Capítulo 33
Capítulo 33
By Tom
Dos segundos, varios pasos, varias respiraciones y estaría allí. Sólo
dos putos pasos me separaban de donde estaba, la sentía. Sin embargo, llevaba
media hora metido en el coche después de haber llegado a la universidad. Había
visto como todo los alumnos habían salido, incluso había podido distinguir a
Emily y Oliver entre la multitud.
Lilith podía estar herida, desangrándose, gritando ayuda y aun así, yo
era incapaz de sacar un pie del coche y ver qué había pasado. Mi incapacidad
para salir era justificable. No podía imaginarme a Adam junto a ella, ni
siquiera hablando. Y si mis sospechas eran las acertadas y ese hijo de puta le
había hecho un mínimo rasguño, no sería consciente de mis actos... como
siempre.
No estaba hablando de Adam o de un estúpido chucho. Esto se trataba de
Lilith, sólo de ella. Nadie, absolutamente nadie, podía hacerle daño a una
persona que se ha arriesgado por ti. Que te ha dado su sangre, que se ha
enfrentado a toda su raza por ti, que ha entregado parte de la pureza que
tenía...
¿Pero qué estaba diciendo? ¿No había sido eso precisamente lo que yo
había hecho con ella?
Sí, todas y cada una de las cosas que al llegar a casa mi madre me
recriminaba y por las cuales, lloraba. Veía como su hija sufría a causa de un
monstruo sin corazón que la destrozaba poco a poco, lentamente,... hasta que de
ella sólo quedase unos ojos apagados y lágrimas rojizas manchando su rostro.
Abrí la puerta deseando no encontrarme nada que me hiciera perder la
cabeza. Una vez cerrada, ya no había marcha atrás.
Dos segundos, varios pasos, dos respiraciones y estaría allí.
Revolví la esquina que daba acceso al recóndito callejón de detrás de
la universidad, donde la mayoría de los estudiantes se metían para follar,
emporrarse o cosas varias.
-¡Señor!- Harold apareció corriendo de la nada, con gotas de sudor
recorriendo su frente y los ojos desencajados.
-¿Dónde está?- Levanté un poco la cabeza para ver por encima de Harold
pero no vi nada.
-Sígame.- Anduve tras él a paso lento. Cuanto más profundo nos
adentrábamos, más fuerte era el olor a sangre. Frené en seco cuando escuché un
leve sollozo, un gemido casi inaudible para cualquiera pero que yo había
escuchado muchas veces.- Señorita.- Harold se agachó en el suelo tapándome lo
que podría ser ella.- Su hermano está aquí.- El gigante que la protegía se puso
de pie y se echó a un lado, lo suficiente para verla.
No parecía ella. Era un bulto en el suelo, sin forma, sin vida y
manchado de rojo. Sólo se le podía distinguir parte de su pelo rubio casi
blanco tapando su cara. A su lado, un cuerpo tumbado en el suelo y también
bañado en sangre.
Su cabeza se fue levantando poco a poco de entre sus brazos agarrados
débilmente a sus rodillas. Sus ojos alcanzaron los míos, unos ojos aguados y
apagados. Eran los últimos que vi antes de irme a Nueva York, los mismos que me
habían atormentado noche tras noche. Los ojos de una niña, de la Lilith de tres
años que vino corriendo a mi cuarto cuando mató a Andreas. Tenía la misma cara,
el mismo aspecto, y en realidad nunca había cambiado. Era una niña pequeña atrapada
en el cuerpo de una chica de dieciocho años.
Volvió a bajar la cabeza y apoyó unos brazos temblorosos en el suelo
humedecido de Londres. Cuando por fin consiguió ponerse en pie, después de
amagos de caídas, dio un paso, un único paso que le sirvió para ponerse frente
a mí a más de cinco metros de distancia.
Tomé mi segunda respiración honda, dí mi segundo paso y en lugar de ser
yo el que estuviera ahí, fue ella. Llenó todos sus pulmones de aire y empezó a
correr en mi dirección dejando que las lágrimas que salían de sus ojos flotaran
en el aire por la velocidad. Pequeñas gotas minúsculas que se perdían entre las
que estaban empezando a caer.
Un fuerte golpe justo en mi pecho que pasó por alrededor de mi espalda.
Miré hacia abajo y allí estaba. Abrazada a mí, con las manos agarrando mi
camiseta y con la cabeza pegada a mi torso.
Sus lágrimas pronto empezaron a calar mi camiseta, ¿o era la lluvia?
Qué más daba. Ella estaba ahí, agarrada fuertemente a mí, llorando como lo
hacía de pequeña, como si fuera un bebé. ¿Qué se supone que tenía que hacer?
¿Abrazarla? ¿Decirle que todo estaba bien? ¿Qué haría cualquiera en mi lugar?
-Lo... lo sien... siento.- Sus labios rozaban mi camiseta que
transmitía una suave caricia sobre mi piel. De ella sólo quedaba una voz rota,
vacía,...- Per... perdo... perdóname.- ¿Qué la perdonase? ¿El qué?- Soy... soy
un... monstruo.- Pese a tenerla destrozada y abrazada a mí, era incapaz de
abrazarla yo también.- ¡Soy un monstruo!- Sus llantos e hicieron más sonoros y
vi como Harold se estremecía ante ellos. ¿Debería de hacer yo lo mismo?
¿Estremecerme?
-Señorita, usted no...- Harold calló cuando agarré sus brazos los
cuales me rodeaban, y la puse ante mí. Bajó la cabeza, estaba avergonzada por
lo que había hecho, lo sabía.
La agarré de la barbilla y la obligué a mirarme. Desviaba la mirada
hacia otro lado, evitando que clavase mis ojos en sus pupilas. La lluvia se
había intensificado sin darme apenas cuenta. Bañaba su cuerpo que se deshacía
en temblores mientras lo único firme eran mis manos.
Su cara seguía empapada aunque ya no distinguía si por las lágrimas o
por la lluvia. Tenía la misma expresión que cuando era pequeña. Se mordía el
labio para intentar controlar los llantos, sus ojos esquivaban a los míos y los
puños los mantenía fuertemente cerrados. Era la Lilith que lloraba cuando yo le
reñía de pequeña por hacer cosas que no debía. La misma, sólo que con un cuerpo
que todavía no le pertenecía.
-Yo...- Dejó de hablar en cuanto mi mano se estampó en su mejilla
izquierda. De un momento a otro, su expresión cambió por completo. Sus ojos se
abrieron mostrando sus pupilas claramente dilatadas, su pelo voló junto a su
cabeza que se movió por el golpe, y aun así, no se había movido un ápice del
sitio.- Está... está bien.- Harold dio un paso hacia delante cuando vio como
Lilith se tambaleaba al andar.
-¡No está bien!- La agarré del brazo hasta acercarla un poco a mí.
Sabía las ganas que tenía Harold de salir en defensa de su protegida. Pero no
podía. Para eso era yo un Sangre Pura, ¿no?- ¡Reza para que no esté muerta!
¡¿Por qué coño siempre haces lo que te da la gana?! ¡Te libraste una vez del
Consejo! ¡¿Crees que te vas a librar esta vez si la has matado?!- Me miró
aterrorizada como si le dijera a una cría que si se portaba mal venía el coco o
el hombre del saco.- ¡Está prohibido matar, y tú vas y te pasas eso por el
forro!- Le solté el brazo mosqueado y de mala gana. No tenía ganas de estar más
tiempo allí. Mi ropa ya estaba empapada y si me quedaba más tiempo tendría que
hacerme cargo yo del cuerpo.
-Lo... lo siento... mucho.- Me paré antes de volver la esquina del
callejón. Me di la vuelta al escuchar su voz temblorosa. No, estaba tiritando.
Ni siquiera me había dado cuenta que su ropa estaba manchada de sangre, que
parte de su cara también y que el agua se había hecho dueña de su ropa
haciéndola tiritar de frío.- Tienes razón, hermano.- ¿Qué? ¿Hermano?- Pero es que necesitaba sangre, tenía mucha
sed y ella...- Sed de sangre, de la mía. Estos dos años sin probar mi sangre
habían aumentado sus ganas de ella. Esa necesidad sólo se podía sustituir con
sexo y que ella estuviera así, era un claro ejemplo de que no se había tirado a
nadie.
-¿Estás satisfecha ahora?- Mi pregunta iba con doble sentido y ella lo
notó de inmediato. Me miró como rogándome que por favor no le preguntara eso.
Mi pregunta le dejaba entrever mis intenciones. La de que yo la mordiese o
viceversa.
-Mu... mucho.- Lo estaba, ahora lo estaba. Dentro de varias horas
necesitaría más.
-Señor, ¿qué hago con la directora?- ¡Mierda! Se me había olvidado.
-Haz con ella lo que quieras, Harold.- Me di la vuelta y empecé a
caminar hacia mi coche. Estaba cansado, yo también necesitaba beber algo. En
realidad, ese algo era a ella...- Lilith.- Aunque le daba la espalda, notaba su
mirada clavada en mi nuca.
-¿Sí?
-Vamos, te llevaré a casa.
-¿A...a casa?
-¿No pretenderás quedarte aquí empapada?- Dejé de notar su mirada,
luego una débil sensación en un transcurso de varios segundos, a continuación,
una respuesta.
-Gracias, Tommy.- Me quedé rígido cuando escuché su “Tommy”. Así me
llamaba cuando éramos pequeños, así gritaba mi nombre cuando me veía o así, ese
mismo nombre era el que utilizaba cuando clavaba mis colmillos en su cuello, en
un leve susurro en mi oreja.- No sé qué hubiese hecho sin ti.- ¡¿Qué coño era
eso?! ¿No estaba enfadada conmigo? ¿No me dijo que me odiaba? ¿Qué deseaba que
me muriese?... ¿Me había perdonado?
Comencé a caminar sin hacerle mucho caso a mi cabeza. Ese era el efecto
secundario que ella provocaba en mí, el pensar. Me comía el tarro dándole
vueltas a cada una de sus palabras, intentando descubrir que encerraba cada una
de ellas. Lo peor era cuando no decía nada. Los silencios era mortales. No
sabía qué se le pasaba por la cabeza, qué callaba para ella como un secreto
oculto que jamás podría ser descubierto.
Odiaba pensar en esas cosas. Nunca, en mis muchos años de vida había
estado como estaba ahora. Cada paso que daba era cuestionado por una puta voz
que no me dejaba tranquilo y que sólo aparecía cuando ella estaba. Jamás me
había preocupado las consecuencias de mis actos, de ninguno de ellos. Por eso
la odiaba, y mucho. Me hacía comportarme como alguien que no era, como un
humano con sentimien...
-Entra.- Abrí mi coche y me metí en él. Lilith imitó cada uno de mis
pasos hasta sentarse en el asiento del copiloto. Temblaba por el frío y por el
agua que resbalaba lentamente por su piel. Mi mano se movió sola hasta el botón
para encender la calefacción del coche.
By Lilith
El baño me había sentado muy bien. Haber podido quitarme la sangre de
la directora de todo mi cuerpo me había ayudado a salir del trance en el que
estaba inmersa desde hacía ya varias horas.
Vi mi ropa teñida de rojo en el suelo. Debería de echarla a lavar o
simplemente tirarla pero no podía. Cuando fui a quitármela lo olí. Su olor se
había quedado incrustado en ella cuando me abracé a él. En esos momentos sentí
como mi cuerpo se hacía pequeño al estar junto al suyo. No pude controlar salir
desesperada hasta él. Cuando lo vi allí parado, con el rostro inexpresivo,...
fue como el típico héroe que salva a la princesa en apuros. Por un segundo,
mientras estaba pegada a él, sentí a mi hermano, al lejano Tommy que un día se
fue para no aparecer más.
Ahora estaba en su casa pero sin el miedo que tenía normalmente. Me
sentía segura aquí, protegida de no sabía muy bien el qué y con la confianza de
que Tom hubiese entendido mis indirectas de perdón. Porque sí, le había
perdonado como la mayoría de las veces. Y es que no podía estar enfadada con él
después de lo que me dijo Bill. Había cambiado, lo percibía de alguna u otra
manera. Mis sentidos me decían que una parte de mi adorado Tommy estaba
saliendo a la luz.
Salí del baño del cuarto de invitados de casa de mis hermanos y me
tumbé en la cama aún con la toalla entrelazada en mi cuerpo. Hacía rato que la
lluvia se había vuelto más violenta. El fuerte viento del norte empujaba las
gotas contra la ventana haciendo un ruido ensordecedor acompañado de los
truenos.
Agarré el diamante de mi collar. Lo mantenía oculto para que nadie lo
viese, ni siquiera alguien ajeno a mi historia con Tom. Eso era lo único que me
mantenía unida a lo que algún día pasó entre él y yo pero que había
desaparecido de un segundo a otro. Debería de deshacerme de él para así poder
ser libre de nuevo. Si lo hacía quizás pudiese volver a ser la Lilith de años
atrás, la que quería a su hermano con locura, la que hubiese dado su vida por
él pero que aun así, jamás se le hubiese ocurrido hacer nada más allá de lo
fraternal con él.
Dos golpes secos hicieron que la madera de la puerta sonase. Estaban
llamando y por lo visto sólo podía ser una persona ya que no había nadie más en
la casa. Me levanté débilmente mientras sentía como su presencia se hacía cada
vez más fuerte. Apoyé la frente en la puerta percibiendo el olor de mi hermano.
Se colaba por cada poro de mi piel y luego, se quedaba ahí esperando a que yo
reaccionase.
Dos nuevos golpes me sacaron de mi nube particular. Apoyé la mano en el
pomo de la puerta y abrí muy despacio sin estar preparada para verlo de nuevo.
Levantó la cabeza cuando la puerta se abrió por completo. Él también se había
cambiado de ropa. Ahora llevaba una especie de pantalones de chándal XXXXL
negros, una camiseta blanca de la misma talla y una banda negra y blanca que
tapaba su frente. Sus ojos se clavaron en el diamante de mi cuello y yo,
alarmada por la cara tan extraña que puso al verlo, me lo tapé con la mano.
-Toma.- Me tendió lo que parecía algo de ropa y se dio la vuelta. Su
pinta chulesca al andar eran de lo más... ¡No! Era mi hermano, mi Tommy, mi
vida...
-¡Tom!- Lo llamé cuando empezó a bajar las escaleras. Giró la cabeza y
me miró de reojo.- Gra... gracias por todo.- Cerré la puerta de golpe
avergonzada de no sabía qué.
Estaba sudando como un pollo y apretaba fuertemente la ropa que me
había dado entre mis brazos. Un calor sofocante empezó a recorrerme el cuerpo,
de los pies a la cabeza, sin dejarse un centímetro. Nunca me había sentido de
esta manera o bueno quizás sí. El día de la fiesta en la piscina de Peter. La
misma sensación de cuando vi a Tom acercarse nadando a mí, cuando se pegó y me
dijo si estaba... cachonda. Pues bien, ahora estaba sintiendo lo mismo sólo con
la diferencia de que mi sangre burbujeaba en mi interior. Lo necesitaba pero no
sabía muy bien qué necesitaba de él precisamente...
Cogí la ropa que me dio y me la puse. Era una camiseta extraña ancha y
unos bóxer también enormes. ¿Se suponía que tenía que ponerme eso? Lo cierto
era que no me quedaba otra opción a parte de salir en toalla por toda la casa.
Una vez que me lo puse, salí de la habitación rumbo al salón. La ropa
olía a él, toda la puñetera casa olía a él y encima mi calor estaba empezando a
hacer estragos en mí. Pero eso sólo pasaba cuando la palabra “Tom” se aparecía
en mi cabeza. Cada letra de su nombre hacía que mi cuerpo ardiese, que la
sangre que recorría mis venas burbujease en mi interior, y todo eso sin estar
él presente. ¿Qué rayos me pasaba?
Cuando llegué al enorme salón, vi a mi hermano despatarrado en el sofá
viendo la tele. Sabía de sobra que se había percatado de mi llegada y con todo,
no se movió un ápice de su posición. Sus pies sobresalían del sofá y su cabeza
descansaba en el reposa brazos mientras yo permanecía en el marco de la puerta
observando a Tom de lejos. No sabía si acercarme o no, si lo hacía, las
consecuencias que eso podría acarrearme más tarde. ¿Y ahora me preocupaba eso?
¿Qué más podía hacerme?
-¿Cómo te queda la ropa?- Su voz hizo que diese un bote en el sitio. No
me lo esperaba y mucho menos ese tono. Parecía relajado, tranquilo, pero con
inseguridad. Notaba como su pregunta no había sido gritada o segura como
siempre solían salir sus palabras, sino suave como si estuviésemos al lado.
-Bi... bien.- Estrujé la camiseta entre mis dedos, su camiseta...- Me
está un poco grande pero supongo que es mejor que nada.- Si su voz, pese a ser
diferente, sonaba confiada, la mía era un claro ejemplo de nerviosismo total.
Cada dos palabras, me trababa y eso no era nada comparado con como me estaban
empezando a sudar las manos.
-Nada es mejor que mucho.- No entendí muy bien lo que dijo pero aun
así, sus palabras seguían pareciéndome atrayentes. Pero, ¿cuándo realmente
había escuchado todo lo que decía? ¿Cuándo había dejado de mirarle a los ojos
para prestar atención a sus palabras? Nunca, siempre me quedaba hipnotizaba con
el movimiento de sus labios al hablar o en cada pestañeo, respiración...
¡Basta!
-¿Cuándo me vas a llevar a casa de los tíos?- Mi hermano se incorporó
en el sofá y se sentó dejando que su cabeza reposara en el respaldar.
-¿Quieres irte ya?- ¿Quería? Ni yo misma lo sabía. Por un lado, estaba
deseando quitarme del medio, de su lado, para así desprenderme de los
pensamientos que me perturbaban. Por el otro, quería quedarme. Estar con él en
el sofá sin decir nada, simplemente sintiendo que él estaba a mi lado. Sólo
quería sentirme protegida...
-No, sólo que se van a preocupar.- Tenía los ojos cerrados y respiraba
ruidosamente. No sabría describir como me sentía en esos momentos cuando sus
suspiros llegaban hasta mí haciéndome recordar cosas que creí haber enterrado
para siempre.
-Hoy te quedarás aquí. Mañana hablaré con ellos para decirles que
vivirás con nosotros.- Abrió los ojos y miró hacia abajo. Una chica apareció
delante de él completamente desnuda y limpiándose la boca. Tras una reverencia
un tanto peculiar, salió corriendo no sin antes dedicarme una mirada fugaz.- Ya
no necesitas su protección.- Me era imposible articular palabra después de lo
que acababa de ver o peor, de lo que me imaginé.- ¿Me estás escuchando?- Tom se
levantó del sofá y en menos de una milésima de segundo, estaba frente por
frente.
-¡Sí!- Bajé la cabeza para no verlo. Si lo que había “supuesto”
resultaba verdad, me daría una vergüenza horrible mirarle a la cara después de
ésto.- No... no hace falta que me quede aquí. Estoy bien con ellos.- Sentí el
roce de sus dedos en mi barbilla y la siguiente elevación de ésta hasta chocar
sus ojos con los míos. Su piel estaba tan fría que me produjo un escalofrío, ¿o
era por como me miraba?
-Ya no necesitas que te protejan, ni ellos ni Harold ni Alfred.- Sus
dedos descendieron poco a poco en un recorrido que me pareció una eternidad. Su
mano paró justo encima de mi corazón y se quedó ahí parada.- Ahora estamos
nosotros para protegerte,... estoy yo.- Me quedé hierática con esas últimas
palabras. Una lágrima fugaz e indefensa se atrevió a escaparse de mis ojos,
rápida y veloz pero lo suficientemente astuta para que mi hermano la
contemplase antes de perderse en mi cuello.
-Gra... gracias.- Y en ese momento, en ese segundo que vi sus ojos
entronarse antes de que mi cabeza se perdiera en su pecho, sentí a mi Tommy.
-Sólo que tu guardaespaldas personal requiere un pago.- Me separé de él
pese a lo cómoda que estaba. ¿Un pago? ¿Quería dinero?
-¿Un... un pago?
-Protegerte hace que gaste mucha energía.- Un flash, un palabra que
hacía que perdiese lo poco de humana que todavía mantenía en mi interior.
Sangre. S-A-N-G-R-E. Cada una de esas letras que formaban la palabra prohibida
entre hermanos.
-¿Mi... mi... mi sangre?- Beber de la sangre de tu hermano, beber tu
sangre, arrebatar la esencia de otro ser... ésto entre hermanos era peor que
tener sexo.- ¿Quieres mi sangre?
-¿No te parece un trato justo? Tú necesitas la mía y yo... yo...- Quitó
su mano de mi corazón y se puso recto. La tranquilad en la que estaba inmerso
antes desapareció. Ahora parecía intranquilo.
-También la necesitas.- Completé su frase con miedo a que me gritase y
me dijera que los monstruos, como él se llamaba, no necesitaban nada. En lugar
de eso, me agarró del brazo y me llevó hasta el sofá. Debería de tener miedo
conociendo toda la bestialidad que podía llevar dentro, pero no lo tenía. Era
más, ahora lo necesitaba más que nunca.
-Túmbate.- Asentí como una tonta y me tumbé en el sofá. Visto desde
abajo, Tom imponía más. Me observaba con mirada crítica cada centímetro de mi
cuerpo.- ¿Crees que la necesito? ¿Crees que te necesito a ti?- Negué con la
cabeza repetidas veces dejando claro que no lo pensaba, y no lo hacía. Tom no
necesitaba nada ni a nadie.- Te equivocas, como siempre.- Vi como su cuerpo se
aproximaba al mío hasta ponerse a cuatro patas sobre mí.- Llevas mucho tiempo
equivocada.- Me apartó el pelo de la frente con una delicadeza impropia de mi hermano.-
¿Quieres que lo haga?
-¿Desde cuándo me preguntas?- Agarré su ancha camiseta con mi mano
temblorosa para que se boca estuviese cerca de su objetivo.- Hazlo, yo sí te
necesito.- Mis pensamientos salieron en forma de palabras para asombrar a mi
hermano, el cual enarcó una ceja interrogante. Fue una pequeña grieta que dejó
salir parte de mis pensamientos enterrados. ¿Por qué negarlo? Me estaba
engañando a mí misma intentando hacerme a la idea de que no lo necesitaba.
Mentía. Ahora que había visto una pequeña parte de mi Tommy, quería más, lo
necesitaba más,... mucho más.
-Te arrepentirás, lo sé.- Mi otra mano acarició su cara lentamente
sintiendo la frialdad de su piel. Ese contacto, como todos, era mi punto de
unión con él. Me pasaría horas, días, meses, años, la eternidad, en esa
postura.- Llorarás y volverás a odiarme.- ¿Odiarlo? Nunca lo había hecho
realmente. El odio es algo que permanece y que no se borra pase lo que pase. Lo
odiaba, claro que lo hacía, pero no se podía llamar “odio” a algo que estaba
tan arraigado con un sentimiento mucho más fuerte.
-Tommy, te he echado mucho de menos.- Las lágrimas tomaron el relevo de
mis palabras y así dejé que con la miraba se dijera todo, o más bien nada. Con
Tom había que hablar o mantenerse callada para siempre.- Iremos al infierno de
todas formas.- Esbocé una sonrisa sin ganas para que las lágrimas dejaran de
tener el papel principal.
-Tal vez el infierno sea un lugar acogedor.- Por fin sentí su aliento
en mi cuello y el posterior dolor que indicaba que sus colmillos habían
traspasado mi piel. Su mano tapó mi boca antes de que pusiese gritar por el
dolor que producía sus afiladas cuchillas atravesando mis venas.
Hacía tanto tiempo que no me sentía dentro de él que la sensación me
resultaba desconocida y dolorosa. Pero como todo lo desconocido y doloroso
cuando pasa un tiempo se vuelve conocido y placentero, y esto no era una
excepción. Me gustaba sentir como, esta vez, era yo la que poseía cada rincón
de su cuerpo. Esta magnífica sensación, inimaginable para cualquier humano, me
hacía sentir “algo” para él y me daba igual si ese “algo” era menos que una
hormiga.
Su mano se apartó de mi boca y se deslizó hasta mi pecho como antes
había hecho. No entendía ese recorrido extraño que ya había repetido. Hacía que
mi cuerpo temblase con su mano ahí. Entre eso y sus suspiros ahogados por las
ansias de mi sangre, me sentía como si volviese a tener tres años.
Nunca nadie comprendería jamás lo que se podía llegar a sentir bebiendo
tu propia sangre o siendo mordida por esa persona tan especial en tu vida.
Porque el Infierno estaba lleno de personas, que como Tom y yo, preferían lo
prohibido a algo que ya tenían. Y esto hasta las civilizaciones más antiguas lo
sabían. “Prohibido” de la preposición “pro” más el verbo “habeo” que en latín
significa “algo que está delante”. Eso que yo tenía delante era a mi hermano,
mi pecado, mi obsesión, mi algo prohibido,...
El Infierno era nuestro sitio, donde las cosas prohibidas estaban
permitidas... Un lugar acogedor.
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