. No merecía la pena.

Algo brilló ante mis ojos. En el bolsillo de la falda del uniforme estaba la cuchilla que siempre llevaba conmigo por si algún día intentaban ir más allá. Saqué mi brazo del agua y la cogí. Su brillo era tan hipnotizante que me quedé un buen rato mirándola. Era como las veces que me miraba horas y horas en el espejo sin pestañear sólo que mi plan estaba vez no era ver mi reflejo en el metal. La posé sobre mi muñeca izquierda. Si no lo hacía ahora nunca lo haría y yo no quería seguir en este mundo.

El cuerpo se me encogió al rasgar mi piel con la cuchilla. Lo hice tan fuerte como pude y sin gritar. La sangre empezó a brotar de mis venas abiertas. El dolor estaba desapareciendo poco a poco. Ya no había sufrimiento en mi alma ni recuerdos, llantos y risas de seres monstruosos. Ya no había nada...

El agua se estaba empezando a teñir de mi color favorito. La sangre abrazaba mi cuerpo y manchaba la bañera. La vista se me estaba empezando a nublar. No veía nada, no sentía dolor sólo alivio y tranquilidad.

Cerré los ojos mientras mi cabeza se sumergía en el agua. Sólo así el verde de mi cuerpo desaparecería para siempre y para que sólo quedase el color de la vida sobre mi piel.


Observé mis muñecas. No había ninguna señal de mi intento de suicidio ni siquiera una marca o un simple arañazo. Recordaba como la sangre se había deslizado por mi brazo hasta perderse en el agua. Me había sentido tan bien cuando lo hice. El dolor que me provocó el corte desapareció cuando un río rojo salió de mis venas. Fue como si a mi alma le hubieran quitado un peso de encima.

-¿Sabes que es de mala educación no saludar a la gente?- Levanté la vista y la vi allí, sentada y sonriendo. ¿Había dicho que no me gustaba nada su sonrisa?

-Tú lo has dicho a- la-gen-te. No eres gente.- No me apetecía mirarla a la cara. La sensación de odio aún estaba presente en mi cuerpo como aquella voz que me decía que arrancase su corazón sin vida en este preciso instante. Me estaba volviendo loca, ya lo sabía, pero es que su voz era tan familiar y conocida...

-No sé si debo sentirme mal o alagada.- El cinismo lo conocía a la perfección, de eso no me cabía duda. Sus ojos azules ahora eran rojos y por experiencia sabía lo que significaba.

-Tómalo como quieras.- Desvié de nuevo la vista a mis muñecas. Me sentía igual que aquel día. ¿Por qué no volver a hacerlo?

-Hoy te ves realmente guapa. ¿Ha pasado algo nuevo?- La herida se cerraría al instante y mi plan no valdría.- Vale, no me lo digas. No me hace falta que me cuentes que te has follado a Tom, aún puedo percibir su aroma en ti. ¿Qué pasa? ¿Aún no te has bañado para poder tocarte por las noches oliéndolo?- Hazlo.

Mi cuerpo reaccionó ante su orden. Me abalancé hacia ella hasta tirarla de la silla. Su cuerpo resonó contra el suelo de una manera bestial, incluso oí como algunos de sus huesos se rompían. Posé mis manos en su cuello ante la atenta mirada de sus ojos. Apretaba mis manos con toda la fuerza que podía. Sabía que no valía la pena intentar asfixiarla, los vampiros no respiraban pero prefería hacer eso a hacer lo que me decía mi cabeza.

Por mi cuerpo corría la ira en su máximo esplendor. Mis colmillos habían salido, los notaba. Odio. Nunca lo había sentido por nada ni por nadie ni por mis compañeros del colegio, Jake o mi mejor amiga que se acostó con él. Nunca había sentido lo que estaba sintiendo ahora y eso me asustaba.

Te ha hecho daño.

No. Yo se lo estaba haciendo a ella ahora. Veía como sus ojos volvían a su color natural y como su mirada estaba fija en mí.

Mátala.

No.

Te ha humillado.

Me daba igual. No quería hacerle daño.

Entonces, ¿por qué aprietas cada vez más?

Era verdad. Le terminaría partiendo las vértebras del cuello si seguía así pero no podía parar.

Ahí no le harás daño. Clava tu mano en su pecho y arráncale el corazón.

Una de mis manos se movió a la orden de aquella voz. Podría hacerlo sin ni siquiera partir su camiseta. Olía su miedo y me gustaba. Nunca nadie me había tenido miedo.

Levanté mi brazo para coger fuerza y atravesar su pecho pero algo me lo impidió. Un peso muerto hizo que mi cuerpo se separara del de ella y cayera de bruces contra el suelo. Me golpeé con fuerza la cabeza pero sólo así dejó de sonar su voz.

Abrí los ojos y me lo encontré de pie mirándome con los ojos rojos y los colmillos fuera. Tom había sido el que me había separado de ella. Normal, al fin y al cabo era su novia. Mi mirada se encontró con la suya. El miedo se apoderó de nuevo de mi cuerpo. No era el Tom de hace unos día sino el Tom de hace un año. El mismo que le hubiera dado igual haberme degollado en ese preciso instante.

Me levanté del suelo e instintivamente retrocedí hasta que mi espalda tocó la pared. Volvía a ser él. El mismo aura negro e impenetrable de hace unos meses había vuelto y con él, mi terror hacia su persona.

Se acercó lentamente hasta ponerse a pocos centímetros de mí. No tramaba nada bueno, lo presentía. Mi cuerpo estaba inmóvil y mis ojos clavados en los suyos intentando buscar alguna muestra de brillo o algo que me demostrase en qué estaba pensando. Pero en lugar de eso tan sólo obtuve una bofetada de su parte. Mi cara se dobló tanto que mi mejilla tocó la pared de mi espalda. ¿Cómo podía dolerme tanto? ¿No se suponía que los vampiros no sentían dolor?

Sentí un insufrible dolor en mi brazo. Su mano lo rodeaba y jalaba de él para que mis pies le siguieran. No podía negarme y mucho menos intentar resistirme. Su fuerza era tan descomunal que si intentaba huir me rompería antes el brazo que librarme de su agarre.

Atravesamos el salón bajo la atenta mirada de Bill y Andreas. Nos observaban sin entender muy bien qué estaba pasando pero qué más daba, Tom lo sabía y eso era lo importante. A pesar del miedo, no podía dejar de sentir las pequeñas corrientes eléctricas que nacían en nuestro único punto de contacto y se extendían por todo mi cuerpo. ¡¿Pero cómo podía pensar eso ahora?! No sabía lo que me iba a hacer y yo pensando en tonterías.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe con el empujón que le dio. Me tiró hacia el interior de mi habitación pero lo hizo con tanta fuerza que salí disparada hasta el ventanal que estaba a cinco metros de la puerta. Pensé que me encerraría hasta que a él le diera la gana pero como siempre con él nunca se sabía.

Cerró la puerta tras sí. Sus ojos daban miedo. En realidad nunca dejé de tenérselo, simplemente pensé en que las cosas irían a mejor. Como aquel día... Sus huella aún seguían presentes en mi piel, al igual que sus caricias, sus besos y su lengua pero me demostró que eso para él no había significado nada. Me estiró del pelo hasta levantarme haciendo que gritase de dolor. Me arrastró hasta la puerta del cuarto de baño, a la cual, le dio una patada para abrirla.

Sus manos apretaban fuertemente mi pelo. Me jaló hasta llegar al borde de la bañera donde me soltó y mi cuerpo cayó desplomado en el suelo. Me dolía muchísimo. Estaba segura que se habría llevado un mechón de pelo en la mano.

-¡Levántate!- Por fin habló aunque preferí que no lo hubiese hecho. Mi cuerpo se encogía con sólo una palabra suya. Sentía pánico, terror e incluso dolor en mi interior. A mí me dolía hasta el alma y no estaba segura si realmente tenía.

Se arrodilló a mi lado y volvió a tirar de mi pelo hasta posar mi cabeza en el borde de la bañera. El miedo corría por mi cuerpo. Volvía a sentir todas aquellas cosas que sentí muy al principio de conocerlo. Las ganas de huir cuando le veía, mi cuerpo paralizado y las ganas de correr y meterme en mi querido rincón a oscuras y llorar y llorar hasta quedarme dormida.

-Lo...lo...sien...siento.- Empecé a llorar como un gatito asustado. Realmente era así como me sentía. Como un pequeño animal en las garras de su depredador.

-¡Me importa una puta mierda que lo sientas!- Su mano presionaba fuertemente mi cabeza contra la  fría bañera. Escuché como el agua empezaba a salir del grifo e inundaba poco a poco la bañera. Ya estaba empezando a mojarse las puntas de mi pelo. El vapor del agua me impedía ver las acciones de Tom y eso me ponía más nerviosa.

Su mano agarró con fuerza la mía que estaba al lado de mi cabeza. Estiró de mi brazo y posó algo afilado sobre mi muñeca. Me revolví nerviosa al darme cuenta de lo que pretendía hacer.

-¡No!- Intentaba deshacerme de su agarre pero era imposible.

-¿Quieres que te demuestre como mueren desangrados los vampiros?- Su voz sonaba escalofriante y cínica. La ironía era lo que mejor se le daba aunque no se trataba de ironía en este caso.- ¿Por qué no se te había ocurrido esto antes? Una manera fácil de suicidarte sin que se te cierre la herida. Deberías de recordarlo de aquella vez.- Abrí los ojos por la sorpresa. Las lágrimas dejaron de salir de mis ojos y dejé de intentar huir cuando lo escuché.- ¿Y sabes qué mola más?- La hoja afilada acariciaba mi piel sin cortarla.- Meterla después en agua hirviendo.

-¡Aaaaaaaaah!- Sentí como rajó mi muñeca y la metió en la bañera. El agua entraba en el corte y lo quemaba por dentro. Mi piel hervía por el agua. El dolor era insoportable pero me aguanté las ganas de gritar. ¿No era eso lo que había estado deseando? ¿Morir? ¿Desaparecer? No habría más dolor ni miedo ni voces de ultratumba que me dijesen lo que tenía que hacer. Era el mejor fin para una loca como yo.

Vi como el agua se teñía de aquel hermoso color. La vista se me nublaba y las fuerzas empezaban a fallarme. Tom ya no me sujetaba la mano en el agua para que no la sacara sino que la había sacado. Notaba como me miraba pero yo era incapaz de hacerlo. No me merecía mirarle a la cara después de todo. Había intentado matar a su novia y eso no me lo perdonaría nunca.

Cerré los ojos y esperé a que la muerte llegase. Me acordé de la pregunta que me hizo Bill un día. Me preguntó que si morir dolía. En su momento le dije que sí, ahora, le diría que morir era lo más maravilloso que me había pasado nunca.



By Tom




Saqué su brazo del agua. Su cuerpo sin vida cayó en el frío suelo del baño. El agua hacía un rato que había dejado de moverse y se volvió serena, manchada por ese maldito color. La dejaría ahí. Ya llamaría a Henric para que viniese por el cuerpo. No quería ser yo quien se la llevase fuera de esta casa.

Salí del baño y cerré la puerta de la habitación. Un aura extraña recorría la casa. Pronto se haría de noche y yo ya estaba muerto de hambre. Bajé las escaleras por las que rato antes la había arrastrado hasta arriba. Su olor aún estaba presente en toda la casa y eso me ponía enfermo. Nunca se despojó de su aroma a humana.

Llegué al salón y me senté en el sofá junto a Bill, Andreas y Sasha, ésta permanecía con los ojos abiertos y las manos en el cuello. Había sido un shock demasiado grande para ella. Que se jodiese.

-¿Dónde está?- Bill se levantó y se puso en frente tapándome la tele.

-¿Te importa? No me dejas ver nada.- Aunque estuviera delgado, cuando se ponía delante no había nadie que viera la tele tranquilo.

-¡¿Dónde está?!-Suspiré agotado. Si es que cuando se ponía pesado...

-En su habitación.- Bill salió corriendo escaleras arriba. Se llevaría una pequeña sorpresa cuando la encontrara.

-To...To...Tom.- Andreas estaba casi llorando. Hoy todo el mundo se había empeñado en no dejarme ver la tele en paz...

-¿Qué quieres?

-No le habrás hecho nada, ¿verdad?- Como contestación, sólo sonreí.

Sentimientos. Eso era lo único que parecían sentir. Había cosas más importantes que sentir. La supervivencia era lo principal para un vampiro pero ellos parecían no recordarlo. Desde que él sustituyó al abuelo, las cosas habían cambiado demasiado. Antes los vampiros estábamos por un lado y los humanos por otro. El único contacto entre los dos era el de la supervivencia. Matar a los mortales para sobrevivir. Todo había cambiado demasiado para mi gusto.

Mi cuerpo chocó contra la pared. Bill me tenía sujeto por la camiseta y elevado a varios centímetros sobre él. Ya se habría dado cuenta de mi sorpresa...

-¡¿Qué coño has hecho?!- Sí, la había visto.

-Lo que debería de haber hecho hace mucho tiempo.- Me pondría la camiseta más grande de lo que era si seguía así.

-¡La has matado!

-¿Y?

-No querías verla, ¿por qué lo has hecho?- Bajó la voz. Andreas ya había empezado a llorar cuando se enteró que ella había muerto.

-Llegó su hora.- Bill me soltó y desapareció.

Cogí el móvil y le mandé un mensaje a mi... padre para que mandara a Henric a recoger el cuerpo. Andreas me estaba empezando a mosquear con sus lloriqueos. Tampoco había sido para tanto. Le habían cogido cariño demasiado pronto. Lo mejor que hice fue huir de aquí. Yo la había convertido en lo que fue y ahora yo la había matado. No estar aquí me lo había puesto más fácil para no sentir nada por ella. Sólo odio. Mi odio a los humanos se incrementaba por cada segundo que pasaba.

Siempre había intentado comportarme como uno, intentar no escuchar lo que pensaban, jugar con ellos... Pero no podía ocultar todo el odio que sentía hacia los mortales. Eran crueles. En el colegio se metían con Bill por vestir de esa manera tan extraña. Mi madre siempre decía que no nos peleásemos con nadie, que simplemente se lo dijéramos a los profesores.

Un día un niño le pegó un puñetazo a Bill y éste que acataba a la perfección las órdenes de mi madre, no hizo nada. Pero yo no me quedé de brazos cruzados. Una vez en el parque lo cogí y lo empujé de cabeza por el tobogán. El resultado: se quedó paralítico. No me gustaba que hicieran llorar a los míos y menos si era un humano el causante de esas lágrimas.

"Los astrólogos investigan el curioso caso de la Luna que nos ha estado acompañando estos días. Su color anaranjado ha puesto a los observatorios en alerta. Se trata de un fenómeno nunca visto aunque muchos textos religioso describen este hecho desde antes de Cristo. ¿Cuánto tiempo seguiremos viendo esto? ¿Qué significa?"

La tele no sabía ni la mitad de las cosas. ¿Un fenómeno astronómico? Claro. La Luna tan sólo manifestaba el fin del mundo como lo conocíamos. ¿Cuánto duraría? El tiempo que ella considerase necesario.

Noté mi camiseta pegada a mi cuerpo. Su sangre manchaba mi camiseta. Ese magnífico olor ya no volvería a brotar de su cuerpo, ya no se escondería en el rincón de su habitación, ya no pensaría en esas cosas ridículas... Ya no viviría porque ahora estaba muerta.


La cuenta atrás acababa de terminar.

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