Capítulo 27

Capítulo 27


By Lilith


Se suponía que ahora tendría que estar en mi casa, con mi madre y mis... bueno, hermanos, y en lugar de eso me encontraba en mi habitación de cuando era pequeña, sentada en el rincón más oscuro y escuchando los gritos de ira de mi querido hermano. Cuando pensaba en lo que pasó aquella noche me dolía todo el cuerpo recordando las patadas y puñetazos que me dio pero ese no era el peor dolor, el más agobiante y el que nunca desaparecía era ese instalado en mi pecho que no me dejaba respirar.

Había pasado un mes desde entonces. Pronto llegaría la vuelta a las clases y yo no me encontraba con ganas. Por un lado quería volver a ver a Bill, a Mara, a Andreas y a Adam y por supuesto, a mi madre y a Gordon. Necesitaba sus abrazos ahora que me encontraba tan perdida en mí misma. Por mucho que me repitiera que ellos habían querido verme muerta, no conseguía odiarlos o simplemente olvidarme de ellos.

Ahora estaba en casa de mi padre, el cual casi nunca estaba. Siempre estaba sola, comía sola, paseaba sola,... Aunque Rose, mi sirvienta personal, estuviese hablándome para que me distrajera, nunca lo conseguía. Yo no había abierto la boca desde entonces pese a las preguntas que me hacía mi padre cuando lo veía. Que quién me había hecho esto, por qué, y un sinfín de cuestiones que no quería recordar. Aunque mi padre insistiera, mi boca era incapaz de mencionar el nombre del autor de mis heridas que iban desapareciendo poco a poco. No podía decirle que Tom casi había estado a punto de matarme de no haber sido porque al final decidió clavarla en mi barriga. Desde entonces, me sentía vacía, peor que cuando los niños se metían conmigo por ser rara o por simplemente ser Elizabeth, todos me odiaban y las cosas no habían cambiado mucho.

Ya no sentía el vínculo que pensé que había creado con Tom, no sentía nada en mi interior que me hiciese comprender que él era mi hermano o que por algún motivo, estuviésemos conectados. Esa noche se perdió algo que me alejó de Tom a una velocidad inexplicable.

-Señorita.- La cara sonriente de Rose me miraba como siempre. La única muestra de interés de alguien hacia mí la tenía en ella, aunque fuese fingida.- ¿Quiere que vayamos a dar un paseo por el jardín? Hace un día maravilloso.- Se levantó y corrió las cortinas de los enormes ventanales que daban al balcón. Las luces del Sol penetraron en mis ojos hasta que los cerré con fuerza.- No puede quedarse encerrada en su habitación todo el día, tiene que salir y dejar que el mundo la contemple.- Quitó las sábanas de los espejos como cada vez que entraba, cuando se fuera los volvería a tapar.

-¿Quién va a querer verme?- Ella me miró con esos ojos tan maternales que tenía y se sentó a mi lado.

-Usted es un regalo, tan dulce, encantadora... tan distinta a los demás.- Su mano acarició mi pelo. Por muchas cosas bonitas que dijese de mí ambas sabíamos que eran mentira.

-¿Ha llamado hoy mi madre?- Quería escucharla como cada día pero hoy se estaba retrasando en llamar.

-No, aún no.- Se levantó y empezó a buscarme algo de ropa en el armario, ropa que me había traído Bill el segundo día de mi estancia aquí.- Pero hoy va a tener suerte, sus hermanos se quedan a cenar.- Mi cuerpo dejó de reaccionar, la mente se me nubló e incluso me entraron ganas de vomitar. Salí disparada hacia el baño y vomité. El dolor que se repetía una y otra vez en mi cuerpo se hacia más fuerte de sólo pensar en que lo volvería a ver.- ¡Señorita!- Rose me sujetaba el cuerpo mientras mi estómago se encogía para echar lo que había comido esta mañana, nada.- ¿Está mejor?- Me senté en el suelo del baño con la frente sudorosa.

-Sí... sí.- Ver a Bill me alegraba pero verlo a él no. Quería desaparecer en estos momentos, perderme, morirme o lo que fuese más rápido. No tenía ganas de verlo, todos menos eso.

-Voy a prepararle un baño.- Rose abrió el grifo de la bañera y dejó que el vapor del agua llenase el baño.- ¿No está contenta de ver a sus hermanos? William seguro que se muere por verla, de Thomas no sé, de él nunca se sabe nada.- Me llevé las manos a la barriga y apreté fuerte. Estaba nerviosa por verle otra vez. No sabía que iba a hacer cuando le viese, con qué cara lo miraría si me atrevía a hacerlo o qué le diría.- Últimamente ha estado muy raro, pero menos mal que le quitaron la Cruz. Nunca me imaginé que el señorito le diese su sangre a un humano...

-¿Qué?- Me levanté del suelo y me puse frente a Rose que me miraba extrañada.

-¿No lo sabía?

-No.

-Thomas hace un mes, le dio su sangre al mismo humano al que había mordido para que no se muriese. No lo entendí, la verdad, lo cierto es que a los pocos días vino y se declaró culpable ante el Consejo.- Me quedé de piedra. Tom se había declarado culpable cuando la que había hecho eso había sido yo. Yo le había dado mi sangre a Adam, había derramado la sangre de un Sangre Pura, algo imperdonable entre los vampiros. Ahora entendía porque el Consejo nunca me había pedido explicaciones, porque Tom había hecho eso.- El otro día terminó su castigo. El salir sólo de noche y alimentarse sólo con sangre no es algo que sea fácil de llevar.

-No fue él.- Rose miró extraña ante mi susurro como si estuviese loca.

No me aguanté las ganas y salí corriendo del baño y de mi habitación. Necesitaba hablar con mi padre y decirle la verdad. No podía dejar que Tom se lo llevase aunque se lo mereciera y el castigo estuviese ya hecho.

Bajé las escaleras casi volando y me paré frente a la sala de reuniones del Parlamento donde estarían reunidos todos los miembros del Consejo, mi padre y por el olor, también mis hermanos. Me debatía entre entrar y no entrar, hacerle frente y declarar delante todos mi delito pero verle ahí, no me iba a ayudar demasiado.

Me decidí y abrí las dos enormes puertas de la sala de reuniones donde estaban los miembros más importantes entre nosotros. Las miradas de todos se centraron en mí en cuanto abrí las puertas. Toda la sala se quedó en silencio mientras yo caminaba hacia el centro para hacerme responsable de mis hechos.

-Hija, ¿qué estás haciendo aquí? Estamos en medio de una reunión.- Al lado de mi padre estaban mis hermanos. Bill me miraba extrañado, Tom no sabía cómo estaba, no me atreví a mirarle.

-¡Señorita!- La voz de Rose sonó a mi espalda, agitada y pudorosa.

-Tengo que decir algo.- Mi padre se puso de pie en el estrado que presidía a todos los allí presentes.

-Estoy seguro que puedes decirlo en la cena. Rose, llévatela.- Mi padre se volvió a sentar con rostro cansado.

-Sí, señor.

-¡No!- Me quité de encima la mano de Rose y me acerqué más a mi padre.- Es importante.- Suspiró y me miró a los ojos intentando averiguar de qué se trataba. Sus trucos no funcionaban conmigo y él lo sabía. Yo no era como todos aquellos que iban detrás de él.

-Bien, dinos lo que tengas que decir y te vas.- Me hablaba como si fuese una cría de tres años, como si esto sólo fuese un capricho.

-Yo fui quien le dio su sangre a Adam para que se curase.- En la sala se oyó un tremendo “oh” al unísono por todos. Mi padre se levantó de la silla y me miró escandalizado. Yo estaba muy nerviosa sintiendo como todos me miraban y cuchicheaban.

-¿Qué demonios estás diciendo?

-Era mía la sangre derramada.

-Miente.- Una voz casi inaudible resonó ante el silencio que se había formado entre mi padre y yo. La voz de Tom...- Está mintiendo.

-Fue Tom quien lo hizo.- Mi padre miró a Tom con cara de incertidumbre.- Fuiste tú, ¿verdad?- Tom asintió con la cabeza sin dudar un segundo.

-¡Es él quien miente! ¿Crees que me inculparía a mí misma de un hecho tan... atroz como ese?- Mi padre se llevó una mano a la cabeza y se volvió mirando a mi hermano con una cara que asustaría al mismísimo demonio.

-¿Cómo sé que la que mientes no eres tú?

-Es mi sangre la que fluye por las venas de Adam, no la de... mi hermano.- Todos se levantaron de sus asientos con cara de terror al igual que la de mi padre, que bajó del estado y me agarró de los brazos con cara de pánico.

-¿Qué... qué has dicho? ¡¿Qué coño has dicho?!- Los ojos de mi padre eran rojos, estaba muy enfadado y yo me lo merecía.

-Lo siento.- Todos salieron corriendo de la sala incluido mi padre, dando gritos que no llegué a escuchar con claridad porque veía como Tom se acercaba a mí.

-¡Lilith!- Los brazos de Bill me rodearon y Tom paró en su intento de acercarse. El aroma de Bill me relajaba tanto que yo también lo abracé y comencé a llorar como una niña.- Tranquilízate, todo está bien, nosotros te protegeremos.- Inconscientemente busqué a Tom con la mirada pero no estaba.

-No sabía que Tom lo había hecho si lo hubiese sabido no hubiera dejado que le hiciesen eso. Me siento muy mal.

-Vete a tu habitación, yo voy ahora.- Bill me dio un beso en la frente y salió disparado hacia donde se habían ido todos.

Caminé hasta subir las escaleras y recorrer el enorme pasillo que me llevaría a mi cuarto. Las luces estaban apagadas y lo prefería así. No podría verme en los espejos que había en el pasillo, no soportaría ver a la persona más asquerosa del mundo.

Unas voces procedentes de una habitación me hicieron parar. Era la voz de Rose, lloraba y hablaba muy bajito pero no tanto para que no se escuchase desde fuera. Otra voz, la de un hombre que no llegué a escuchar bien le hablaba y ella respondía dando berridos de dolor.

Abrí la puerta de golpe y lo vi. Su mano apretaba el cuello de Rose hasta levantarla a más de un metro del suelo, mientras ella lloraba sin hacer nada. Sus ojos se clavaron en los míos y me sentí desfallecer en esos momentos. Ahora me daba tanto miedo tenerlo cerca que las ganas de vomitar volvieron pero esta vez tenía que ser fuerte y hacerle frente.

-¡Suéltala!- Me acerqué corriendo hasta él y le quité el brazo del cuello de Rose. Una descarga eléctrica me sacudió al sentir su piel pero no dejé que eso me detuviese.- ¡¿Qué estás haciendo?!- El cuerpo de Rose cayó al suelo y ésta se empezó a arrastrar por el suelo, llorando hasta salir de la habitación.

-Hola, Lilith.- La puerta se cerró con un fuerte portazo. Pegué un bote al oír tremendo estruendo y Tom se rió mientras se acercaba al mismo tiempo que yo retrocedía.- Que de tiempo sin vernos.- Odiaba su ironía. Cada palabra de su boca era el recuerdo de cada uno de los golpes que me dio. Cada patada, puñetazo e insulto se repetía sin cesar.

-Creía... creía que esta... estabas muerto.

-¿Es eso lo que querías, matarme? ¿Por qué no lo has hecho? ¡Yo nunca te pedí que me salvaras! ¡Yo nunca te dije que quería seguir vivo! ¡Mátame! ¡Vamos!

-Me voy.- Hice amago de salir de la habitación antes que las escenas de esa noche me atormentasen de nuevo. Su mano me agarró del brazo y me pegó con fuerza la pared.- Suéltame.- Quise librarme de su mano pero su fuerza era bestial. Si seguía así me rompería el brazo.

-Que prisa tienes ¿No quieres que hablemos de lo que hemos hecho este último mes?

-¿Cómo eres capaz de mirarme a la cara después de lo que pasó?- Miró hacia abajo y luego levantó la cabeza hasta situarla a escasos centímetros de la mía.

-Soy capaz de todo, me follé a mi hermana.- Volví a intentar soltarme pero mi cabeza se golpeó con la pared tan fuerte que sentí como mi cráneo se quebraba.

-Eres asqueroso.

-Te repites mucho, hermanita.- Cogió mi otra mano y levantó a las dos por encima de mi cabeza dejándome totalmente inmovilizada.- Si te pegué fue porque odio a los mentirosos, a los hipócritas y a los zoofílicos.

-Yo no soy ninguna mentirosa ni ninguna hipócrita.- Acerqué mi cara a la suya hasta llegar a ponerme cerca de su oído.- Zoofílica puede, me acosté contigo.- Me cuerpo se encogió de dolor cuando su rodilla se clavó en mi barriga.

-No hablaba por mí sino por tu amiguito, el chucho con rabia.- Abrí los ojos y le miré extrañada.

-¿No sé de qué estás hablando?

-De Adam.

-¿Se te han acabado los insultos para que ahora lo llames chucho con rabia?- Decidí emplear su mismo tono de voz para aparentar que no le tenía miedo aunque por dentro estuviese deseando salir corriendo.

-¡Claro! Es que Adam no te ha dicho todavía que es un monstruo como yo.

-No te entiendo.

-Tu querido Adam es un hombre lobo.

-Deja de decir estupideces para alejarme de él, los hombres lobo no existen.

-Como no existen los vampiros, ¿verdad?

-Deja de inventarte cosas.

-No me las invento pero si quieres saber más, ve a la biblioteca y busca un libro que pone “La maldición de la Luna”, quizás eso te aclare las ideas.- Su cuerpo se pegó al mío y su boca a mi oído. Su respiración me ponía la piel de gallina... - Dímelo.- Su susurro en mi oreja me estremeció. Sus manos descendieron por mis brazos hasta posarse en mi cintura.- Dilo.

-No sé... qué quie... quieres que diga.- Cerré los ojos para intentar evitar que mi cuerpo se volviera loco por el demonio que tenía delante. Por mucho que me hubiese propuesto odiarle por lo que me hizo, por lo que me decía y por el simple hecho de que él no merecía que nadie lo quisiese, mi cuerpo no pensaba lo mismo. Volvía a caer una y otra vez y otra,...

-¡No voy a matarte! ¡Por mucho que quiera no puedo hacerte daño!

-¿Por qué? ¿Por qué no me devuelves todo lo que yo te hago?

-Ya te lo he dicho.

-¿Por qué?

-Porque te quiero.

-Mientes.

-Ojalá.

-¡Mientes!

-¡¿Por qué no lo aceptas?! ¡¿Crees que es fácil para mí estar enamorada de mi hermano?!

-Dime lo que no deberías de decir.

-¿Para que me vuelvas a pegar?- Ahora, los dos hablábamos con susurros, yo porque no me salía más voz, y él porque sus cambios de humor no eran normales.

-Perdí los nervios, no quería hacerte daño.- Mi mente y mi corazón peleaban por si le creía o no. Cada palabra era otro estacazo y a la vez ganas de abrazarle y decirle que lo amaba.

-No te creo, no puedo creerte.- Las lágrimas descendían por mi rostro. No hacía falta que dijese esas palabras, para que le perdonase y se volviese a aprovechar de mí, por mucho que me odiase a mí misma por esto, me tenía ganada. Una palabra suya bastaba para borrar todo el dolor que me provocaba.

-¿Sabes por qué te hago esas cosas?

-Porque me odias.

-Porque no soporto que me confundas. Todo lo que haces me desconcierta, cada palabra tuya despierta cosas extrañas en mí.- Abrí los ojos y lo miré de reojo. No pude verle la cara ya que la tenía oculta a mi lado.

-¿Me quieres?.- Puse mis manos temblorosas en su espalada y levantó un poco la cabeza por la impresión.- No soporto mirarme en un espejo sin sentir asco por mí misma pero no quiero dejar de sentir esto por ti. Me gusta amarte y sufrir por ello.

-Eres una masoquista.- Su lengua lamió todo mi cuello haciendo que las piernas me empezaran a temblar.- Tienes que alejarte de mí.

-Y tú de mí, antes de que esto nos acabe volviendo locos.- Quité mis manos de su espalda y las apoyé en la pared. Aunque me doliese, la mejor solución era no vernos, separarnos, antes de que perdiéramos lo poco de racionalidad que teníamos.

-Demasiado tarde.- Sin darme cuenta, sus labios estaban sobre los míos  en un beso simple, sin lengua, puro y lleno de sentimientos encontrados, un beso que jamás había sentido de su parte. Nos separamos y yo me quedé con los ojos abiertos como platos observando con él me miraba como nunca lo había hecho.

-Te gusta hacerme daño.- Levantó una ceja interrogante.- Sabes que te quiero y lo haces para que nunca pueda olvidarme de ti.- Sus manos llevaron mi cuerpo hacia el suyo.

-Ahora, sabes lo que se siente al no poder olvidar a alguien por mucho que quieras.- Otro beso pero esta vez más intenso bastó para que todos mis ideales se fueran a la basura. Mientras me besaba como otras veces, me preguntaba qué tenía Tom para que yo volviese a caer en sus garras. Lo más incomprensible era que de un momento a otro cambiara de parecer. Antes, quería matarme, ahora, me devoraba a besos cargados de ¿sentimientos?

Mi móvil tembló en mi bolsillo y aunque no quisiera que eso me desconcentrara de su boca, me separé lentamente de él. Abrió los ojos cuando tardé en volver a besarle. No quería dejar de hacerlo porque así volvíamos a estar juntos aunque luego volviesen las peleas, los insultos y los golpes, no cambiaría este momento por nada del mundo.

En mi móvil estaba el aviso de un nuevo mensaje de Adam. Durante este último mes no había sabido nada de él y ahora me sorprendía con un mensaje. No me parecía el momento más oportuno para leerlo teniendo a Tom observando cada uno de mis gestos y mucho menos, si el que lo provocaba era Adam.

-¿No vas a leerlo?- Le miré alarmada. Nunca sabría cómo se llegaba a enterar de quién era la persona que me mandaba los mensajes.

-No.- Volví a meter el móvil en mi bolsillo. No me parecía el momento más oportuno para contestarle, tenía que pensar en lo que me había dicho Tom sobre Adam. No me llegaba a creer que Adam fuese un hombre lobo aunque los ojos de la noche de graduación, la conversación de Sasha y mi hermano en el coche y la necesidad de protegerme de todos, encajaban perfectamente con lo que decía.

-¿Tienes miedo a lo que te pueda decir? ¿A que te reconozca lo que tanto temes?- Se volvió a acercar a mí con su sonrisa macabra. No era precisamente a lo que me pudiera decir a lo que tenía miedo, sino a lo que sentía cuando estaba con él en contraposición con lo que sentía con Tom. Ya lo había notado la noche de la graduación, Adam me producía un miedo parecido al de Tom y eso no tenía que ser bueno.

Sus manos me agarraron de la cintura y me llevaron hasta él. Sus ojos estaban fijos en mi cuello y los míos en su cara. Los tenía azules y eso significaba que estaba hambriento de mi sangre o... del cuerpo de una mujer. Sabía que era lo primero por como sus colmillos salían y su vista visualizaba las venas que recorrían mi cuerpo.

Se separó de mí y pestañeó unas cuantas veces hasta que sus ojos volvieron al mismo color que los míos. Me percaté de que tenía algo en las manos, mi móvil. Me lo había quitado sin yo darme cuenta y ahora, tecleaba algo o más bien, buscaba el mensaje que minutos antes me había mandado Adam.

-¡Dámelo!- Quise cogerlo pero era demasiado tarde, él ya lo estaba leyendo y por la cara que estaba poniendo no le estaba haciendo ninguna gracia.- No está bien que leas mis mensajes.- Levantó la vista del móvil y me miró. Un escalofrío me recorrió cuando lo hizo. Sus ojos estaban rojos y la tensión que emanaba era palpable en toda la habitación.- ¿Qué pone?- Pregunté con miedo pero decidida a intentar obtener una respuesta de su parte.

-Nada que no sepas.- Pensé que estrellaría el móvil contra la pared por como lo tenía cogido, pero en lugar de eso, me lo dio. Sus músculos estaban tensos cuando cogí mi móvil de su mano.- ¿No lo vas a leer?- Me lo guardé en el bolsillo sin ni siquiera mirarlo.

-No.- Noté más la tensión de su cuerpo cuando corrí hasta él y lo abracé con todas mis fuerzas. Quizás me apartase o me dijera cualquier insulto de los suyos pero no me importaba. 

-Deberías de hacerlo.- Apreté más hasta que su cuerpo se relajó por completo. Su olor, el olor de su sangre era lo único que quería ahora.- No hagas esto, te vas a sentir mal,... como siempre.- Me separé de él y me puse de puntillas hasta llegar a su oído.

-Quiero que lo hagas tú.- Clavé mis colmillos en mis labios y esperé que la sangre brotara de ellos. Me separé de él esperando a que hiciese lo que tantas veces había hecho pero en lugar de eso, me dio la espalda.- ¿Qué ocurre?- Cuando me dispuse a tocarlo para ver qué le pasaba, Tom me retiró de un manotazo.

-No puedo.- Vi como se llevaba una mano al pecho y respiraba agitado.- Sal de aquí.

-No, ¿qué te pasa?

-¡Vete!- Cayó de rodillas al suelo y me asusté tanto que fui hasta donde estaba con el corazón en la garganta.

-No voy a irme.- Me agaché a su lado hasta que pude ver su cara. Sus ojos hicieron que me cayera al suelo por el susto.- Tus... tus ojos.- Ese color con el que durante este mes había estado soñando lo volvía a tener delante, el naranja que había bañado mis peores pesadillas estaba en los ojos de mi hermano.

-Estoy bien.- Cuando me volvió a mirar sus ojos volvían a estar de su color natural, sin luz y con la oscuridad que le precedía.- No vuelvas a hacerlo, por mucho que me esté muriendo de sed, no lo hagas.- Se levantó sin mirarme y se sentó en la cama que estaba en el centro de la enorme habitación.

-Lo siento.- Me levanté yo también del suelo.- Será mejor que me vaya.- Caminé hasta la puerta con intenciones de salir antes que las lágrimas volviesen a escaparse de mis ojos. Siempre les traía problemas a mis seres queridos y lo que había pasado con Tom había sido la gota que había colmado el vaso, lo que me ayudó a darme cuenta que era más peligrosa para él de lo que él podía llegar a ser para mí.

-No te vayas.- Me paré en seco con el pomo en la mano.- No soporto que te vayas.- Me volví con miedo a que se estuviera riendo por ser todo una broma pero en lugar de eso, vi su cuerpo tirado a lo largo de la cama, con los brazos en cruz como solía hacerlo yo, el mismo gesto que demostraba que éramos hermanos y las mismas palabras que me dijo una vez, las cuales resultaron ser mentira.

-Ahora eres tú el que miente.

-No, nunca te he mentido.- Apreté con fuerza el pomo intentando controlar mis lágrimas y mi impotencia ante sus palabras.- Túmbate a mi lado y déjame sentir eso que tu llamas amor.- Como si sus palabras fueran una contraseña para activar mis pies, éstos se movieron a paso lento hasta la cama donde mi hermano yacía mirando al techo.- Lo necesito.- Juntó sus manos a ambos lados de su cuerpo para dejarme espacio en la cama.- Te necesito a ti.- Me tumbé a su lado en la misma posición en la que estaba él y agarré su mano con fuerza, un agarre que le costó responder. El contacto de su mano y la mía era simplemente maravillosa, la sensación que provocaba era lo mejor que había sentido nunca.

-¿Lo sientes?- Me llevé su mano a mi pecho y la dejé sobre él.

-No.

-Aunque tú no lo sientas, sigue latiendo.- Puse mi mano sobre la suya en mi corazón.- Cuando lo sientas será cuando por fin comprendas lo que siento por ti.- Esta vez, fui yo la que puso mi mano sobre su pecho y cerré los ojos intentando encontrar algún rastro de sentimientos en su corazón, algo que me demostrara que no era un monstruo como él decía.

-¿Sientes algo?- No. No había nada en él, sólo oscuridad y... miedo. Sentí su miedo, un miedo que pensé que Tom nunca tendría, lo sentí tan fuerte que me aterrorizó.

-Te siento a ti.- Me quedé ahí, tumbada en la cama junto a mi hermano, con la mano en su pecho y sintiendo todo el miedo que fluía por sus venas.

Conseguí sentir sólo una décima parte de lo que él sentía y era tan horroroso que no soportaría vivir con ello. ¿Era eso lo que sentía Tom? ¿Era eso lo que lo había convertido en un monstruo? Cuando pensé que en él no podía haber ni un rastro de sentimientos, lo sentí. Justo en el momento en el que se quedó dormido, el miedo desapareció y dio paso a algo más horripilante aún, el odio y la rabia que siempre demostraba ante los demás.

Una vez él me dijo que los monstruos no sentían nada, entonces él no podía ser un monstruo porque sentía, cosas que daban miedo pero lo hacía, de una forma tan intensa y profunda como nadie nunca podría hacerlo.



[…]


Cuando me levanté, él ya no estaba. La cama estaba vacía pero con su olor en ella. Toda la habitación seguía oliendo a él a pesar de que habrían pasado varias horas desde que me quedé dormida.

Me levanté y bajé abajo. No se escuchaba nada, la casa estaba en un silencio sepulcral que ponía los pelos de punta. Decidí que era el momento adecuado para salir de casa. Era de noche y con un poco de suerte la seguridad que rondaba la casa no se percataría de mi salida.

Abrí la puerta principal con cuidado y como lo suponía no había nadie delante. Con paso firme pero a la vez inseguro, me fui corriendo hasta la verja que me dejaría el camino libre para salir de mi prisión particular y darme camino libre al mundo.

La casa de mi padre estaba en medio del bosque donde estaba el lago Sörion lo que explicaba que a estas horas no hubiese nadie por allí, lo prefería. No tener que encontrarme a nadie ni ver a alguien o peor, si algún vampiro me veía daría la voz de alarma a mi padre y éste no tardaría en buscarme como un loco.

De pronto, el nombre de Adam se cruzó por mi cabeza. Hacía mucho tiempo que no sabía nada de él y aunque me hubiera mandado antes el mensaje, el cual no había leído todavía, quería verle, saber cómo estaba y estar un poco con él. Necesitaba verle de nuevo...

Salí corriendo en la dirección de su casa. Los árboles pasaban veloces a mi lado mientras mi cuerpo volaba por encima del suelo. Nunca me había gustado correr pero ahora, lo que yo hacía, no se le podía llamar así. Mis piernas corrían tan rápido que parecían no estar tocando el suelo, era como si volase...

Me paré frente al edificio de Adam. La luz de su habitación estaba encendida por lo que seguramente, estaría ahí. No me lo pensé demasiado, miré a ambos lados y al ver que no había nadie rondando por la calle, salté hasta la ventana de la habitación de Adam. Con un poco de suerte y sabiendo que era verano y hacía mucha calor, la ventana estaría abierta. No me equivoqué, me apoyé en el alfeizar de la ventana y entré con cuidado, quería darle una sorpresa.

La habitación estaba desordenada con un montón de fotos, libros y demás objetos en el suelo. Lo que más me llamó la atención fue la cantidad de fotos mías que había. Yo saliendo de casa, con mi madre, en la universidad...

-Elizabeth...- Un hombre estaba en la puerta de la habitación con un vaso en la mano. Tenía un aspecto de cansancio notable, con unas ojeras bastante marcadas.

-Siento haber entrado así.- Me puse de pie y dejé de mirar todas aquellas fotografías.- Sólo venía a ver a Adam, ¿quién es usted?- El hombre dejó el vaso encima del escritorio y empezó a recoger todo el desorden. No parecía que se alegrara mucho de verme...

-Soy Markus, el padre de Adam- No me miraba y su voz sonaba tan fría y lejana. Era extraño tener al padre de Adam frente a mí pero me alegré por él, seguro que estaba muy feliz devolver a ver a su padre.

-Encantada.- Sonreí para parecer educada aunque por dentro estuviera deseando salir de ahí. Había algo en ese señor que no me gustaba y a la vez que me recordaba a algo.

-Ya.- Cogió las fotos, las metió en una caja y la dejó sobre la cama.- Elizabeth, tenemos que hablar.- Por primera vez, me miró y me dio miedo. Nunca me había sentido tan insegura como en este momento mientras escuchaba las señales de alarma que mi cuerpo me gritaba a voces.

-Claro, dígame.- Me senté en la cama esperando a que Markus se sentara a mi lado pero se quedó de pie mirándome.

-Lo sé, lo sé todo.- No sabía por qué pero un escalofrío me recorrió el cuerpo. De repente, recordé los ojos anaranjados de Adam y las palabras de Tom.

-No le entiendo.- El padre de Adam se sentó a mi lado y me obligó a mirarlo agarrándome por la barbilla.

-Sé quién eres, Lilith.- Escuchar mi nombre de su boca hizo que mi corazón se encogiera. Mi nombre y su voz no eran una buena combinación.- ¿Por qué no se lo has dicho? ¿Por qué no le has contado que eras una Sangre Pura? ¿Qué eras hermana de Thomas Kaulitz?- En mi garganta se formó un nudo que por mucho que quisiera desatar no podía.

-¿Cómo sabe eso?- Intenté levantarme pero me agarró y me sentó de nuevo de una forma bastante bruta.

-¡Contéstame!

-Porque tenía miedo a que me odiase por ello.- Aparté su mano de mi cara y me levanté. Su simple roce hacía que me acordase de Tom y no era el mejor momento para hacerlo.- Es una larga historia que no...

-Conozco la historia.- Me imitó levantándose de la cama y me acorraló contra la pared.- Toda la historia.- Bajé la cabeza incapaz de aguantar su mirada. Era como si intentase buscar en ella algo que yo me negaba a que él encontrara.- Lilith, hija de los Kaulitz, la obsesión de todo hombre y mi obsesión.- Su boca se paró en mi cuello y empezó a darme pequeños besos que me quemaban la piel.

-No, para.- Intenté separarlo de mí poniendo mis manos en su pecho y haciendo fuerza para que se alejase.- Por favor.- Me sentía impotente ante sus besos y a la vez, culpable. Con cada beso, se me venía la imagen de Tom a la cabeza y con ella la palabra traición.- ¡Para!- Le di un empujón que hizo que su cuerpo se estrellara contra la pared de enfrente. No me imaginé que tuviese tanta fuerza...- Lo siento pero le dije que se alejara.- Corrí hasta la ventana con intención de salir de allí y volver a mi casa lo más pronto posible.

-¿Dónde te crees que vas?- Me agarró del brazo cuando estaba a punto de saltar por la ventana y de un golpe me tiró en la cama.- No sabes cuánto tiempo he estado esperando este momento.- Se puso a cuatro patas sobre mí dejándome sin escapatoria.- Eres más hermosa de lo que me habían contado.- Me tapó la boca con una mano y con la otro me empezó acariciar la cara, el cuello,...- Más encantadora y... sexy.- Me revolví inquieta cuando rompió mi camiseta.- Tienes una piel muy suave.- Su mano ahogaba mis gritos y mi pelo borraba las lágrimas de impotencia que salían de mis ojos.- ¿Vas a dejarme disfrutar un poco de ti?- Quitó su mano de mi boca y buscó algo en su bolsillo.

-¡Suéltame!- Pataleé bajo su cuerpo, le arañé, le pegué pero aun así, no conseguía que se quitara de encima. Abrí los ojos como platos cuando cogió mis manos y las ató a la cabecera de la cama.- ¡No! ¡Deja...!- Me tapó la boca con un trozo de cinta y fue en ese momento cuando supe lo que vendría.

-Vamos a divertirnos.- Comenzó a bajarme los pantalones lentamente disfrutando de mis gritos de pavor mientras sonreía de la manera más asquerosa y repugnante que había visto.

Dejé de resistirme para rendirme por completo a él. No tenía sentido que mis gritos no salieran, que me revolviese, le pegara patadas o cualquier cosa, él las acallaba con un puñetazo que me dejaba inconsciente por unos segundos. Me limité a dejar que mis lágrimas salieran y a cerrar los ojos para no ver como ese ser tan repugnante tocaba y besaba cada centímetro de mi piel.

Abrí los ojos desmesuradamente cuando noté como mis bragas descendían por mis piernas bajo su atenta mirada. Podría jurar que incluso babeaba al contemplarme. Sus lengua ascendió por mis piernas hasta mis muslos y se detuvo ahí. Fue entonces, cuando comencé a gritar de nuevo, cuando sentí como su asquerosa lengua lamía mi entrepierna entrándome auténticas arcadas cada vez que la sentía dentro de mí.

-Necesitas ponerte un poco húmeda o de lo contrario te va a doler, tesoro.- Prefería todo el dolor del mundo a esto que me estaba pasando.- Que empiece el juego, entonces.- Se desabrochó los pantalones bajo mi mirada de terror. Junté las piernas cuando su cuerpo se recostó sobre el mío dispuesto a entrar en mí.- No hagas esto, cielo. Si te resistes va a ser insufrible para ti.- Cogió mis piernas y con una fuerza inhumana, las separó. Intenté volverlas a cerrar pero tenía más fuerza que yo.

Me clavé mis propias uñas en las manos, me quedé quieta, con la espalda arqueada y viendo como las imágenes de Tom no se dejaban de repetir en mi cabeza, cuando me penetró con tanta fuerza que hizo que mi cabeza se chocase con el cabecero y que la cama temblase por la embestida. Gimió de placer cuando lo hizo, tan fuerte que seguramente se escucharía en todo el vecindario.

Comenzó a salir y a entrar de mí mientras yo controlaba mis lágrimas y mis gritos de dolor, no quería darle el gusto de verme sufrir si era eso lo que quería. Con cada embestida, un nuevo grito se acumulaba en mi garganta. Pedía, rogaba y gritaba en mi interior el nombre de mi hermano con la esperanzo de que viniese y me salvase, que estuviera aquí para quitarme al monstruo que me rompía por dentro.

-¿Te gusta, Lilith?- Gemía como un salido. Tenía los ojos cerrados para no ver la escena en la que me encontraba. Esto era lo que me faltaba para que no mi vida dejase de tener sentido y para darme cuenta que sólo había venido a este mundo para sufrir y hacer daño a los demás.- Sien... siento lo... mismo que... ¡Dios!... que con... ¡ah!... con tu madre.- Esas palabras se clavaron en mi mente. ¿Qué demonios estaba diciendo?

El dolor que sentía se intensificó cuando las penetraciones empezaron a ser más rápidas y continuadas. Dentro de lo malo, sabía que eso significaba que mi calvario llegaría pronto a su fin, siempre que él no quisiese continuar con mi tortura.

-¡Oh! ¡Sí, sí, sí, sí! ¡Uhm! ¿Te está gustando? ¿Quieres más?- Al terminar su pregunta, sentí como por mis piernas se escurría un líquido pegajoso pero esta vez no era mi sangre. El muy cerdo se había corrido dentro de mí y ni siquiera había puesto protección. Se tiró a mi lado en la cama con la respiración agitada y los ojos... ¡naranjas! Comencé a gritar y a moverme pese al dolor. ¿Qué era? ¿Un vampiro o como decía Tom que era Adam, un hombre lobo?- Tranquila, voy a quitarte la cinta de la boca, y las esposas de las manos.- Su mano acariciaba mi vientre y descendía por mis piernas, y él sonreía cuando me encogía por el dolor que sentía en todo mi cuerpo.- Cuando yo salga de la habitación, podrás irte pero no antes y otra cosa, cuenta algo de esto a alguien y verás como todas las personas a las que quieres van cayendo una a una.- Me destapó la boca y fue entonces cuando grité de dolor. Saqué todo el aire que durante este tiempo había retenido en mis pulmones y conseguí así que por ese instante, me liberase del dolor.

Las esposas desaparecieron de mis manos y éstas cayeron sin fuerzas arriba de mi cabeza. Todo mi cuerpo quedó reducido a carne y huesos sin alma o corazón. Me sentía sucia, asquerosa, humillada y con mucho miedo, miedo a lo que diría mi familia cuando se enterase o peor aún, a lo que diría Tom.

Cuando aquel demonio salió de la habitación, respiré hondo y me levanté de la cama. Estaba mareada y con un terrible dolor en todo el cuerpo, el peor de mi vida sin duda. Juraría que en este momento no era yo, sino algo parecido a un zombie que caminaba sin rumbo fijo y perdido en una oscuridad cegadora. Me vestí y salí por la ventana de la misma forma de la que había entrado. Mis pies tocaron el suelo sin ningún problema, pero ¿era eso lo que yo realmente quería? No, yo quería que mi cuerpo se estampase contra el suelo esparciéndolo por la acera para dejar de causar daño a los demás, para dejar de existir.

Ahora, el lago Sörion no me parecía tan terrorífico como antes sino más bien, el escenario perfecto para una muerte anunciada. Caminé y caminé descalza sintiendo la humedad de la hierba bajo mis pies. La Lilith que había salido de mí, era la misma que decidí enterrar la noche que maté a Andreas, la misma noche en la que lo convertí en el monstruo que era ahora, cuando por mala suerte, le obligué a amarme a pesar de haberle apartado de su familia. Dejé bajo tierra ese recuerdo de cuando tenía tres años y estaba descontrolada, esta noche, sentía lo mismo que aquella. La rabia y la ira de haber tocado algo que no le pertenece a nadie, haber tocado algo que sólo lo pertenecía a la persona a la que más daño le estaba haciendo, a Tom. Mi alma era sólo suya y nadie tenía derecho a entrar sin su permiso.

Tenía la misma necesidad de hace siglos, la de matar, la que me hacía convertirme en un ser controlado por su instinto asesino. Era eso lo que mi cuerpo me gritaba desde dentro, matar a alguien, desahogar mi furia con la persona con más mala suerte esta noche.

-¿Elizabeth?- Una voz, su voz, hizo que mis pies dejaran de caminar y se parasen para sentir como por mis venas corría la venganza por mi alma.

-Hola... Rachell.- La víctima perfecta en el lugar perfecto. Ahora, más que nunca, necesitaba la sangre humana para convertirme en el monstruo que nunca dejé de ser, el mismo por el que quemaron páginas y páginas de la Biblia y demás libros sagrados.

Lilith había despertado.


[…]


By Tom



-Creo que no ha sido buena idea dejarla sola.

-¿Quieres dejar de cuestionar todo lo que hago, Bill?- Todavía no había salido del mugriento apartamento de Adam y dudaba mucho que el árbol donde estábamos soportase más nuestro peso.

-Sólo digo que por lo menos uno de nosotros se debería de haber quedado con ella.- Llevaba así desde que salimos de casa y no tenía intención de callarse después de estar dos horas repitiendo lo mismo una y otra vez, y otra, y otra,...- ¿Y si le pasa algo? No me lo perdonaría en la vida. La dejó bajo nuestro cuidado y nosotros aquí espiando a Markus, hubiera preferido quedarme en casa a ver Sexo en Nueva York con Mara.- … y otra, y otra, y otra,...- Aún no entiendo por qué estamos espiando al mismo tío que quiere acabar con Lilith. ¿No sería más fácil matarlo? Acabaríamos antes.

-Bill, para ya.- Escuché un grito, bastante familiar pero que no conseguí atribuirlo a nadie en concreto.

-¿Qué ha sido eso?- Bill se puso de pie sobre la rama y comenzó a mirar por los ventanales a ver si conseguía ver algo.- Va hacia la cocina.- Dio un gran salto hasta otro árbol que daba frente por frente a la cocina pero que no estaba lo suficiente cerca para que nos viese. Estaba hablando por teléfono mientras sonreía, la misma sonrisa que tenía cuando devolvió a Bill malherido de pequeño. Noté como mi hermano se estremecía, al parecer a él tampoco le hacia gracia recordar ese momento.- Tom, mira.- Miré hacia donde me señalaba mi hermano y la vi.- ¿Qué está haciendo ella aquí?- Lilith caminaba como si de un muerto se tratase, con la vista perdida al frente y con la ropa rota. Una idea bastante descabellada pero no imposible se pasó por mi mente.- Iré a por ella.- Agarré a Bill por el brazo y lo detuve. Podía ver a la misma niña de tres años que mató a un ser inocente porque me había pegado, la misma bestia que por todos los medios yo había intentado que saliera para que así pudiese defenderse. Ahora, estaba caminando hacia el interior del bosque como un alma en pena con un dolor que hasta yo llegué a sentir.

-Iré yo.- Salté de la copa del árbol al suelo y la comencé a seguir.

No parecía saber a dónde ir ni qué hacer pero allí estaba, destruida y abochornada como yo la había hecho sentir más de una vez. Ella era el resultado de mis planes para matarla moralmente y lo había conseguido. Había convertido a la dulce y tierna Lilith, en el monstruo que yo quería que fuese para que así no me costase trabajo acabar con ella. De pronto, había conseguido mis planes pero ¿era eso lo que realmente quería?

Apareció la persona que menos me esperaba, Rachell. Hablaba con ella con una cara de ¿miedo? A Lilith no llegaba a verla pero sí sentía como la rabia la iba quemando por dentro y tener a Rachell ahí no entraba en mis planes.

Como si de una bestia se tratase, se tiró encima de Rachell sin importarle los gritos que ésta le daba para que parase. El olor a sangre y la vida que desparecía de Rachell llegó hasta mí. Se suponía que tenía que pararla antes de que la matase pero era incapaz de ver a la bestia que yo mismo había creado.

Salí de entre los árboles y me tiré sobre ella y su cuerpo quedó bajo el mío. Sus ojos estaban rojos y muy abiertos. Toda su boca, su cuello y su escote estaban manchados de sangre. Respiraba agitada como conmocionada por lo que estaba haciendo. Así se quedó, hasta que comenzó a llorar como una cría. Se encogía sobre el suelo y se tapaba la cara como otras veces había hecho sólo para que yo no la viera llorar. La débil Lilith había regresado y lo había hecho destrozada por dentro.

-¡¿Estás loca?!- Le grité. Había cometido una locura que pagaría caro si Rachell moría.- ¡¿Crees que eres un monstruo para hacer eso?! ¡Eres una puta loca!- Me puse de pie y la dejé en el suelo acongojada y en posición fetal, tapándose la cara y llorando a la misma vez.- ¡No eres consciente de lo que significar matar a alguien! ¡Tú no lo soportarías! ¡¿Qué coño te pasa?!

-Para.- Susurró. Me hice el loco para no escucharla y seguir gritándole. Nunca la había visto tan acabada como ahora.

-¡Eres una zorra suicida!- Me agaché y la obligué a que me mirase cogiéndola por los pelos y levantando su cabeza. Me quedé impactado justo en el momento en el que vi sus ojos cargados de lágrimas rojas, lágrimas de sangre que juré vérselas derramar a Adam.

-Lo... lo...sien... siento.- La solté y me levanté, aunque me sonase raro decirlo, asustado.- No... no me... mi... mires.- Volvió a su posición de antes y yo me quedé en shock con la imagen tan extraña que había visto.

-¿Qué te ha pasado?- Me saqué un cigarro y lo encendí. La puta nicotina no me evadiría tanto como un buen chute o un porro de hachís pero sí lo suficiente para centrar algunas cosas en mi cabeza.

-No puede decírtelo.

-¿Por qué?

-Porque te voy a dar asco y yo no quiero que me lo tengas.- Se fue levantando poco a poco del suelo hasta ponerse completamente de pie.- Necesito morir.- Se acercó a mí tambaleándose y casi cayéndose.- Termina lo que empezaste.- Me cogió la mano y la llevó hasta su pecho ensangrentado.- Hazlo.- Sentí bajo mi mano algo insignificante, minúsculo y sin más importancia de la que ella le daba. Una vibración débil que supuso una descarga eléctrica en todo mi cuerpo.

-No puedo.- Me quedé absorto observando su pecho por si lo volvía a sentir. Sentía sus ojos clavados en mí como alfileres que agujereaban todo mi cuerpo.- Lo he... sentido.- Ni yo mismo me creía lo que estaba diciendo, parecía un lunático intentando buscar algo de vida en un cuerpo muerto como el mío.

-¿Qué has sentido?- Ni ella parecía entenderlo. Puso su mano sobre mi pecho y cerró los ojos.- ¿Lo ves? Hasta los monstruos podemos sentir.- La vista se me nubló un segundo cuando lo volví a sentir. Otra vibración insignificante que quebraba algo dentro de mí.

-Tú no eres un monstruo.- Cogí su mano y la aparté de mí. Ella sonrió con tristeza resignada a que la bestia que tenía delante era incapaz de comprender lo que albergaba su cuerpo y era cierto. ¿Cómo podía creer en algo que yo nunca había sentido? ¿Sentimientos? Desconocía el significado de esa palabra de la que todo el mundo alardeaba tener. Hipócritas ignorantes que no entienden que eso no existe, que sólo es una palabra para explicar comportamientos extraños como el que estaba apunto de hacer yo ahora.

Agarré sus brazos con mis manos y la besé. No sabía por qué pero en ese momento era lo que me apetecía hacer como las otras veces, sin remordimientos, sin importarme que fuese mi hermana o sin importarte su miedo y sus “sentimientos”. Pero a diferencia de otras veces, no planeé lo que pasaría después de besarla, en qué le diría o qué haría para que dejase de creer cosas equivocadas sobre mí. Ahora, lo único en lo que me centraba era en su boca y en las lágrimas que bajaban a toda velocidad por su suave rostro. Sentía como su dolor, tristeza hasta que el odio hacia ella misma pasaba por mí para eliminarlo de su cuerpo.

-No te vayas, no soporto que lo hagas.- Repitió mis mismas palabras en un débil susurro cuando separé nuestros labios.- Te quiero.- Dejé de pensar con claridad como cada vez que salían de su boca esas dos malditas palabras de ocho letras. Eso era algo más enloquecedor que cualquier droga, el mejor orgasmo o la mejor sangre del mundo. El miedo con la que las pronunciaba sin mirarme y con el rubor de sus mejillas era todo lo que necesitaba para perder el control de mí mismo.

-Yo tampoco soporto que te vayas.- Me lancé de nuevo a su boca como si fuera a desaparecer. Seguía llorando y rogándome entre dientes que parase pero yo no podía. Enloquecí como me pasó esta tarde. Esas putas palabras que no me dejaban pasar. Sólo necesitaba otro “no soporto que te vayas” para que me abandonase a lo que tanto tiempo me había negado, a recuperar al antiguo Tom que ella mató.



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