Capítulo 25

Capítulo 25


By Adam


¿Porqué no lograba sacármela de la cabeza? Me estaba empezando a desesperar. Anoche le mandé el mensaje, era un poco tarde pero eso no explicaba que no me hubiese contestado. Tenía que relajarme o terminaría por perder la poca cordura que me quedaba.

Me di la vuelta en la cama, aún dormía... Su maquillaje estaba corrido y manchaba su cara. El sudor, el vicio y la lujuria se habían apoderado de mí y yo, me desahogué con la persona más inocente que encontré. La había utilizado para calmar mis impulsos, la había hecho creer cosas que no sentía y lo peor, en mi mente no era ella la que había estado en mi cama gritando mi nombre. Mis oídos sólo escuchaban su nombre, mis manos sólo tocaban su cuerpo, mis labios sólo besaban los suyos y mis ojos sólo la veían a ella, a Elizabeth.

Me estaba empezando a obsesionar demasiado por ella pero tenía algo que me atraía peligrosamente y aún sabiendo el peligro que corría por estar a su lado, volvía a caer como un tonto. Ella era tan dulce, sensible e increíblemente estupenda en todos los sentidos.

Cogí mi móvil y le volví a escribir otro mensaje. Me prometí a mi mismo que sería el último que le escribiría si no volvía a contestar. ¿Y si estaba enfadada? Le dije que no la creía  cuando dijo que era ella en el mensaje.

No sé si habrás recibido el anterior mensaje pero aún espero tu respuesta. Espero que estés bien. Besos.
Adam.

Lo envié. Mi corazón palpitaba por la emoción y la intriga de si contestaría o no. No soportaba más esta espera infundada por mí mismo. El móvil sonó tan fuerte que me asusté. Lo cogí a la velocidad de la luz y empecé a toquetear la pantalla para que me mostrara el mensaje por el que no había dormido en toda la noche. Parecía que ya lo tenía escrito y listo para enviármelo...

Me alegro mucho de que por fin te hayan dado el alta, lo esperaba con ilusión. Todavía no sé si iré y si irán mis hermanos. De todas formas, espero que te lo pases muy bien. Siento no haberte respondido antes, últimamente me centro en cosas menos importantes, soy estúpida.

-¿Adam?- Se había despertado, seguramente, por el sonido del móvil.

-Buenos días.- Intentaba responder su mensaje sin parecer un auténtico loco por como escribía. No quería que me notara la emoción del momento.-¿Has dormido bien?

-Sí.- Se incorporó en la cama y se tapó con la sábana cosas que ya había visto yo antes.- ¿Qué haces?

-Estoy enviándole un mensaje a... a... un amigo.

-Entiendo.- La cama se movió cuando ella se levantó de ella.- Será mejor que me vaya, estás ocupado.- Se empezó a vestir pero no me preocupé, tenía que enviarle el mensaje.

-Espera un segundo.- Le di a enviar y salí tras ella.


Espero que nos veamos allí... No digas que eres estúpida porque no lo eres, en todo caso lo son tus hermanos (como tú los llamas) ;D


-Es tarde y yo entro a las dos en el hospital.- Estaba dispuesta a salir cuando la agarré del brazo. No era justo que se fuera así después de lo de anoche.

-Rachell, espero que lo de anoche no se interponga entre nuestra amistad.- Me sentía rastrero. Ella no se merecía que la utilizase para descargar toda mi “frustración”.

-Tranquilo, creo que ahora nos hemos hecho más íntimos.- Sonrió y sus mejillas sonrojadas resaltaron en su tono de piel.- Nos vemos esta noche.- La puerta se cerró ante mis narices.

Decidí haceme algo de desayunar, me había levantado con hambre. Era increíble la manera en la que me había recuperado. La herida del cuello casi había desaparecido por completo y ya apenas me dolía nada.

La tostadora sacó las tostadas calentitas. Necesitaba comer algo o me marearía como anoche. Aún tenía un sabor raro en la boca que no conseguía quitármelo. No era para nada desagradable, incluso diría que dulce pero no sabía el porqué me recordaba a ella, ¿qué no lo hacía?

La timbre de la puerta sonó, quizás fuera Rachell que se la habría olvidado algo... La abrí pero allí no había nadie. Salí y me asomé por las escaleras, aunque me jodiera reconocerlo, tenía miedo. Pensar que podría ser Tom me helaba la sangre.

Cuando me giré para entrar en casa, lo vi sobre el suelo, era un paquete. Mi desconfianza hizo que me acercara lentamente a él y que leyera desde lejos el nombre de la persona que me lo había mandado.

Los ojos se me abrieron como platos cuando leí su nombre escrito con su letra, la de mi padre. No me lo pensé mucho y lo cogí. Mi padre me había mandado un paquete y me hacía tanta ilusión pero, ¿y si era una trampa de los Kaulitz?

Me metí en casa con el paquete y lo dejé sobre la mesa. Me debatía si abrirlo o no. No podía arriesgarme a que fuera una trampa de Tom y si era mi padre realmente, ¿por qué le daba por mandarme cosas después de estar años sin saber de él?

Me decidí a abrirlo sin importarme las consecuencias. Rompí el papel desesperado para encontrarme una caja perfectamente precintada. Estaba muy nervioso por lo que podría encontrarme dentro. Pegada a la caja había una carta con el nombre de mi padre y el mío e igual que la caja que la contenía, tampoco tenía dirección.

La carta temblaba en mis manos. No sabía si realmente quería leerla. El repentino interés por mi padre, la falta de dirección y la manera en la que el paquete había llegado a mí, no me gustaban nada. Pero si no la habría me pasaría otra noche sin dormir, así que la abrí.

El corazón me dio un vuelco de tan sólo ver su letra impresa en el papel. Estaba tan perfectamente cuidada, tal y como la vi aquella vez que me mandó una carta para felicitarme por mi octavo cumpleaños.

Querido hijo:

Quizás te estés preguntando por qué te he mandado este paquete o peor aún, por qué demonios tengo la poca vergüenza de poner “querido”. Déjame responderte a las dos: el paquete contiene algo que es muy importante para mí y que quiero que tú tengas, y mi respuesta a la segunda pregunta no es otra que “porque te quiero”.
Puede que rompas la carta antes de abrirla o que lo hagas después, en ambos casos lo entendería.

Quise tantas veces sentarme delante de un papel y escribirle una carta a mi hijo pero siempre estaba ahí el miedo a que tu madre no te dejara verla nunca. Hoy, Adam, por fin me he atrevido a escribirle estas palabras al hijo que alejaron de mi lado. Hoy, me he dado cuenta que me estoy volviendo loco y que esta locura no parará hasta que estemos juntos de nuevo.

He oído que estás estudiando medicina, como tu padre. También sé que trabajas en un bar de camarero para pagar tus cosas, eres honrado, no has utilizado el dinero que te dio Jörg Kaulitz cuando tu madre murió, y de eso se basa una de mis intenciones al escribirte esto. Sé que te ves con una chica, Elizabeth creo, vampiresa por lo que sé y tu locura por lo que siento. Tú ya conoces de la existencia de esos seres diabólicos por eso aquí va mi consejo: Aléjate de ella o en su defecto, mátala, hazlo y bebe hasta la última gota de su sangre o de lo contrario lo hará ella. No es la chica que tú piensas que es, dulce, tímida, encantadora y sumamente delicada, la cruda realidad es mucho peor. Elizabeth no es nada de eso. Mi intención, antes de que te enamores de ella, es que erradiques este mal para siempre.

Déjame contarte algo: Hace mucho tiempo cuando el mundo no se conocía como es ahora, existían dos hombres, dos hombres que se odiaban a muerte a causa de una mujer. Uno de ellos era un vampiro, hijo de la persona más cruel que puedes imaginarte, el otro, un hombre lobo, un ser honrado que harto de las aberraciones a las que estaba sometido por culpa de aquel chupa sangre, cometió la mayor atrocidad que los vampiros no consentían, violar a la hermana y esposa del vampiro. Éste último en cólera, maldijo a toda la especie de los hombres lobo citando estas palabras: “Yo os maldigo a vivir en las sombras para la eternidad hasta que de uno de los nuestros nazca la tentación de todo hombre, una mujer.” Si no lo sabes, yo te lo digo, los vampiros no pueden engendrar hembras así que la condena permanecería para siempre.

Mil años después, la hermana y mujer de aquel vampiro, se quedó embarazada por segunda vez. A los oídos de los lobos llegó el rumor de que lo que esperaba era una niña. Cuando por fin lograron localizarla, se enteraron que la niña había muerto. Ninguno se lo creyó. Quizás la alejaron para que nunca la encontraran o quizás el heredero de su padre la matara, no se sabe. La insistencia por buscarla era porque bebiendo la sangre de la niña la maldición se rompería y serían los lobos quien mandasen sobre los vampiros.

Dirás que a qué viene esta historia, pues bien, esto no anda muy lejos de ti, es más, te toca de cerca. ¿Quieres saber el nombre de la niña? Su nombre es Lilith. ¿Por qué digo “es” y no “era”? Porque ella esta viva y eso significa que el fin de los lobos esta cerca. ¿Por qué quiero que te alejes de Elizabeth? Esa es una respuesta que te dejo a ti. No será difícil averiguarlo, estás rodeado de vampiros...

Espero que tus heridas se curen pronto y que tus dudas se solucionen. Puede que nos veamos pronto.

Atte. Markus Lambert.


¡¿Qué coño era todo esto?! No entendía nada de lo que ponía ¿ y las historia de hombres lobo contra vampiros, qué mierda era? O algo más desconcertante, ¿qué tenía que ver Elizabeth con todo esto?

Me levanté del sofá cabreado, sin desayunar ni abrir la caja. Me había mosqueado la carta de mi padre. Después de casi doce años sin saber nada de él, aparece con una carta con estupideces escritas. Pero hubo algo que me llamó la atención, los detalles sobre mi vida. ¿Cómo sabía que trabajaba, que estudiaba medicina, que no había cogido el dinero de Jörg Kaulitz, que el cabrón de Tom me había mordido y que conocía a Elizabeth? Aunque en algo no había acertado, decía que no me enamorase de ella, demasiado tarde, ya lo había hecho.

Miré la caja sobre la mesa. Aunque tuviera curiosidad por saber que había en su interior, la dejé allí cerrada junto a la carta. Las palabras de mi padre me habían desconcertado, sobretodo que el paquete no lo trajera un cartero o algo así, sino que apareció en la puerta como si nada y dudaba mucho que hubiese venido solo... No obstante, la carta sólo hizo que mi cabeza se hiciera un lío. No entendía por qué mi padre sabía tantas cosas de mí si él nunca había estado conmigo o peor, si a él yo nunca le había importado.

Mi madre me dijo cuando era pequeño, que él la había engañado y que si no nos íbamos nos iba a hacer daño. Siempre me pareció curioso ese detalle, mi madre hablaba de mi padre desde el respeto pero aun así, con miedo. Luego llegó, Jörg Kaulitz y fue cuando después de tanto tiempo volví a ver a mi madre sonreír. Se la veía tan feliz cuando estaba con él, hasta ese día...


Estaba en mi habitación estudiando para pasar a segundo de carrera con un suspenso en anatomía, era pésimo en esa asignatura y si no me ponía las pilas tendría que repetirla en segundo. Estaba seguro que la profesora me tenía manía porque de los treinta que éramos sólo habíamos suspendido dos, Charlie y yo. Era deprimente estar en el mismo saco que el chico al que su madre todavía le preparaba la comida para que comiese en la universidad. Aunque claro, no pensaba ni por asomo, llegar al diez que habían conseguido los Kaulitz y era eso lo que no entendía. ¿Cómo podía ser que estuviesen pasándose las clases por el forro, que aparecieran cuando les daba la gana y que encima sacaran sobresalientes en todas las asignaturas? Eran vampiros eso estaba claro pero ¿eso significaba que fueran tan jodidamente listos? Para mí que hacían chuletas o que se lo chivaban por algún lado.

Me golpeé con el libro de anatomía en la cabeza como si así consiguiese que la anatomía celular del cuerpo humano entrara en mi cabeza y me iluminase. Por mucho que Andreas, o más conocido como el “hermano postizo de los Kaulitz” me ayudase con esto no conseguiría sacármelo en la vida. Mi pregunta era, ¿sabían Tom y Bill que él me ayudaba por las tardes en la biblioteca? Seguro que sí, ellos lo sabían todo, no sabía cómo pero siempre se enteraban.

Me levanté de la silla y me fui a la cocina. Iría por un helado de chocolate para refrescarme un poco porque la calor que hacía no era normal. Abrí el frigorífico y empecé a rebuscar entre los congelados. Guisantes, carne, pescado, una cosa extraña que no sabía muy bien lo que era y unas cuantas bolsas de sangre. Me debería de haber impactado porque normalmente las personas no tenían sangre en su nevera pero desde que Jörg convirtió a mi madre, esto se había vuelto algo normal en mi vida.

Escuché en fuerte golpe de la puerta al abrirse y unos pasos apresurados por la casa. Salí de la cocina y vi a mi madre en el salón cogiendo unos cuantos papeles nerviosa. Sus ojos estaban rojos y por lo que sabía, eso no era bueno.

-Hola.- Intenté no parecer indeciso con mis palabras.

-Ho...hola, hijo.- Estaba muy nerviosa. Buscaba algo desesperadamente, como si le fuese la vida en ello.

-¿Buscas algo?- Una pregunta un tanto estúpida por mi parte pero que remedio...

-Sí, sí.- Cuando quise darme cuenta la tenía a mi lado mirándome con esos ojos rojos que aunque fuesen de mi madre, me seguían dando miedo.- ¿Has visto una foto?

-¿Qué foto?

-Una foto de una niña rubia de unos tres años. Es muy antigua, en blanco y negro y aparece sola. ¿La has visto?

-Creo que sí.- Anduve hasta el cuadro del lago Sörion que mi madre había comprado a un pintor callejero, y lo retiré. La caja fuerte estaba cerrada así que introduje la clave para abrirla. Después de un click, ésta se abrió y la foto que tan ansiosamente estaba buscando mi madre, cayó al suelo. Se agachó y la cogió. Sus manos temblaban no sabía si por nerviosos o miedo aunque su cara me decía que era la segunda opción.-¿Quién es?- Quise asomarme un poco para verla pero ella la retiró de mi vista.

-Tu peor pesadilla.- Salió corriendo, cogió su bolso y se fue.

Los comportamientos de mi madre desde hace unos días eran más raros que de costumbre. No hablaba mucho, comía sólo lo necesario y ni siquiera dormía. Desde que estaba con Jörg no era que durmiese todos los días en casa pero cuando lo hacía, escuchaba sus pasos por la casa a altas horas de la madrugada. Aunque ahora fuese un vampiro, no dejaba de ser mi madre y sabía que algo no iba bien.

Volví a irme a mi habitación con el bote de helado en la mano, estaba tan bueno... Volví a centrarme en los cuatro libros que había cogido de la biblioteca por recomendación de Andreas. Se suponía que todo esto lo habíamos dado pero a mí todo mi sonaba a chino.

Después de dos horas estudiando o intentándolo, me di por vencido. Me dolía la cabeza de tanta información en tan poco tiempo y encima mi madre no había llegado todavía.

Mi móvil empezó a vibrar con un número que desconocía. Dudé en cogerlo o no pero finalmente acepté la llamada.

-¿Sí?

-¿Es usted el hijo de la señora Hünter?

-Sí, ¿por qué?

-Soy el agente Bisse del cuerpo de policía de Hamburgo...

-¿Ha pasado algo?

-Verá, su madre ha tenido un accidente de camino al aeropuerto.

-¿Que-qué?

-Está en el hospital.

-Enseguida voy.

Le colgué, me puse lo primero que vi y salí escopetado escaleras abajo hasta mi coche. No veía nada,incluso llegué a saltarme varios semáforos en rojo. No me importaba, tenía que llegar lo antes posible al hospital para ver cómo estaba mi madre.

Una vez en los aparcamientos del hospital, salí corriendo hasta urgencias. Había gente fumando en la entrada, unos llorando, otros felices y Tom. No me detuve a mirarle o preguntar por mi madre, sabía de sobra que me encontraría con Jörg en el hospital y así fue.

Hablaba con un médico algo acalorado y cuando escuchó mis pasos por el pasillo, ambos se volvieron. La cara de Jörg no mostraba nada, la del médico, sin embargo, no sabía como describirla.

-¡Jörg!- Me puse a su lado sudando como un pollo.- ¿Dónde está mi madre?- La cara de Jörg por fin me dejó ver algo, algo que no me gustó.- ¡¿Dónde coño está, Jörg?!- Le agarré por los hombros y le zarandeé hasta que éste me agarró para que me tranquilizara.

-Adam, siéntate.

-¡No quiero!- Le quité las manos de encima mía y miré al médico.- ¡¿Dónde está?!

-Lo siento.- Nunca pensé que esa frase me dolería tanto. Nunca en mi vida imaginé que un “lo siento” fuese tan desgarrador como lo fue ese.

-No.- Negué con la cabeza varias veces, incluso me reí. Tendría que se una broma...- Dime que no es verdad.- Me senté en una de las sillas o me desplomaría en cualquier momento.- ¡Dime que mi madre no está muerta! ¡Dímelo!

-Adam, entiendo que esté mal pero intenta tranquilizarte.- Jörg hizo amago de tocarme otra vez pero me volví a levantar.

-¡¿Cómo cojones quieres que me tranquilice?! Mi madre está muerta, ¡muerta!- Me llevé las manos a la cabeza y respiré hondo.- ¿Dónde está?

-Yo te acompaño pero no creo que sea bueno que la veas así.

-Me da igual, quiero verla.- Jörg empezó a andar por el pasillo detrás del médico. Las personas que habían contemplado la escena nos miraban.

Llegamos hasta una puerta donde se pararon. Mi corazón latía a mil por hora por nervios, rabia, dolor o sentimientos incomprensibles para mí en estos momentos.

-¿Estás seguro de que quieres entrar?

-Sí.- El médico introdujo una tarjeta en una máquina que hizo que la puerta se abriera. Realmente, no estaba seguro si quería entrar o no. Me debatía entre recordar a mi madre por lo que había sido o tener como último recuerdo su cuerpo desangrado.

Ambos entraron y yo, con paso extremadamente lento y tembloroso, les seguí. El médico se paró en una de las cámaras que tantas veces había visto en mis prácticas con cadáveres en la universidad, y la abrió.

Una sábana ensangrentada tapaba un cuerpo sin vida, el de mi madre. Jörg me rodeó con su brazo los hombros pero esta vez no se lo quité, necesitaba sentir que no estaba solo.

El médico descubrió el cuerpo de mi madre tumbada en esa camilla. Un grito profundo salió de mi garganta, al igual que miles de lágrimas. Su mano me atrajo hacia él y yo me dejé llevar como un tonto.

Su cara estaba totalmente desfigurada y su pelo quemado quedándose muchísimo más corto de lo que lo tenía.

Lloré, grité y pataleé como un crío toda la noche. A pesar de los esfuerzos de Jörg porque me quedara en su “casa” para que no estuviera solo, prefería quedarme en la mía. No quería depender de nadie porque era eso lo que me había enseñado mi madre toda mi vida, el ser independiente y era eso lo que iba a hacer.


Fueron los peores meses de toda mi vida pero conseguí reponerme y sacar fuerzas de donde no tenía sólo por vengar su muerte, para desgarrar sus entrañas como él lo hizo con ella, porque desde aquel día en los baños de la universidad juré que acabaría con su asesino aunque yo también muriese en el intento.

Esa maldita frase que se repetía cada vez que lo miraba “Yo la maté y disfruté como un niño pequeño. Ver su sangre saliendo de su cuerpo es algo que no podré olvidar nunca.” Le intenté matar en ese momento pero no lo conseguí, tenía demasiada fuerza.

Ese fue el día en el que juré matar al asesino de mi madre, al ser más despreciable sobre la faz de la Tierra, a Tom Kaulitz.


[…]


Después de la carta de mi padre no tenía muchas ganas de ir a una fiesta, pero allí estaba, como un tonto, simplemente con la esperanza de volver a verla. Miraba a todos lados buscándola pero los Kaulitz no habían hecho acto de presencia todavía. Estaban todos los que se graduaban este año y los otros alumnos de la universidad.

La música resonaba en todo el lago Sörion. Aún no entendía cómo después de advertir que en el lago podría haber “bestias salvajes” la fiesta no se celebrase en otro sitio. Al director eso no le importaba, si pasaba algo y el nombre de la universidad salía en la tele significaba que miles de personas oirían ese nombre y que una de las universidades más prestigiosas de Alemania llegaría al oído de la gente. ¿Qué más daba que si para conseguir fama se pusiera en peligro la vida de los estudiantes?

Escuché el sonido de un coche que conocía de sobra, el de Andreas. Muchos se volvieron para contemplar a ese ser tan perfecto como lo era él, y la belleza ta impactante que desprendía Mara. Bajaron del lujoso coche y sólo hacerlo ya hizo que varios hombres y mujeres suspiraran por ambos. No era a ellos a los que me moría por ver pero si estaban aquí eso significaba que los otros no tardarían en venir.

Andreas me dedicó un pequeño vistazo cargado, diría yo, de rabia o frustración. Me quedé helado observando como sus ojos se iluminaban al contemplar la Luna llena de esta noche. Estaba claro que sería especial...

Anduve esquivando a gente con la intención de llegar hasta Mara que hablaba con unas chicas, y preguntarle por Eizabeth pero una voz diciendo mi nombre me lo impidió. Me volví tan pronto como la escuche. Rachell venía hacia mí con un vaso de algo en la mano. Llevaba un vestido corto blanco de tirantes con los zapatos a juego. Su pelo se movía agitado por sus pasos acelerados hasta mí con esa sonrisa que me había hecho perder los estribos la pasada noche.

-Te llevo buscando toda la noche.- Sus labios se posaron en mi mejilla para darme un beso inocente. Que gracioso, ¿sólo se atrevía a darme ese pequeño beso después de lo de anoche?.

-Estás muy guapa.- Aunque fuese de noche vi como se sonrojaba y sacaba esa sonrisita tímida que la hacía encantadora.

-No digas tonterías, además, tú también estás muy guapo.- Miró hacia su izquierda y sonrió. Hizo un gesto extraño con la mano y me volvió a mirar.- Quiero presentarte a alguien.

-¿Qué pasa, tío?- Alguien me golpeó tan fuerte en la espalda que casi me tira encima de Rachell. Cuando me giré, vi a Peter sonriéndome.

-Un momento, ¿ya os conocíais?- Rachell parecía no entender nada y yo mucho menos.

-Pues claro, este capullo y yo vamos a la misma escuela desde pequeños.

-Lo de capullo lo dirás por ti, ¿no?

-Vaya, así que te ahorro presentarte a mi hermano.- Un balde de agua fría me cayó en ese momento.

-¿Peter es tu hermano?- Dije incrédulo.

-Sí.- Vale, ahora me sentía mal. Me había acostado con la querida hermana de mi mejor amigo, la misma con la que Peter nos había comido el tarro diciendo que si algo le pasaba se moriría. Si supiera que me había acostado con ella para quitarme a Elizabeth de la cabeza...

-¿Qué pasa? ¿Hoy no te acompaña tu querida Elizabeth?- Lo dijo burlón pero a mí no me hizo mucha gracia aunque me reí para intentar que no se dieran cuenta que me moría por verla.

-No sé si vendrá.- Mi desánimo se dejó notar en cuanto me acordé de ella.

-Me dijiste que Elizabeth no era tu novia...- Rachell me miraba triste.

-Y no lo es, sólo somos amigos.- Por desgracia, sólo éramos eso pero no podía incluir esa frase.

-Hace unos días la vi en la biblioteca con Bill. No la reconocí hasta que escuché su voz, un poco cambiada por cierto... pero el pelo rubio le queda genial.- ¿El pelo rubio? Era tal y como me había dicho Rachell.

-La verdad es que es na chica muy rara, no me habló mucho cuando fue a verte.

-Sí, pero se ha puesto que te cagas. El verano le está sentando de puta madre.

-¡No seas cerdo, Peter!- Mientras ellos se peleaban yo me dediqué a buscar con la mirada a Mara o a Andreas por los alrededores. Los dos estaban charlando con diferentes personas y ninguno me prestaba atención.

-Voy a dar una vuelta.

-¿Puedo ir contigo?- Rachell frenó mis intentos de estar solo pero no podía decirle que no, sería bastante grosero por mi parte.

-Claro.- Comenzamos a caminar entre los árboles hasta alejarnos del ruido. Estábamos en un silencio en el que sólo se escuchaban los sonidos del bosque y el sonido del agua al llegar a la orilla.

Era una noche perfecta para pasar con la persona que amabas aunque la mía no fuese la que me acompañaba. La luz de la Luna dibujaba sombras que tomaban vida con el movimiento de las ramas de los árboles. Brillaba en el cielo como nunca antes la había visto, sin duda, era una noche especial.

Rachell no iba muy separada de mí pero sí lo suficiente como para no poder verla. La notaba nerviosa, tanto que por un momento quise decirle algo para romper esa tensión pero no me encontraba con ganas de hablar. Por algún extraño motivo, cambié de rumbo y empecé a caminar hacia la orilla del lago donde se encontraban las piedras que daban un toque más “natural” al parque.

Mis pasos eran decididos o más que eso. Ni siquiera me importó las llamadas desesperadas de Rachell porque no podía seguirme con los tacones. No me importó lo más mínimo que se quedará atrás, algo me decía que tenía que ir allí sin saber el porqué.

Cuando llegué ahogado por la carrera, mis ojos vieron lo que durante tanto tiempo quise volver a ver, a Elizabeth. No la reconocía como tal pero era ella, sólo Elizabeth podía hacer que perdiera el control de mi cuerpo.

Estaba sentada en una roca mirando hacia arriba. La tenía de espaldas a mí y aun así me parecía la criatura más hermosa de este mundo. Su pelo rubio y extremadamente largo se movía por la brisa del lago dibujando ondas en el aire, incluso llegué a percibir el olor de su pelo. De repente, dejó de mirar al cielo y bajó la cabeza. Me entraron ganas de salir corriendo hasta donde estaba pero algo me lo impidió. La mano de Rachell apretaba fuertemente mi brazo mientras sus pulmones luchaban por seguir cogiendo aire.

-¿Por... por qué has corrido tanto?- Su respiración estaba agitada al igual que mi corazón cuando volví a mirar y Elizabeth ya no estaba.

-No lo sé.- Por mucho que buscase en el horizonte, ella ya no estaba. ¿Dónde habría ido tan rápido?

-Es un lugar muy bonito.- Observé a Rachell mientras miraba el lago. Era una persona maravillosa y muy guapa pero no despertaba en mí lo mismo que Elizabeth. Desde que la conocí, siempre pensé que era una chica tan delicada que necesitaba protección por eso me acerqué a ella, para sentirme útil para alguien, sin embargo, no funcionó. Cada vez que intentaba protegerla estaba él y ese era el problema. ¿Cómo podía protegerla del monstruo que vivía con ella?

-¿Volvemos?- Rachell asintió y comenzamos a caminar rumbo a la fiesta.

-¿Sabes?, hay veces que te comportas muy extraño y no entiendo por qué. Desde que te vi en el hospital supe que eras especial y créeme, cada día me sorprendes más.- La miré curioso. No entendía a qué venía todo eso y la sonrisa tan dulce que se le había formado en la cara.- Esta mañana cuando me desperté, te vi tan concentrado escribiendo ese mensaje, como si te fuera la vida en ello, con la misma cara que cuando hicimos el amor anoche. Entonces pensé que sentías algo por mí, lo que fuese, me daba igual si era mucho, poco o sólo una parte de lo que yo siento por ti. Luego observé el nombre que reflejaba la pantalla de tu móvil, Elizabeth. Me sentí tan mal, no por celos o por cualquiera de esas tonterías sino porque me cruzó una idea muy descabellada por la cabeza. Puede que sea una tontería pero sólo necesito que me digas que anoche no me pusiste su cara mientras lo hacíamos.- Me quedé de piedra, tanto que si me hubieran dado me rompería en cachitos como un trozo de hielo.

-Yo... esto...- No tenía palabras para contestarle. Quizás decirle que estaba perdidamente enamorado de Elizabeth y que sólo la utilicé por algún motivo que desconocía, sería lo peor que podría decirle, pero mentirle no era la otra opción.- Creo que... que siento algo por ti.- Puede que no fuese la mejor opción pero tenía que intentarlo. En realidad si lo sentía, algo me decía que ella era especial pero decirle que anoche sólo hice imaginarme a Elizabeth mientras lo hacíamos sería cruel para ella.- Algo me dice que eres especial pero quiero que pensemos en lo que realidad queremos ambos.

-Yo... yo también siento algo muy especial por ti. Creo que podríamos intentar al...- Los ojos de Rachell se abrieron como platos mientras miraba algo que estaba detrás mía. Me volví para ver que era lo que provocaba que la cara de Rachell se hubiera puesto blanca de repente.

Justo cuando me giré, la vi. La sonrisa por la que tantas noches me había quedado sin dormir estaba delante de mí junto a su dueña. Sus ojos no los recordaba de ese color pero eran los más hermosos que había visto nunca. Vestía un vestido negro ajustado en el pecho y suelto el resto, no llegaba más abajo de la mitad de sus muslos. Parecía una diosa...

-Eli... Elizabeth.- Aunque ya la música se podía escuchar, yo sólo escuchaba los latidos de mi corazón cuando ella dio un paso hacia delante y en un visto y no visto, me abrazó. Su cuerpo se pegaba al mío mientras su cabeza llegaba justo hasta mi nariz para poder volver a oler el aroma tan delicioso que emanaba de su pelo, el mismo que antes. Mis brazos rodearon su cuerpo y volví sentirlo tan frágil y delicado como siempre.

-Relájate.- Se separó de mí y me observó con esos ojos tan familiares para mí.- Me alegro de que estés mejor.- Una de sus manos acarició mi cara en lo que para mí pareció la mejor de las caricias de toda mi vida.

-Estás... estás fabulosa.- Ella sonrió como contestación.

-Hola.- Miró a mi espalda y saludó a alguien. Me giré para mirar a esa persona y vi a Rachell con la misma cara de antes observando a Elizabeth como si fuera un fantasma. ¿Cómo había podido olvidarme de Rachell?

-Ho... ho... hola.- Estaba como un flan incluso me pareció oír el choque de sus rodillas al temblar.

-Pensé que no vendrías.- Dejé de mirar a Rachell para contemplar a Elizabeth que seguía sonriendo a Rachell.

-Al final me ha convencido Bill. No pensaba venir pero se ha puesto tan pesado...- Miró hacia atrás como si temiese que alguien la escuchara pero volvió a sonreír en cuanto me miró.- Tenía ganas de verte.

-Yo... yo me voy, seguro que Peter me está buscando.- Cuando quise darme cuenta, Rachell ya se había ido y Elizabeth comenzó a andar hacia la fiesta.

-Yo también tenía ganas de verte.- Sentía como mi corazón se aceleraba por momento mientras observaba a Elizabeth andando delante de mí. Con cada uno de sus pasos mi cuerpo se agitaba provocándome una sensación que sólo ella me podía hacer sentir.

Nos metimos de lleno en la fiesta donde la música, el humo del tabaco, porros o lo que fuera y la gente gritando, me hizo temer perder a Elizabeth de vista. Parecía no tocar el suelo con los pies por la agilidad con la que se movía entre la gente, o a mí me quiso parecer eso. Era un ángel que brillaba con luz propia entre tantos mortales incapaces de ver la belleza de su persona.

Se sentó en uno de los bancos que habían preparado para que la gente descansase de bailar y me hizo un gesto para que me sentara a su lado. Descargas eléctricas recorrían mi cuerpo sin ningún control mientras mi cabeza luchaba por no lanzarme a tocar su cuerpo como un loco.

-¿Estás mejor?- Sus ojos brillaban mientras observaba las llamas de la hoguera. Nunca en la vida me había sentido como en este momento, pletórico y lleno de felicidad. Era irónico que el monstruo que se había llevado a mi madre me hubiese devuelto a la persona más importante para mí en estos momentos.

-Ha sido como un milagro. Desde que fuiste a verme al hospital me encuentro mucho mejor.- Su cuerpo se puso tenso cuando terminé de decir esa frase. Poco a poco, se fue relajando y volvió a sonreír.

-Los milagros no existen, Adam.

-Yo quiero creer en ellos si no cómo explicarías que tuviera a un ángel a mi lado.- No sé cómo fui capaz de decir eso sin echarme a correr luego. Era lo que me había salido del alma en esos momentos.

-Yo no soy un ángel.

-Sí que lo eres. Eres el ángel más maravilloso del mundo.- Me acerqué un poco más a ella. Quería besar sus labios, sentirla a sólo milímetros de mí.

-No lo entiendes, he hecho cosas que no haría un ángel.- Esta vez fue ella la que se acercó a mí. Sus dedos empezaron a acariciar la venda que tapaba la herida de mi cuello. Me estremecí cuando sus dedos despegaron lentamente la venda.- No merezco que pienses esas cosas tan bonitas de mí.- Se quedó estática mirando hacia algún punto que no pude conocer ya que estaba de espaldas. Su sonrisa desapareció y sus manos comenzaron a temblar sobre mi piel.

Me giré para ver que provocaba que Elizabeth hubiera perdido su expresión dulce para volverse en una cara de miedo. Yo también sufrí algo parecido cuando vi como Tom se bajaba del coche con Sasha en su brazo. Oí murmullos de las chicas alabando lo bueno, sexy y guapo que estaba Tom, sin dejar de lado las críticas a Sasha por estar cogida de su brazo.

Me quedé hierático cuando Tom clavó sus ojos en mí o eso creí hasta que me di cuenta que no era a mí a quien observaba sino a Elizabeth. Quizás el pequeño detalle de que miraba a Elizabeth no lo podría haber averiguado ya que se encontraba bastante lejos pero lo noté por como ella apretaba mi brazo cuando Tom miró para nosotros.

Tom y Sasha se pusieron al lado de Bill, Andreas y Mara hablando en su burbuja como solían hacerlo siempre, alejados de cualquier contacto con los humanos. Por otro lado estaba Elizabeth. Se suponía que ella tenía que estar allí, con ellos, pero estaba conmigo y quizás eso les enfadara, sobretodo a Tom que era el que más me odiaba.

Miré a Elizabeth que se deshacía en temblores en el banco. Siempre se me olvidaba que ella también era un vampiro, una Noble como los vampiros importantes que se paseaban en sus lujosos coches por la ciudad. ¿Cómo un ser tan inocente y puro como ella podía ser un monstruo como ellos? No, ella no era como ellos. Que Tom la hubiese convertido no los hacía iguales, ella no tenía la maldita sangre Kaulitz.

Recordé las palabras que mi padre me había escrito sobre Elizabeth. Jamás podría alejarme de ella y mucho menos matarla. Ella no representaba ningún tipo de amenaza para nadie. Era una niña pequeña atrapada en el magnífico cuerpo de una chica, que por desgracia, había tenido la mala suerte de cruzarse con Tom en su camino.

-Ven conmigo.- Elizabeth se levantó y salió corriendo bosque adentro.

Corría muy deprisa y me costaba seguirla. No recordaba que corriese tanto, es más, siempre solía cansarse pronto de andar. Su figura se perdía entre los árboles con suma facilidad haciendo que la perdiese por varios segundos hasta que volvía a verla entre la oscuridad del bosque que nos rodeaba.

Llegamos a un llano alejado donde ya no se escuchaba la música. Me paré para coger aire. Me dolía todo el cuerpo, después de estar tanto tiempo sin moverme de una cama, estas carreras no tenían que ser buenas.

Cuando la busqué, la vi tirada en la hierba con los brazos en cruz y la mirada perdida en el cielo. La imité y me tiré a su lado, lo necesitaba. Lo único que se escuchaba era mi respiración y el sonido de las ramas de los árboles al moverse con el viento. Me daba miedo estar en un sitio apenas iluminado por la Luna y en donde no podía ver más allá de varios metros.

Pegué un bote cuando sentí su cabeza en mi pecho, justo en el lado izquierdo. Se quedó quieta y con los ojos cerrados mientras mi pecho levantaba su cabeza cada vez que respiraba. Sentía la frialdad de su piel atravesar mi ropa y calarme hasta los huesos. No era un frío al que estaba acostumbrado sino el frío que sentía cada vez que tocaba a mi madre, ese que me hacía recordar que la persona que tenía al lado estaba muerta.

-Late muy deprisa.- Su voz sonó como si se estuviera quedando dormida, relajada y casi inaudible.

-No estoy para estas carreras.- Observé la Luna brillante en el cielo que iluminaba su cuerpo volviéndolo más blanco de lo que ya era.

-Lo siento.- Acaricié su cabeza sobre mi pecho. Su pelo estaba tan suave que podría llevarme la vida tocándolo.- Siento que te haya pasado esto por mi culpa.

-No fue por tu culpa, él cabrón de Tom me mordió...- Me callé de golpe. No sabía si ella conocía quién me había mordido y dudaba mucho que Tom se lo hubiera dicho.

-Perdónalo, está perdido.- Sus palabras se clavaron en mi cabeza. Por su tono de voz supe que estaba llorando. Su voz sonó tan rota y llena de tristeza...

-Elizabeth...

-Déjame disculparme por él.- Su cabeza se despegó de mi pecho y clavó sus ojos en los míos. Se sentó sobre mi barriga como si de una niña pequeña se tratase y se secó las lágrimas con la palma de la mano.

-No tienes que pagar sus errores. Tú no tienes culpa de ¡¿qué estás haciendo?!- Por su brazo empezó a chorrear sangre, su sangre.- ¡Elizabeth para!- Intenté levantarme pero no pude. Puso su mano ensangrentada delante de mí mientras las gotas de su sangre manchaban mi camisa.- ¡¿Qué haces?!

-Bebe.

-¡¿Que?!- Intenté revolverme para salir de allí y llevarla con alguien para que le curasen la herida tan profunda que se había hecho, pero como siempre, se me olvidó que era un vampiro.

-Hazlo o se cerrará.- Su muñeca se puso delante de mi boca donde la sangre empezó a caer. La cerré en cuanto la primera gota cayó en ella.- Adam, si no lo haces no podrás curarte, tu cuerpo la necesita. Ahora me necesitas... - Ella no era consciente de cuánto mi cuerpo la necesitaba pero no bebería su sangre jamás. Yo no era un monstruo...

-¡No!- Las gotas de sangre pronto dejaron de caer en mi boca. Vi como su herida se cerraba y como ella suspiraba mientras sus lágrimas brillaban por su cara cuando la Luna se reflejaba en ellas.

Volvió a morderse esta vez con más fuerza, tanta, que llegué a escuchar como sus colmillos rasgaban su piel y la sangre salía despedida de su brazo. Se quedó un rato ahí parada con la boca pegada a su muñeca. Apretaba los ojos, quizás por el dolor o por algo que no llegaba a comprender.

Se separó de su muñeca y me aterroricé cuando vi su boca llena de sangre goteando hasta manchar su vestido. Abrió los ojos y se acercó a mí hasta que nuestras bocas estuvieron a varios centímetros de distancia. Deseaba que llegase este momento con todas mis fuerzas, pero no así. Nuestros labios se pegaron y tan pronto como lo hicieron, mi boca se llenó de un líquido dulce y delicioso que tragué sin ningún problema hasta que me di cuenta de que ese líquido no era otra cosa que su sangre.

Mi estómago empezó a arder cuando la sangre llegó a él. Sus labios se separaron de los míos y sentí su mirada en mí. No podía abrir los ojos debido al dolor que sentía por todo mi cuerpo.

-¿Adam?- Sentí su mano sobre mi pecho.- ¡Adam!- No podía respirar me estaba quedando sin aire. Me dolía todo y notaba como mi sangre empezaba a hervir dentro de mí.- ¡Adam!- Dejé de sentir su peso encima mía pero noté como me zarandeaba hasta que abrí los ojos. No sabía que le hizo dar un salto para atrás con los ojos rojos y los colmillos fuera.- ¿Es... estás bien?- Estaba sentada en el suelo lejos de mí yo diría que con miedo.

-Creo que sí, no sé qué es lo que me ha pasado.- Varios pájaros salieron volando de los árboles asustándonos a ambos.

-Hay alguien.- Elizabeth miró a todos lados buscando a ese alguien que decía. Yo tenía una sensación extraña, una sensación que me hizo coger a Elizabeth de la mano y salir corriendo lo más rápido que pude. Notaba como nos seguían y como ella apretaba mi mano con miedo.

Mi cuerpo había cogido fuerzas de su sangre, de aquel exquisito elixir que había inundado mi cuerpo. Quería más de su sangre y esa sensación de beber más me asustó hasta tal punto que tuve miedo de mí mismo.


By Lilith


Podía correr más rápido pero eso significaba dejar atrás a Adam. Aunque él también lo hiciera deprisa, no conseguiría alcanzarme por mucho que corriese. Sentía la su mano tan caliente que pensé que me quemaría. Me había asustado tanto por como se habían puesto sus ojos. Cuando los abrió los vi de un naranja brillante que me asusté. Su cuerpo convulsionándose sería algo que no podría olvidar en mi vida.

Mi cuerpo había tenido una reacción extraña cuando vi sus ojos tan brillantes. Mis colmillos salieron sin que yo pudiera controlarlos y eso sólo pasaba en caso de situación extrema o en todo caso, en el que estuviese en peligro. ¿Pero qué peligro podía ser Adam para mí? Era una de las personas a las que más quería y estaba segura que yo también tenía que ser algo importante para él.

El sonido de las pisadas de alguien persiguiéndonos cada vez se escuchaban mejor y eso sólo podía decir una cosa, que fuese lo que fuese eso, estaba más cerca de nosotros. Algo me decía que quien fuese el que venía corriendo tras nosotros era peligroso. Su olor me era conocido pero no conseguía identificarlo con nadie.

Llegamos hasta un claro en el bosque y nos paramos. Adam cogía bocanadas de aire y yo vigilaba pendiente de que esa no saliera por cualquier lado y nos atacara. Tenía miedo, quería salir de allí e irme con mis hermanos, con ellos me sentía protegida...

Un olor a sangre llegó hasta mí. Sangre fresca que hizo que mis colmillos saliesen y me impidieran seguir con mis labores de vigilancia mientras Adam se reponía. Me giré intentando ver de donde provenía ese olor. Mi sorpresa fue tal que me tapé la boca para controlar el grito que mis pulmones luchaban por soltar.

Tom nos daba la espalda mientras que mordía a alguien apoyado contra un árbol. Por supuesto que él sabía que estábamos allí y que yo lo estaba mirando pero ni por eso, dejó de morder a esa persona. Adam se puso a mi lado y miró hacia donde yo lo hacía. Pocas veces había visto a Tom morder a alguien, sólo una vez a la chica del baño de la universidad pero era una escena tan desgarradora y terrorífica.

Tom se separó de su víctima y el cuerpo de ésta cayó al suelo. Mi sorpresa fue tal al ver como Rachell se caía al suelo con su vestido, ahora, rojo. Adam salió corriendo hasta donde ella se encontraba. Tom observaba la escena sonriendo tan aterrador.

-¡¿Se puede saber qué coño has hecho, hijo de puta?!- Adam salió corriendo hacia Tom y empujó a mi hermano. Éste ni siquiera se inmutó lo más mínimo, es más, parecía hacerle gracia todo esto.

-Relájate.- Tom se limpió la sangre de su boca y me miró. Yo permanecía alejada de ellos, al otro lado, aun así, su mirada no dejaba de hacer el mismo efecto en mí.

-¡¿Cómo quieres que me relaje?!- Volvió a empujar a Tom y vi como él apretaba los puños intentando controlarse para devolverle un golpe mucho más fuerte.- ¡¿Crees que puedes morder a quien te de la gana, gilipollas?!- Tom levantó la cabeza y clavó sus ojos en Adam. Pude notar como el corazón de éste se aceleraba y como su cuerpo se quedó quieto sin ni siquiera respirar.

-Es un intercambio justo, tú te llevas a mi hermana y yo me llevo a tu nuevo ligue.- Esa sonrisa macabra volvió a aparecer.- Aunque la sangre de esta puta no sabe igual que la de Elizabeth. La de ella está mejor, ¿no?- La camisa de Adam daba muestras claras de lo que había pasado antes. Yo había vuelto a darle mi sangre y eso a Tom no le gustaba.

-No sé de qué estás hablando. Además, Elizabeth no es tu hermana.- Adam quiso parecer ajeno a todo lo que mi hermano le decía pero lo que Adam no sabía, era que a Tom nadie podía engañarle.

-¿A no?- Tom vino hasta mí y me agarró de la muñeca en la que me había mordido. Me dolió tanto que grite. La herida no se había cerrado completamente y con la fuerza de Tom se volvió a abrir. Me llevó hasta donde estaba Adam y puso mi muñeca justo delante de sus ojos. Adam los abrió y volvió la cara intentando no ver lo inevitable.- ¿Te gusta su sangre, Adam?- Tom apretó más mi muñeca y la sangre empezó a salir de nuevo por ella.- ¿Quieres un poco más? Reconócelo, te has quedado con ganas de más, de beber hasta la última gota de su sangre.- Adam observó como mi sangre recorría mi brazo y manchaba la mano de Tom.

La lengua de Tom recorrió todo mi brazo hasta mi muñeca bajo la atenta mirada de Adam. Sus ojos estaban perdidos en mi muñeca y a mí esta situación me estaba empezando a dar miedo.

-Tom... Tom, pa...para.- Succionaba mi sangre lentamente como si no tuviera prisa por nada y yo me deshacía en temblores cuando mi sangre pasaba a formar parte de su organismo.

Cuando quise darme cuenta, Adam había empezado a caminar hasta nosotros con los mismos ojos que me habían dado tanto miedo. Tom se separó de mí y dejó que Adam se pusiera frente por frente mía. Agarró mi brazo y se lo puso delante. No sabía por qué tenía tanto miedo. Antes no lo había tenido cuando le di mi sangre a Adam pero ahora que él la cogería por sí mismo, me atemorizaba. Antes de que empezara a beber de mi sangre, la figura de Adam desapareció de mi vista para verlo debajo del cuerpo de Tom mientras éste le golpeaba hasta hacerlo sangrar.

-¡Para!- Tom levantó el cuerpo de Adam sin mucho problema y lo estampó contra un árbol. Adam luchaba por defenderse sin éxito.- ¡Tom!- Lo agarré de la camiseta y empecé a tirar de él sin poder separarlos. Sus ojos estaban rojos como nunca los había visto. Parecía estar perdido en su propio mundo en el que sólo veía a Adam.

Hice una locura y me metí entre ellos. Los puños de Tom dejaron de golpear a Adam pero se mantuvieron en alto. Sus respiración estaba agitada y sus ojos rojos. A Adam, por el contrario, le costaba respirar con normalidad.

-¡Para! ¡¿Crees que haciendo esto vas a conseguir que me aleje de él?! ¡Pues te equivocas! ¡Cuanto más daño le haces más aumentan mis ganas de estar con él!- Sus mirada se perdió en mis ojos. Sólo él podía llegar tan adentro de ellos y hacer que mi corazón sin vida se encogiera.- Yo decidí darle mi sangre para arreglar tu error. No cometas más porque me estoy quedando sin nada con lo que borrarlos.

-Eliza... Elizabeth, no tienes... que defenderme, puedo partirle... la cara.- Las palabras de Adam cortaron el contacto visual que se había formado entre nosotros.

-¡Joder!- Tom se separó y se llevó las manos a la cabeza. Parecía como si de repente le hubiera empezado a doler con fuerza. Levantó la cabeza y cogió a Adam por el cuello de la camisa hasta levantarlo a varios centímetros del suelo. Adam tenía los ojos abiertos, con la boca sangrando y un ojo morado.- Escúchame, pedazo de mierda.- La sonrisa sádica apareció y con ella mi miedo a lo que pudiera hacerle a Adam.- No quiero que vuelvas a beber ni una gota de su sangre o iré a por ti, te sacaré el corazón tan deprisa que verás como me lo como y lo vomito en tu cara.- Las amenazas de Tom eran tan macabras como reales. Mi hermano era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera y sabía que no tenía miramientos por nadie. Pero, ¿por qué no quería que bebiera mi sangre?

-No te mereces tenerla a tu lado. Si sólo sintieras un poco de lo que yo siento por ella no le harías el daño que le estás haciendo.- Las palabras de Adam salieron abigarradas de entre sus labios.

Seguían hablando pero yo no escuchaba bien. Miré hacía mi muñeca y vi como la sangre no dejaba de salir de ella. La perdida de sangre para un vampiro no era algo leve sino que podía llevarlo a la muerte y yo no tardaría si seguía perdiendo tanta.

-To... Tom.- Él no me escuchó porque seguía discutiendo con Adam. Sus figuras se volvían borrosas para mis ojos. No sabía exactamente donde estaban pero caminé hasta ellos.

-Su sangre... darte cuenta... especial... - La voz de Adam no llegaba muy bien  mis oídos hasta que me puse a varios centímetros de ellos pero seguía pasando desapercibida para ambos.- Si tan sólo sintieras una mínima parte de lo que siento por ella...- No estaba segura de lo que escuchaba pero sí del tono de sus voces acaloradas.

-No... no pue... do... más.

-Quizás lo que tu sientes por ella no esté muy alejado de lo que siento yo.- Eso fue lo último coherente que escuché por parte de mi hermano hasta que me desmayé agarrada a su camiseta. 

-¿Qué?... desmayado... sangre...

-Eso... ¡cógela!...

-¡Corre!...

Aunque estuviese inconsciente, sentí como mi cuerpo dejó de sentir el suelo para notar el aroma de Tom pegado a mí. Notaba sus manos alrededor aferradas fuertemente. El mismo olor de antes, cuando corría con Adam, volvió a mí. Era tan desagradable...

Abrí poco a poco los ojos. Los árboles pasaban veloces por mi lado. La oscuridad no me dejaba ver más allá pero sí reconocer que Tom me llevaba a su hombro como si de un saco me tratara. Dos luces se distinguían a pocos metros de donde estaba, dos luces naranjas como los ojos de Adam que se acercaban a mí. Tendría que tener miedo porque esas luces se acercaban pero la última frase de Tom hizo que sonriera y que volviese a mi inconsciencia en la que solo estábamos él y yo, donde seguíamos jugando en el jardín de rosas y donde la necesidad por él sólo era un juego.

Un juego peligroso que me había llevado a perder la cabeza por él sabiendo las consecuencias que eso conllevaba

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