Capítulo 30

Capítulo 30


-Sabes que esto está prohibido.- Jude ya me estaba dando la lata con lo de que mirar expedientes no estaba permitido pero tenía que hacerlo. Necesitaba saber todo lo que pudiese sobre ella aunque eso significase mi expulsión de la universidad. Quería saber su nombre, dónde vivía, de dónde era, su edad, número de teléfono, lo que fuese que me acercara un poco más a ella.- No entiendo por qué lo quieres. ¿No sería más fácil preguntárselo?- ¡Estaba loca! Siempre estaba rodeada de guardaespaldas a la salida, armarios de dos puertas que la custodiaban hasta meterse en el coche y que la seguían en otro. Acercarme a ella sería perder mi vida y por ahora, la idea no me llamaba mucho la atención.

-No, Mike no quiere que Emily lo vea hablando con ella.- Vale, le había mentido a mi amiga para que me ayudase pero no podía decirle que era yo el que no se la había sacado de la cabeza desde que cruzamos miradas el primer día.- ¿Lo encuentras o no?- Me estaba desesperando después de horas para conseguir meternos en los archivos de la universidad vía internet.

-Hay muchas contraseñas para entrar en los expedientes de los Freud y el de ella no sé cuál es.- Jude miraba cada código o número que salía en la pantalla del ordenador sin rastro de otra Freud que no fuese Emily u Oliver.- Si al menos supiéramos su apellido...- Ella no era familia por parte de padre por lo que tenía que serlo por parte de madre y sólo había una forma de saber su apellido, buscando el apellido de soltera de la señora Freud.

-¿Sabes cuál es el apellido de soltera de la señora Freud?- Jude hizo una mueca extraña que interpreté como un “no tengo ni idea” de parte de mi amiga.- ¿Hay alguna forma de averiguarlo?- Jude empezó a teclear algo en el ordenador y de momento empezaron a salir millones de datos sobre la señora Freud.

-¡Aquí está!- Mi amiga buscaba curiosa entre tanta información amontonada en la pantalla.- Agnees Kaulitz, hija adoptiva de William Thomas Kaulitz y Elizabeth Kaulitz. Nacida el 25 de Enero de 1969 en la ciudad de Hamburgo, Alemania. La menor de tres hermanos, Simone Kaulitz y Jörg Kaulitz.- Teníamos su apellido y a mí seguro que se me iluminó la cara en cuanto lo vi. Tenía la extraña sensación de haberlo escuchado en algún sitio...

-¡Es imposible! ¿Sabes lo que eso significa?- Jude me miró con los ojos abiertos como platos viendo mi cara de entusiasmo que desapareció cuando mi pequeña hacker informática me miró exaltada.

-No.

-Si el padre de esa chica es Jörg Kaulitz significa que es la hija del dueño de la distribuidora mundial de sangre donada. ¡La familia Kaulitz tiene tanto dinero que podría comprar un país entero y ni siquiera se darían cuenta!- Increíble. Sabía que ese apellido me sonaba de algo y sin duda era el segundo apellido de Emily. Al parecer la ropa casual que identificaba a su prima no hacía referencia al dinero y poder que tenía.

-Busca el expediente.- Jude se puso manos a la obra y en dos segundo teníamos su foto en un link que pese a sus intentos no podía abrir.- ¿Qué pasa?

-Me sale un aviso de que estoy intentando acceder a información restringida y me pide una contraseña.

-¡Mierda!- Me llevé las manos a la cabeza pensando en lo cerca que estaba de averiguarlo todo de ella y que por una estúpida contraseña no podía conseguirlo.- ¿Puedes guardar al menos la foto del expediente?- Pinchó sobre la foto y la guardó en mi ordenador.

-Recuerda que debes borrar el historial de búsqueda si no quieres meterte en un lío.- Jude se levantó de la silla que estaba frente al ordenador.- Mike está como una cabra, mira que perder la cabeza por una tía que ni conoce y que seguro no le va a dar bola.- Debería de aplicarme el cuento de todo lo que había dicho Jude pero era imposible. Las palabras entraban y salían sin quedar algo dentro de mi cabeza.

-Sí.- Abracé a Jude y le di un beso en la frente. Ella y Mike eran lo único que tenía en este sitio.- Gracias por todo, no sé lo que hubiera hecho sin ti.

-Nada, como siempre. Sin mí estaríais más perdidos que una cucaracha en una manifestación.- Nada de lo que decía tenía sentido pero sus estupideces siempre conseguían sacarme una sonrisa.

-¡Vete ya!- La empujé hasta la puerta y sacarla fuera del piso.- Nos vemos esta noche en el Fack.

-Vale. ¡No te toques pensando en mí!- Le cerré la puerta en la cara y salí pitando hasta la mesa del ordenador.

Su foto estaba guardada en el escritorio. Era su cara pero estaba distinta. Estaba morena y con el pelo relativamente corto. Sonreía felizmente en la foto que adornaba su expediente. Se la veía tan diferente a como era ahora...

Su nombre no aparecía por ninguna parte, sólo el apellido Kaulitz. Metí el apellido en un buscador de internet con el objetivo de acercarme un poco más a ella. Los resultados fueron abrumadores, treinta millones de resultados sobre el apellido y la mayoría de la empresa Herzblut. Toda la información estaba en alemán por lo que no entendí ni torta de lo que decía.

Sólo comprendía lo que parecían nombres camuflados entre tantas letras. El dueño de la empresa era Jörg Kaulitz, su padre por lo que parecía. Junto a él, otros nombres, William Kaulitz y un tal Thomas Kaulitz. Al final de la página otro nombre que al leerlo en voz alta me congeló el cuerpo sin saber por qué. Un nombre que me sonaba de haberlo escuchado en alguna parte que ahora no recordaba. Lilith Kaulitz. Sólo ese podía ser su nombre, un nombre tan enigmático y camuflado como ella y que encajaba a la perfección con tanta hermosura.

Dejé de buscar cosas que no tenían sentido y que no me revelaría nada salvo un nombre que no estaba seguro de que fuera de ella. Apagué el ordenador no sin antes echarle un último vistazo a la foto.

Pensar en ella no me estaba haciendo ningún bien. Si supiera algo, lo más mínimo de ella, si pudiese hablar sólo un minuto con ese ángel, sería feliz y volvería a concentrarme en mis estudios, mientras tanto tenía que conformarme con ver sus ojos una y otra vez en mi cabeza. Ni el libro de Luca Guilltone podía sacarme de mi aturdimiento. No me concentraba en las clases, pasaba de porros y otras drogas porque suficiente era la paranoia que tenía todo el día y para colmo mi querida Elizabeth había perdido su rostro y se había transformado en ella. ¡¿Se podía saber que mierda tenía para hacerme sentir así?!

Mi móvil sonó sobre la cama. Miré el número que parpadeaba en la pantalla, era el del psiquiátrico donde los Freud habían encerrado a mi madre. En realidad, si no hubiera sido por ellos mi madre ya se hubiera matado por culpa de sus alucinaciones. Ellos se ofrecieron a pagar el psiquiátrico dado que mi madre había trabajado para ellos durante un buen tiempo.

Acepté la llamada y puse el móvil en mi oreja mientras me tumbaba en mi cama. Hacía mucho tiempo que no permitían que mi madre me llamaba y con lo ocupado que yo estaba no me había dado tiempo de ir a verla.

-¿Hola?

-¡Hijo!- El grito de mi madre casi me dejó sordo. Se la notaba ilusionada por volver a hablar conmigo sólo esperaba que no terminara llorando como siempre.

-¿Cómo estás, mamá?

-Bien, ahora estoy mejor porque me han quitado las pastillas que me daban sueño.

-Que bien, ¿no?

-¿Tú...tú estás... bien?

-Sí, no te preocupes.

-Dicen que si me porto bien podré salir para pasar la Navidad contigo. Ya no tendrás que venirte aquí a cenar.

-Eso está muy bien.

-Tengo que dejarte, mi amor.

-Vale, cuídate. Iré en cuanto pueda.

-Ten mucho cuidado.

-Sí, mamá. Adiós.

-Adiós, mi vida.

Una conversación corta pero era el tiempo límite que tenían los pacientes para hablar con sus familiares. El psiquiátrico tenía muchas reglas entre ellas el no llamar a los familiares sin orden previa del psiquiatra. Las libertades en ese sitio estaban bastante restringidas. Era como una cárcel para gente demente como mi madre. Ella no se merecía estar ahí pero era lo único que podía alejarla del mundo que se había creado ella sola.

Durante todo su vida había sufrido mucho, desde el día en que nació. Cuando mi madre no contaba con apenas un año, sus padres la dieron en adopción a una familia del norte de Escocia. Allí se crío a base de abusos sexuales de su padre adoptivo y la tendencia a cogerse pedos de su madre. A pesar de tener esa familia consiguió seguir adelante y a los dieciséis años se fue de casa con unos ahorros que había conseguido trabajando de camarera en un club de alterne. Luego, conoció a la persona que estropearía su vida para siempre, mi padre. A los dieciocho años mi madre ya estaba casada y embaraza, en un infierno que empezó desde la boda. Mi padre le pegaba hasta desahogar en ella todas las frustraciones que había acarreado a lo largo de un duro día de trabajo en la construcción.

Todos los días la historia se repetía una y otra vez y a ella le daba miedo denunciarlo porque quería que yo me criase con un padre y una madre. Cuando yo nací, las cosas no mejoraron. Más de una vez había escuchado los gritos de mi madre desde mi habitación. Lloraba y le pedía a mi padre que por favor parase pero él acallaba sus gritos con un “cállate, zorra”. Esa era mi rutina diaria y peor era cuando venía drogado o borracho a casa, entonces, lo pagaba conmigo. Lo prefería si con eso dejaba a mi madre un día tranquila.

Los malos tratos eran algo normal en mi casa. La familia le dio la espalda a mi madre, no querían saber nada de ella al detener a su padre adoptivo por abusos sexuales a una menor tras la denuncia de mi madre. Mi padre ni siquiera tenía padres y lo único que me quedaba a mí eran los libros. Me encerraba en mi habitación cuando mi padre le empezaba pegar y me ponía a leer como un loco intentando no escuchar los gritos desesperados de mi madre sofocados por patadas y puñetazos.

A mis quince años tuve el valor suficiente de partirle una botella en la cabeza y dejarlo inconsciente cuando le metió la peor paliza a mi madre desde entonces. Recordaba que llegué del colegio y mi padre estaba golpeando la cabeza de mi madre contra la escalera. La sangre manchaba su cara y mi madre no se movía. Me armé de valor y cogí la botella de cerveza que le había provocado ese estado y se la partí en la cabeza. Salí corriendo hacia la comisaría más cercana y en unos minutos todo había acabado o así lo viví yo. Sólo recordaba que cuando abrí los ojos estaba con la cabeza apoyada en la cama del hospital donde estaba mi madre. Su cara estaba llena de moratones y tenía los dos brazos y una pierna rotos. Ese hijo de puta había estado a punto de matarla...

Después de eso las cosas pasaron muy rápido. Nos quedamos sin casa porque nos embargaron por no pagar las deudas de juego de ese cabrón y nos tuvimos que buscar un sitio donde dormir. Al principio fue un convento donde unas monjas nos acogieron, luego, cuando cumplió nuestra estancia y al no encontrar mi madre trabajo, nos echaron. Si hubiera sido por mí me hubiera puesto a trabajar para conseguir al menos un apartamento de cinco metros cuadrados, sólo necesitaba un sitio donde mi madre estuviera bien. Los siguientes dos años, vivimos debajo de un puente.

Mi vida no había sido del todo un cuento de hadas como la de Mike o Jude pero había sido una al fin y al cabo. Ahora, todo era muy distinto. Yo vivía en un ático amplio en pleno centro de Londres, mi madre estaba en un psiquiátrico y estaba rodeado de lujos, no por que yo quisiera sino porque así se había presentado las cosas. Mientras estudiaba, trabajaba de monitor de piscina para niños de tres a cinco años. Todo lo que tenía me lo había currado con sudor, lágrimas y muchos días sin dormir.

Me empecé a vestir si quería llegar al Fack a la hora que había quedado con Jude y Mike. El Fack era una discoteca que combinaba lo sofisticado, minimalista y sexy en un sitio oscuro lleno de gente de alto poder adquisitivo. El sitio perfecto para góticos y emos de Londres, los cuales, por cierto, nunca iban.

Me terminé de vestir y salí de mi casa a una velocidad pasmosa. Ya iba tarde y no había otra cosa que más rabia le diera a Jude que la gente impuntual. Corrí hasta el garaje donde estaba mi moto perfectamente aparcada y la puse en marcha. Era de lo que más orgulloso me sentía a parte de haber conseguido mi casa. No tenía que depender de nada ni nadie para ir a algún sitio lo que me daba libertad e independencia.

El Fack no era como otra de esas discotecas a las que iban los niños ricos a emborracharse y drogarse sino que su ambiente era diferente. Sí era cierto que la mayoría de la gente que lo frecuentaba estaba forrada pero eran de esos que no te miraban por encima del hombro como si fueras una hormiga.

Las calles de Londres estaban desiertas. Pronto empezaría a llover de nuevo pese a estar a finales de octubre. Odiaba este clima. Siempre lluvia, nubes, niebla y nieve, muy pocas veces se dejaba ver el sol.

Aparqué la moto en el parking privado del Fack donde si no tenías una tarjeta especial no te dejaban entrar. Por suerte, yo la tenía gracias a Mike que se ofreció a sacármela por el módico precio de doscientas libras, un tercera parte de lo que realmente costaba.

Hacía un frío que pelaba y ,encima que estaba a las afueras de la ciudad, la humedad me mojaba la ropa. Lo dicho, odiaba este puñetero país.

Cuando entré en el Fack, la música casi me dejó sordo. Era la típica que sonaba en las discotecas pero con un punto oscuro. Se podían escuchar coros de voces tétricas que si afinabas el oído te ponían los pelos de punta.

-¡Nate!- Jude me dio un susto de muerte. No me la esperaba tan pronto y mucho menos cuando venía por la espalda.- Llevamos media hora esperándote, tío.

-Lo siento, la calle estaba repleta de coches.- Le mentí pero era lo mejor. No le iba a contar que había estado pensando en mi drama personal y en esa chica desde que se fue.

-Vale, te perdono pero que no se vuelva a repetir.- Lo dijo con tono de burla como casi todo lo que decía.- He visto a un par de tías que te vas quedar flipado.- Ella y sus comportamientos masculinos. Jade era la típica chica que a simple vista parecía adorable y encantadora, siempre vestida con esos vestidos de marca, con un maquillaje casi inexistente, con su pelo castaño siempre recogido en una coleta. Provenía de una familia católica de donde todo lo que se saliera del pensamiento cristiano estaba mal visto. Era compresible que no le dijera a sus padres que era lesbiana.

-Estás loca.- Le pegué un pequeño puñetazo en el hombro antes de que me llevase hasta la mesa donde siempre nos sentábamos.

-¡Amigo!- Mike estaba borracho. Estaba sentado, por llamarlo de alguna manera, en los sofás negros que adornaban la discoteca. La mesa estaba llena de vasos y un cenicero cargado de porros.- ¡Cuánto has tardado!- Apenas se le entendía lo que decía aunque si le leía los labios podía entender algo.

Me senté en la mesa junto a Mike, Jude y unos cuantos tíos que no había visto en mi vida, aun así, distinguí que entre ellos estaba su hermano pequeño. ¿Qué hacía él aquí? ¡Tenía dieciséis años! Me fijé en sus pupilas. Estaban muy dilatadas y tenía una sonrisa estúpida en la cara fruto de las drogas y el alcohol.

-¿Por qué has traído a tu hermano?- Le pregunté a Mike sin tener mucha confianza en que pudiese contestarme con algo coherente.

-Estaba aburrido en casa y me lo traje.- Una enorme sensación de rabia se me instaló en el cuerpo. La falta de responsabilidad que tenía Mike me ponía enfermo y él parecía no darse cuenta de la mala influencia que era para su hermano.- Aprende rápido.- Empezó a reírse como un energúmeno como si lo que hubiese dicho fuera lo más gracioso del mundo.

-Déjalo, está borracho.- Jude me tendió un porro perfectamente hecho que yo acepté gustoso.- Desde que llegó y vio como Emily se morreaba con un tío en la pista ha empezado a beber como un loco.

-¿Qué? ¿Emily está aquí?- Mi repentino nerviosismo hizo que me olvidara del porro que se consumía lentamente entre mis dedos.

-Ella, Oliver, unos cuantos tíos y tías que no había visto nunca y...- Emily arrugó el entrecejo mientras le daba un trago a su vaso.- La chica esta que hemos estado buscando toda la tarde.- Me quedé de piedra, helado, en cuanto pronunció lo que tanto deseaba, volver a verla.- ¡Que hijos de puta estáis hechos!- Jude me dio un puñetazo en la barriga que me despertó de mi aturdimiento.- ¡¿Por qué no me habíais dicho lo buena que estaba?!- Ella también se había dado cuenta de la belleza de esa chica al igual que todos lo que la vieran.

-Es guapa, ¿verdad?

-¿Guapa? ¡Está para toma pan y moja!

-Sí...

-Pensaba que al que le gustaba era a Mike.- Mi amiga lesbiana salida me miró con ojo crítico mientras en mi cara se dibujaba una sonrisa boba al recordar sus dedos helados tocándome los labios.

-¡Y es a Mike a quien le gusta!- Dije exaltado con miedo a que me descubriera. Después de estar toda mi vida criticando a la familia Freud por superficiales y egocéntricos no les podía decir que me gustaba una de ellos.

-¿Quién... me gusta?- Mike se encendió otro porro y nos miró o eso intentó.

-La prima de Emily y Oliver.- Intenté callarla antes de que Mike dijese algo que me delatara, pero mis intentos fueron en vano. Mi amigo sonrió de la misma manera en la que lo hice yo sólo que a él se le quedó esa cara un buen rato.

-Sí.- Puso la misma voz que Homer Simpson cuando veía una rosquilla. Parecía increíble que las drogas causaran ese efecto en Mike.- La rubita está muy muy muy buena.

-¡Vale ya!- Me enfadé y se dieron cuenta. Me irritaba que hablasen de ella como si fuera un trozo de carne. Estaba muy buena, demasiado, pero ante todo era una persona que merecía un mínimo de respeto.- ¡Estáis salidos!- Los dos comenzaron a reírse y sus carcajadas contagiaron a toda la mesa. En unos segundos, tenía todos riéndose de mí incluso los amigos de Mike que no pintaban nada allí.

-¡Tío, a ti lo que te hace falta es un buen polvo!- Mike comenzó a reírse más si cabía y yo decidí irme antes de armar un buen escándalo. Sabía que no era Mike quien hablaba sino los porros y el alcohol.

Me levanté de la mesa ignorando los gritos de Jude llamándome. Me había cabreado y no entendía del todo por qué. En otra ocasión ni siquiera me habría molestado sus comentarios, estaba acostumbrado a que se metieran conmigo por no ser como ellos y no tirarme a una tía todas las noches, pero el problema no había sido ese sino que hablasen así de ella.

Esquivaba a la gente en la pista mientras bailaban. La música y las ganas por beber me estaban cabreando más. Más de una vez perdí el equilibrio por los empujones de la gente y su falta de consideración, y entonces la vi. Estaba sentada en los sofás de la zona VIP del Fack, sola y con un vaso delante lleno de un líquido rojo que servían con mucha frecuencia aquí sólo a la gente que podía permitírselo. Lo miraba fijamente ajena a la música y a la gente de su alrededor. Su pelo largo rubio estaba recogido en un moño muy elaborado que dejaba varios mechones tapándole la cara.

Y ahí estaba yo, parado en medio de la pista observando a ese ángel de apariencia triste. Mi hermosa visión se cortó cuando sentí un fuerte golpe por la espalda y caí de boca contra el suelo de cristal. Me levanté lo más rápido que pude antes de morir pisoteado o con un tacón clavado en la cabeza.

Cuando volví a mirar a su dirección, ella ya no estaba. Tenía que reconocer que me desilusioné bastante al no volver a verla pero eso significaba que podría estar en cualquier sitio y que yo podría encontrármela en cualquier momento.

Mi barbilla empezó a humedecerse y sabía que era. El dolor que tenía no lo podría quitar ni la mejor droga del mundo. Me llevé la mano a la barbilla y luego la miré. Estaba sangrando por el golpe. Decidí ir al baño y ver cómo de grave era la herida por si tenía que ir corriendo al hospital a darme puntos.

En la puerta de los servicios había dos hombres enormes, vestidos completamente de negro, con gafas de sol y que acojonaban de sólo mirarlos.

-¿Dónde vas?- Uno de ellos me habló con voz de no tener muchos amigos. Metí un bote en cuanto se quitó las gafas y me miró con unos ojos negros profundos.

-A... al baño.- ¿Qué era esto? ¿Habían puesto seguridad en los servicios para que no se drogasen o qué?

-Deberías de ir a verte eso.- El otro sonrió mirando al que se había quitado las gafas.

-A eso iba.- Ambos se quitaron de delante de la puerta y me dejaron pasar. No me había sentido tan intimidado en la vida con dos tíos mirándome a través de los cristales oscuros de las gafas.

Fui corriendo al espejo a mirarme la herida ignorando los gemidos que venían de los departamentos donde estaban los retretes. La barbilla sangraba tanto que me había manchado el cuello de la camiseta y el labio inferior no se quedaba atrás. Me habría mordido cuando me caí y ahora no paraba de sangrar.

Abrí el grifo del lavabo y mojé un trozo de papel para limpiar la herida. Cuando fui a llevarme el papel mojado a las heridas sus ojos se clavaron en los míos por el espejo. Sus ojos marrones estaban fijos en los míos llegando hasta mi corazón que empezó a palpitar a un ritmo desenfrenado.

Me di la vuelta rápidamente pensando que sólo sería una proyección de lo que más deseaba ver, pero no era una ilusión. Estaba de pie observando mi herida con los ojos muy abiertos que dejaban que yo contemplase la luz que emitían.

-Ho... hola.- Le sonreí como pude porque la herida del labio me dolía muchísimo. Ella pareció reaccionar al escuchar mi voz.

-Hola.- ¡Su voz! Podría estar horas y horas escuchándola sin cansarme ni un sólo segundo. Era preciosa, un ángel caído del cielo para hacer feliz a la gente que la mirase.

-¿Co... co... cómo estás?- Parecía estúpido hablando así pero no me salían las palabras. Mi cerebro se paraba al contemplar tanta belleza en un mismo cuerpo.

-Estás sangrando mucho.- Por fin pude reaccionar y sentir como se deslizaba desde mi labio mi sangre.- ¿Qué te ha pasado?- Ahora sí que parecería un idiota si le decía que me había caído en la pista de baile por mirarla a ella...

-Me he caído.- ¡No! ¡¿Se lo había dicho?!

-Tienes que tener más cuidado, no es bueno hacerse daño en este sitio.

-Sí, pensé que moriría pisoteado.- Ella sonrió levemente como aquella vez encima de la azotea de la universidad. Miré el papel estrujado en mi mano por la emoción de verla. Tendría que coger otro para quitarme la sangre...

-Deja que te ayude.- Anduvo lentamente hacía el lavabo y sacó de su bolso un pañuelo negro al igual que su mini vestido que dejaba al descubierto unas piernas hermosas y de un blanco resplandeciente que terminaban con unos tacones del mismo color que elevaban a semejante criatura del suelo y la acercaban un poco al sitio de donde vino, el cielo. Por un momento sentí una envidia tremenda hacia el agua que tocaba sus dedos mojando su suave piel que todavía tenía grabada en mis labios.- Acércate, Nate.- Caminé hasta ponerme a su lado con la emoción de haber escuchado mi nombre saliendo de su boca cuando pensé que no se acordaría de él.

-No hace falta que lo...- Su pañuelo rozó con cuidado mi barbilla y yo me quedé estático observando sus ojos... ¿azules? No le di importancia porque de sólo sentir como limpiaba con cuidado la herida ya era la persona más feliz del mundo. Estaba concentrada en lo que hacía como si estuviera hipnotizada mientras hacía desaparecer la sangre de mi barbilla.- Gra... gracias.- No contestó sino que volvió a mojar el pañuelo mirando como la sangre que lo había manchado se esfumaba con el agua. Dejó el pañuelo a un lado del lavabo y me miró. Tragué saliva cuando la vi acercarse a mí con esos ojos rodeados de  maquillaje negro que los resaltaban y que daban miedo pero que seguían siendo los más bellos del universo, aunque hubiera jurado que eran color miel...

Sin percatarme, estábamos frente a frente, a menos de varios milímetros de distancia. Sentía como si sus ojos atravesaran mi cabeza y se colaran en mis pensamientos. Mi corazón latía a un ritmo vertiginoso que se podría escuchar desde fuera de los servicios. ¿Lo escucharía ella?

Su cara empezó a acercarse lentamente hasta que desapareció el espacio entre nosotros cuando sus labios se juntaron con los míos. Yo me quedé tieso, sin creerme lo que estaba pasando, y pensando que sería otro sueño que desaparecería cuando sonase el despertador pero no. Millones de mariposas revoloteaban en mi estómago y el dolor que sentía en la barbilla y en mi labio desparecieron.

La imité y también cerré los ojos para intensificar la sensación tan increíble que sentía mientras sus labios se movían desesperados contra los míos. Sería imposible describir todo lo que sentía en estos momentos. No pensaba, no podía, todo se resumía a sus besos.

Su lengua empezó a descender por mi barbilla, se paró en la herida y la lamió, luego, siguió en mi cuello. Recorría todo el camino que antes había hecho mi sangre haciendo que todo mi cuerpo se centrarse en lo que me hacía sentir. Sus manos agarraron mi camiseta hasta pegar nuestros cuerpos. Temí que sintiera “eso” que se había empezado a formar en mis pantalones. Pensaría que era un cerdo pervertido que sólo buscaba sexo pero no podía evitarlo. Ella desprendía seducción, su simple cuerpo era sensualidad y yo no era de piedra.

Dejé de sentir su lengua pero sí su respiración agitada. Ahora, sus dientes habían tomado relevo y yo me estaba empezando a volver loco. Llevaba demasiado tiempo sin estar con una chica y ella... ¡Dios, no podía pensar con claridad!

-Señorita.- Abrí los ojos y vi a los dos tíos que habían estado en la puerta y que ahora llamaban al ángel. Ella no pareció percatarse y aunque me jodiese, me sentí en la obligación de llamarla.

-Te están... llamando.- Seguía sin ser consciente de la vergüenza que yo estaba sintiendo al ver que estos dos no dejaban de mirarme.

-Señorita.- Levantó la cabeza y se volvió de inmediato, tan rápido que no pude ver su cara. Los dos que nos habían interrumpido dieron un paso atrás cuando ella les miró. Vi como palidecieron y como bajaron la cabeza como si se tratase de una reverencia.

-¡¿Qué?!- Su grito retumbó en todo el baño. No parecía la misma chica de hace unos minutos que me había hecho perder la cabeza aunque todavía lo siguiera haciendo. Tendría que estar muy enfadada al igual que yo por habernos cortado el rollo.

-Lo... lo sentimos pero requieren su presencia.- Ambos se echaron a un lado formando un pasillo por el que ella pasó hasta salir de los servicios con el sonido de sus tacones a cada paso que la alejaba de mí otra vez. Los dos gigantes me dedicaron una última mirada antes de desaparecer tras la puerta por donde ella se había ido.

Y allí estaba yo, parado en medio del baño con los gemidos de fondo y con una cara de lelo impresionante. Todo había pasado tan rápido que no me había dado tiempo de saborear sus labios. Había sido como un dulce sueño que se había ido sin darme apenas cuenta pero que me había dejado grabados sus labios en mi cuello.

Fui hasta el lavabo para echarme agua en la cara, la necesitaba si quería despertar de este sueño. Por mi frente pasaban gotas de sudor por la excitación de antes. No podía mantenerme de pie sin que me temblaran las piernas. No me reconocía a mí mismo. Yo, Nate, que siempre había estado en contra de las clases altas que dominaban todo lo que se propusieran, había perdido la cabeza por una chica de clase alta, tan bella que dolía y con dos guardaespaldas que acojonaban un huevo.

Algo negro pareció llamar mi atención. El pañuelo con el que me había limpiado la herida estaba al lado del grifo. Fui hasta él y lo cogí. Pese a estar mojado seguía teniendo su olor, ese olor dulce que se había concentrado en el servicio. Eso era lo único que había dejado antes de salir por la puerta.

Sostuve el pañuelo en mi mano aspirando el olor que emanaba aquel trozo de tela negro. Me debatía en si ir a dárselo o quedarme con él, seguro que ni se acordaría... Era lo único que tenía de ella, eso y sus besos grabados en piel como fuego. No tenía su nombre ni dónde vivía ni mucho menos que era de su vida, por qué había llegado a la mía sin previo aviso. Una diosa había aparecido en mi vida y me daba miedo porque cada vez que algo bueno me ocurría era por algo malo que pasaría en breve.

La puerta de donde procedían los gemidos se abrió y sus ojos miel se clavaron en los míos como alfileres envenenados. Su pelo alborotado le daba un toque informal nada propio de ella, una chica siempre bien arreglada e impecable. Se bajaba el vestido con lentitud mientras sonreía viendo mi cara de extrañeza. Ella, la mujer más deseada de todo la universidad, el amor platónico de Mike y la persona más superficial del mundo anduvo hasta mí con paso decidido dispuesta a insultame e irse como hacía siempre.

-Te has quedado con las ganas de follártela, ¿verdad?- Empezó a mirarse en el espejo acomodando su pelo rojo y retocándose el maquillaje.

-No sé de qué estás hablando.- Guardé el pañuelo corriendo en mi bolsillo del pantalón antes de que Emily lo viera.

-Os he escuchado.- Hablaba con tranquilidad mientras se pintaba los labios de un rojo intenso.- Gemías de placer mientras ella hacía dios sabe qué.- ¡¿Qué?! ¡¿Yo había gemido?! ¡No me había dado cuenta! Lo malo no era eso sino que ella me había escuchado y ¡era su prima!- No te preocupes, no se lo contaré a nadie.- Se dio la vuelta y me volvió a mirar, esta vez frente a frente.- No entiendo que ha visto en ti, podría a tener a mil mejores.- Su mano empezó a deslizarse por mi cara y yo no podía hacer nada. Estaba embobado mirando sus ojos que me pareció verlos cambiar de color.

-No me toques.- Le quité la mano que bajaba por mi pecho. Ella volvió a sonreír y sin darme cuenta, como si hubiese ido a la velocidad de la luz, sacó el pañuelo que guardaba en mi bolsillo.- ¡Dámelo!

-¿Se lo robas y pretendes que te lo dé? Que mal Nate, nunca me hubiera esperado esto de ti.- Negó con la cabeza varias veces sin borrar la maldita sonrisa de orgullo perfilada por una labios carnosos.

-No se lo he robado, se lo ha dejado. Iba a dárselo cuando saliera de aquí.- Intenté quitárselo pero no pude. Lo metió en su escote después de olerlo y ese era un sitio al que no pensaba entrar por todo el dinero del mundo.

-Reconócelo, querías llevártelo y masturbarte mientras lo olías.- ¿Cómo podía ser tan asquerosa? Quizás ella lo hubiese hecho y conociéndola no me extrañaba en absoluto, pero yo no era así.- Te voy a dar un consejo, Nate.- Sacó el pañuelo con irritante lentitud y me lo dio. La sonrisa ya no estaba aunque sí una cara de seriedad extrema.- Nunca te enamores de ella, es una Kaulitz.- En ese momento no entendí que quiso decirme, sólo sentí como un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando escuché ese apellido.

-¿Co... cómo se llama?- Cogí el pañuelo y me lo guardé donde antes. Ya sabía su apellido, que era familia de los Freud pero no lo más importante, su nombre. Quería saber cómo se llamaba aquel ángel, sólo eso.

-¿No te lo ha dicho?- Negué con la cabeza y ella sonrió. Anduvo hasta la puerta y la abrió. Pensé que se iría sin decírmelo pero se quedó parada, pensativa, quizás ni ella misma conocía su nombre o simplemente le daba miedo decirlo. Palideció más de lo que ya estaba y con un leve susurro pronunció su nombre.- Lilith, se llama Lilith.- Despareció de mi vista y yo la bajé hacia su pañuelo.

Mi mente repetía una y otra vez su nombre. En mi cabeza sólo estaba ella y ese nombre tan hermoso. Lilith, Lilith,  Lilith, Lilith,  Lilith, Lilith,  Lilith, Lilith... ¿Por qué me daba miedo pronunciarlo?


By Lilith


7:45 de la mañana y yo aún no había conseguido dormir. Le insistí a Oliver de que dejara que me fuese y lo conseguí. Lo malo era que él se había visto obligado a salir de la fiesta y quedarse conmigo para que no estuviese sola en casa. Mis tíos se habían ido a un viaje de “negocios” a las Bahamas y no regresarían en dos semanas.

Con esta ya iban unas 730 noches sin pegar ojo y me estaba volviendo loca. Lo peor no era eso sino cuando conseguía cerrar los ojos cinco minutos. Entonces, imágenes desgarradoras y sin sentido para mí envolvían mi cabeza. Escuchaba gritos y llantos desesperados pidiendo ayuda, una ayuda que nunca llegaba por mucho que gritasen.

Abría los ojos exaltada y sudando a mares. Yo también gritaba al ver esas escenas que no mejoran cuando estaba despierta. Mi habitación se inundaba de sangre cuyos dueños estaban muertos en el suelo. Cuerpos sin cabeza y los que la tenían reflejaban el dolor, el miedo y la agonía. Cadáveres putrefactos que se amontonaban a los pies de la cama y que me llamaban. No les daba tiempo decir mi nombre porque sus cuerpos explotaban y la sangre salpicaba mi cara.

Entonces la luz se encendía y aparecía Roses preocupada como todas las noches en lo que lo único que se escuchaban eran mis llantos. Venía en camisón, se sentaba a mi lado, yo la abrazaba y llorábamos juntas. A partir de ahí, no recordaba nada. El despertador sonaba y yo me despertaba como si fuera un zombie sin alma ni vida, guiada por los demás. En eso se había resumido mi vida en estos dos años.

De la universidad a casa de mi padre y viceversa. De vez en cuando Bill, Mara, Andreas, mi madre y Gordon venían a verme y hablábamos de cómo iban las cosas. Nunca les hacía caso. Me perdía en mi propio mundo vacío, con todo negro pero relajante al fin y al cabo. No había nadie allí salvo yo.

-¿Señorita?- La voz de Roses me sobresaltó, no me la esperaba tan pronto.- ¿Está despierta?- Su voz sonó suave, como un susurro que el aire se llevaba sin que nadie pudiese oírlo.

-Siempre lo estoy.- Roses... Si no hubiese sido por ella no podría haber sobrevivido  durante más tiempo. Ella se había ofrecido voluntaria para servirme aquí en Londres sin importarle estar lejos de su casa.        

-Tiene una llamada.- Cada vez que decía eso mi sangre hervía por los nervios. Sabía de sobra que “la llamada” nunca vendría pero no podía dejar de sentir esto cada vez que el teléfono sonaba.

-¿Qui... quién es?

-Es el señorito Kaulitz.- Nervios, sudor, ganas de llorar, asfixia y dolor, mucho dolor para que mi cuerpo no volviese a romperse en pedazos.

-¿Es...?

-No, es el señorito Bill.- Alegría y a la vez decepción como siempre. La esperanza había muerto hacía mucho tiempo, concretamente, al año de no saber nada de él, ni una llamada, mensaje o mención de mi familia. Era como si hubiese dejado de existir después de aquel día, después de mi cumpleaños en el que se fue a Nueva York para no volver nunca más.

-Hola, Bill.- Cogí el teléfono y me lo llevé al oído. La llamada de Bill siempre me iluminaba. Un pequeño destello de luz entre tanta oscuridad.

-¡Buenos días, hermanita!- Su voz retumbó en toda la habitación tanto que tuve que separar el teléfono del oído.- ¿Cómo has dormido?- Él sabía lo que le iba a contestar aunque siempre me hiciese esa pregunta por si algún día podía contestarle que había dormido tan sólo dos minutos.

-No he dormido, ¿y tú?

-Hoy me voy a solidarizar contigo, yo tampoco he dormido nada.

-¿Y eso? ¿Has estado de fiesta toda la noche?

-Que más quisiera.- Dejó de prestar atención a sus palabras y comenzó a hablar un perfecto inglés.- Sabes que odio dormir en los aviones.

-¿Dormir en los aviones? ¿Dónde estás?

-Aeropuerto de Heathrow, Londres.

-¡¿Estás aquí?!

-¡Sí! Tenía ganas de verte.

-¡Yo también tengo ganas de verte!

-Dime una cosa, ¿estás sonriendo?- Claro que lo estaba. Desde que él se fue era feliz, una felicidad que me dolía pero había vuelto a sonreír sin miedo.

-Quiero verte, Billy.- Las lágrimas salieron de mis ojos. Extrañaba a mis hermanos y a mis padres aun así, la decisión de salir de Alemania había sido mía sabiendo las consecuencias que tendría para mí.- Me siento vacía .

-Llora, pronto estaré contigo, Lilith.- Su voz sonó diferente, ronca y rota, irreconocible,  pero su voz... o eso parecía.

-Te necesito.- Sequé mis lágrimas con el brazo volviéndolo a manchar del mismo color que hacía dos años, de rojo, de mi sangre. ¿Tan destrozada me había dejado esto?- No sabes cuánto.

-Yo también te necesito.- Un pitido estridente dio por finalizada la llamada y con eso las ganas de llorar volvieron.

Otra vez estaba sola y aislada del mundo. Lo único que me unía a la humanidad era él, aquel chico de la azotea, Nate. Recordaba su miraba mientras yo me debatía entre saltar o no para probar mi intento de suicidio número... qué más daba, sólo sería otro sin el resultado esperado. Sí, estaba completamente feliz pero vacía. Hacía tiempo que había dejado de sentir. Me había vuelto una vampiresa completa a la que los sentimientos no le hacía efecto. Era feliz pero faltaba algo, algo a lo que antes no le había dado importancia y que hacía que mi corazón, en mi mente, latiera a un ritmo ensordecedor.

Nate me había mirado de una forma especial que sólo recordaba haberla sentido con Adam. Transmitía tranquilidad, vitalidad y seguridad. Me sentía bien con él como si con cada una de sus palabras recompusiera una grieta de las miles de mi alma y yo hoy lo hubiese matado de no ser por Harold y Fedrich. Necesitaba sangre, una que pudiese saciarme tanto como la hacía la de él pero no la de Nate. Ya había matado a demasiado gente en estos dos años intentando saciar unas ganas de sangre que no se iban nunca.

El teléfono vibró en mi mano e iluminó la oscura habitación con la luz de la pantalla. En ella se reflejaba un mensaje de Bill. Le di a “abrir” y leí detenidamente cada palabra del mensaje. Me paré en cada sílaba, letra y espacio entre palabras y aun así no podía creérmelo.

Salí corriendo al baño a vomitar. El pánico que sentía por todo mi cuerpo me mareaba, incluso me caí más de una vez antes de llegar al baño. Mi cuerpo se convulsionaba, el aire pareció desaparecer y toda a mi alrededor se volvió a cubrir de mi pesadilla.

Apreté el diamante del colgante hasta que mi mano sangró por la fuerza. Había vuelto a teñir su luz de mi sangre y con eso volví a sentir dolor como cada vez que estaba cerca...

Londres es una ciudad muy bonita y oscura donde los monstruos pueden campar en la penumbra sin que nadie los vea. Ups! he roto el pacto que hicimos y que nos impedía hablarnos. “Como si no fuéramos nada” ¿Recuerdas? Bien, ahora con este mensaje he roto tal estupidez, ¿qué vas a hacer? “Te necesito” Lo sé.
Tom.



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