Capítulo 25
Capítulo 25
By Adam
¿Porqué no lograba sacármela de la cabeza? Me estaba empezando a
desesperar. Anoche le mandé el mensaje, era un poco tarde pero eso no explicaba
que no me hubiese contestado. Tenía que relajarme o terminaría por perder la
poca cordura que me quedaba.
Me di la vuelta en la cama, aún dormía... Su maquillaje estaba corrido
y manchaba su cara. El sudor, el vicio y la lujuria se habían apoderado de mí y
yo, me desahogué con la persona más inocente que encontré. La había utilizado
para calmar mis impulsos, la había hecho creer cosas que no sentía y lo peor,
en mi mente no era ella la que había estado en mi cama gritando mi nombre. Mis
oídos sólo escuchaban su nombre, mis manos sólo tocaban su cuerpo, mis labios
sólo besaban los suyos y mis ojos sólo la veían a ella, a Elizabeth.
Me estaba empezando a obsesionar demasiado por ella pero tenía algo que
me atraía peligrosamente y aún sabiendo el peligro que corría por estar a su
lado, volvía a caer como un tonto. Ella era tan dulce, sensible e
increíblemente estupenda en todos los sentidos.
Cogí mi móvil y le volví a escribir otro mensaje. Me prometí a mi mismo
que sería el último que le escribiría si no volvía a contestar. ¿Y si estaba
enfadada? Le dije que no la creía cuando
dijo que era ella en el mensaje.
No sé si habrás recibido el anterior mensaje pero aún espero tu
respuesta. Espero que estés bien. Besos.
Adam.
Lo envié. Mi corazón palpitaba por la emoción y la intriga de si
contestaría o no. No soportaba más esta espera infundada por mí mismo. El móvil
sonó tan fuerte que me asusté. Lo cogí a la velocidad de la luz y empecé a
toquetear la pantalla para que me mostrara el mensaje por el que no había
dormido en toda la noche. Parecía que ya lo tenía escrito y listo para enviármelo...
Me alegro mucho de que por fin te hayan dado el alta, lo esperaba con
ilusión. Todavía no sé si iré y si irán mis hermanos. De todas formas, espero
que te lo pases muy bien. Siento no haberte respondido antes, últimamente me
centro en cosas menos importantes, soy estúpida.
-¿Adam?- Se había despertado, seguramente, por el sonido del móvil.
-Buenos días.- Intentaba responder su mensaje sin parecer un auténtico
loco por como escribía. No quería que me notara la emoción del momento.-¿Has
dormido bien?
-Sí.- Se incorporó en la cama y se tapó con la sábana cosas que ya
había visto yo antes.- ¿Qué haces?
-Estoy enviándole un mensaje a... a... un amigo.
-Entiendo.- La cama se movió cuando ella se levantó de ella.- Será
mejor que me vaya, estás ocupado.- Se empezó a vestir pero no me preocupé,
tenía que enviarle el mensaje.
-Espera un segundo.- Le di a enviar y salí tras ella.
Espero que nos veamos allí... No digas que eres estúpida porque no lo
eres, en todo caso lo son tus hermanos (como tú los llamas) ;D
-Es tarde y yo entro a las dos en el hospital.- Estaba dispuesta a
salir cuando la agarré del brazo. No era justo que se fuera así después de lo
de anoche.
-Rachell, espero que lo de anoche no se interponga entre nuestra
amistad.- Me sentía rastrero. Ella no se merecía que la utilizase para
descargar toda mi “frustración”.
-Tranquilo, creo que ahora nos hemos hecho más íntimos.- Sonrió y sus
mejillas sonrojadas resaltaron en su tono de piel.- Nos vemos esta noche.- La
puerta se cerró ante mis narices.
Decidí haceme algo de desayunar, me había levantado con hambre. Era
increíble la manera en la que me había recuperado. La herida del cuello casi
había desaparecido por completo y ya apenas me dolía nada.
La tostadora sacó las tostadas calentitas. Necesitaba comer algo o me
marearía como anoche. Aún tenía un sabor raro en la boca que no conseguía
quitármelo. No era para nada desagradable, incluso diría que dulce pero no
sabía el porqué me recordaba a ella, ¿qué no lo hacía?
La timbre de la puerta sonó, quizás fuera Rachell que se la habría
olvidado algo... La abrí pero allí no había nadie. Salí y me asomé por las
escaleras, aunque me jodiera reconocerlo, tenía miedo. Pensar que podría ser
Tom me helaba la sangre.
Cuando me giré para entrar en casa, lo vi sobre el suelo, era un
paquete. Mi desconfianza hizo que me acercara lentamente a él y que leyera
desde lejos el nombre de la persona que me lo había mandado.
Los ojos se me abrieron como platos cuando leí su nombre escrito con su
letra, la de mi padre. No me lo pensé mucho y lo cogí. Mi padre me había
mandado un paquete y me hacía tanta ilusión pero, ¿y si era una trampa de los
Kaulitz?
Me metí en casa con el paquete y lo dejé sobre la mesa. Me debatía si
abrirlo o no. No podía arriesgarme a que fuera una trampa de Tom y si era mi
padre realmente, ¿por qué le daba por mandarme cosas después de estar años sin
saber de él?
Me decidí a abrirlo sin importarme las consecuencias. Rompí el papel
desesperado para encontrarme una caja perfectamente precintada. Estaba muy
nervioso por lo que podría encontrarme dentro. Pegada a la caja había una carta
con el nombre de mi padre y el mío e igual que la caja que la contenía, tampoco
tenía dirección.
La carta temblaba en mis manos. No sabía si realmente quería leerla. El
repentino interés por mi padre, la falta de dirección y la manera en la que el
paquete había llegado a mí, no me gustaban nada. Pero si no la habría me
pasaría otra noche sin dormir, así que la abrí.
El corazón me dio un vuelco de tan sólo ver su letra impresa en el
papel. Estaba tan perfectamente cuidada, tal y como la vi aquella vez que me
mandó una carta para felicitarme por mi octavo cumpleaños.
Querido hijo:
Quizás te estés preguntando por qué te he mandado
este paquete o peor aún, por qué demonios tengo la poca vergüenza de poner
“querido”. Déjame responderte a las dos: el paquete contiene algo que es muy
importante para mí y que quiero que tú tengas, y mi respuesta a la segunda
pregunta no es otra que “porque te quiero”.
Puede que rompas la carta antes de abrirla o que
lo hagas después, en ambos casos lo entendería.
Quise tantas veces sentarme delante de un papel y
escribirle una carta a mi hijo pero siempre estaba ahí el miedo a que tu madre
no te dejara verla nunca. Hoy, Adam, por fin me he atrevido a escribirle estas
palabras al hijo que alejaron de mi lado. Hoy, me he dado cuenta que me estoy
volviendo loco y que esta locura no parará hasta que estemos juntos de nuevo.
He oído que estás estudiando medicina, como tu
padre. También sé que trabajas en un bar de camarero para pagar tus cosas, eres
honrado, no has utilizado el dinero que te dio Jörg Kaulitz cuando tu madre
murió, y de eso se basa una de mis intenciones al escribirte esto. Sé que te
ves con una chica, Elizabeth creo, vampiresa por lo que sé y tu locura por lo
que siento. Tú ya conoces de la existencia de esos seres diabólicos por eso
aquí va mi consejo: Aléjate de ella o en su defecto, mátala, hazlo y bebe hasta
la última gota de su sangre o de lo contrario lo hará ella. No es la chica que
tú piensas que es, dulce, tímida, encantadora y sumamente delicada, la cruda
realidad es mucho peor. Elizabeth no es nada de eso. Mi intención, antes de que
te enamores de ella, es que erradiques este mal para siempre.
Déjame contarte algo: Hace mucho tiempo cuando el
mundo no se conocía como es ahora, existían dos hombres, dos hombres que se
odiaban a muerte a causa de una mujer. Uno de ellos era un vampiro, hijo de la
persona más cruel que puedes imaginarte, el otro, un hombre lobo, un ser
honrado que harto de las aberraciones a las que estaba sometido por culpa de
aquel chupa sangre, cometió la mayor atrocidad que los vampiros no consentían,
violar a la hermana y esposa del vampiro. Éste último en cólera, maldijo a toda
la especie de los hombres lobo citando estas palabras: “Yo os maldigo a vivir
en las sombras para la eternidad hasta que de uno de los nuestros nazca la
tentación de todo hombre, una mujer.” Si no lo sabes, yo te lo digo, los
vampiros no pueden engendrar hembras así que la condena permanecería para
siempre.
Mil años después, la hermana y mujer de aquel
vampiro, se quedó embarazada por segunda vez. A los oídos de los lobos llegó el
rumor de que lo que esperaba era una niña. Cuando por fin lograron localizarla,
se enteraron que la niña había muerto. Ninguno se lo creyó. Quizás la alejaron
para que nunca la encontraran o quizás el heredero de su padre la matara, no se
sabe. La insistencia por buscarla era porque bebiendo la sangre de la niña la
maldición se rompería y serían los lobos quien mandasen sobre los vampiros.
Dirás que a qué viene esta historia, pues bien,
esto no anda muy lejos de ti, es más, te toca de cerca. ¿Quieres saber el
nombre de la niña? Su nombre es Lilith. ¿Por qué digo “es” y no “era”? Porque
ella esta viva y eso significa que el fin de los lobos esta cerca. ¿Por qué
quiero que te alejes de Elizabeth? Esa es una respuesta que te dejo a ti. No
será difícil averiguarlo, estás rodeado de vampiros...
Espero que tus heridas se curen pronto y que tus
dudas se solucionen. Puede que nos veamos pronto.
Atte. Markus Lambert.
¡¿Qué coño era todo esto?! No entendía nada de lo que ponía ¿ y las
historia de hombres lobo contra vampiros, qué mierda era? O algo más
desconcertante, ¿qué tenía que ver Elizabeth con todo esto?
Me levanté del sofá cabreado, sin desayunar ni abrir la caja. Me había
mosqueado la carta de mi padre. Después de casi doce años sin saber nada de él,
aparece con una carta con estupideces escritas. Pero hubo algo que me llamó la
atención, los detalles sobre mi vida. ¿Cómo sabía que trabajaba, que estudiaba
medicina, que no había cogido el dinero de Jörg Kaulitz, que el cabrón de Tom
me había mordido y que conocía a Elizabeth? Aunque en algo no había acertado,
decía que no me enamorase de ella, demasiado tarde, ya lo había hecho.
Miré la caja sobre la mesa. Aunque tuviera curiosidad por saber que
había en su interior, la dejé allí cerrada junto a la carta. Las palabras de mi
padre me habían desconcertado, sobretodo que el paquete no lo trajera un
cartero o algo así, sino que apareció en la puerta como si nada y dudaba mucho
que hubiese venido solo... No obstante, la carta sólo hizo que mi cabeza se
hiciera un lío. No entendía por qué mi padre sabía tantas cosas de mí si él
nunca había estado conmigo o peor, si a él yo nunca le había importado.
Mi madre me dijo cuando era pequeño, que él la había engañado y que si
no nos íbamos nos iba a hacer daño. Siempre me pareció curioso ese detalle, mi
madre hablaba de mi padre desde el respeto pero aun así, con miedo. Luego
llegó, Jörg Kaulitz y fue cuando después de tanto tiempo volví a ver a mi madre
sonreír. Se la veía tan feliz cuando estaba con él, hasta ese día...
Estaba en mi habitación estudiando para pasar a segundo de carrera con
un suspenso en anatomía, era pésimo en esa asignatura y si no me ponía las
pilas tendría que repetirla en segundo. Estaba seguro que la profesora me tenía
manía porque de los treinta que éramos sólo habíamos suspendido dos, Charlie y
yo. Era deprimente estar en el mismo saco que el chico al que su madre todavía
le preparaba la comida para que comiese en la universidad. Aunque claro, no
pensaba ni por asomo, llegar al diez que habían conseguido los Kaulitz y era
eso lo que no entendía. ¿Cómo podía ser que estuviesen pasándose las clases por
el forro, que aparecieran cuando les daba la gana y que encima sacaran
sobresalientes en todas las asignaturas? Eran vampiros eso estaba claro pero
¿eso significaba que fueran tan jodidamente listos? Para mí que hacían chuletas
o que se lo chivaban por algún lado.
Me golpeé con el libro de anatomía en la cabeza como si así consiguiese
que la anatomía celular del cuerpo humano entrara en mi cabeza y me iluminase.
Por mucho que Andreas, o más conocido como el “hermano postizo de los Kaulitz”
me ayudase con esto no conseguiría sacármelo en la vida. Mi pregunta era,
¿sabían Tom y Bill que él me ayudaba por las tardes en la biblioteca? Seguro
que sí, ellos lo sabían todo, no sabía cómo pero siempre se enteraban.
Me levanté de la silla y me fui a la cocina. Iría por un helado de
chocolate para refrescarme un poco porque la calor que hacía no era normal.
Abrí el frigorífico y empecé a rebuscar entre los congelados. Guisantes, carne,
pescado, una cosa extraña que no sabía muy bien lo que era y unas cuantas
bolsas de sangre. Me debería de haber impactado porque normalmente las personas
no tenían sangre en su nevera pero desde que Jörg convirtió a mi madre, esto se
había vuelto algo normal en mi vida.
Escuché en fuerte golpe de la puerta al abrirse y unos pasos
apresurados por la casa. Salí de la cocina y vi a mi madre en el salón cogiendo
unos cuantos papeles nerviosa. Sus ojos estaban rojos y por lo que sabía, eso
no era bueno.
-Hola.- Intenté no parecer indeciso con mis palabras.
-Ho...hola, hijo.- Estaba muy nerviosa. Buscaba algo desesperadamente,
como si le fuese la vida en ello.
-¿Buscas algo?- Una pregunta un tanto estúpida por mi parte pero que
remedio...
-Sí, sí.- Cuando quise darme cuenta la tenía a mi lado mirándome con
esos ojos rojos que aunque fuesen de mi madre, me seguían dando miedo.- ¿Has
visto una foto?
-¿Qué foto?
-Una foto de una niña rubia de unos tres años. Es muy antigua, en
blanco y negro y aparece sola. ¿La has visto?
-Creo que sí.- Anduve hasta el cuadro del lago Sörion que mi madre
había comprado a un pintor callejero, y lo retiré. La caja fuerte estaba
cerrada así que introduje la clave para abrirla. Después de un click, ésta se
abrió y la foto que tan ansiosamente estaba buscando mi madre, cayó al suelo.
Se agachó y la cogió. Sus manos temblaban no sabía si por nerviosos o miedo
aunque su cara me decía que era la segunda opción.-¿Quién es?- Quise asomarme
un poco para verla pero ella la retiró de mi vista.
-Tu peor pesadilla.- Salió corriendo, cogió su bolso y se fue.
Los comportamientos de mi madre desde hace unos días eran más raros que
de costumbre. No hablaba mucho, comía sólo lo necesario y ni siquiera dormía.
Desde que estaba con Jörg no era que durmiese todos los días en casa pero
cuando lo hacía, escuchaba sus pasos por la casa a altas horas de la madrugada.
Aunque ahora fuese un vampiro, no dejaba de ser mi madre y sabía que algo no
iba bien.
Volví a irme a mi habitación con el bote de helado en la mano, estaba
tan bueno... Volví a centrarme en los cuatro libros que había cogido de la
biblioteca por recomendación de Andreas. Se suponía que todo esto lo habíamos
dado pero a mí todo mi sonaba a chino.
Después de dos horas estudiando o intentándolo, me di por vencido. Me
dolía la cabeza de tanta información en tan poco tiempo y encima mi madre no
había llegado todavía.
Mi móvil empezó a vibrar con un número que desconocía. Dudé en cogerlo
o no pero finalmente acepté la llamada.
-¿Sí?
-¿Es usted el hijo de la señora Hünter?
-Sí, ¿por qué?
-Soy el agente Bisse del cuerpo de policía de Hamburgo...
-¿Ha pasado algo?
-Verá, su madre ha tenido un accidente de camino al aeropuerto.
-¿Que-qué?
-Está en el hospital.
-Enseguida voy.
Le colgué, me puse lo primero que vi y salí escopetado escaleras abajo
hasta mi coche. No veía nada,incluso llegué a saltarme varios semáforos en
rojo. No me importaba, tenía que llegar lo antes posible al hospital para ver
cómo estaba mi madre.
Una vez en los aparcamientos del hospital, salí corriendo hasta
urgencias. Había gente fumando en la entrada, unos llorando, otros felices y
Tom. No me detuve a mirarle o preguntar por mi madre, sabía de sobra que me
encontraría con Jörg en el hospital y así fue.
Hablaba con un médico algo acalorado y cuando escuchó mis pasos por el
pasillo, ambos se volvieron. La cara de Jörg no mostraba nada, la del médico,
sin embargo, no sabía como describirla.
-¡Jörg!- Me puse a su lado sudando como un pollo.- ¿Dónde está mi
madre?- La cara de Jörg por fin me dejó ver algo, algo que no me gustó.-
¡¿Dónde coño está, Jörg?!- Le agarré por los hombros y le zarandeé hasta que
éste me agarró para que me tranquilizara.
-Adam, siéntate.
-¡No quiero!- Le quité las manos de encima mía y miré al médico.-
¡¿Dónde está?!
-Lo siento.- Nunca pensé que esa frase me dolería tanto. Nunca en mi
vida imaginé que un “lo siento” fuese tan desgarrador como lo fue ese.
-No.- Negué con la cabeza varias veces, incluso me reí. Tendría que se
una broma...- Dime que no es verdad.- Me senté en una de las sillas o me
desplomaría en cualquier momento.- ¡Dime que mi madre no está muerta! ¡Dímelo!
-Adam, entiendo que esté mal pero intenta tranquilizarte.- Jörg hizo
amago de tocarme otra vez pero me volví a levantar.
-¡¿Cómo cojones quieres que me tranquilice?! Mi madre está muerta, ¡muerta!-
Me llevé las manos a la cabeza y respiré hondo.- ¿Dónde está?
-Yo te acompaño pero no creo que sea bueno que la veas así.
-Me da igual, quiero verla.- Jörg empezó a andar por el pasillo detrás
del médico. Las personas que habían contemplado la escena nos miraban.
Llegamos hasta una puerta donde se pararon. Mi corazón latía a mil por
hora por nervios, rabia, dolor o sentimientos incomprensibles para mí en estos
momentos.
-¿Estás seguro de que quieres entrar?
-Sí.- El médico introdujo una tarjeta en una máquina que hizo que la
puerta se abriera. Realmente, no estaba seguro si quería entrar o no. Me
debatía entre recordar a mi madre por lo que había sido o tener como último
recuerdo su cuerpo desangrado.
Ambos entraron y yo, con paso extremadamente lento y tembloroso, les
seguí. El médico se paró en una de las cámaras que tantas veces había visto en
mis prácticas con cadáveres en la universidad, y la abrió.
Una sábana ensangrentada tapaba un cuerpo sin vida, el de mi madre.
Jörg me rodeó con su brazo los hombros pero esta vez no se lo quité, necesitaba
sentir que no estaba solo.
El médico descubrió el cuerpo de mi madre tumbada en esa camilla. Un
grito profundo salió de mi garganta, al igual que miles de lágrimas. Su mano me
atrajo hacia él y yo me dejé llevar como un tonto.
Su cara estaba totalmente desfigurada y su pelo quemado quedándose
muchísimo más corto de lo que lo tenía.
Lloré, grité y pataleé como un crío toda la noche. A pesar de los
esfuerzos de Jörg porque me quedara en su “casa” para que no estuviera solo,
prefería quedarme en la mía. No quería depender de nadie porque era eso lo que
me había enseñado mi madre toda mi vida, el ser independiente y era eso lo que
iba a hacer.
Fueron los peores meses de toda mi vida pero conseguí reponerme y sacar
fuerzas de donde no tenía sólo por vengar su muerte, para desgarrar sus
entrañas como él lo hizo con ella, porque desde aquel día en los baños de la
universidad juré que acabaría con su asesino aunque yo también muriese en el
intento.
Esa maldita frase que se repetía cada vez que lo miraba “Yo la maté
y disfruté como un niño pequeño. Ver su sangre saliendo de su cuerpo es algo
que no podré olvidar nunca.” Le intenté matar en ese momento pero no lo
conseguí, tenía demasiada fuerza.
Ese fue el día en el que juré matar al asesino de mi madre, al ser más
despreciable sobre la faz de la Tierra, a Tom Kaulitz.
[…]
Después de la carta de mi padre no tenía muchas ganas de ir a una
fiesta, pero allí estaba, como un tonto, simplemente con la esperanza de volver
a verla. Miraba a todos lados buscándola pero los Kaulitz no habían hecho acto
de presencia todavía. Estaban todos los que se graduaban este año y los otros
alumnos de la universidad.
La música resonaba en todo el lago Sörion. Aún no entendía cómo después
de advertir que en el lago podría haber “bestias salvajes” la fiesta no se
celebrase en otro sitio. Al director eso no le importaba, si pasaba algo y el
nombre de la universidad salía en la tele significaba que miles de personas
oirían ese nombre y que una de las universidades más prestigiosas de Alemania
llegaría al oído de la gente. ¿Qué más daba que si para conseguir fama se
pusiera en peligro la vida de los estudiantes?
Escuché el sonido de un coche que conocía de sobra, el de Andreas. Muchos
se volvieron para contemplar a ese ser tan perfecto como lo era él, y la
belleza ta impactante que desprendía Mara. Bajaron del lujoso coche y sólo
hacerlo ya hizo que varios hombres y mujeres suspiraran por ambos. No era a
ellos a los que me moría por ver pero si estaban aquí eso significaba que los
otros no tardarían en venir.
Andreas me dedicó un pequeño vistazo cargado, diría yo, de rabia o
frustración. Me quedé helado observando como sus ojos se iluminaban al
contemplar la Luna llena de esta noche. Estaba claro que sería especial...
Anduve esquivando a gente con la intención de llegar hasta Mara que
hablaba con unas chicas, y preguntarle por Eizabeth pero una voz diciendo mi
nombre me lo impidió. Me volví tan pronto como la escuche. Rachell venía hacia
mí con un vaso de algo en la mano. Llevaba un vestido corto blanco de tirantes
con los zapatos a juego. Su pelo se movía agitado por sus pasos acelerados
hasta mí con esa sonrisa que me había hecho perder los estribos la pasada
noche.
-Te llevo buscando toda la noche.- Sus labios se posaron en mi mejilla
para darme un beso inocente. Que gracioso, ¿sólo se atrevía a darme ese pequeño
beso después de lo de anoche?.
-Estás muy guapa.- Aunque fuese de noche vi como se sonrojaba y sacaba
esa sonrisita tímida que la hacía encantadora.
-No digas tonterías, además, tú también estás muy guapo.- Miró hacia su
izquierda y sonrió. Hizo un gesto extraño con la mano y me volvió a mirar.-
Quiero presentarte a alguien.
-¿Qué pasa, tío?- Alguien me golpeó tan fuerte en la espalda que casi
me tira encima de Rachell. Cuando me giré, vi a Peter sonriéndome.
-Un momento, ¿ya os conocíais?- Rachell parecía no entender nada y yo
mucho menos.
-Pues claro, este capullo y yo vamos a la misma escuela desde pequeños.
-Lo de capullo lo dirás por ti, ¿no?
-Vaya, así que te ahorro presentarte a mi hermano.- Un balde de agua
fría me cayó en ese momento.
-¿Peter es tu hermano?- Dije incrédulo.
-Sí.- Vale, ahora me sentía mal. Me había acostado con la querida
hermana de mi mejor amigo, la misma con la que Peter nos había comido el tarro
diciendo que si algo le pasaba se moriría. Si supiera que me había acostado con
ella para quitarme a Elizabeth de la cabeza...
-¿Qué pasa? ¿Hoy no te acompaña tu querida Elizabeth?- Lo dijo burlón
pero a mí no me hizo mucha gracia aunque me reí para intentar que no se dieran
cuenta que me moría por verla.
-No sé si vendrá.- Mi desánimo se dejó notar en cuanto me acordé de
ella.
-Me dijiste que Elizabeth no era tu novia...- Rachell me miraba triste.
-Y no lo es, sólo somos amigos.- Por desgracia, sólo éramos eso pero no
podía incluir esa frase.
-Hace unos días la vi en la biblioteca con Bill. No la reconocí hasta
que escuché su voz, un poco cambiada por cierto... pero el pelo rubio le queda genial.-
¿El pelo rubio? Era tal y como me había dicho Rachell.
-La verdad es que es na chica muy rara, no me habló mucho cuando fue a
verte.
-Sí, pero se ha puesto que te cagas. El verano le está sentando de puta
madre.
-¡No seas cerdo, Peter!- Mientras ellos se peleaban yo me dediqué a
buscar con la mirada a Mara o a Andreas por los alrededores. Los dos estaban
charlando con diferentes personas y ninguno me prestaba atención.
-Voy a dar una vuelta.
-¿Puedo ir contigo?- Rachell frenó mis intentos de estar solo pero no
podía decirle que no, sería bastante grosero por mi parte.
-Claro.- Comenzamos a caminar entre los árboles hasta alejarnos del
ruido. Estábamos en un silencio en el que sólo se escuchaban los sonidos del
bosque y el sonido del agua al llegar a la orilla.
Era una noche perfecta para pasar con la persona que amabas aunque la
mía no fuese la que me acompañaba. La luz de la Luna dibujaba sombras que
tomaban vida con el movimiento de las ramas de los árboles. Brillaba en el
cielo como nunca antes la había visto, sin duda, era una noche especial.
Rachell no iba muy separada de mí pero sí lo suficiente como para no
poder verla. La notaba nerviosa, tanto que por un momento quise decirle algo
para romper esa tensión pero no me encontraba con ganas de hablar. Por algún
extraño motivo, cambié de rumbo y empecé a caminar hacia la orilla del lago
donde se encontraban las piedras que daban un toque más “natural” al parque.
Mis pasos eran decididos o más que eso. Ni siquiera me importó las
llamadas desesperadas de Rachell porque no podía seguirme con los tacones. No
me importó lo más mínimo que se quedará atrás, algo me decía que tenía que ir
allí sin saber el porqué.
Cuando llegué ahogado por la carrera, mis ojos vieron lo que durante
tanto tiempo quise volver a ver, a Elizabeth. No la reconocía como tal pero era
ella, sólo Elizabeth podía hacer que perdiera el control de mi cuerpo.
Estaba sentada en una roca mirando hacia arriba. La tenía de espaldas a
mí y aun así me parecía la criatura más hermosa de este mundo. Su pelo rubio y
extremadamente largo se movía por la brisa del lago dibujando ondas en el aire,
incluso llegué a percibir el olor de su pelo. De repente, dejó de mirar al
cielo y bajó la cabeza. Me entraron ganas de salir corriendo hasta donde estaba
pero algo me lo impidió. La mano de Rachell apretaba fuertemente mi brazo
mientras sus pulmones luchaban por seguir cogiendo aire.
-¿Por... por qué has corrido tanto?- Su respiración estaba agitada al
igual que mi corazón cuando volví a mirar y Elizabeth ya no estaba.
-No lo sé.- Por mucho que buscase en el horizonte, ella ya no estaba.
¿Dónde habría ido tan rápido?
-Es un lugar muy bonito.- Observé a Rachell mientras miraba el lago.
Era una persona maravillosa y muy guapa pero no despertaba en mí lo mismo que
Elizabeth. Desde que la conocí, siempre pensé que era una chica tan delicada
que necesitaba protección por eso me acerqué a ella, para sentirme útil para
alguien, sin embargo, no funcionó. Cada vez que intentaba protegerla estaba él
y ese era el problema. ¿Cómo podía protegerla del monstruo que vivía con ella?
-¿Volvemos?- Rachell asintió y comenzamos a caminar rumbo a la fiesta.
-¿Sabes?, hay veces que te comportas muy extraño y no entiendo por qué.
Desde que te vi en el hospital supe que eras especial y créeme, cada día me
sorprendes más.- La miré curioso. No entendía a qué venía todo eso y la sonrisa
tan dulce que se le había formado en la cara.- Esta mañana cuando me desperté,
te vi tan concentrado escribiendo ese mensaje, como si te fuera la vida en
ello, con la misma cara que cuando hicimos el amor anoche. Entonces pensé que
sentías algo por mí, lo que fuese, me daba igual si era mucho, poco o sólo una
parte de lo que yo siento por ti. Luego observé el nombre que reflejaba la
pantalla de tu móvil, Elizabeth. Me sentí tan mal, no por celos o por
cualquiera de esas tonterías sino porque me cruzó una idea muy descabellada por
la cabeza. Puede que sea una tontería pero sólo necesito que me digas que
anoche no me pusiste su cara mientras lo hacíamos.- Me quedé de piedra, tanto
que si me hubieran dado me rompería en cachitos como un trozo de hielo.
-Yo... esto...- No tenía palabras para contestarle. Quizás decirle que
estaba perdidamente enamorado de Elizabeth y que sólo la utilicé por algún
motivo que desconocía, sería lo peor que podría decirle, pero mentirle no era
la otra opción.- Creo que... que siento algo por ti.- Puede que no fuese la
mejor opción pero tenía que intentarlo. En realidad si lo sentía, algo me decía
que ella era especial pero decirle que anoche sólo hice imaginarme a Elizabeth
mientras lo hacíamos sería cruel para ella.- Algo me dice que eres especial
pero quiero que pensemos en lo que realidad queremos ambos.
-Yo... yo también siento algo muy especial por ti. Creo que podríamos
intentar al...- Los ojos de Rachell se abrieron como platos mientras miraba
algo que estaba detrás mía. Me volví para ver que era lo que provocaba que la
cara de Rachell se hubiera puesto blanca de repente.
Justo cuando me giré, la vi. La sonrisa por la que tantas noches me
había quedado sin dormir estaba delante de mí junto a su dueña. Sus ojos no los
recordaba de ese color pero eran los más hermosos que había visto nunca. Vestía
un vestido negro ajustado en el pecho y suelto el resto, no llegaba más abajo
de la mitad de sus muslos. Parecía una diosa...
-Eli... Elizabeth.- Aunque ya la música se podía escuchar, yo sólo
escuchaba los latidos de mi corazón cuando ella dio un paso hacia delante y en
un visto y no visto, me abrazó. Su cuerpo se pegaba al mío mientras su cabeza
llegaba justo hasta mi nariz para poder volver a oler el aroma tan delicioso
que emanaba de su pelo, el mismo que antes. Mis brazos rodearon su cuerpo y
volví sentirlo tan frágil y delicado como siempre.
-Relájate.- Se separó de mí y me observó con esos ojos tan familiares
para mí.- Me alegro de que estés mejor.- Una de sus manos acarició mi cara en
lo que para mí pareció la mejor de las caricias de toda mi vida.
-Estás... estás fabulosa.- Ella sonrió como contestación.
-Hola.- Miró a mi espalda y saludó a alguien. Me giré para mirar a esa
persona y vi a Rachell con la misma cara de antes observando a Elizabeth como
si fuera un fantasma. ¿Cómo había podido olvidarme de Rachell?
-Ho... ho... hola.- Estaba como un flan incluso me pareció oír el
choque de sus rodillas al temblar.
-Pensé que no vendrías.- Dejé de mirar a Rachell para contemplar a
Elizabeth que seguía sonriendo a Rachell.
-Al final me ha convencido Bill. No pensaba venir pero se ha puesto tan
pesado...- Miró hacia atrás como si temiese que alguien la escuchara pero
volvió a sonreír en cuanto me miró.- Tenía ganas de verte.
-Yo... yo me voy, seguro que Peter me está buscando.- Cuando quise
darme cuenta, Rachell ya se había ido y Elizabeth comenzó a andar hacia la fiesta.
-Yo también tenía ganas de verte.- Sentía como mi corazón se aceleraba
por momento mientras observaba a Elizabeth andando delante de mí. Con cada uno
de sus pasos mi cuerpo se agitaba provocándome una sensación que sólo ella me
podía hacer sentir.
Nos metimos de lleno en la fiesta donde la música, el humo del tabaco,
porros o lo que fuera y la gente gritando, me hizo temer perder a Elizabeth de
vista. Parecía no tocar el suelo con los pies por la agilidad con la que se
movía entre la gente, o a mí me quiso parecer eso. Era un ángel que brillaba
con luz propia entre tantos mortales incapaces de ver la belleza de su persona.
Se sentó en uno de los bancos que habían preparado para que la gente
descansase de bailar y me hizo un gesto para que me sentara a su lado.
Descargas eléctricas recorrían mi cuerpo sin ningún control mientras mi cabeza
luchaba por no lanzarme a tocar su cuerpo como un loco.
-¿Estás mejor?- Sus ojos brillaban mientras observaba las llamas de la
hoguera. Nunca en la vida me había sentido como en este momento, pletórico y
lleno de felicidad. Era irónico que el monstruo que se había llevado a mi madre
me hubiese devuelto a la persona más importante para mí en estos momentos.
-Ha sido como un milagro. Desde que fuiste a verme al hospital me
encuentro mucho mejor.- Su cuerpo se puso tenso cuando terminé de decir esa
frase. Poco a poco, se fue relajando y volvió a sonreír.
-Los milagros no existen, Adam.
-Yo quiero creer en ellos si no cómo explicarías que tuviera a un ángel
a mi lado.- No sé cómo fui capaz de decir eso sin echarme a correr luego. Era
lo que me había salido del alma en esos momentos.
-Yo no soy un ángel.
-Sí que lo eres. Eres el ángel más maravilloso del mundo.- Me acerqué
un poco más a ella. Quería besar sus labios, sentirla a sólo milímetros de mí.
-No lo entiendes, he hecho cosas que no haría un ángel.- Esta vez fue
ella la que se acercó a mí. Sus dedos empezaron a acariciar la venda que tapaba
la herida de mi cuello. Me estremecí cuando sus dedos despegaron lentamente la
venda.- No merezco que pienses esas cosas tan bonitas de mí.- Se quedó estática
mirando hacia algún punto que no pude conocer ya que estaba de espaldas. Su
sonrisa desapareció y sus manos comenzaron a temblar sobre mi piel.
Me giré para ver que provocaba que Elizabeth hubiera perdido su
expresión dulce para volverse en una cara de miedo. Yo también sufrí algo
parecido cuando vi como Tom se bajaba del coche con Sasha en su brazo. Oí
murmullos de las chicas alabando lo bueno, sexy y guapo que estaba Tom, sin
dejar de lado las críticas a Sasha por estar cogida de su brazo.
Me quedé hierático cuando Tom clavó sus ojos en mí o eso creí hasta que
me di cuenta que no era a mí a quien observaba sino a Elizabeth. Quizás el
pequeño detalle de que miraba a Elizabeth no lo podría haber averiguado ya que
se encontraba bastante lejos pero lo noté por como ella apretaba mi brazo
cuando Tom miró para nosotros.
Tom y Sasha se pusieron al lado de Bill, Andreas y Mara hablando en su
burbuja como solían hacerlo siempre, alejados de cualquier contacto con los
humanos. Por otro lado estaba Elizabeth. Se suponía que ella tenía que estar
allí, con ellos, pero estaba conmigo y quizás eso les enfadara, sobretodo a Tom
que era el que más me odiaba.
Miré a Elizabeth que se deshacía en temblores en el banco. Siempre se
me olvidaba que ella también era un vampiro, una Noble como los vampiros
importantes que se paseaban en sus lujosos coches por la ciudad. ¿Cómo un ser
tan inocente y puro como ella podía ser un monstruo como ellos? No, ella no era
como ellos. Que Tom la hubiese convertido no los hacía iguales, ella no tenía
la maldita sangre Kaulitz.
Recordé las palabras que mi padre me había escrito sobre Elizabeth.
Jamás podría alejarme de ella y mucho menos matarla. Ella no representaba
ningún tipo de amenaza para nadie. Era una niña pequeña atrapada en el
magnífico cuerpo de una chica, que por desgracia, había tenido la mala suerte
de cruzarse con Tom en su camino.
-Ven conmigo.- Elizabeth se levantó y salió corriendo bosque adentro.
Corría muy deprisa y me costaba seguirla. No recordaba que corriese
tanto, es más, siempre solía cansarse pronto de andar. Su figura se perdía
entre los árboles con suma facilidad haciendo que la perdiese por varios
segundos hasta que volvía a verla entre la oscuridad del bosque que nos
rodeaba.
Llegamos a un llano alejado donde ya no se escuchaba la música. Me paré
para coger aire. Me dolía todo el cuerpo, después de estar tanto tiempo sin
moverme de una cama, estas carreras no tenían que ser buenas.
Cuando la busqué, la vi tirada en la hierba con los brazos en cruz y la
mirada perdida en el cielo. La imité y me tiré a su lado, lo necesitaba. Lo
único que se escuchaba era mi respiración y el sonido de las ramas de los
árboles al moverse con el viento. Me daba miedo estar en un sitio apenas
iluminado por la Luna y en donde no podía ver más allá de varios metros.
Pegué un bote cuando sentí su cabeza en mi pecho, justo en el lado
izquierdo. Se quedó quieta y con los ojos cerrados mientras mi pecho levantaba
su cabeza cada vez que respiraba. Sentía la frialdad de su piel atravesar mi
ropa y calarme hasta los huesos. No era un frío al que estaba acostumbrado sino
el frío que sentía cada vez que tocaba a mi madre, ese que me hacía recordar
que la persona que tenía al lado estaba muerta.
-Late muy deprisa.- Su voz sonó como si se estuviera quedando dormida,
relajada y casi inaudible.
-No estoy para estas carreras.- Observé la Luna brillante en el cielo
que iluminaba su cuerpo volviéndolo más blanco de lo que ya era.
-Lo siento.- Acaricié su cabeza sobre mi pecho. Su pelo estaba tan
suave que podría llevarme la vida tocándolo.- Siento que te haya pasado esto
por mi culpa.
-No fue por tu culpa, él cabrón de Tom me mordió...- Me callé de golpe.
No sabía si ella conocía quién me había mordido y dudaba mucho que Tom se lo
hubiera dicho.
-Perdónalo, está perdido.- Sus palabras se clavaron en mi cabeza. Por
su tono de voz supe que estaba llorando. Su voz sonó tan rota y llena de
tristeza...
-Elizabeth...
-Déjame disculparme por él.- Su cabeza se despegó de mi pecho y clavó
sus ojos en los míos. Se sentó sobre mi barriga como si de una niña pequeña se
tratase y se secó las lágrimas con la palma de la mano.
-No tienes que pagar sus errores. Tú no tienes culpa de ¡¿qué estás
haciendo?!- Por su brazo empezó a chorrear sangre, su sangre.- ¡Elizabeth
para!- Intenté levantarme pero no pude. Puso su mano ensangrentada delante de
mí mientras las gotas de su sangre manchaban mi camisa.- ¡¿Qué haces?!
-Bebe.
-¡¿Que?!- Intenté revolverme para salir de allí y llevarla con alguien
para que le curasen la herida tan profunda que se había hecho, pero como
siempre, se me olvidó que era un vampiro.
-Hazlo o se cerrará.- Su muñeca se puso delante de mi boca donde la
sangre empezó a caer. La cerré en cuanto la primera gota cayó en ella.- Adam,
si no lo haces no podrás curarte, tu cuerpo la necesita. Ahora me necesitas...
- Ella no era consciente de cuánto mi cuerpo la necesitaba pero no bebería su
sangre jamás. Yo no era un monstruo...
-¡No!- Las gotas de sangre pronto dejaron de caer en mi boca. Vi como
su herida se cerraba y como ella suspiraba mientras sus lágrimas brillaban por
su cara cuando la Luna se reflejaba en ellas.
Volvió a morderse esta vez con más fuerza, tanta, que llegué a escuchar
como sus colmillos rasgaban su piel y la sangre salía despedida de su brazo. Se
quedó un rato ahí parada con la boca pegada a su muñeca. Apretaba los ojos,
quizás por el dolor o por algo que no llegaba a comprender.
Se separó de su muñeca y me aterroricé cuando vi su boca llena de
sangre goteando hasta manchar su vestido. Abrió los ojos y se acercó a mí hasta
que nuestras bocas estuvieron a varios centímetros de distancia. Deseaba que
llegase este momento con todas mis fuerzas, pero no así. Nuestros labios se
pegaron y tan pronto como lo hicieron, mi boca se llenó de un líquido dulce y
delicioso que tragué sin ningún problema hasta que me di cuenta de que ese
líquido no era otra cosa que su sangre.
Mi estómago empezó a arder cuando la sangre llegó a él. Sus labios se
separaron de los míos y sentí su mirada en mí. No podía abrir los ojos debido
al dolor que sentía por todo mi cuerpo.
-¿Adam?- Sentí su mano sobre mi pecho.- ¡Adam!- No podía respirar me
estaba quedando sin aire. Me dolía todo y notaba como mi sangre empezaba a
hervir dentro de mí.- ¡Adam!- Dejé de sentir su peso encima mía pero noté como
me zarandeaba hasta que abrí los ojos. No sabía que le hizo dar un salto para
atrás con los ojos rojos y los colmillos fuera.- ¿Es... estás bien?- Estaba
sentada en el suelo lejos de mí yo diría que con miedo.
-Creo que sí, no sé qué es lo que me ha pasado.- Varios pájaros
salieron volando de los árboles asustándonos a ambos.
-Hay alguien.- Elizabeth miró a todos lados buscando a ese alguien que
decía. Yo tenía una sensación extraña, una sensación que me hizo coger a
Elizabeth de la mano y salir corriendo lo más rápido que pude. Notaba como nos
seguían y como ella apretaba mi mano con miedo.
Mi cuerpo había cogido fuerzas de su sangre, de aquel exquisito elixir
que había inundado mi cuerpo. Quería más de su sangre y esa sensación de beber
más me asustó hasta tal punto que tuve miedo de mí mismo.
By Lilith
Podía correr más rápido pero eso significaba dejar atrás a Adam. Aunque
él también lo hiciera deprisa, no conseguiría alcanzarme por mucho que
corriese. Sentía la su mano tan caliente que pensé que me quemaría. Me había
asustado tanto por como se habían puesto sus ojos. Cuando los abrió los vi de
un naranja brillante que me asusté. Su cuerpo convulsionándose sería algo que
no podría olvidar en mi vida.
Mi cuerpo había tenido una reacción extraña cuando vi sus ojos tan
brillantes. Mis colmillos salieron sin que yo pudiera controlarlos y eso sólo
pasaba en caso de situación extrema o en todo caso, en el que estuviese en
peligro. ¿Pero qué peligro podía ser Adam para mí? Era una de las personas a
las que más quería y estaba segura que yo también tenía que ser algo importante
para él.
El sonido de las pisadas de alguien persiguiéndonos cada vez se
escuchaban mejor y eso sólo podía decir una cosa, que fuese lo que fuese eso,
estaba más cerca de nosotros. Algo me decía que quien fuese el que venía
corriendo tras nosotros era peligroso. Su olor me era conocido pero no
conseguía identificarlo con nadie.
Llegamos hasta un claro en el bosque y nos paramos. Adam cogía
bocanadas de aire y yo vigilaba pendiente de que esa no saliera por cualquier
lado y nos atacara. Tenía miedo, quería salir de allí e irme con mis hermanos,
con ellos me sentía protegida...
Un olor a sangre llegó hasta mí. Sangre fresca que hizo que mis
colmillos saliesen y me impidieran seguir con mis labores de vigilancia
mientras Adam se reponía. Me giré intentando ver de donde provenía ese olor. Mi
sorpresa fue tal que me tapé la boca para controlar el grito que mis pulmones
luchaban por soltar.
Tom nos daba la espalda mientras que mordía a alguien apoyado contra un
árbol. Por supuesto que él sabía que estábamos allí y que yo lo estaba mirando
pero ni por eso, dejó de morder a esa persona. Adam se puso a mi lado y miró
hacia donde yo lo hacía. Pocas veces había visto a Tom morder a alguien, sólo
una vez a la chica del baño de la universidad pero era una escena tan
desgarradora y terrorífica.
Tom se separó de su víctima y el cuerpo de ésta cayó al suelo. Mi
sorpresa fue tal al ver como Rachell se caía al suelo con su vestido, ahora,
rojo. Adam salió corriendo hasta donde ella se encontraba. Tom observaba la
escena sonriendo tan aterrador.
-¡¿Se puede saber qué coño has hecho, hijo de puta?!- Adam salió
corriendo hacia Tom y empujó a mi hermano. Éste ni siquiera se inmutó lo más
mínimo, es más, parecía hacerle gracia todo esto.
-Relájate.- Tom se limpió la sangre de su boca y me miró. Yo permanecía
alejada de ellos, al otro lado, aun así, su mirada no dejaba de hacer el mismo
efecto en mí.
-¡¿Cómo quieres que me relaje?!- Volvió a empujar a Tom y vi como él
apretaba los puños intentando controlarse para devolverle un golpe mucho más
fuerte.- ¡¿Crees que puedes morder a quien te de la gana, gilipollas?!- Tom
levantó la cabeza y clavó sus ojos en Adam. Pude notar como el corazón de éste
se aceleraba y como su cuerpo se quedó quieto sin ni siquiera respirar.
-Es un intercambio justo, tú te llevas a mi hermana y yo me llevo a tu
nuevo ligue.- Esa sonrisa macabra volvió a aparecer.- Aunque la sangre de esta
puta no sabe igual que la de Elizabeth. La de ella está mejor, ¿no?- La camisa
de Adam daba muestras claras de lo que había pasado antes. Yo había vuelto a
darle mi sangre y eso a Tom no le gustaba.
-No sé de qué estás hablando. Además, Elizabeth no es tu hermana.- Adam
quiso parecer ajeno a todo lo que mi hermano le decía pero lo que Adam no
sabía, era que a Tom nadie podía engañarle.
-¿A no?- Tom vino hasta mí y me agarró de la muñeca en la que me había
mordido. Me dolió tanto que grite. La herida no se había cerrado completamente
y con la fuerza de Tom se volvió a abrir. Me llevó hasta donde estaba Adam y
puso mi muñeca justo delante de sus ojos. Adam los abrió y volvió la cara intentando
no ver lo inevitable.- ¿Te gusta su sangre, Adam?- Tom apretó más mi muñeca y
la sangre empezó a salir de nuevo por ella.- ¿Quieres un poco más? Reconócelo,
te has quedado con ganas de más, de beber hasta la última gota de su sangre.-
Adam observó como mi sangre recorría mi brazo y manchaba la mano de Tom.
La lengua de Tom recorrió todo mi brazo hasta mi muñeca bajo la atenta
mirada de Adam. Sus ojos estaban perdidos en mi muñeca y a mí esta situación me
estaba empezando a dar miedo.
-Tom... Tom, pa...para.- Succionaba mi sangre lentamente como si no
tuviera prisa por nada y yo me deshacía en temblores cuando mi sangre pasaba a
formar parte de su organismo.
Cuando quise darme cuenta, Adam había empezado a caminar hasta nosotros
con los mismos ojos que me habían dado tanto miedo. Tom se separó de mí y dejó
que Adam se pusiera frente por frente mía. Agarró mi brazo y se lo puso
delante. No sabía por qué tenía tanto miedo. Antes no lo había tenido cuando le
di mi sangre a Adam pero ahora que él la cogería por sí mismo, me atemorizaba.
Antes de que empezara a beber de mi sangre, la figura de Adam desapareció de mi
vista para verlo debajo del cuerpo de Tom mientras éste le golpeaba hasta
hacerlo sangrar.
-¡Para!- Tom levantó el cuerpo de Adam sin mucho problema y lo estampó
contra un árbol. Adam luchaba por defenderse sin éxito.- ¡Tom!- Lo agarré de la
camiseta y empecé a tirar de él sin poder separarlos. Sus ojos estaban rojos
como nunca los había visto. Parecía estar perdido en su propio mundo en el que
sólo veía a Adam.
Hice una locura y me metí entre ellos. Los puños de Tom dejaron de
golpear a Adam pero se mantuvieron en alto. Sus respiración estaba agitada y
sus ojos rojos. A Adam, por el contrario, le costaba respirar con normalidad.
-¡Para! ¡¿Crees que haciendo esto vas a conseguir que me aleje de él?!
¡Pues te equivocas! ¡Cuanto más daño le haces más aumentan mis ganas de estar
con él!- Sus mirada se perdió en mis ojos. Sólo él podía llegar tan adentro de
ellos y hacer que mi corazón sin vida se encogiera.- Yo decidí darle mi sangre
para arreglar tu error. No cometas más porque me estoy quedando sin nada con lo
que borrarlos.
-Eliza... Elizabeth, no tienes... que defenderme, puedo partirle... la
cara.- Las palabras de Adam cortaron el contacto visual que se había formado
entre nosotros.
-¡Joder!- Tom se separó y se llevó las manos a la cabeza. Parecía como
si de repente le hubiera empezado a doler con fuerza. Levantó la cabeza y cogió
a Adam por el cuello de la camisa hasta levantarlo a varios centímetros del
suelo. Adam tenía los ojos abiertos, con la boca sangrando y un ojo morado.-
Escúchame, pedazo de mierda.- La sonrisa sádica apareció y con ella mi miedo a
lo que pudiera hacerle a Adam.- No quiero que vuelvas a beber ni una gota de su
sangre o iré a por ti, te sacaré el corazón tan deprisa que verás como me lo
como y lo vomito en tu cara.- Las amenazas de Tom eran tan macabras como
reales. Mi hermano era capaz de hacer cualquier cosa que se propusiera y sabía
que no tenía miramientos por nadie. Pero, ¿por qué no quería que bebiera mi
sangre?
-No te mereces tenerla a tu lado. Si sólo sintieras un poco de lo que
yo siento por ella no le harías el daño que le estás haciendo.- Las palabras de
Adam salieron abigarradas de entre sus labios.
Seguían hablando pero yo no escuchaba bien. Miré hacía mi muñeca y vi
como la sangre no dejaba de salir de ella. La perdida de sangre para un vampiro
no era algo leve sino que podía llevarlo a la muerte y yo no tardaría si seguía
perdiendo tanta.
-To... Tom.- Él no me escuchó porque seguía discutiendo con Adam. Sus
figuras se volvían borrosas para mis ojos. No sabía exactamente donde estaban
pero caminé hasta ellos.
-Su sangre... darte cuenta... especial... - La voz de Adam no llegaba
muy bien mis oídos hasta que me puse a
varios centímetros de ellos pero seguía pasando desapercibida para ambos.- Si
tan sólo sintieras una mínima parte de lo que siento por ella...- No estaba
segura de lo que escuchaba pero sí del tono de sus voces acaloradas.
-No... no pue... do... más.
-Quizás lo que tu sientes por ella no esté muy alejado de lo que siento
yo.- Eso fue lo último coherente que escuché por parte de mi hermano hasta que
me desmayé agarrada a su camiseta.
-¿Qué?... desmayado... sangre...
-Eso... ¡cógela!...
-¡Corre!...
Aunque estuviese inconsciente, sentí como mi cuerpo dejó de sentir el
suelo para notar el aroma de Tom pegado a mí. Notaba sus manos alrededor
aferradas fuertemente. El mismo olor de antes, cuando corría con Adam, volvió a
mí. Era tan desagradable...
Abrí poco a poco los ojos. Los árboles pasaban veloces por mi lado. La
oscuridad no me dejaba ver más allá pero sí reconocer que Tom me llevaba a su
hombro como si de un saco me tratara. Dos luces se distinguían a pocos metros
de donde estaba, dos luces naranjas como los ojos de Adam que se acercaban a
mí. Tendría que tener miedo porque esas luces se acercaban pero la última frase
de Tom hizo que sonriera y que volviese a mi inconsciencia en la que solo
estábamos él y yo, donde seguíamos jugando en el jardín de rosas y donde la
necesidad por él sólo era un juego.
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