Capítulo 22
Capítulo 22
Ahora era capaz de reconocerme en el espejo. La imagen que intentaba
ver cuando me veía en él de pequeña. Una chica se alzaba desnuda ante mí. Sus
piel era extremadamente pálida, su pelo dorado caía suavemente por toda su
espalda y sus ojos eran como los de ellos. Aquel color miel que muy pocas veces
había podido apreciar en su cara. Siempre el destructivo color de la sangre que
nunca borraba de sus pupilas. Pero ahora podía mirarme en el enorme trozo de
cristal y decir que era yo la que estaba allí, no una burda imitación. Sin
embargo, mi cuerpo había cambiado tanto desde que me miré por última vez en
este espejo. Antes, una niña rubia se ponía a jugar delante de él con sus
muñecas, ahora, el juego se había acabado.
Mi regreso había sido esperado con ansiedad por todo los vampiros menos
por él y eso era lo que más me dolía. Dejando a un lado todo lo que me había
hecho siendo Elizabeth, era mi hermano por lo que cambiaban las cosas. Quería
pensar que él desconocía que tras ese cuerpo frágil me encontrara yo pero no
podía. Estaba claro que Tom lo sabía desde un principio, entonces, ¿por qué se
había comportado así? Él había sido el causante de todo lo malo que rondaba por
mi cabeza aunque también de muchas buenas.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y con él, ganas de vomitar. Lo bueno y
lo malo que había hecho por mí quedaba anulado por la atrocidad tan grande que
cometimos. ¿Cómo había podido olvidarme de eso? ¡Éramos hermanos! Pero lo peor
de todo era que él sabía que era yo y aun así lo había consentido.
Varias arcadas hicieron que fuese corriendo al baño y vomitara. Había
roto una de las reglas primordiales que siempre me repetían cuando era pequeña:
“Nunca mezcles tu sangre con la de otro miembro de tu familia ni tengas
una relación más allá de la familiar o las consecuencias serán nefastas.”
Mi madre se encargaba de repetírmelo todos los días y yo había
incumplido ambas. Nadie podría enterarse nunca de esto que habíamos hecho mi
hermano y yo, la rebeldía contra unas reglas que no tenían que ser infringidas.
Mi única justificación era el desconocimiento y ¿cuál era la de él?
Ahora Tom me daba más miedo que nunca. Mi verdadero yo nunca le había
tenido miedo, siempre le había respetado por lo que era y por lo que
representaba, pero ahora, al darme cuenta que era capaz de hacer barbaridades
para conseguir a saber qué, el terror hacía que borrara todo lo bueno vivido
antes con él. Toda esos sentimientos inexplicables se habían esfumado...
Varios golpes en la puerta de la habitación hicieron que me levantase
de delante de la taza del inodoro. Cogí una sábana y me rodeé con ella el
cuerpo para tapar mi desnudez. Tenía que aparentar normalidad o se darían
cuenta de que algo no iba bien.
Giré el pomo de la puerta decidida y la abrí. Bill llevaba en las manos
una bandeja con comida y ropa colgando del brazo. Su sonrisa seguía igual que
siempre, deslumbrante y preciosa.
-Buenos días, dormilona.- Me aparté de la puerta y dejé que pasara. Su
aroma no había desaparecido ni su simpatía y ese aura misteriosa que le
rodeaba. Mi querido hermano...
Corrí hasta él sin importarme que la sábana se cayera. Lo abracé
fuertemente y él no tardó en corresponderme. Me gustaba estar así con Bill,
siempre lo había hecho. Me sentía protegida y segura a su lado.
-Buenos días.- Le contesté mientras pegaba mi cabeza a su pecho. No se
escuchaba el latido de su corazón pero si se escuchase, sería el más bello del
mundo.
-Echaba de menos estos abrazos.- De pequeños lo hacíamos. Me podía
quedar horas abrazada a ellos sin moverme, sólo sintiéndolos. Nuestro abrazo se
rompió para quedarse mirándome. Sus ojos, mis ojos, brillaban con fuerza y con
una vida impropia de seres inmortales.- Te he traído algo de desayunar, tendrás
hambre.- Fue hasta donde se encontraba la bandeja con el desayuno, cogió un
vaso lleno de... sangre y me lo tendió.- Hace mucho tiempo que no bebes nada.-
Mi primer vaso de sangre después de tantos años.
Lo cogí con cuidado. Estaba caliente, quizás a unos 36 o 37 grados de
temperatura. Recordé cuando Simone metió el vaso en el microondas y yo me
alarmé porque lo puso a la temperatura del cuerpo humano. Tonterías...
Tragué con miedo mi primer buche. Mis venas se dilataron al correr por
ellas aquel fantástico elixir. Ahora apreciaba su sabor mucho más que antes o
sería el tiempo que llevaba sin probarla. Fuera lo que fuese, mi cuerpo pedía
más de aquel líquido y yo no iba a negárselo.
-Te he traído algo de ropa de la que tenías en casa.
-No te tendrías que haber molestado, Billy.- Sonrío como si estuviera
viendo un milagro. Su cara se iluminó de una manera que no recordaba haberla
visto antes.
-Hacía tanto tiempo que no salía mi nombre de tu boca.- De la boca de
Elizabeth había salido muchas veces su nombre, de la mía, esta era la primera
pero no la última.
Me vestí bajo su atenta mirada. No me importaba lo más mínimo que me
viese desnuda, yo no tenía secretos para él, bueno, sí, pero ese secreto era de
él y mío. Nuestro secreto...
-¿Estás preparada para volver a casa?- Me dio la camiseta para que me
la pusiera. Su expresión se volvió seria de pronto.
-¿Por qué debería de estar preparada?- Puede que mi cara también
cambiase. Volver a ver a Andreas, Mara, Gordon y a Simone... mi madre.
-Ella va a estar allí.- Tenía miedo de volver a verla pero esta vez
como mi verdadera madre. Quería explicaciones de por qué me abandonó o del
porqué no intentó buscarme de nuevo. Ella me dejó y yo no sabía con exactitud
si quería recuperarla de nuevo.
-¿Por qué no me dijiste quién era yo? ¿Por qué no me evitaste tanto
dolor?- Apreté los puños mientras me tomaba mi vaso de vida. No quería
descargar todo mi frustración con Bill, él solo no había tenido la culpa, pero
la rabia me podía.
-Mamá no quiso.- Bajó la cabeza. No parecía gustarle lo que dijo y a mí
tampoco.
-¡¿Por qué?!- La situación me desesperaba y Bill no parecía que fuese a
colaborar demasiado.
-No es a mí a quién tienes que preguntárselo.
-¿A quién, entonces?- Me situé delante de Bill y le obligué a que me
mirara. Sus ojos se habían vuelto rojos, lo estaba empezando a poner nervioso.
-Es mejor así. Deja de hacer preguntas que nadie te va a contestar.- Me
agarró la cara con las dos manos. Sus pulgares acariciaban mi piel lentamente.-
No preguntes más.- Su cara se acercaba peligrosamente y sabía lo que eso
significaba. De pequeños lo hacíamos, juntábamos nuestros labios y nos
quedábamos un rato así, sintiendo que el otro estaba allí. Las cosas no habían
cambiado en absoluto, yo seguía necesitando sus inocentes besos.
[…]
Bajaba la escalera agarrada de la mano de Bill. Los recuerdos de hace
años venían a mi mente como si de una película se tratara. Todo estaba más
cambiado. El mármol de los escalones estaban más relucientes que antes, la
decoración era mucho más moderna que la de años anteriores, pero la diferencia
más notable era la que no estaba. Cuando entramos en el salón, busqué ansiosa
la foto de familia que nos hicimos en los 80 pero no había nada. Ese era el
resultado de una familia rota.
-¿Ya os vais?- La majestuosa voz de mi padre resonó a mi espalda. Yo
seguía mirando el hueco vacío de una familia que nunca existió.
-Sí.- La respuesta de Bill fue clara y rotunda pero con un tono de voz
serio. Nunca se había llevado bien con papá...
-¿Qué miras, hija?- Sentía la presencia de mi padre a mi espalda. Me
observaba.
-Nada.- Me volví y encontré a Tom al lado de Bill. ¿Por qué no había
notado su presencia? Sus ojos estaban fijos en el vacío de la pared.
-Será mejor que nos vayamos ya.- Bill habló con la seriedad que había
adquirido hace un rato. Empezó a caminar hacia la puerta y yo le seguí.
Me abracé a mi padre y me despedí de él. Era un hombre alto y rubio, al
igual que mis hermanos aunque ellos ahora estuvieran morenos. Eran claramente
hijos suyos ya que las similitudes eran visibles.
Seguí a Bill y a Tom por el jardín. Las rosas estaban más hermosas que
nunca con la luz de la mañana. No me hacía falta las gafas de sol para
protegerme. Algo había cambiado para nosotros, me sentía más fuerte que de
costumbre. No sabía si era porque al fin era yo o por algo extraño pero la
verdad era que me encontraba muy bien.
Podía notar la tensión entre Bill y Tom. No hablaban como de costumbre
sino que andaban intentando no tener nada de que hablar.
-Hoy hace un día precioso.- Decidí romper el hielo. Esta situación no
me gustaba y mucho menos si afectaba a su relación.
-Sí.- Bill fue el único que me respondió. No sabía por qué, necesitaba
escuchar su voz, sólo un poco.
-Me gustaría ir luego a la librería. Encargué un libro hace tiempo y el
otro día me llamaron...- Parecía tonta intentando hablar de algo que no venía a
cuento pero odiaba verlos así.
-Luego te llevo.- Me paré en seco al escucharle. Había querido oírla
antes sin embargo eso me recordó a aquel día en el que nos hicimos uno.
Pronunció ese “Luego te llevo” con la misma voz que el “No soporto que te vayas” lo que me
puso la piel de gallina.
-¿Por qué te paras?- Bill me sacó de mis pensamientos. Ambos me miraban
mientras yo me deshacía en pedazos al recordar aquellas palabras.
-Nada.- No pareció complacerle mucho mi respuesta pero no podía
contárselo. Ese sería nuestro secreto para la eternidad.
[…]
El cuerpo me temblaba al pensar que pronto volvería a ver a todos. Bill
abrió la puerta y me cogió de la mano para que entrase. No sabía cómo íbamos a
reaccionar ambas al vernos tal y como éramos, sin máscaras ni mentiras.
Me dejé guiar por Bill mientras Tom nos seguía. Estaba pendiente de
todos mis movimientos y eso me ponía mucho más nerviosa.
No recordaba el momento exacto en el que dejé de sentir cualquier cosa
que hubiera a mi alrededor y me centré en la figura de una mujer tumbada en el
sofá con una foto en la mano. Sus llantos eran tan desgarradores que me
destrozaron el alma o lo que quedara de él. Apreté con fuerza la mano de Bill y
éste me lo devolvió. ¿Había algo peor que escuchar el llanto desconsolado de
una madre? Sí, escuchar tus propios llantos durante toda tu vida. Los llantos
con los que me levantaba y me acostaba, los lloros de una niña gritando en mi
interior para que la dejara salir. Siempre me pregunté que quién era esa niña.
Esa niña, fruto de aquella mujer desconsolada del sofá, me había estado
destrozando por dentro. Quizás la culpa fuera mía por no querer reconocer que
esa niña era yo...
Nos acercamos a paso lento por su espalda. Los tres sabíamos que ella
conocía de nuestra presencia en el salón pero podría ser que por miedo no se
girase. ¿Miedo a qué? ¿A ver a la hija que abandonó? ¿A los muchos reproches
que se llevaría de parte de ésta? ¿O miedo a ella misma? No podía reconocer a
su hija después de 16 años aunque la hubiera visto con otra personalidad.
Simone, mi madre, fue aquella persona capaz de apartar de su lado a su propia
hija para entregársela a una familia, a una comunidad y a un mundo que no era
el de ella.
-Mamá...- Bill la llamó con voz tímida o tal vez con miedo. Lo cierto
fue que ella soltó la foto sobre la mesa y apretó los puños contra su regazo.
Pretendía aparentar serenidad con la postura hierática que adoptó pero no lo
consiguió.
Por mis venas corrían oleadas de odio y rabia hacia esa mujer. Los
recuerdos de aquel día rumbo a Francia, las lágrimas y los ruegos para que no
me dejara me enfurecían. Su cuerpo temblaba en el sofá puede que con miedo a
volverme a ver pero que importaba eso ahora. No quería verla ni siquiera que
ella me viese a mí. Tenía suficiente con todo el dolor que había sufrido toda
mi vida por su culpa.
Giró la cabeza con pánico, supongo, de lo que podía encontrarse. No me
dio tiempo a reaccionar cuando la vi ante mí. Todo su cuerpo temblaba y su
rostro era la viva imagen de la tristeza. Unos ojos enrojecidos por las
lágrimas me observaban mientras yo me veía reflejada en ellos. Se mordía el
labio para controlar que las lágrimas no volvieran a salir tras un grito.
Delante de mí, tenía a una mujer derrotada, con miedo y con culpabilidad. Y me
dolió.
Mi mano derecha se elevó hasta tocar su cara empapada por las lágrimas.
Ella cerró los ojos cuando puse mi mano sobre su piel. Estaba tan suave y
fría... El odio y el rencor que había sentido antes habían desparecido. Una
sensación de calor se acopló en mi cuerpo y con ella, la necesidad de tenerla
cerca. Su mano se posó sobre la mía mientras me miraba como si estuviera viendo
a un fantasma.
Los vampiros nos movíamos por impulsos y en ese momento el mío fue
claro. Me abalancé sobre ella y la abracé. Qué más daba todo lo que me hubiera
hecho en un tiempo pasado, lo importante era el presente y lo que estaba
sintiendo, y en este instante sólo necesitaba a mi madre. Volver a sentir la
protección que me fue arrebatada espontáneamente y sin explicaciones.
Sus brazos pegaron su cuerpo al mío y aquel grito que había estado
controlando desde que me vio, salió. Mis lágrimas hicieron compañía a las suyas
como una buena hija. Su cuerpo ahora temblaba entre mis brazos. Murmuraba algo
que no fui capaz de oír pero me gustaba sentir su aliento en mi cuello. El
aroma de la mujer que más quería en mi vida seguía con ella y la sensación de
tranquilidad y armonía seguían siendo sus fieles compañeras. Ya nada nos
volvería a separar porque yo me había encargado de borrar a Elizabeth y todo lo
que ella había vivido. Mi madre, mi familia,... eso era lo único de lo que me
preocuparía a partir de ahora.
[…]
-Matemáticas, física, psicología,.... ¡Me abuuuuuuuurro!
-Shhh. Ya nos vamos, espera a que encuentre el libro.- Bill se había
ofrecido a llevarme a la biblioteca después de que Tom decidiera darse una
ducha y olvidarse de su promesa, y ahora decía que se aburría. Había estado
ojeando libros de distintas materias y sólo con uno de sexología se había
quedado callado, pero claro, era demasiado corto como para que Bill durara más
de diez minutos quieto.
-¿Qué libro estás buscando?- Otra cosa de la que me acordaba, aparte de
que mi querido hermano no se estaba quieto, era que tampoco podía estar
callado.
-Uno de Luca Guilltone.
-¿Luca Guilltone? ¿Quién es ese?
-Era... mi padre.- Junto a mi abuela, él había sido el único que me
había querido como una hija. Sus cuentos por la noche, su preocupación por mí y
sus llamadas de teléfono cuando estaba fuera de casa, lo habían convertido en
el mejor padre que podría haber tenido. Esos pequeños detalles habían marcado
mi vida y la diferencia con mi madre. No era mucho lo que hacía pero yo me
sentía importante para él. En un mundo que no me entendía, tenía la esperanza
de que cuando llegase a casa los fines de semana, él estuviera ahí.
Bill se había quedado callado ante mi respuesta. ¿Qué podría decir? Su
mano se extendió hasta ponerme ante mis ojos un libro, un libro en cuya portada
se podía leer: “Recuerdo de una vida oscura” de Luca Guilltone. Era el
libro que había mandado a la editorial dos días antes de irnos de vacaciones a
Burdeos. Ese era el libro que vio la luz cuando él ya no estaba. Lo único que
conservaba de mi antigua vida era un montón de hojas escritas por él.
-Gracias.
-Habríamos terminado antes si me hubieras dicho cómo se llamaba el
libro.- El buen ambiente que habíamos formado antes había desparecido y la
tristeza se había hecho espacio entre nosotros. El accidente que les cobró la
vida, aquel camión que había arrasado con todo... - No tienes la culpa de nada
si es eso lo que te preocupa.- Como siempre, Bill me conocía demasiado como
para saber qué me pasaba.
-Lo sé.- Mentí. La culpa había sido mía. Si yo no me hubiera puesto tan
mal por ver a Tom por todas partes, no nos hubiéramos ido a Burdeos y ese
accidente nunca hubiera pasado. Pero ya era demasiado tarde para lamentarse.-
¿Nos vamos?
-Detrás de usted, mi Lady.- Bill hizo una reverencia y me dejó pasar
delante de él. Siempre intentando animarme con sus tonterías. Sonreí levemente
y le di un beso en la mejilla.
Las estanterías estaban llenas de libros quizás de miles o millones de
ellos. Tenían un aspecto algo desgastado y antiguo. Recordaba que cuando yo era
pequeña, allá por el siglo XIX, la abrieron. Entre tantos libros se encontraba
la historia de la ciudad de Hamburgo y la vida de sus ciudadanos.
-Me llevo este.- Le entregué el carnet a la bibliotecaria, una mujer
delgada, con gafas por debajo de los ojos y una nariz puntiaguda. No parecía
tener más de unos cincuenta años... Tras meter el carnet en el ordenador y ver
mis datos me lo devolvió.
-Una pena que haya muerto. Era un gran escritor, ¿no crees?
-Para mí era el mejor escritor que ha existido.- Cogí mi carnet y salí.
Escuché a Bill como le daba las gracias a esa mujer y se situaba a mi lado.
Nos metimos en el coche y de un momento a otro, ya íbamos rumbo a casa.
Bill se concentraba bastante en la carretera y no iba a toda velocidad como lo
hacía su gemelo. Las calles de Hamburgo se llenaban de gente las tardes de
verano. Una calle en especial me resultaba familiar. Sí, era la calle donde
vivía Adam. No había hablado con él desde el día de la discoteca. Estaría
enfadado conmigo por no haberlo llamado.
-Bill, ¿puedes parar aquí?- Quería ir a verlo y pedirle perdón por no
haberlo llamado antes. Quería verlo y decirle que yo seguía aquí para lo que
necesitase.
-¿Por qué quieres que pare?- Una pregunta innecesaria pero quizás
contundente para contrastar lo que él pensaba.
-Quiero ir a ver a Adam.- Sus ojos se achinaron. A él tampoco le
gustaba que me viera con Adam pero a mí él no me había hecho nada malo y no
dejaría de verlo simplemente porque mis hermanos se llevaran mal con él.
-No creo que sea buena idea.- Su rostro se volvió serio. No le gustaba
lo más mínimo mis intenciones.
-Bill, por favor.- No pareció una suplica sino más bien, una orden.-
Puedes irte si quieres. Me sé el camino de vuelta a casa.- Paró el coche y miró
al frente. Estaba pensando mientras observaba el lago Sörion por el cristal.
-No tardes, te espero aquí.- No me miró aunque puede apreciar como sus
ojos rojos me seguían cuando bajé del coche.
Corrí hasta llegar al portal del bloque de pisos donde vivía Adam. Las
imágenes de la noche en la que perdí la virginidad con él y la figura de Tom
bajo la lluvia vinieron a mi mente, pero ahora no quería recordar. Subí las
escaleras en un visto y no visto y me situé delante de la puerta que me
separaba de su casa.
Puse la mano sobre la puerta y cerré los ojos. Quería sentir la
presencia de Adam pero no lo conseguí. No estaba segura si era porque no podía
o porque no estaba. Dejé de comerme la cabeza con esas cosas y llamé al timbre.
Esperé a escuchar los pasos de Adam corriendo hacia la puerta como solía
hacerlo, pero no lo oí.
El ruido de una puerta detrás de mí, sonó al abrirse y cuando me giré,
vi a una mujer mayor con una expresión bastante dulce y amigable. Me sonreía
mientras las arrugas de su cara se contraían dejando ver las evidencias de una
larga vida.
-¿Buscas al chico de enfrente, hija?
-Sí. ¿Sabe dónde está?- Me acerqué un poco a ella y le devolví la sonrisa.
Parecía una persona sabia y con un montón de años vividos con alegría e
ilusión. Una persona que esperaba la muerte sentada en una butaca con las fotos
de unos hijos y nietos que nunca veía.
-El pobre está ingresado en el hospital. Lleva ya una semana y al
parecer está muy mal.- Sus palabras me dejaron helada. ¿Cómo que Adam estaba
ingresado?
-¿Qué le ha pasado?- Mi voz sonó desesperada y ansiosa por sacarle toda
la información a aquella dulce anciana.
-Al parecer le mordió uno de eso animales que andan sueltos. Estaba
bien pero desde hace unos días empezó a empeorar.- Un escalofrío me recorrió el
cuerpo. Las ganas de llorar se me atoraban en la garganta y no me dejaban
pronunciar palabra.- Pasa y te doy el nombre del hospital donde está.- Anduve
tras ella hasta entrar en su casa. Las paredes tenían un color amarillento
desgastado por los años y como imaginé, muchas fotos de familiares y una grande
de su boda. Había sido una mujer muy guapa a la cual el tiempo había convertido
en una anciana.
-Toma, hija.- Cogí el papel con un número de teléfono y el nombre del
hospital. Mis manos estaban temblando. No pude conseguir controlar las lágrimas
que salieron como cascadas de mis ojos.- Si vas, dile que Ágatha le quiere
mucho y que no puede ir porque sus quebradizos huesos no se lo permiten.- Con
sus dedos secó mis lágrimas mientras yo observaba cada letra de aquel trozo de
papel.
-Gra... gracias.- Me acompañó a la puerta. Empecé a andar para bajar
las escaleras. Aún no podía creerme todo lo que aquella mujer me había dicho.-
¿Tú eres Elizabeth, verdad?- Me volví incrédula cuando escuché ese nombre.
-Sí, ¿cómo lo sabe?- Dije entre lágrimas silenciosas.
-Adam me ha hablado muy bien de ti. Supe que eras tú desde que te vi.-
Sonreí sin ganas. Adam le había hablado de mí y eso me gustó.
-Espero que nos volvamos a ver, Ágatha.
-Elizabeth.- Me llamó. Me volví cuando ya estaba a punto de perderla de
vista por las escaleras.- Reza a Dios por él, ya verás como todo se queda en un
susto.- Dios. Hacía tanto tiempo que no escuchaba esa palabra...
-Gracias.- La perdí de vista y cuando escuché que cerraba la puerta,
bajé a toda prisa las escaleras.
Corrí hasta donde estaba el coche de Bill y entré en él como una loca.
Me abracé a él y empecé a llorar como una niña pequeña. Sólo imaginarme que
Adam estaba al borde de la muerte me daba miedo, muchísimo miedo. Puede que
sonase egoísta pero necesita tenerlo cerca. Él era el único que me entendía y
que había estado conmigo en todo momento.
-¿Qué te pasa?- Bill lo dijo preocupado aunque por un lado, no sabía
qué pensar. Su voz sonó como si ya conociera que pasaría esto, pero se trataba
de Adam y eso no le importaba lo más mínimo.
-Necesito que me lleves a casa y que luego vayamos a este hospital,
Adam está muy mal.- Las lágrimas no dejaban de salir.
-¿Adam está muy mal?- Me separó de él y cogió el papel que aquella
anciana tan agradable me había dado.
El coche se puso en marcha en un abrir y cerrar de ojos ya estábamos
por la carretera de camino a casa. ¿Por qué Bill corría tanto? Puede que sí se
preocupara algo por Adam. Él no era como Tom, su corazón no podía acumular
tanto odio por una persona...
Las ganas de saber como estaba Adam me invadían. Mi móvil estaría lleno
de sus llamadas y un momento tan difícil como este, yo no estaba a su lado
cuando él siempre ha estado al mío. Me sentía mal por haberlo dejado solo todo
este tiempo pero confiaba en que se pusiera bien lo antes posible para poder
seguir criticando a profesores, intercambiar opiniones o simplemente sentir que
me miraba. Si a Adam le pasara algo yo no podría seguir viviendo.
Llegamos a casa en menos de cinco minutos. Salí deprisa del coche hacia
mi casa. Tenía que coger mi móvil y llamar lo antes posible a ese hospital.
Subí las escaleras corriendo mientras notaba que no estábamos solos en la casa,
Tom estaba allí, en su habitación. Podía sentir su presencia, una presencia que
me daba miedo pero ahora no podía centrarme en eso. Tenía que pensar en Adam...
Rebusqué en mis cajones de la mesilla de noche pero allí no estaba el
móvil. No recordaba dónde lo había dejado y eso me ponía muy nerviosa. Las
lágrimas y mis nervios no me dejaban pensar con claridad y yo odiaba ponerme
así.
Volví a bajar bajo la atenta mirada de Bill que me esperaba en el
salón. Necesitaba un teléfono para que el mío sonase y encontrarlo. Cogí el
teléfono de casa y marqué mi número. Bill estaba sentado en el sofá observando
como me movía de un sitio a otro nerviosa.
La melodía de mi móvil sonó lejana. Venía de arriba. Subí de nuevo las
escaleras guiada por la música del tono de llamada. La había puesto Andreas un
día que le di mi móvil, decía que le gustaba esa canción.
Me paré justo delante de su puerta. La música venía de ahí. Los nervios
se incrementaron al saber que él se encontraba al otro lado de la puerta. Pero,
¿por qué tenerle miedo ahora? Yo nunca le había tenido miedo, quizás Elizabeth
sí pero ella ahora estaba muerta.
Giré el pomo de la puerta y la abrí en su totalidad. Tom estaba
sonriendo de esa manera tan malvada que tenía, levantando el móvil con la
pantalla iluminada en la que se podía leer “casa”. No fue eso lo que me
dejó sin palabras y ese fue el problema. Mi hermano estaba de pie frente a mí
con tan sólo una toalla atada a la cintura. Por su piel aún se podían apreciar
las gotas de agua resbalando por su torso. De nuevo esa sensación tan
asfixiante y acusadora. Imágenes de lo que nunca debió pasar volvieron a mi
mente.
-¿Buscabas esto?- El móvil dejó de sonar. Un paso, sólo un paso hizo
que estuviéramos a menos de medio metro de distancia.
-Dámelo.- Le ordené. Avancé para intentar arrebatar el móvil de sus
manos pero no lo conseguí. Dio un paso atrás y eso bastó para librarse de mí.
La puerta se cerró en un rotundo portazo. Me estaba poniendo demasiado nerviosa
y ya no sabía distinguir el porqué.
-Irrumpes en mi habitación sin llamar, no me das las gracias por haber
encontrado tu móvil, ¿y encima pretendes que te lo dé sin pedirlo por favor? Te
has vuelto muy maleducada.- Podría considerar que su ironía era una advertencia
para andarme con ojo, sin embargo, opté por volver a lanzarme a por mi móvil.
-Necesito que me lo des, es urgente.- Intentaba no mirar más abajo de
sus ojos. Mis debilidades no podían ser mostradas ante él o se aprovecharía de
ellas. Me odiaba a mí misma por no decirle más de una cosa pero no podía, mi
alma me lo impedía.
-Si es para ver a Adam en el hospital, yo te lo digo. Hospital
Asklepios Klinik, habitación 434.
-¿Cómo lo sabes?- Un rayo cruzó mi cabeza. ¿Cómo no me había dado
cuenta antes?- Tú has sido quien le ha mordido.- Pronuncié esas palabras con
miedo.
-Un móvil para la señorita.- Me lanzó el móvil mientras mi cabeza
intentaba procesar aquella “confesión” por su parte.
-¡Eres un monstruo!- Me abalancé hacia él con intención de pegarle. De
nuevo, el odio era el dueño de mi cuerpo pero para variar, mis intenciones se
esfumaron. Todo mi cuerpo se dio contra el suelo lo que me provocó un dolor
intenso. Su cuerpo estaba sobre el mío dejándome sin salida.- ¡Quítate!- Le
grité. Mi cuerpo ardía por pegarle hasta quedarme satisfecha.
-¡No vuelvas a hacer eso o juro que te arranco la cabeza de un golpe!-
Sus ojos rojos volvían a hacer acto de presencia, como casi siempre que estaba
conmigo. Sus dientes estaban apretados intentando controlar las ganas de
matarme.
-¿Por qué lo has hecho?- Las lágrimas de nuevo. No quería que me viese
débil pero no lo estaba consiguiendo.
-Me estaba empezando a cansar de él, pero como soy un buen hermano te
diré algo.- Su boca se situó al lado de mi oído. Su aliento hacía que un
escalofrío me recorriera de arriba a abajo.- Adam está muerto.- Noté como
sonreía junto a mi oreja. Disfrutaba haciéndome sufrir.
-¡Adam no está muerto!- Sentí como su cuerpo dejo de hacer presión
contra el mío y cuando miré, Tom estaba sentado en la cama como si nada.- Yo lo
voy a ayudar.- Él sonrío como si hubiese dicho una tontería. Sus perfectos y
blancos dientes relucieron al sonreír. ¿Cómo se podía ser tan malvado a la vez
que tan...?
-¿Quieres saber cómo lo puedes salvar?
-Sí.
-Sólo con la sangre de un Sangre Pura.- Despareció pero no se fue,
estaba a mi espalda.- Yo no se la voy a dar, Bill tampoco y a mamá y papá les
importa una mierda.- Se puso otra vez contra mi oído y susurró.- ¿Se la vas a
dar tú?- No podía dársela. Mi sangre no podía ser derramada...- ¿O vas a dejar
que muera?- Me separé de él y me volví. Su expresión se había vuelto burlesca y
cargada de maldad.
-¿Qué... qué pasaría si se la doy?- Sabía la respuesta pero quería
escucharla de él.
-Te condenarás a ti misma ante el tribunal por derramar tu sangre para
salvar a un humano.- No podía hacerlo. Iba en contra de todas las leyes del
Parlamento.- ¿Vas a hacerlo? ¿Vas a enfrentarte al Parlamento por salvarlo?
¿Lo... quieres tanto como para hacerlo?- Buena pregunta. ¿Quería tanto a Adam
como dejar que los Superiores me aplicaran el peor castigo que podía haber?
Arrancarme los colmillos y esperar a que volvieran a salir. Y aunque los
colmillos normales salieran en el momento, mis colmillos eran la única
protección que tenía ante alguna amenaza.- ¿Lo quieres, Lilith?- La primera vez
que después de tanto tiempo escuchaba mi nombre, y lo que lo hacía especial era
que había salido de su boca. Me miraba anhelante esperando una respuesta a su
pregunta.
-Necesito ir a verle.- Necesitaba verle y pensar. Mis sentimientos no
estaban claros en este momento porque se supone que tendría que estar pensando
en Adam pero, sin embargo, mis oídos oían una y otra vez, mi nombre saliendo de
su boca.
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