Capítulo 21
Capítulo 21
By Tom
03:45 A.M
-¡Sí, sí, sí!... ¡Dios mío!... ¡No pares, no pares...!- Esta zorra
llevaba dos horas gritando y aún no se le había acababa la voz. Ya se debería
de haber quedado afónica.
Desde que llegué al Vamperland a las dos de la mañana, lo primero que
hice fue buscarme a alguna para follar. Lo necesitaba después de un día cargado
de peleas con Bill y con mi madre. Al parecer a Simone no le había sentado bien
que la matase. ¿Pero a qué coño estaban esperando?
-¡Me voy! ¡ME VOY!- Era el orgasmo número trece que tenía, y yo, seguía
necesitando más.
Su cuerpo cayó al suelo con las bragas por los tobillos. No me había
costado trabajo conseguirla. Estaba colocada hasta las cejas de alguna mierda
que vendían por aquí. Claramente el motivo por el cuál había aguantado tanto
sin caer inconsciente. Ya no tenía energías para seguir sujetándose a mí. Su
corazón latía muy débil por la sobredosis o por que le quedaba poco de vida.
Podría haber bebido hasta la última gota de su sangre pero no lo hice. No
porque no tuviera ganas sino por no levantar sospechas. Las cosas no estaban
ahora para andarse con juegos.
Me subí lo pantalones y salí del baño de las chicas bajo la atenta
mirada de unas cuantas que habían allí. Me las hubiera follado a todas, lo
necesitaba, pero había quedado con Bill y él odiaba que llegasen tarde.
Me perdí entre la gente que bailaba distraída. Los latidos de los
corazones se mezclaban con la música. La mejor melodía que un monstruo puede
percibir. Los humanos venían al Vamperland como si fuera otra discoteca para
simples mortales pero la realidad no era esa. A partir de las tres de la
madrugada las puertas se cerraban y comenzaba el derramamiento de sangre. Del
techo empezaba a caer sangre mezclada con absenta. Los humanos pensaban que no
era sangre de verdad, que sólo era una imitación o algún preparado. Estúpidos
ignorantes...
Cogí el coche tras salir de allí. El ruido del motor hizo que me
despertase por completo. Las luces de la ciudad pasaban como estrellas fugaces
por los cristales de mi Cadillac.
Necesitaba más, más sangre, más sexo... más de todo. Una sensación
extraña me oprimía el pecho y no me dejaba respirar. Esa opresión era llamado
por Bill, remordimientos. ¿Remordimientos? Otro sentimiento que yo nunca
sentiría. Un monstruo no sentía, simplemente se movía por impulsos y por
instintos. Mi instinto, ahora, me ordenaba matar. Los vampiros se estaban
levantando de su sumiso letargo y era por mi culpa. No viviríamos más cegados
por la luz del Sol, no perderíamos fuerza con la luz porque la oscuridad se
estaba haciendo dueña de todos como hacía siglos en los que los mortales nos
temían. Los vampiros no saldríamos a luz pero nuestros poderes se
multiplicarían y era gracias a ella, el eslabón perdido, la primera y la última
Sangre Pura, la razón por la que
nuestros poderes perdieran fuerza, era porque faltaba ella. Nunca debió nacer y
yo me encargaría de eso.
Bajé del coche. Un golpe seco se escuchó a mi lado, era Bill. Había
estado subido a un árbol esperándome. No le gustaba entrar solo en el palacio
donde habíamos pasado toda nuestra vida. Mi padre estaba allí...
-Llegas tarde.- Estaba enfadado por lo de antes. No le debería de haber
dicho que ojalá se hubiera muerto aquel día. Pero lo hecho hecho estaba.
-Tenía cosas que hacer.- Le di al botón para cerrar las puertas del
Cadillac. El garaje se iluminó por completo.
-Te has pasado con mamá.- ¿Eso era lo que le preocupaba? ¿Que le
hubiera hablado mal a ella? Típico de Bill. En el fondo le jodía cada una de
las cosas que yo decía y hacía. Sobretodo desde que la maté. Todos se habían
enterado y a ninguno les había gustado. “Es demasiado pronto” “No
estaba preparada” y polladas de ese tipo era lo que me había repetido mi
madre. Sólo había contado con el apoyo de mi padre. Él había tenido todo
planeado desde el principio. Cuando me dijo que ya era hora que me convirtiese
en un hombre y para ello, tenía que convertir a una humana. Me dijo quién era
mi victima pero él sabía que no era sólo una humana sino algo más.- Ella nos
quiere.- Caminábamos por el sendero que nos llevaría hasta la puerta principal.
Los jardines de rosas estaban a ambos lados pero la rosa más bella ya no estaba
entre ellas.- Si lo hizo fue para protegernos. ¿Por qué no dejas de culparla?
¿Por qué no dejas de decirle esas cosas que le hacen tanto daño? Cuando éramos
pequeños me decías que odiabas ver a mamá llorar y ahora, eres tú el causante
de todas esas lágrimas. Cuando ella despareció también lo hizo mi hermano. Ya
no sé quién eres, Tom.
-¿Recuerdas, Bill?
-¿Qué?
-¿Recuerdas el día en el que prometimos estar siempre los tres juntos?-
Me paré en seco y me volví para mirar a Bill. Bajó la cabeza y apretó lo puños.
Claro que se acordaba de ese día. Una gotas procedentes de sus ojos empezaron a
humedecer el suelo.- Unos días más tarde, mamá nos dijo que ella había muerto.
Recordé el pacto y me enfurecí. La odié tanto que destroce todo lo que encontré
en mi paso. La odié por haber roto su promesa y por habernos abandonado.- Sus
rodillas chocaron con el suelo. No le gustaba pensar en ese día. Me volví para
no mirarle. No me gustaba verle llorar.- Deseé con todas mis fuerzas que
volviera pero esta vez, para llevarla yo al mismísimo infierno.- Volví a mirar
a Bill que se había reincorporado.- ¿Y sabes qué, Billy? Ahí se perdió tu
querido hermano para siempre.- Levantó la cabeza y me miró. Sus ojos brillaban
por el líquido salado acumulado en ellos.
-¿Y tú sabes qué, Tom?- Dio un paso firme al frente y se puso a pocos
centímetros de mí. Su cara era igual a la mía aunque decorada con sombra de
ojos y maquillaje. Ese sería su único defecto, ser igual a un monstruo.- Tú te
perdiste ese día y yo lo hice contigo. Porque si caes, yo caigo también.- Sus
brazos rodearon mi cuerpo y me apretaron contra su cuerpo. Hacía tanto tiempo
que no lo sentía tan cerca y lo necesitaba. Necesitaba mi otra mitad conmigo.-
Y aunque a veces seas un capullo integral y me digas cosas horribles y yo te
las devuelva, siempre, siempre, siempre, voy a estar a tu lado.- La opresión
del pecho se hacía más fuerte. Bill quería a un monstruo y el monstruo ya no
sabía lo que sentía pero claro, Tom Kaulitz no sentía.
[…]
By Adam
03:45 A.M
No podía dormir. Los sedantes no me habían hecho efecto ni para dormir
ni para el insoportable dolor del cuello. Hoy era una noche extraña. El
ambiente estaba rodeado de un aura oscura y escalofriante, y la Luna estaba
empezando a coger un tono negro brillante. Quizás fuese absurdo pensar en ello
pero si esto no era lo que la Biblia describía como el día del Juicio Final, se
le parecía mucho.
Cogí mi móvil para ver la hora. Las cuatro menos cuarto de la mañana.
Llevaba casi cuatro horas intentando dormir sin éxito. Rachell, la enfermera,
se había pasado un buen rato haciéndome compañía. Había terminado su turno y se
había quedado. Mis amigos habían venido por la mañana y me habían entretenido
un rato. Cuando se fueron, el silencio volvió a hacerse dueño de la habitación.
Había puesto la tele para entretenerme con algo pero todo los programas
hablaban de lo mismo, el cambio de color que estaba cogiendo nuestro satélite.
Un pájaro se chocó contra la ventana e hizo que diera un bote en la
cama. Con éste, ya iban unos veinte esta
noche. Mi móvil empezó a encenderse y a apagarse sin control. Al igual que la
tele, el monitor que controlaba mis pulsaciones y las luces de la habitación.
La puerta se abrió de repente. El doctor de esta mañana entró
apresurado. Le dio a varios botones de mi monitor sin conseguir que el aparato
reaccionase.
-¿Te encuentras bien, Adam?- Parecía preocupado.
-Sí.- El doctor salió de mi habitación de la misma manera que entró. Al
parecer mi habitación no era la única con problemas “eléctricos”.
Había empezado a llover a mares pero no había ni una nube en el cielo.
Las estrellas brillaban y los rayos las iluminaban más si cabía. ¿Cómo podía
llover sin haber nubes?
La Luna ya no estaba, en su lugar, había un círculo luminoso rodeándola
y ella completamente negra.
Las ventanas se rompieron y los cristales saltaron hasta la cama. Mi
brazo empezó a sangrar. Algunos cristales se habían metido dentro de mi piel y
me estaban haciendo daño. ¿Qué demonio estaba pasando?
[…]
By Andreas
03:45 A.M
La bronca de Tom, Bill y Simone me había puesto muy nervioso. Habían
sacado todos los trapos sucios que durante tanto tiempo habían mantenido
ocultos. Demasiados para ser rebelados en una sola noche. Tom nunca había
perdonado a Simone, Bill odiaba que Tom le hiciera daño a Simone, y ella,
bueno, ella sólo quería lo mejor para sus hijos.
Me tumbé en su cama. Aún olía a ella. La echaba tanto de menos que
desde que se fue, dormía todas las noches en su habitación. Siempre nos
habíamos llevado bien y a pesar de no ser hermanos de sangre, me sentía como si
lo fuera.
Quizás lo que sintiera fuera odio hacia Tom por haberla matado pero no
era eso lo que no me dejaba dormir por las noches. Su presencia aún rondaba por
la habitación y con ella, su olor. Imaginaba que me tocaba la cara como siempre
hacía. Podía notar su suave tacto acariciándome el rostro. Pero todo eso
desaparecía cuando abría los ojos y ella no estaba. Todas las noches desde hace
años, el mismo sueño se repetía. Decírselo a los demás no me serviría de nada.
La luz que alumbraba la habitación fue desapareciendo poco a poco, y no
era precisamente luz eléctrica sino la luz de la noche, la Luna. Mis pies
tocaron el suelo y en milésimas de segundo ya estaba frente al enorme ventanal.
Abrí las ventanas y la vi. La Luna Negra había vuelto a aparecer, como aquella
noche.
Un portazo me sacó de mis pensamientos. El olor de Mara a mi espalda
confirmaba mis suposiciones. Ella también lo había visto.
-Es la noche.- Mara se abrazó a mí. A ambos nos daba miedo lo que pudiera
suceder a partir de ahora.
-¿Tienes miedo?- Mi pregunta era retórica. No esperaba una contestación
por su parte, lo único que deseaba era que esta noche pasase lo más rápido
posible.
-No.- Su abrazo se intensificó.
-Yo tampoco.- Un trueno hizo que la respuesta de Mara a mi pregunta se
viniese abajo. Mara metió un bote.- Mira que eres mentirosa.
-¡Cállate!- Se situó a mi lado y sacó una mano por la ventana. La
lluvia empezó a mojar su mano y a deslizarse por su brazo.- He obrado mal y
pagaré por ello.
-¿Crees que lo hará?- Otra pregunta que no esperaba contestación pero
Mara no podía tener la boca cerrada.
-¿Lo dudas?- Esta sí sería una pregunta sin respuesta.
Ahora no sabía nada.
[…]
By Simone
03:45 A.M
-¿Estás mejor?
-Sí.
-Siento mucho lo que ha pasado.
-No te preocupes, mi amor. No podrías haber hecho nada.
-No tiene derecho a hablarte así.
-Tiene todo el derecho del mundo. Le hice daño y me lo está haciendo
pagar al igual que lo...
-Shhh. Iré a ver cómo están los chicos.
-Gracias, Gordon.
Cada vez la luz de su interior era más tenue. Temía que llegase el día
en el que desapareciera ese brillo y se perdiera en sí mismo. Ya no era mi
pequeño e inocente Tommy; ahora se había convertido en la personificación del
mal, un mal que hasta a mí me aterraba. ¿Cuándo había perdido a mi propio hijo?
¿Cuándo dejó de ser el fruto de mi alma para convertirse en alguien a quien no
conocía?
Me dolía el corazón de pensar que mi hijo me odiaba. El peor dolor que
puede sentir una madre era ver como una de las personas que más amaba se aleja
de su lado. Pero no podía hacer nada simplemente quedarme sentada viendo como
los años pasaban sin un beso o un simple abrazo. Todo eran insultos y gritos
por su parte, y por la mía, lágrimas y dolor. No podía contestarle y decirle la
verdad, no lo entendería o me odiaría más por ello. Me lo merecía. Había sido
una mala madre y si yo no podía perdonármelo a mí misma cómo iba a hacerlo él.
Los llantos de mi pequeña no me dejaban dormir por las noches. Esa
noche se repetía una y otra vez en mi cabeza. Los llantos de mi hija por no
quererse ir del lado de sus hermanos y el intento de Tom de matarme eran lo más
fatídico que había tenido que soportar en mis miles de años. Eso había sido lo
mejor para ellos, no estar juntos porque se destruirían el uno al otro. Les di
una segunda oportunidad a ambos para que la aprovechasen pero Tom me odiaba por
ello. Él no había querido esa segunda oportunidad y como consecuencia se la
había comido, regurgitado y me la había estampado en la cara. Me odiaba y era
normal, yo también me odiaba pero sobretodo amaba a mis hijos, tanto a los
propios como a Andreas y Mara, y daría mi vida por ellos si fuese necesario.
La pelea de hoy había sido la gota que había colmado el vaso.
Llegué a casa con miedo. Bill me había llamado y me había contado lo
que Tom hizo. El miedo pasó a formar parte de mi torrente sanguíneo y Gordon se
dio cuenta.
-¿Estás bien?- Soltó la copa de sangre y se levantó de la cama. Colgué
el teléfono con las manos temblorosas.
-Tenemos que volver.- Una lágrima efímera cruzó mi rostro.
-¿Qué ha pasado?- Se había preocupado al verme llorar y no era para
menos.
-Tom lo ha hecho.- Corrí y me abracé a él. Mi único apoyo moral en
estos años habían sido mis hijos y Gordon, y ahora más que nunca lo necesitaba.
Me apretó contra su cuerpo y posó su cabeza sobre la mía. Sabía que esté
momento llegaría pero temía que lo hiciese.- Tengo mucho miedo, Gordon.
-Todo saldrá bien.- No, no saldría bien. Era mi fin.
-No. Me odiará como lo hace él por lo que le hice.- Recordé sus llantos
y el grito desesperado que dio cuando puse mi mano sobre su suave frente para
hacerle olvidar toda su vida. Me oprimían el alma.
“NO, MAMÁ. NO LO HAGAS.”
“NO QUIERO OLVIDAR.”
“NO ME DEJES SOLA.”
“¡TENGO MIEDO!”
Aún podía sentir su dulce abrazo sobre mi piel intentando, inútilmente,
chafar mis planes. Pero no lo consiguió. Su débil cuerpecito inerte cayó en mis
brazos. Había acabado con la maldición que la acompañaba desde que nació, ser
un monstruo. Pensé que podría llevar una vida normal, con humanos y sin miedo a
que acabasen con ella, pero me equivoqué. Adele me contaba cómo le iba y cómo
era. Me mandaba fotos y me escribía cartas. Mi pequeña se hacía grande ante los
ojos de padres que no era yo y viviendo una vida que no le pertenecía. Siempre
sintió un vacío inexplicable en su interior lo que le hacía estar sola porque
nadie la entendía. Estaba triste, no era feliz y todo por mi culpa.
-¡Tom!- Entré como una loca buscando a mi querido demonio. Estaba
sentado en el sofá jugando con esa máquina que se enchufaba a la tele. Me miró
y sonrió de esa manera que sólo él sabía, esa tan maléfica y abrumadora que
había heredado de su padre.- ¡¿Qué...qué has hecho?!- Ni siquiera se dignó a
mirarme simplemente siguió jugando con ese cacharro ruidoso.- ¡Contéstame!- De
repente, se puso de pie y paró las imágenes de combate que salían en la
televisión. Se acercó a paso decidido hasta mí, y cuando lo tuve a varios
centímetros de distancia, vi como la luz de su mirada ya no estaba.
-Deberías calmarte.- Su tranquilidad al hablar me crispaba. ¿Cómo podía
estar tan tranquilo después de haberla matado?
-¿Dónde está?- Las lágrimas no me dejaban verle con claridad.
-Eric se la ha llevado.- Disfrutaba viéndome sufrir, se le notaba por
su pequeña sonrisa malévola la cual antes, me parecía la más hermosa del mundo,
ahora, era el reflejo de un alma corrompida por el odio.
-¡¿Por qué lo has hecho?!- Lo agarré de la camiseta. Era el primer
contacto físico que tenía con él. La primera vez después de tantos años volvía
a sentir su piel aunque fuera debajo de una tela. La rabia despareció para dar
paso a melancolía y ganas de abrazar a mi pequeño.
-Simplemente estoy arreglando tu puto error, traer al mundo a una Pura
Sangre.- Sus manos apartaron las mías con desprecio. La costumbre hizo que no
me extrañara su acción. Aceptaba con resignación y dolor todas sus muestras de
asco hacia mi persona.- Pero no te preocupes, mami, te prometo que yo mismo me
encargaré de enviarla al sitio de donde nunca debió salir, El Infierno.- Mi
mano se estampó contra su cara. Me dolió a mí más de lo que pudo haberle dolido
a él pero tenía que hacerlo. Vi como su mano se levantaba para devolverme el
golpe pero una sombra rápida hizo que mi monstruito cayera al suelo de espalda.
Mi dulce Bill me había vuelto a salvar de otro arranque de ira de su hermano.
-¡¿Se puede saber que coño ibas a hacer?!
-¡Cállate, gilipollas!- Sus ojos eran rojos como el fuego. No estaba
segura si me hubiera pegado o no, pero ganas no le faltaban.- ¡Tú eres como
ella! ¡No sé en qué cojones ven el parecido entre tú y yo, marica de mierda!-
Ante mis ojos observé como mis hijos se peleaban tirándose cosas y haciéndose
daño con sus propias manos. Un humano hubiera muerto con el golpe que Tom le
propinó a su hermano contra el suelo.
-¡Basta!- Ambos pararon ante mi grito. Estaban llenos de sangre y yo
odiaba ver como mis hijos se peleaban como animales.- No puedo soportalo más.-
Caí de rodillas al suelo. Ya no tenía fuerzas para seguir en pie. En eso
momentos deseé morirme, sentir el dulce y lento paso de la muerte por mi
cuerpo. Si esto era malo, posiblemente lo que viniese a partir de ahora, fuese
peor. ¿Qué sentido tenía mi vida entonces?
-¿Sabes qué, Bill?- Su voz estaba ronca pero no me atreví a mirarlo. No
tenía ni ganas ni fuerzas para ver de nuevo sus ojos acusadores que me
recordaban a cada segundo lo mala madre que era.- Ojalá te hubieran matado el
día que te secuestraron. Especialmente yo. Ahora todos seríamos más felices.-
Pude sentir como el corazón de mi querido Bill se rompía en trozos. Mi pequeño
había escuchado comentarios de todo tipo pero los que más le dolían eran los
que venían de su hermano, la persona a la que más quería, pero Tom sabía
aprovecharse de esa debilidad.
Un trueno seguido del ruido incesante de la lluvia me sacó de mis
pensamientos. El cielo se había oscurecido y había dado paso a una sensación de
oscuridad abrumadora. Me asomé a la ventana y la vi. Estaba poderosa en el
cielo mientras esperaba con impaciencia que su dueña despertase para que la
siguiera contemplando.
Miré la hora. Las cuatro en punto de la madrugada. Esta era la noche y
estaba igual a la del día de su nacimiento. Temía que llegase este día por lo
que pudiera pasar y por la rotunda promesa que hizo Tom. Devolver a su propia
hermana al mismísimo infierno. Pero mi princesa no vino del infierno sino de un
lugar desconocido. Ella nunca había sido como los demás. Era un ángel, un ángel
con las alas negras que traía lo que a mi pueblo le había sido arrebatado por
mí. Su única Sangre Pura.
[…]
Espejos era todo lo que veía a mi alrededor. Estaba en una gran sala
apenas iluminada por unas velas que colgaban en el aire. Me dolía tanto la
cabeza que presentía que pronto me estallaría.
Me asomé en el primer espejo. Mi reflejo era el de una niña rubia de
unos tres o cuatro años. Estaba mirando al cielo mientras sujetaba una rosa de
un rojo intenso. Bajé la vista y me vi. Yo era esa niña. Me gustaba mirar la
Luna en el cielo mientras las estrellas bailaban a su alrededor. Mi rosa, la
rosa que me dio mi querido hermano, estaba en mi mano. Él la arrancó del jardín
para mí...
Anduve un poco más y me paré en el segundo espejo. Mientras caminaba
unos recuerdos atroces pasaban por mi cabeza: Yo. Mi madre. Lágrimas. Sangre.
Un coche. Eric. Árboles. Una casa. Una señora. Lluvia. Fuego. Una vida repleta
de dolor.
En este espejo me vi a mí con siete años, llena de barro y con arañazos
por todos lados. Escuché como la tierra mezclada con el agua goteaba de mis
dedos hasta el suelo. Odiaba aquella vida en la que era infeliz.
Me costaba andar pero llegué al tercer espejo. La ropa llena de barro
se había esfumado para dar paso a una adolescente a la que le sangraban las
muñecas y totalmente desnuda. Estaba mojada y su rostro era triste. En ese
momento deseé morir.
Cuarto espejo. Yo tal y como me recordaba. Llevaba un vestido blanco y
largo con mi pelo negro suelto. Reconocía que ya era una de ellos.
-¿Una de ellos? ¿Quién es una de ellos?- Mi reflejo era el mismo pero
esta vez con el pelo rubio hasta el final de la espalda y con un vestido negro.
Me hablaba. Era la voz que escuché cuando me acosté con Tom y la misma que me
decía lo que tenía que hacer con Sasha.
-¿Quién eres tú?- Pregunté.
-Yo soy tú.- Sus ojos eran azules muy claros y brillantes. Me daba
miedo...
-Tú no eres yo.
-¿Por qué siempre te niegas a reconocer quién eres?
-No lo hago.- Mis piernas se doblaron y caí de rodillas al suelo. Mi
reflejo me imitó.
-Siempre te has negado a buscar más allá.- El dolor de cabeza se
intensificaba. Mi vestido blanco se estaba empezando a llenar de un líquido
espeso y rojo.- Siempre te preguntabas por qué tenías esas sensaciones tan
extrañas y qué significaban esos sueños.- Era verdad. Soñaba con cosas y personas
que no conocía...- Sabes quién eres pero te niegas a aceptarlo. Déjame salir.
Ayúdame a liberarme. Debes morir, Elizabeth, porque sólo eres una copia
defectuosa de tu verdadero yo.
-¿Quién es mi verdadero yo?- Notaba como cada vez veía menos.
-Yo soy tú y tú eres yo. Somos una sola persona pero tú nunca debiste
haber salido a la luz.
-¿Y quién eres tú?- Tenía que pensar mucho para que las palabras
salieran de mi boca. Sentía como poco a poco mi cuerpo iba perdiendo vida...
-Tú sabes quién somos. Di nuestro verdadero nombre.
-No.
-Dilo.
-No
-¡Dilo!
-¡No puedo!
-¡Recuerda quién éramos y di nuestro nombre o no podremos ser libres!
-No-no me acuerdo.
-Seremos una tal y como éramos antes.- Vi su figura borrosa salir del
espejo y ponerse delante de mí. Sí, ella era yo y tenía que conseguir que
fuéramos una como cuando nacimos. Elizabeth no existía yo siempre había sido
ella. Yo era...
-Li...
-Vamos.
-Lil... Lilith.
Cuando abrí los ojos reconocí de inmediato dónde me encontraba. Solía
jugar aquí con mis hermanos cuando era pequeña. El Santuario. Un olor a las
hierbas quemadas de los sacerdotes me inundó la nariz. Entre oración y oración
para mi despertar, me incorporé hasta quedarme sentada en el altar que presidía
todo el recinto.
La lluvia mojaba mi cuerpo y el vestido negro que tenía puesto se
pegaba a mi cuerpo. Las oraciones pararon y los sacerdotes se echaron a un lado
para dejarme bajar las gradas hasta tocar el suelo.
Bajé escalón a escalón con mucho cuidado y a mi paso, cada uno de los
allí presentes se inclinaron en señal de reverencia. Mis pies descalzos tocaron
el frío suelo de mármol negro mojado por la lluvia. Sentía la presencia de mi
querida amiga observándome desde el cielo.
Abrí las puertas del Santuario y salí al jardín donde más allá, se
podía divisar mi casa. Empecé a caminar mientras las gotas de agua resbalaban
por mi piel. No estaba viva pero me sentía como si lo estuviese. No más miedos,
no más dolor, no más mentiras y recuerdos frustrados.
Atravesé el jardín repleto de rosas. La mía no estaba. Reposaba
tranquila y bella en mi habitación. Demasiados recuerdos y vivencias perdidas,
demasiados cosas que aclarar y secretos que descubrir.
Me paré delante de la puerta principal. Notaba sus presencias al otro
lado. Aunque los hubiera visto antes, no había sido con mi verdadero yo. Abrí
las pesadas puertas con una sola mano y los vi allí parados, frente por frente
mía. Mi padre y mis hermanos se alzaban ante mí. Mi padre y mi querido hermano
Bill sonreían, mi “hermano”, Tom, simplemente me observaba. No sabría decir que
sentí al ver sus ojos clavados en los míos de nuevo. Él me mató y a la vez me
trajo a la vida. Estaba feliz de estar de nuevo con ellos.
-Bienvenida de nuevo, hija.- Mi padre se acercó y me abrazó. Mis
lágrimas estuvieron presentes en tan ansiado reencuentro. Me abracé a él tan
fuerte como pude. Mi padre era una figura importante en mi vida pero ausente en
realidad.
Mi padre se apartó para dejar que sintiera el abrazo de mi amado
hermano, Bill. Me gustaba sentirlo cerca, tocarle, abrazarle y besarle como lo
hacía de pequeña. Un susurró suyo hizo
que reconociese a mi pequeño Billy. Un “Te quiero” por su parte bastó
para darme cuenta de que todo seguía igual a hace siglos.
Porque Elizabeth ya no era alguien sino una parte de mí, mi parte
humana y débil. La combinación de mi parte mortal y mi parte vampírica era
yo...
Lilith.
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